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  • ¿Cómo puede la Iglesia ser luz en la sociedad? Homilía del 19 de marzo

    ¿Cómo puede la Iglesia ser luz en la sociedad? Homilía del 19 de marzo

    ¿A qué despertar se refiere el Apóstol? ¿Por qué invita a ya no dormir? Hoy constatamos con gran claridad, que las tendencias y los dinamismos de la sociedad en general, son para atender el cuerpo. Y se descuida notablemente el desarrollo del espíritu, que hace vivir el cuerpo.

    Estamos dormidos, y por tanto ciegos al no reconocer nuestra vocación a la trascendencia, nuestro destino a la vida eterna. Despierta, tú que duermes; porque solamente en la conjugación del cuerpo y del espíritu se encuentra el sentido de la vida, la razón por la que hemos sido creados, y se encuentra a la par, el camino de la verdad, y de la auténtica y estable felicidad.

    ¿Por qué está la sociedad atraída solo por lo sensible a los ojos y por las necesidades corporales, y notablemente miope o ciega para atender las realidades del espíritu que nos da vida? ¿Por qué nos preocupamos solamente del presente inmediato, sin tener en cuenta el futuro? ¿Qué nos ha faltado a la Iglesia para ser luz y levadura de la semilla del Reino de Dios, que ha traído Jesucristo al mundo? Por tanto, preguntémonos: ¿Cómo puede y debe la Iglesia cumplir su misión de ser luz en la sociedad?

    Un primer criterio es aprender a mirar el corazón. Lo presenta la primera lectura, al narrar cómo es elegido David, el hijo menor de Jesé, quien ni su padre consideró que podría ser el elegido por el profeta Samuel para ser Rey. Dios le advirtió al profeta: “No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.

    Debemos pues adentrarnos en nuestro interior, conocernos a nosotros mismos, y compartir con los demás miembros de mi comunidad, lo que Dios siembra en nuestros corazones. Es el momento de pensar, ¿cómo me mira Dios? ¿Quién soy yo? ¿Me siento digno, contento, satisfecho de su amor? Necesitamos darnos cuenta que el Señor mira y está atento a cada persona, está pendiente y esperando una respuesta. Y tener claro, que esa respuesta individual y personal sólo cobrará vida y fuerza, sí se une con los demás, si entra en comunión.

    Este proceso nos ayudará a descubrir la personalidad de mis prójimos, superando la barrera de las apariencias, y desarrollando el arte de fijarnos en el corazón del prójimo.

    Así aprenderemos a superar la ceguera espiritual y a despertar nuestra conciencia. Así recuperaremos el horizonte del destino para el cual fuimos creados.

    Un segundo criterio es dar a conocer a Cristo, narrado en los cuatro Evangelios, y vivido por la Iglesia naciente, como lo atestiguan los escritos del Nuevo Testamento; debemos convertirnos en testigos de sus enseñanzas, dando testimonio con mi vida.

    Por eso, necesitamos participar habitualmente los domingos para encontrarnos con el Señor de la Vida, la Fuente de la Luz, y fortalecer nuestro interior, encontrándonos con Cristo, Palabra y Pan de la vida.

    Un tercer criterio para ser luz en el mundo de hoy es reconocer nuestra propia fragilidad. Para reconocemos frágiles ante los demás, debo permanentemente examinar si soy atraído por la corrupción, por el delito, por el pecado. Así tomaré conciencia de mi propia fragilidad, lo que me facilitará entender al prójimo, sin dejarme impresionar por las apariencias, y a mirar su corazón.

    En el evangelio de hoy, el ciego de nacimiento pide limosna y da a conocer su ceguera. Reconociendo su fragilidad y su impotencia para mantenerse y vivir, y acude a la compasión y ayuda de quienes acuden al templo.

    Jesús es el que se acerca al ciego de nacimiento que pedía limosna. No es el ciego el que busca a Jesús, es Jesús quien busca al ciego. Jesús además provoca con su acercamiento no solo curar al ciego, sino también para enseñanza de sus discípulos, quienes al preguntarle: ¿Quién pecó para que éste fuera ciego, él o sus padres?

    Aparece su errónea y frecuente concepción de considerar los males corporales, como consecuencia del pecado y por tanto un castigo de Dios.

    Jesús corrige esa interpretación: Las realidades y acontecimientos son ocasión para manifestar la intervención de Dios en la Historia de la humanidad, convirtiéndola así en Historia de Salvación.

    La curación del ciego muestra a Jesús tomando tierra y modelando con su saliva el barro, provocando una alusión de la Creación del Hombre y la Mujer. Así Jesús se manifiesta como el Mesías capaz de generar una nueva criatura, lo cual hace referencia a la Nueva Vida del Espíritu, que Jesús explicó a Nicodemo.

    Para responder a la pregunta ¿cómo seré luz en el mundo de hoy? Debo con frecuencia examinar si me quedo en lo sucedido, sin descubrir lo que Dios quiere decirme a través de los acontecimientos; si no percibo lo que Dios me ha ofrecido como signos de su presencia y acción en mi persona y entre mis prójimos.

    Aprendamos y constatemos que la vida de nuestro espíritu, es luz y orientación en los contextos sociales y culturales de nuestro tiempo. Por eso les pregunto: ¿Qué mirada nueva provoca hoy en mí la Palabra de Dios? ¿Me impulsa a transmitir, que he descubierto a Jesús como la luz del mundo, y me convence en ser misionero transmisor de esa experiencia, siguiendo el ejemplo del ciego de nacimiento?

    Nuestra fragilidad nos conduce al temor, que frena manifestarnos como discípulos de Jesús, y así no cumpliremos como Iglesia la misión, de ser Luz del mundo y Sal de la tierra.

    Pidamos el auxilio de Nuestra Madre, María de Guadalupe para que seamos impulsados por su amor, a ser testigos de la presencia de su Hijo Cristo en el Mundo.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Te pedimos fortalezcas al Papa Francisco, quien hoy cumple 10 años de haber iniciado su ministerio pontificio, como Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. Y durante este periodo ha insistentemente alentado para que seamos una Iglesia en salida, que vaya al encuentro de quienes no han desarrollado su vida espiritual, su relación con Dios, y por eso duermen y viven en las tinieblas.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar, lo que Dios Padre espera de nosotros, en este tiempo tan desafiante.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que nuestras familias crezcan en el Amor, y aprendan a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir, que a través de la cruz, conseguiremos la alegría de la resurrección.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    “Ya viene El día del Señor,… Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”.

    Los últimos domingos del año litúrgico, presentan textos alusivos al final de los tiempos. Este tema responde a una inquietud, generalizada a lo largo de los siglos, en todas las generaciones, sobre el fin del mundo y de la historia humana.

    El profeta Malaquías hace una importante aclaración, que sin duda tocará para bien, el corazón de todo creyente: el fin del mundo será muy distinto para quienes han sido fieles al Señor, Dios Creador, y que han creído en Él, pues será un día glorioso. Porque Jesucristo, es el Señor de la Historia, y traerá la salvación para todos sus discípulos.

    También en el Evangelio de hoy, le preguntan a Jesús, acerca del día del fin del mundo. Jesús advierte e invita a que no se dejen engañar. A lo largo de los siglos siempre habrá, quienes anuncien señales del fin del mundo: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

    En efecto, una y otra vez, en el ciclo de la Historia, se presentarán situaciones desfavorables, así cuando suceden catástrofes, son parte del ritmo de las leyes de la naturaleza. Las epidemias y el hambre son consecuencia combinada de esas leyes y de la conducta de los seres humanos. Por eso, Jesús llama para evitar la confusión: las adversidades, las catástrofes, y las epidemias, no son necesariamente signo ni señal del fin del mundo.

    Además, Jesús advierte con claridad y contundencia: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”; pero esas señales se han dado y se seguirán presentando a lo largo de los siglos, como hasta ahora lo hemos constatado.

    Si se revisa la historia de estos XXI siglos después de Jesucristo, esos eventos lamentables, han acontecido una y otra vez. Después vienen tiempos de reconciliación y de paz, dependiendo de nosotros, de las generaciones que en su momento les corresponde compartir la misma época.

    Sin embargo, las advertencias sobre el fin del mundo, nunca deben ser instrumento para amedrentar. Quienes tenemos fe en Jesucristo, nunca debemos tener miedo al fin del mundo, ya que será glorioso, como afirma el profeta Malaquías. En cambio, como bien advierte el profeta, para los soberbios y malvados, será terrible, ya que para ellos todo será exterminación y muerte, serán consumidos como termina la paja en un horno.

    De la misma manera, Jesús anuncia que sus discípulos en las distintas épocas serán atacados y perseguidos por profesar su fe: “Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí”.

    Aunque es conveniente aclarar que las persecuciones contra la Iglesia y sus fieles han sido, son, y serán siempre consecuencia de enfrentamientos ideológicos al interior de la sociedad y de las organizaciones e instituciones, tanto públicas como privadas.

    El Apóstol Pablo advierte a la comunidad de Tesalónica, que consideraba que el fin del mundo era inminente, y dejaron de trabajar, pensando que, si mañana se acabaría todo, que caso tenía trabajar, construir y edificar. Recordándoles su testimonio de vida los exhorta: “Hermanos: Ya saben cómo deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme, para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar”. Por eso, Pablo es durísimo, cuando manifiesta a la comunidad, que quienes no trabajan son unos holgazanes, que se entrometen en todo y no hacen nada: “El que no quiera trabajar, que no coma”.

    Mientras se tenga vida, condiciones de salud y de servicio a los demás, habrá quehaceres. Ésa es la tarea, en la que debemos ayudarnos unos a otros, para caminar juntos como comunidad. Hay que mantener siempre la disponibilidad para colaborar con lo que somos y con lo que tenemos: capacidades, habilidades y conocimientos. Así se construye la fraternidad de los discípulos de Cristo, en el servicio a la misma Iglesia y a la sociedad.

    En el servicio hay que invitar a todos, aún aquellos, que por diversas circunstancias están distantes de la Iglesia, sean católicos o no, e incluso a quienes han optado por alguna otra confesión de fe o rechazado creer en Dios. Nosotros, como discípulos de Cristo, tenemos que seguir el ejemplo del Maestro. Acercarnos a todos para manifestar con palabras y hechos la misericordia de Dios Padre, que nos ha creado con la finalidad de que lleguemos a la casa que nos tiene preparada.

    Con estos elementos de la Palabra de Dios, preparémonos para el siguiente domingo, la fiesta de Cristo Rey, que nos impulsará, alentará y motivará para construir el Reino de Dios en medio de nosotros, y hoy que celebramos la VI Jornada Mundial del Pobre en comunión con el Papa Francisco y con toda la Iglesia, se convierta en una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.

    Acudamos con plena confianza a nuestra Madre, María de Guadalupe para que fortalezca nuestro espíritu fraterno y solidario en nuestras comunidades parroquiales.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en esta VI Jornada Mundial del Pobre a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan para superar la gran desigualdad social que vivimos.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Ha crecido mi confianza en Dios? – Homilía 16/10/22

    “Cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba”.

    Las lecturas de hoy proponen como tema central la necesidad de la oración. Entendida no solamente como la expresión de la súplica confiada a Dios para invocar y recibir su ayuda, sino para aprender a reconocer la ayuda recibida de parte de Dios.

    El gesto de levantar las manos que realiza Moisés para dirigirse a Dios significa que, tanto en la mente y en el corazón, como en la misma vida, es decir en la cotidianidad de nuestra conducta y acciones, debemos descubrir la presencia del Espíritu Santo, que acompaña al creyente para lograr adecuar su comportamiento al cumplimiento de la voluntad de Dios Padre.

    De la misma manera debemos aprender a descubrir como Moisés, que al conectar nuestras acciones con la voluntad divina causa inmensa alegría y una profunda satisfacción de nuestro proceder.

    Pero hay muchas ocasiones en las que nuestra voluntad flaquea ante las atracciones y seducciones para buscar solo nuestro propio bien, descuidando la repercusión de las mismas, que causa a los demás. Esto significa el cansancio de Moisés de tener las manos levantadas tanto tiempo. Ante esta situación, muy humana y frecuente, necesitamos como Moisés, quién nos ayude a mantener nuestra mirada y nuestro corazón levantado hacia Dios, Nuestro Padre.

    ¿Preguntémonos de qué manera, o de quién, podremos auxiliarnos en nuestros cansancios y agotamientos, ante el constante esfuerzo de cumplir la Voluntad de Dios en nuestra vida?

    Hoy San Pablo ofrece la respuesta, al compartirla a su discípulo Timoteo: “Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación”.

    Evidente, que no todos la han aprendido desde niños, pero si consideramos nuestra ignorancia sobre la Palabra de Dios y la reconocemos que está en un nivel inicial, y acudimos a quienes pueden acompañar el aprendizaje para conocer las Sagradas Escrituras, adquiriremos “la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”.  De aquí se desprende que así como recibimos ayuda, así también la deberemos ofrecer posteriormente, a quienes nos lo pidan, o a quienes veamos propicio compartirla.

    Nuestra convicción al adentrarnos en la escucha de la Palabra de Dios, y en el discernimiento para la toma de decisiones, que sin duda nos conducirá su aplicación a nuestra vida, nos irá manifestando la verdad de lo afirmado por San Pablo: “Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena”.  Así nos convertiremos no solo en discípulos de Jesucristo, sino pasaremos a ser Apóstoles, es decir transmisores de sus enseñanzas a nuestros prójimos.

    En esto consiste la evangelización, y es lo que necesita la Iglesia para prolongar la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros.

    En el Evangelio, Jesús advierte a sus discípulos que los desafíos provocan de ordinario el desencanto y sentimientos de frustración cuando no se alcanzan los objetivos planteados, y por eso les propone la Parábola de la viuda necesitada de justicia, y que no encontraba respuesta del Juez injusto.

    “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario; por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando”.

    La paciencia acompañada de la constancia todo lo alcanza, y mueve montañas, que bien sabemos es posible con la ayuda de Dios. Además Jesús les anima diciéndoles: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”.

    Pero también debemos advertir que Jesús deja en claro, que Dios respetará nuestras decisiones, y no obligará por la fuerza de una imposición, la manera de actuar y de relacionarse. ¡Nos deja en plena libertad!

    Por eso, lanza una duda extremadamente dolorosa, que está en la posibilidad de suceder: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Preguntémonos a la luz de esta advertencia:

    – ¿Ha crecido mi confianza en Dios, y levanto mis manos en oración, pidiendo la ayuda divina?
    _ ¿Soy consciente de la libertad que me ha dado Dios para elegir el bien o el mal?
    _ ¿Respeto a los demás, y evito imponerle lo que yo creo?
    – ¿Descubro que he realizado la experiencia de ayudar a alguien en la búsqueda
    de la Voluntad de Dios Padre, y en el conocimiento de las enseñanzas de Jesucristo acompañándolo, pero dejándolo en libertad para dar sus respuestas?

    En un breve momento de silencio presentemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestras aspiraciones y necesidades, confiando en su amor y su auxilio.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón- 7/08/22

    Homilía- Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón- 7/08/22

    La Fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven.”

    Este Domingo un eje transversal que ofrece la Palabra de Dios es el tema de la Fe, y en el Evangelio, Jesús instruye a sus discípulos sobre el verdadero tesoro, que debemos desarrollar en nuestro corazón.

    La Fe es el faro de luz que orienta nuestro caminar en esta peregrinación terrenal, la fe es la que anuncia nuestro destino y expresa las realidades celestiales, que están preparadas para toda la familia humana, y que conociéndolas animan e iluminan esta vida terrena.

    Desde el principio es fundamental la confianza en nuestros padres, nuestra familia, y nuestros amigos, que ya han ido experimentando el caminar a la luz de la Fe; su testimonio, sus consejos y exhortaciones son una ayuda, que al tiempo se valora y agradece por el resto de la vida.

    También para el crecimiento y desarrollo de la fe es indispensable aprender a confiar en los conceptos doctrinales, asumiéndolos cotidianamente en la experiencia personal. Pero además es necesario examinar con frecuencia la repercusión de nuestras acciones en nuestro interior, descubriendo las inquietudes, las satisfacciones, las tristezas y las alegrías, que voy viviendo, y constatar el estado de ánimo, que me produce vivir acorde a las verdades propuestas por la Fe en las enseñanzas de Jesucristo.

    De esta manera, la Fe se convierte en nuestra lámpara, que ilumina las realidades actuales a la luz de las venideras. Y un fruto que expresa la fortaleza de nuestra Fe es la confianza necesaria para afrontar sin temor las sombras y tinieblas ante nuestras incertidumbres.

    Cuando hemos asumido esas orientaciones y las evaluamos a lo largo de las distintas experiencias entonces nace, crece y se desarrolla la Fe.

    De ordinario, en nuestro país, la familia ha sido la principal transmisora de la fe cristiana, y de acuerdo a la confianza y el amor, que hayamos recibido de nuestros padres, hermanos y demás familiares se desarrolla la fe, aunque al inicio sea débil y muy dependiente del testimonio de nuestra familia, en la vivencia cotidiana de la fe.

    Por su Fe, Abraham, cuando Dios le puso una prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia.» Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro y se convirtió así en un signo profético”. Así la Fe de Abraham trascendió a Isaac, y a su vez a Jacob y a sus hijos.

    La Fe además de ser la Luz para conocer la Voluntad de Dios, Nuestro Padre, es la que genera la confianza y fortalece nuestra convicción, de que Dios nos ama entrañablemente. Revisemos nosotros, cómo hemos recibido la Fe, y agradezcamos a Dios y a quienes nos la han transmitido.

    Hoy también la Palabra de Dios presenta el surgimiento de la liturgia de la Pascua como una tradición en el pueblo de Israel, a partir de la fuerte experiencia de la liberación del yugo egipcio, que manifestó la intervención salvífica de Dios en el cumplimiento de las promesas, que en la Fe recibieron Abraham, Isaac y Jacob.

    La celebración litúrgica de la Pascua para el Pueblo de Israel, fue la confirmación de que Dios cumple sus promesas: “La noche de la liberación pascual los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.”

    Es oportuno recordar también, que nosotros los cristianos, a partir de la Encarnación del Hijo de Dios, y de la Vida, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo hemos alcanzado la Redención; es decir, hemos adquirido por el bautismo la condición de hijos adoptivos de Dios, y la capacidad de participar de la vida divina. Lo cual se realiza ya desde esta vida, como primicia de la vida eterna, en la Celebración de la Eucaristía.

    Para nosotros los cristianos la fe nos permite descubrir, que la Eucaristía es un regalo invaluable, cuyo beneficio es encontrarnos con Cristo mediante su Palabra y en el Pan Eucarístico, presencia misteriosa, pero real de Jesucristo. Con este doble alimento de la Palabra y del Pan Eucarístico podremos siempre vivir alertas y bien preparados para el día en que Dios, Nuestro Padre nos recoja para recibirnos en la Mansión celestial, donde viviremos por toda la eternidad.

    Finalmente, Jesús nos advierte, cual es la verdadera riqueza que debemos procurar: la constante vigilancia de nuestro corazón para que en él anide la voluntad de Dios Padre, por encima de cualquier atracción o seducción de la riqueza, y mantener la alerta constante del buen administrador de los bienes tanto terrenales como espirituales para que sirvan adecuadamente a cumplir la voluntad de Dios Padre, que quiere que todos los hombres, sus hijos se salven.

    Así Jesús nos previene para comprender a fondo la importancia de no apegarnos a los bienes terrenales, que siendo indispensables para mantener la vida, son simplemente herramientas para el camino y no objeto de ambición y poder: “No temas rebañito mío porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes, y den limosna; consigan bolsas que no se destruyan, y acumulen en el cielo un tesoro inagotable, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”.

    Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que obedeciendo en plenitud de su fe, aprendió a obtener un gran tesoro, la compañía eterna con su hijo Jesús:

    Oración

    A ti nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda.

    Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y llegar a la Casa del Padre.

    Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, en tu Hijo Jesucristo.

    Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la resurrección.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • El servicio a Cristo y a los demás- homilía – 17/07/22

    El servicio a Cristo y a los demás- homilía – 17/07/22

    Abraham estaba sentado en la entrada de su tienda, a la hora del calor más fuerte. Levantando la vista, vio de pronto a tres hombres, que estaban de pie ante él”.

    ¿A quiénes encontramos también nosotros en nuestra cotidianidad, que van de viaje, que no los conocemos, y que de repente están ante nuestros ojos? ¿No es acaso a tantos migrantes, que peregrinan en busca de mejores condiciones de vida? Y, ¿cuál es nuestra actitud: indiferencia, lástima, o como Abraham: ¿Haré que traigan un poco de agua para que se laven los pies y descansen a la sombra de estos árboles; traeré pan para que recobren las fuerzas y después continuarán su camino, pues sin duda para eso han pasado junto a su siervo”.

    Somos muy conscientes que no podemos responder a los anhelos, deseos, y necesidades de cada migrante; ciertamente si estuviera en nuestras posibilidades ofrecer algún servicio como lo hizo Abraham, practicando una hospitalidad pasajera, sería de gran ayuda para quien va de paso y no conoce a nadie.

    Particularmente en nuestros tiempos, y especialmente en una gran ciudad como la nuestra, no es nada fácil ser hospitalarios de forma personal, por los riesgos que conlleva abrir las puertas de nuestra casa. Por ello es tan importante colaborar con las instituciones de servicio socio-caritativas: sean públicas, privadas o eclesiales, y al menos tener información de ellas para ofrecerlas a quien las necesite.

    Recordemos que atendiendo a las necesidades de nuestros prójimos encontramos a Jesús como le sucedió a Abraham: el Señor se le apareció a Abraham en el encinar de Mambré”. Además, descubriendo a Jesús en el prójimo necesitado lo hacemos presente a los demás, fortaleciendo en la esperanza a los peregrinos, y atrayendo a quienes sean testigos de nuestra acción, Jesús tocará de alguna manera sus corazones.

    Así podremos dar testimonio como San Pablo: “Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia.”

    Con nuestra respuesta, de generosa hospitalidad y ayuda a los demás, entrará Jesús como lo hizo en casa de sus amigos: “Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude. El Señor le respondió: Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará«.

    Esta escena del evangelio de hoy, en las personas de Marta y María, expresa las dos dimensiones del servicio a Cristo y a los demás: Dar servicio de recibir y dar de comer como lo hizo Marta, y ofreciendo y escuchando la Palabra de Dios, como lo hace María, que es la mejor parte, porque en ella se fundamenta y se sustenta toda nuestra actividad humana en favor de los demás.

    Debemos aprender que no todos podemos hacerlo todo, y conociendo los carismas presentes en nuestra Iglesia podremos complementarnos para que haya quienes oren más y quienes trabajen más según sus carismas, sus capacidades y sus posibilidades.

    En nuestra Arquidiócesis de México, por ejemplo contamos con varias comunidades eclesiales, de vida religiosa como “los Padres fundados por San Carlos Scalabrini”,  que nos ayudan, coordinando y sumando fuerzas con fieles laicos para promover y sostener los servicios establecidos para los migrantes; así también las asociaciones eclesiales de la “Comunidad de San Egidio”, y del “movimiento de los Focolares”, las instituciones de los “Padres Jesuitas”, etc. Todos ellos están en comunión con las estructuras diocesanas para la dimensión socio-caritativa.

    De la misma manera muchas otras obras de caridad, en diferentes campos (Reclusorios, Asilos para adultos, o para huérfanos, comedores para indigentes, son atendidas con esmero por varias Órdenes de religiosos y religiosas, en diferentes ámbitos de nuestra Arquidiócesis, siempre en comunión eclesial.

    Los invito a conocer dichas obras de caridad, particularmente a ustedes los jóvenes, y así se alegre su corazón de colaborar con la Iglesia. Especialmente no dejen de orar por todos estos obreros del Reino de Dios, que están en los frentes más necesitados,  y muchas veces pasan desapercibidos para la mayoría de los fieles católicos.

    Acercándonos así a dichas realidades comprenderemos las palabras que expresaba San Pablo a los Colosenses: “Por disposición de Dios, yo he sido constituido ministro de esta Iglesia para predicarles por entero su mensaje”. Ministerio semejante es el que hemos recibido los Obispos y los Presbíteros, y que ejercemos con la ayuda de los Diáconos y los Agentes de Pastoral. Por ello, es indispensable ofrecer a las nuevas generaciones experiencias que toquen su corazón, y lo disponga a preguntarse, cuál es su vocación y la misión a la que Dios Padre los llama.

    De esta manera haremos realidad para nuestro tiempo, lo que continúa diciendo San Pablo: “Dios ha querido dar a conocer a los suyos la gloria y riqueza que este designio encierra para los paganos, es decir, que Cristo vive en ustedes y es la esperanza de la gloria. Ese mismo Cristo es el que nosotros predicamos cuando corregimos a los hombres y los instruimos con todos los recursos de la sabiduría, a fin de que todos sean cristianos perfectos”.

    Por eso, el objetivo y lema de nuestra Visita Pastoral a las Parroquias es “revitalicemos nuestra fe”, y la exclamación exhortativa propuesta es “Cristo Vive, en medio de nosotros”.

    Esa misma tarea es la que ha traído a nuestro País, a Nuestra Madre, María de Guadalupe. Ella ha venido a mostrarnos “al verdadero Dios por quien se vive”, a su hijo Jesucristo, quien vive en medio de nosotros y a través de nosotros. Pidámosle a Ella que nos ayude a ser fieles a nuestra misión, como Ella lo realizó.

    Oración

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, ante la dramática situación de los migrantes, que deciden peregrinar para buscar mejores condiciones de vida para ellos  y sus familias, acudimos a ti, con plena confianza, para que muevas nuestro corazón a colaborar y promover la necesidad de ofrecer la hospitalidad pasajera, pero indispensable a los migrantes que cruzan nuestro país y atraviesan por nuestra Ciudad de México.

    Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión de corazón. Especialmente auxílianos en la responsabilidad de acompañar a los adolescentes y jóvenes, para que descubran su vocación, y puedan fortalecer su condición de discípulos de tu Hijo Jesucristo, y afrontar, con valentía y esperanza, los desafíos de nuestro tiempo.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo  de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía en mi 25 aniversario episcopal- 29/06/22

    Homilía en mi 25 aniversario episcopal- 29/06/22

    «Y según ustedes, ¿quién soy yo?. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos!”.

    Hoy celebramos la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia. San Pedro por la confesión sobre la identidad de Jesús y por el seguimiento fiel y constante a su Maestro, y no obstante sus humanas fragilidades, recibió del mismo Jesús la plena autoridad sobre la comunidad de discípulos de Jesucristo, es decir sobre la Iglesia, con estas palabras: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

    Por su parte, San Pablo fue llamado por el mismo Jesucristo, a quien Pablo (Saulo) perseguía arrestando a sus discípulos, y al convertirse en su seguidor lo hizo de una manera tan ejemplar y decidida, entregando su vida a la causa de la evangelización, que se ha ganado el nombre del Apóstol de los gentiles, es decir de los no creyentes. Por eso escuchamos en la segunda lectura su afirmación, con franca sinceridad y autenticidad: “Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento”.

    Hoy hace 25 años, recibí la Ordenación Episcopal de manos del Cardenal Adolfo Suárez Rivera, entonces Arzobispo de Monterrey, quien por mandato del Papa San Juan Pablo II me nombró Obispo de Texcoco, convirtiéndome así en miembro del Colegio Apostólico, que integramos los Obispos. En estos años la obediencia al Sumo Pontífice, Sucesor de San Pedro, como Obispo de Roma, en las personas del Papa Juan Pablo II, Benedicto XVI, y actualmente el Papa Francisco ha sido para mí muy importante, descubrir las cualidades de San Pedro y de San Pablo, y asumirlas en mi responsabilidad como Obispo de Texcoco, como Arzobispo de Tlalnepantla, y ahora como Arzobispo de México.

    De San Pedro me ha fortalecido aprender, que a pesar de la frágil condición humana, el saber reconocer nuestras faltas y acudir a la misericordia divina, nos permite siempre avanzar en los objetivos propuestos; y descubrir que de las decisiones asumidas, buscando el bien de la Iglesia y de las personas, siempre se hace presente la intervención del Espíritu Santo; muchas veces con frutos inesperados que evidencian la fecundidad pastoral en bien de las comunidades parroquiales y de los presbíteros, indispensables colaboradores del Obispo.

    Así lo reconoce San Pedro una vez liberado de la cárcel: “Entonces, Pedro se dio cuenta de lo que pasaba y dijo: Ahora sí estoy seguro de que el Señor envió a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de todo cuanto el pueblo judío esperaba que me hicieran”.

    De San Pablo he aprendido su entrega generosa e incansable, recorriendo el mundo conocido de su tiempo, y dando un ejemplo de apertura al diálogo con todo tipo de personas, judíos y no judíos, y con todo tipo de ambientes y contextos socio- culturales. Predicó en las periferias de las ciudades y en la Sinagogas, en la Ciudad de Atenas, que se distinguía por su cultura y el arte; y en la misma Roma, a pesar de estar condicionado y en vigilancia, por haber apelado a la justicia del Emperador Romano ante las acusaciones injustas, que habían denunciado en su contra.

    Su fortaleza no provenía de los éxitos logrados, sino en la espiritualidad desarrollada bajo la asistencia del Espíritu Santo: “Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará sano y salvo a su Reino celestial”.

    San Pablo es un testimonio vivo de la Iglesia en salida, la Iglesia misionera que no se queda quieta y satisfecha con un grupo de creyentes, sino con la convicción, que la Salvación Redentora de Jesucristo debe ser ofrecida a toda la humanidad, pues el Hijo de Dios se encarnó para transmitir la buena nueva: Dios Creador camina con nosotros para acompañarnos siempre, y fortalecernos ante toda adversidad, conflicto, sufrimiento y muerte.

    San Pedro y San Pablo entregaron su vida hasta el martirio, y son por ello figuras ejemplares, especialmente para nosotros los Obispos, siguiendo sus huellas garantizaremos la buena marcha de la Iglesia en cumplimiento de su misión: Hacer presente el Reino de Dios en el mundo.

    Al cumplir 25 años de ministerio episcopal le agradezco a Dios Padre haberme traído a la Arquidiócesis de México, y poder celebrar habitualmente los domingos la Eucaristía a los pies de nuestra Madre, Maria de Guadalupe, de quien he experimentado su protección y ayuda. Con estos sentimientos los invito unirse desde su corazón a mi oración de acción de gracias con el Salmo, que hemos escuchado hoy:

    Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo.

    Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo. Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores.

    Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias.

    Junto a aquellos que temen al Señor, el ángel del Señor acampa y los protege. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

    Dichoso el hombre que se refugia en él.

    Amén

  • Homilía- Las exigencias del Espíritu Santo- 26/06/22

    “Los exhorto…., a que vivan de acuerdo con las exigencias del Espíritu; así no se dejarán arrastrar por el desorden egoísta del hombre. Este desorden está en contra del Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de ese desorden”.

    Cualquier institución plantea sus exigencias o requisitos para participar en ellas, sea para colaborar sea para recibir sus beneficios. El espíritu que integra nuestro ser y le da vida a nuestro cuerpo también tiene sus exigencias, asumiéndolas obtendremos el orden interno que nos proporcionará la paz interior. Con ella podremos afrontar las adversidades y sufrimientos, pero especialmente el desorden que procede del egoísmo.

    ¿Cómo podremos obtener la capacidad para vivir de acuerdo con las exigencias del Espíritu, y superar el desorden?

    Hoy tanto la primera lectura como el Evangelio narran relatos vocacionales: el Profeta Elías llama a Eliseo para que sea su sucesor y continúe la labor profética en favor del pueblo de Israel y le transmite su espiritualidad, que dará a Eliseo la sabiduría y la fortaleza para continuar la obra del Profeta Elías, a quien se le reconoce como Padre del Profetismo en Israel:

    “El Señor le dijo a Elías: Unge a Eliseo, el hijo de Safat, originario de Abel-Mejolá, para que sea profeta en lugar tuyo. Elías partió luego y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante de él trabajaban doce yuntas de bueyes y él trabajaba con la última. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto. Entonces Eliseo abandonó sus bueyes, corrió detrás de Elías”.

    Y Jesús de camino a Jerusalén encuentra a dos que quieren seguirlo y otro a quien en el camino lo invita como discípulo. Ninguno de los tres logran seguirlo dos ponen condiciones previas, y otro no se decide al escuchar la advertencia de Jesús: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.

    Vocación, respuesta, y seguimiento o discipulado son tres dimensiones fundamentales que desarrolladas, garantizan la capacidad para vivir de acuerdo con las exigencias del Espíritu.

    La Vocación o llamada de Dios consiste en descubrir mis potencialidades, habilidades, y capacidades; en una palabra es el conocimiento de sí mismo. A partir del conocerme y aceptar lo que soy y no simplemente soñar en lo que quisiera ser, garantizaré alcanzar la plenitud del desarrollo adecuado de mi persona, y percibiré la creciente satisfacción de realizar mis responsabilidades a pesar de los esfuerzos y renuncias que deba asumir.

    Decidiendo responder positivamente a la vocación que descubra y siendo fiel a ella, constataré con gratitud el don de la vida, y descubriré el amor de Dios Padre, quien me la regaló, y también de quienes fueron mis progenitores.

    Llevando a cabo este proceso de respuesta y siguiendo a Jesucristo, conociendo y meditando los Evangelios, y preguntándome con frecuencia, qué se mueve en mi interior a la luz de esos relatos, y confrontándolos con los acontecimientos, que me cuestionan o que me dan satisfacción interior y alegría, descubriré el acompañamiento de Dios y el fortalecimiento de mi voluntad para ordenar mis pasiones e instintos y sean acordes a las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia.

    Si además comparto mi proceso personal en la propia familia, en los círculos de amistad, en alguna asociación o movimiento apostólico de la Iglesia, evitaré caer en radicalismos y posicionamientos, que frenan la apertura y flexibilidad para el diálogo y me capacitaré para la relación positiva con todo tipo de personas.

    Entonces asumiré con plena convicción, lo afirmado por San Pablo: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Su vocación, hermanos, es la libertad. Pero cuiden de no tomarla como pretexto para satisfacer su egoísmo; antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque toda la ley se resume en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pues si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse”.

    Por tanto, siguiendo el testimonio de vida de Jesús y de sus enseñanzas aprenderemos a respetar a los demás, independientemente si sus respuestas son satisfactorias o contrarias a lo que esperábamos. Por eso en el Evangelio de hoy escuchamos cómo Jesús reprende a sus discípulos:

    “Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: «Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?» Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió”.

    Preguntémonos si he descubierto mi vocación y si he vivido acorde a ella, y qué experiencia considero he adquirido en mi manera de relacionarme con los demás. Para ser fiel a mi vocación y tener una experiencia positiva es indispensable la oración. Hoy el Salmo, después de la primera lectura expresaba esa necesidad al decir: “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré”.

    De manera ejemplar éste fue el camino que siguió, Nuestra Madre, María de Guadalupe, acudamos a ella con plena confianza, para que nos sostenga en nuestra respuesta vocacional con su amor y cariño, porque esa es la causa por la que desde hace 5 siglos ha venido al Tepeyac para acompañarnos en la misión de hacer presente a su Hijo Jesucristo en el mundo.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para colaborar y promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.

    Ayúdanos a fortalecer las familias para que compartiendo las características de la mujer y del varón, expresen la importancia de la complementariedad de los papás, y faciliten en los hijos la educación para adquirir los valores de la fraternidad y de la solidaridad, y sean faros de luz en nuestra sociedad.

    Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
    Guadalupe! Amén.

  • Homilía en la ordenación de diáconos en Basílica de Guadalupe- 24/06/22

    Homilía en la ordenación de diáconos en Basílica de Guadalupe- 24/06/22

    «Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas.  Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y de oscuridad”.

    Nosotros los bautizados en el nombre de Jesucristo somos las ovejas a las que se refiere el Profeta Ezequiel, y nuestro Pastor es el mismo Jesús, quien ha cumplido esa misión en favor nuestro, y lo seguirá haciendo sin interrupción hasta el fin de los siglos.

    San Pablo a su vez explicita el gran amor misericordioso, que Jesús ha manifestado mostrando su plena y generosa entrega de su vida por nosotros: “Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores”.

    El mismo Jesús en el Evangelio expresa que será una gran alegría cumplir su misión de Pastor, cuando le presente a Dios Padre, el fruto de su pastoreo con la conversión de los pecadores: “Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse«.

    Es hermoso escuchar esta reflexión y sabernos protegidos y cuidados en el caminar de nuestra peregrinación por la tierra. Pero, ¿cómo será desarrollada esta constante vigilancia de la humanidad de parte de Jesucristo? ¿Quién hará y cómo será la búsqueda de la oveja perdida?

    Precisamente para esta gran responsabilidad, Jesús ha llamado a algunos de entre las ovejas del rebaño, que es la Iglesia, para ser pastores y llevar a cabo esta noble misión en favor de nuestros hermanos. Para esta responsabilidad, el Colegio de los Apóstoles desde los inicios de la Iglesia, respondiendo a las necesidades, que se presentaron ante el crecimiento de la comunidad eclesial, distinguió tres grados del Sacramento del Orden Sacerdotal: Diácono, Presbítero y Obispo.

    El Diaconado para el ejercicio de la Caridad y la administración de los recursos, auxiliando así al Obispo, sucesor de los Apóstoles. El Presbítero para colaborar al cuidado de una comunidad como Pastor en nombre de su Obispo. El Obispo como Cabeza de una comunidad de comunidades, siempre en comunión con el Obispo, Sucesor de San Pedro, hoy el Papa Francisco.

    Este día en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tenemos la alegría de conferir el Sacramento del Orden en el primer grado de Diáconos, a seis candidatos que serán integrados al Servicio de esta Iglesia de la Arquidiócesis de México; así sin dejar de ser ovejas, se convertirán en pastores de ovejas. Escuchemos con atención en qué consiste la responsabilidad como Pastores, que reciben mediante el Diaconado. Y oremos para que sean fieles y tengan un fecundo ministerio.

  • La presencia viva de Dios entre nosotros- Homilía en Corpus Christi 2022

    La presencia viva de Dios entre nosotros- Homilía en Corpus Christi 2022

    “Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.

    “Hagan esto en memoria mía”. De ordinario restringimos esta expresión a la celebración litúrgica del Sacramento de la Eucaristía; sin embargo nuestra consideración y visión debe ser mas amplia; ya que la explicación teológica del Sacramento indica que uniéndonos a Jesucristo en el Pan Eucarístico, no solo nutrimos nuestra fe y fortalecemos nuestro espíritu para vivir como Jesús, y dar testimonio de sus enseñanzas a través de nuestra conducta, viviendo la espiritualidad de la comunión con los demás cristianos; sino también, al unirnos a Jesucristo en la Eucaristía, nos unimos a todos los cristianos que participan de ella, y expresamos así, como Cuerpo Místico de Cristo la presencia del Misterio de Dios Encarnado, es decir la presencia viva y actual del Reino de Dios entre nosotros y a través de nosotros.

    En efecto, prolongamos así la Encarnación de Dios Trinidad en nuestras vidas, siguiendo el modelo de vida de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia. Es decir, aceptando como ella la Voluntad del Padre: “Hágase en mí según tu palabra” y recibiendo como ella el Espíritu Santo para engendrar al Hijo de Dios en su seno: “El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”; María es la primera criatura en la que inhabitó Dios Trinidad, mediante la concepción del Hijo de Dios en su seno, porque donde está el Hijo, está el Padre y el Espíritu Santo. Nosotros estamos llamados a prolongar esa Encarnación del Hijo de Dios realizada en María, a quien con pleno rigor llamamos Madre de la Iglesia.

    Por tanto, ésta es nuestra vocación como Iglesia, prolongar la presencia de Dios Trinidad en el mundo de hoy. Esta vocación es imposible cumplirla individualmente, solo es posible, como Iglesia en comunión. Debemos seguir el ejemplo de Nuestra Madre María: la aceptación de la Voluntad del Padre y no la mía, confiar en la asistencia del Espíritu Santo, y asumir nuestra propia cruz.

    Por eso, la presencia constante y continua de Jesús, el Hijo de Dios en el Pan Eucarístico es el centro y sustento de nuestra fe. En efecto, después de la palabras de la Consagración el Presbítero aclama: “Este es el misterio de la Fe”. Prolongar el Misterio de Dios Trinidad Encarnado en la Historia de la Humanidad es el mandato de Jesús a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía”.

    La Eucaristía es el centro y culmen de nuestra fe y de nuestro caminar como comunidad de discípulos, como Iglesia. Sin embargo, ante la maravilla de vivir la comunión con Dios y con nuestros hermanos, somos siempre conscientes de nuestra frágil condición humana. Por ello, aunque la Redención y su consecuencia salvífica de rescatarnos del mal se efectuó una sola vez y para siempre, en la crucifixión y muerte de Jesucristo, su aplicación en cada uno de nosotros, depende de nuestra ofrenda existencial de aceptar nuestra propia cruz y seguir a Jesucristo.

    Aquí viene muy bien el relato del Evangelio de hoy: “No tenemos más que 5 panes y dos pescados”. Esta expresión muestra nuestra pobreza y limitación para resolver las necesidades materiales, humanas, y espirituales que encontramos en nuestro prójimos y en nosotros mismos. Esta situación de limitación y pobreza personal permite descubrir que debemos actuar unidos solidariamente, superando cualquier tendencia al protagonismo y búsqueda de reconocimiento por el bien que pretendamos realizar en favor de los pobres y necesitados. Debemos poner nuestros 5 panes y dos pescados, es decir, lo que podamos ofrecer. Así interviene la acción del Espíritu Santo para proveer lo necesario, a corto, mediano o largo plazo, según la Divina Providencia lo decida.

    En efecto, testimoniar nuestra condición, como comunidad de discípulos de Cristo, nos desborda. Transformar la sociedad en una comunidad de hermanos es imposible para nuestras fuerzas, pero si damos lo poco o mucho que tengamos, que siempre será poco para la finalidad requerida, sin embargo desde la pobreza de nuestro aporte, el Espíritu Santo lo multiplicará abundantemente.

    Por lo anterior, es de suma importancia mantenernos fieles, confiando en la mano providente de Dios. Ante la fragilidad de nuestra condición humana, que hoy pensamos en grande y mañana al enfrentar la realidad cunde el desánimo, que apaga el fuego que se había encendido en nuestro corazón, la Providencia Divina nos ofrece el Sacramento de la Eucaristía

    Así al escuchar la Palabra de Dios se enciende el corazón, y al recibir el pan de la vida recibimos a Jesucristo, quien nos acompaña para fortalecer nuestro espíritu. Por eso es indispensable habitualmente frecuentar la participación en la Celebración de la Eucaristía, al menos cada Domingo, para vivir el Misterio de la Fe, y encontrarnos con los demás cristianos en el banquete Eucarístico. Es así que será posible dar un testimonio atractivo y convincente en la vida social, de la presencia del Reino de Dios en las relaciones con todo tipo de personas.

    Ante esta reflexión comprenderemos a profundidad, la necesidad e importancia vital del Ministerio Sacerdotal para ofrecer la Eucaristía a las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo.

    Hoy Jueves de Corpus Christi es una hermosa ocasión de juntos agradecer a Dios su Providencia por regalarnos el inconmensurable don del Sacramento de la Eucaristía, por nuestros actuales Presbíteros, y por el llamado que ha hecho a nuestros jóvenes para ser Presbíteros al servicio de la Iglesia. Oren siempre por nosotros sus ministros.

    A la luz del Misterio Eucarístico comprenderemos mejor el lema de la Visita Pastoral a las Parroquias: ¡Cristo Vive! ¡En medio de nosotros!

  • Homilía- Vivamos la semana Laudato si’- 22/05/22

    Homilía- Vivamos la semana Laudato si’- 22/05/22

    El Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.

    Hoy Jesús en el Evangelio, además de ofrecernos la promesa del Espíritu Santo, afirma también: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz, ni se acobarden”. Confiando en esta promesa de la asistencia del Espíritu Santo, obtendremos la fortaleza para colaborar a construir la ciudad santa, proyectada por Dios, como lo profetiza hoy el apóstol San Juan: “Un ángel,… me mostró a Jerusalén, la ciudad santa, que descendía del cielo, resplandeciente con la gloria de Dios”.

    Ahora bien, en nuestro tiempo estamos reconociendo que el modo y estilo de nuestra sociedad está dañando gravemente a la Tierra, nuestra Casa Común. Ninguno en particular, es capaz de afrontar este grave deterioro; necesitamos la participación de todas las personas, de todos los sectores sociales, y desde luego de los gobiernos. Es responsabilidad común colaborar para detener la degradación de nuestro planeta.

    Especialmente en las grandes metrópolis, como la nuestra, es urgente la toma de conciencia de todos los ciudadanos, sobre la necesidad de una ecología integral que garantice el uso de los recursos naturales, sin causar su deterioro y degradación. Por ello, los invito a responder a la solicitud del Papa Francisco de dedicar esta semana para leer, meditar y asumir la Carta Encíclica Laudato si’, y convencernos del indispensable compromiso de cuidar nuestra Casa Común.

    En el No. 93 el Papa afirma: “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos.

    Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»”.

    Éste es el camino para lograr una sociedad más justa, solidaria y fraterna, y garantizar que nuestra Casa Común sea el principio feliz de la Casa Eterna del Padre. Es decir, que el final de los tiempos sea glorioso su término, y se transforme gozosamente en la morada de Dios con los hombres. Como lo recuerda hoy Jesús mismo: «El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.

    Ciertamente es un enorme y urgente desafío detener el proceso de la actual degradación, y la habitual indolencia de muchos sectores sociales, que no se percatan de la emergencia o pretenden ignorarla.

    A pesar de las frecuentes voces, que con frecuencia escuchamos de considerar una dificultad insuperable, más el desaliento que provoca la violencia, las injusticias, y las contrariedades cotidianas, desatadas por la envidia, los celos, los desaires y las burlas ante las propuestas por el bien de la sociedad: La fe nos anima a afrontar con esperanza el gran desafío de hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo.

    En la mirada del amor de Dios Padre y en la confianza en su Palabra, el Hijo de Dios que nos prometió la asistencia del Espíritu Santo, sin duda encontraremos la fortaleza necesaria para afrontar las adversidades. El Papa Francisco expone en el No. 2 de la Encíclica Laudato si’ que:

    Esta hermana nuestra la madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla.

    La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22).

    Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.

    Ya que hemos sido bendecidos con el sol, el agua y la tierra, y las diversas especies de minerales, vegetales, y animales tan variablemente abundantes en fertilidad para que todos pudiéramos alcanzar una vida digna; abramos nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos responder al don de la creación.

    Depende de nosotros el destino de nuestra casa: hacerla morada de Dios con los hombres o llevarla a una degradación insospechada de escenarios catastróficos. Trabajemos por extender entre nuestros familiares, amigos, y vecinos, la conciencia de un nuevo estilo de vida, en base a una ecología integral, que sin duda las nuevas generaciones mucho lo agradecerán.

    Pidamos a Dios, nuestro Padre, por nuestras autoridades y por todos los que tienen posición de liderazgo para que, con el auxilio divino, colaboremos los ciudadanos a edificar, en nuestra Patria y en el mundo entero, la prometida ciudad santa.

    Los invito a que oremos a Dios, nuestro Padre que nos regaló esta tierra, y a María de Guadalupe, que como madre entiende la importancia de cuidar la casa de sus hijos y proveer todo lo que necesitan.

    Oración

    Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios para que nos ayuden a ser conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas y especialmente a las generaciones futuras.

    Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la creación. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente al don de la creación.

    Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

    Ahora, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, ayúdanos a ser capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres; para que que todos los actuales sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Enséñanos a ser valientes para acometer los cambios, que se necesitan en busca del bien común de toda la humanidad.

    Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.