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  • Homilía del Domingo de Ramos 2023: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

    ¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!”.

    Con esta expresión entendemos la oración de Jesús crucificado, expresando el sentimiento de soledad y abandono, cuando 4 días antes había escuchado del Pueblo congregado en Jerusalén: ¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el Cielo!

    Esta experiencia inesperada, que Dios Padre pidió a su querido Hijo que la viviera, se le llama Kénosis, es decir, el vaciamiento de sí mismo, en este caso: dejar la condición divina para asumir la condición de creatura, y hacerse así, semejante en todo al ser humano, menos en el pecado. De esta manera, Jesús asume el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios para realizar el misterio de la Redención, en favor de la Humanidad.

    La meditación a la que invita la Semana Santa, es para asumir en la esperanza cualquier situación que hayamos vivido de Kénosis, sea de forma personal o al acompañar a un ser querido en dicho trance. De esta manera comprenderemos que no basta ser simplemente admirador de Jesús, sino ser fiel discípulo suyo, que sigue su ejemplo, sus actitudes, sus criterios, y acepta el camino de contrastes, que habitualmente vivimos a lo largo de nuestra existencia.

    Dios no ha querido someter forzadamente al hombre por el camino del bien, porque no le interesa simplemente que el hombre cumpla con lo marcado por la ley; sino que aprendamos a vivir como Jesús; ya que solo en la libertad, el hombre descubre y experimenta el amor: y esa es nuestra vocación.

    Así desarrollaremos la conciencia necesaria para entender y aceptar la vida del espíritu, asumiendo la voluntad de Dios Padre, con plena confianza, y descubriendo la compañía y la fuerza del Espíritu Santo, a lo largo de las experiencias personales y comunitarias.

    Sin duda, progresaremos en el conocimiento de sus enseñanzas, aplicándolas en nuestra vida, especialmente ante los problemas, la dificultades de relación humana, las injusticias sufridas, las calumnias, las incomprensiones, o por la consecuencia de nuestros mismos errores, o ante las epidemias y enfermedades.

    Así creceremos en la experiencia y desarrollo de la vida espiritual, con la que seremos testigos de primera mano, de intervenciones de Dios en nuestra persona, y muchas veces también de lo que Dios realiza en favor de otras personas.

    Aprovechemos la Semana Santa, viviéndola en la expectativa del tercer día, en que Dios Padre rescató de la muerte a su Hijo, resucitándolo. Con esta experiencia afrontaremos cualquier adversidad y conflicto, experimentando la compañía del Espíritu Santo, que fortalece la fe y la necesaria confianza para vivir con la paz interior del discípulo fiel, integrados en la comunidad eclesial. ¡Que así sea!

  • ¿Cómo puede la Iglesia ser luz en la sociedad? Homilía del 19 de marzo

    ¿Cómo puede la Iglesia ser luz en la sociedad? Homilía del 19 de marzo

    ¿A qué despertar se refiere el Apóstol? ¿Por qué invita a ya no dormir? Hoy constatamos con gran claridad, que las tendencias y los dinamismos de la sociedad en general, son para atender el cuerpo. Y se descuida notablemente el desarrollo del espíritu, que hace vivir el cuerpo.

    Estamos dormidos, y por tanto ciegos al no reconocer nuestra vocación a la trascendencia, nuestro destino a la vida eterna. Despierta, tú que duermes; porque solamente en la conjugación del cuerpo y del espíritu se encuentra el sentido de la vida, la razón por la que hemos sido creados, y se encuentra a la par, el camino de la verdad, y de la auténtica y estable felicidad.

    ¿Por qué está la sociedad atraída solo por lo sensible a los ojos y por las necesidades corporales, y notablemente miope o ciega para atender las realidades del espíritu que nos da vida? ¿Por qué nos preocupamos solamente del presente inmediato, sin tener en cuenta el futuro? ¿Qué nos ha faltado a la Iglesia para ser luz y levadura de la semilla del Reino de Dios, que ha traído Jesucristo al mundo? Por tanto, preguntémonos: ¿Cómo puede y debe la Iglesia cumplir su misión de ser luz en la sociedad?

    Un primer criterio es aprender a mirar el corazón. Lo presenta la primera lectura, al narrar cómo es elegido David, el hijo menor de Jesé, quien ni su padre consideró que podría ser el elegido por el profeta Samuel para ser Rey. Dios le advirtió al profeta: “No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.

    Debemos pues adentrarnos en nuestro interior, conocernos a nosotros mismos, y compartir con los demás miembros de mi comunidad, lo que Dios siembra en nuestros corazones. Es el momento de pensar, ¿cómo me mira Dios? ¿Quién soy yo? ¿Me siento digno, contento, satisfecho de su amor? Necesitamos darnos cuenta que el Señor mira y está atento a cada persona, está pendiente y esperando una respuesta. Y tener claro, que esa respuesta individual y personal sólo cobrará vida y fuerza, sí se une con los demás, si entra en comunión.

    Este proceso nos ayudará a descubrir la personalidad de mis prójimos, superando la barrera de las apariencias, y desarrollando el arte de fijarnos en el corazón del prójimo.

    Así aprenderemos a superar la ceguera espiritual y a despertar nuestra conciencia. Así recuperaremos el horizonte del destino para el cual fuimos creados.

    Un segundo criterio es dar a conocer a Cristo, narrado en los cuatro Evangelios, y vivido por la Iglesia naciente, como lo atestiguan los escritos del Nuevo Testamento; debemos convertirnos en testigos de sus enseñanzas, dando testimonio con mi vida.

    Por eso, necesitamos participar habitualmente los domingos para encontrarnos con el Señor de la Vida, la Fuente de la Luz, y fortalecer nuestro interior, encontrándonos con Cristo, Palabra y Pan de la vida.

    Un tercer criterio para ser luz en el mundo de hoy es reconocer nuestra propia fragilidad. Para reconocemos frágiles ante los demás, debo permanentemente examinar si soy atraído por la corrupción, por el delito, por el pecado. Así tomaré conciencia de mi propia fragilidad, lo que me facilitará entender al prójimo, sin dejarme impresionar por las apariencias, y a mirar su corazón.

    En el evangelio de hoy, el ciego de nacimiento pide limosna y da a conocer su ceguera. Reconociendo su fragilidad y su impotencia para mantenerse y vivir, y acude a la compasión y ayuda de quienes acuden al templo.

    Jesús es el que se acerca al ciego de nacimiento que pedía limosna. No es el ciego el que busca a Jesús, es Jesús quien busca al ciego. Jesús además provoca con su acercamiento no solo curar al ciego, sino también para enseñanza de sus discípulos, quienes al preguntarle: ¿Quién pecó para que éste fuera ciego, él o sus padres?

    Aparece su errónea y frecuente concepción de considerar los males corporales, como consecuencia del pecado y por tanto un castigo de Dios.

    Jesús corrige esa interpretación: Las realidades y acontecimientos son ocasión para manifestar la intervención de Dios en la Historia de la humanidad, convirtiéndola así en Historia de Salvación.

    La curación del ciego muestra a Jesús tomando tierra y modelando con su saliva el barro, provocando una alusión de la Creación del Hombre y la Mujer. Así Jesús se manifiesta como el Mesías capaz de generar una nueva criatura, lo cual hace referencia a la Nueva Vida del Espíritu, que Jesús explicó a Nicodemo.

    Para responder a la pregunta ¿cómo seré luz en el mundo de hoy? Debo con frecuencia examinar si me quedo en lo sucedido, sin descubrir lo que Dios quiere decirme a través de los acontecimientos; si no percibo lo que Dios me ha ofrecido como signos de su presencia y acción en mi persona y entre mis prójimos.

    Aprendamos y constatemos que la vida de nuestro espíritu, es luz y orientación en los contextos sociales y culturales de nuestro tiempo. Por eso les pregunto: ¿Qué mirada nueva provoca hoy en mí la Palabra de Dios? ¿Me impulsa a transmitir, que he descubierto a Jesús como la luz del mundo, y me convence en ser misionero transmisor de esa experiencia, siguiendo el ejemplo del ciego de nacimiento?

    Nuestra fragilidad nos conduce al temor, que frena manifestarnos como discípulos de Jesús, y así no cumpliremos como Iglesia la misión, de ser Luz del mundo y Sal de la tierra.

    Pidamos el auxilio de Nuestra Madre, María de Guadalupe para que seamos impulsados por su amor, a ser testigos de la presencia de su Hijo Cristo en el Mundo.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Te pedimos fortalezcas al Papa Francisco, quien hoy cumple 10 años de haber iniciado su ministerio pontificio, como Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. Y durante este periodo ha insistentemente alentado para que seamos una Iglesia en salida, que vaya al encuentro de quienes no han desarrollado su vida espiritual, su relación con Dios, y por eso duermen y viven en las tinieblas.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar, lo que Dios Padre espera de nosotros, en este tiempo tan desafiante.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que nuestras familias crezcan en el Amor, y aprendan a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir, que a través de la cruz, conseguiremos la alegría de la resurrección.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • ¿Cómo puedo tener una relación personal con Jesús? Homilía del 5 de marzo de 2023

    ¿Cómo puedo tener una relación personal con Jesús? Homilía del 5 de marzo de 2023

    “Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré. Haré nacer de ti un gran pueblo y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre y tú mismo serás una bendición…En ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra”.

    Respondiendo al Señor, seremos siempre acompañados y bendecidos por su amor. En la misma tónica San Pablo lo reafirma en el cumplimiento de la misión, que Dios solicita especialmente ante el sufrimiento y obstáculos, que se encuentren en el camino. Para lo cual es fundamental centrar nuestra vida teniendo siempre en cuenta a Jesucristo, en su testimonio y en sus enseñanzas, en las que encontraremos la orientación ante las interrogantes existenciales; y la fortaleza ante las adversidades, incluidas la persecución y la misma muerte.

    “Querido hermano: Comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. Pues Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo merecieran nuestras buenas obras, sino porque así lo dispuso él gratuitamente”.

    Esto se ve reflejado en la escena del evangelio, que ofrece un pasaje asombroso y lleno de elementos para vivir el discipulado con fidelidad y entrega. En primer lugar el establecer la relación personal con el Señor Jesús: “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado”.

    Pero, ¿cómo puedo yo generar una relación personal e íntima con Jesús, si a Él no lo puedo ver ni acompañar como Pedro, Santiago y Juan?

    La formas cambian, pero las posibilidades del Encuentro con Jesucristo no se limitan a las corporales, se extienden mediante la relación espiritual, aunque intangible, no se toca corporalmente pero es real; ya que puedo desarrollar una experiencia de relación que transforma mi vida.

    Ahora, ¿cuál es el camino? Indudablemente es indispensable el silencio ante el mundo exterior para encontrarme conmigo mismo, descubriendo lo que Dios ha sembrado en mi corazón, y aprendiendo a dar cauce a las buenas inquietudes, que surjan de ese descubrimiento.

    Este arranque es el inicio de un proceso que llamamos Oración desde el corazón: y consiste en la relación con el Espíritu Santo, quien siembra las inquietudes y desarrolla la experiencia para conocer la Voluntad de Dios Padre ante las diversas y variadas circunstancias de mi vida, de mis relaciones interpersonales, y de mis respuestas a los contextos familiares, laborales, y sociales.

    Este proceso de aprendizaje para orar necesita la herramienta fundamental, que debe acompañarme durante toda mi vida: la lectura, meditación y reflexión comunitaria de los Evangelios, para conocer las enseñanzas de Jesucristo y la manera como él respondió en sus circunstancias a su vocación.

    A esto se refiere San Pablo hoy: “Este don, que Dios ya nos ha concedido por medio de Cristo Jesús desde toda la eternidad, ahora se ha manifestado con la venida del mismo Cristo Jesús, nuestro salvador, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio”.

    Estas reflexiones sobre la necesidad de transmitir a las nuevas generaciones la importancia para desarrollar el camino espiritual, en relación con la vida cotidiana y el cumplimiento de las responsabilidades respectivas, es y será indispensable, contar con guías espirituales. El ideal es que en la primera etapa de la niñez sean conducidos por los propios padres en el contexto familiar, vecinal y escolar.

    Se desprende por tanto, la necesaria asistencia que debemos ofrecer a las familias, particularmente como Iglesia. Por esta razón, los Obispos de México hemos acordado intensificar cada año en el mes de Marzo, la atención y ayuda a la Familia. Tanto en la etapa previa de preparación al matrimonio, como posteriormente ofrecer la asistencia para la formación y mutua ayuda entre los matrimonios constituidos.

    La existencia de Movimientos y Asociaciones Apostólicas en favor de la familia, son una enorme ayuda a nuestra sociedad, y por ello debemos apoyarlos en nuestras comunidades parroquiales, tanto en estructuras materiales, facilitando los espacios, como en la asistencia espiritual con los agentes de pastoral, sean sacerdotes, religiosas, o laicos preparados y comprometidos en esta dimensión.

    También llega el próximo miércoles el Día Internacional de la Mujer. Cristo dio testimonio que somos complementarios, que tenemos la misma dignidad, y que sólo en una relación fraterna y solidaria nos conducirá a edificar la anhelada Civilización del Amor. Es urgente e indispensable generar una cultura, sustentada en la misma dignidad de ser hijos de Dios, y desarrollar las Instituciones necesarias para ofrecer una sociedad, en la que todos tengamos opción a la educación, salud, empleo, y vida digna.

    Los invito para que en esta Cuaresma desarrollemos una reflexión personal, familiar, social, en los diversos círculos de nuestra vida, para replantearnos el aprendizaje para ejercer la libertad, aprendiendo a optar siempre el bien, y a evitar el mal. Y de esta manera, superar el individualismo y el subjetivismo, que tanto dañan a nuestra sociedad; ya que están mal encauzados, y conducen al libertinaje y a las adicciones.

    Pidámosle ayuda a Nuestra Madre, María de Guadalupe, a quien le tenemos tanto cariño y confianza, ella supo darle todo su afecto a Jesús, acompañándolo hasta el final en el Calvario, y recibiendo por ello, la gracia de ver a su hijo resucitado.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar, lo que Dios Padre espera de nosotros, en este tiempo tan desafiante.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que nuestras familias crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir, que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

     

  • ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Homilía del 29 de enero de 2023

    ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Homilía del 29 de enero de 2023

    Si todo lo hemos recibido por Jesucristo, démoslo también por Él.

    “Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, busquen la humildad”.

    Con estas palabras el Profeta Sofonías anima a los miembros del Pueblo de Israel, que se sienten confundidos ante la trágica muerte del Rey Josías, quien había corregido los malos gobiernos que le precedieron, y restaurado el culto en fidelidad a Dios. Por lo cual, particularmente los más desprotegidos comenzaban a desconfiar si Dios está o no con ellos, e incluso a sentirse abandonados por la Providencia divina.

    En esas circunstancias, el profeta les dirige estas alentadoras palabras: “yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras”.

    Así, el profeta señala que la gente pobre y humilde, minusvalorada, resto de la sociedad, es elegida para transmitir la presencia y la continuidad del pueblo de Israel como el Pueblo elegido por Dios para manifestarse a los demás pueblos. Esta vocación que continúa la Iglesia por mandato de Jesucristo, la reitera el apóstol San Pablo al dirigirse a la comunidad cristiana de Corinto:

    “Hermanos: Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, según los criterios humanos. Pues Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios”.

    San Pablo aclara contundentemente que la obra de Dios solamente será efectiva si estamos unidos a Cristo Jesús, y que a través de esta comunión con Él, desarrollaremos la sabiduría necesaria para conducirnos rectamente en el cumplimiento de nuestra particular vocación, obteniendo la justicia, la santificación y la redención: “por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.

    La consecuencia es que debemos ser humildes y reconocer que todo lo hemos recibido gracias a Jesucristo, el Señor: “Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.
    El Evangelio reitera en labios de Jesús esta misma afirmación sobre la necesidad de la humildad en el discípulo de Cristo, al proclamar que la pobreza de espíritu es indispensable para obtener la participación y la experiencia del Reino de los Cielos:

    “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Por tanto, la pobreza de espíritu es consecuencia de la humildad, virtud que genera el reconocimiento que todo lo que poseemos y adquirimos a lo largo de nuestra vida es don y regalo de Dios.

    Ahora bien, si lo que tenemos nos viene por la generosidad divina, debemos atender a las personas que no cuentan habitualmente en la vida social de una población; es decir, los pobres y todo tipo de marginados, deben ser siempre atendidos y auxiliados en sus necesidades temporales, por quienes si hemos recibido dones materiales, y reconocemos que provienen de la Providencia divina.

    En esta reflexión entenderemos mejor porque la Caridad es la máxima de las virtudes que debe practicar un discípulo de Cristo, como tantas veces lo ha señalado el Magisterio de la Iglesia; y en estos años el Papa Francisco, lo ha mostrado en su ministerio, indicándonos que al encontrarnos con ellos y asistirlos, nos encontramos con Cristo.

    Hay otras dos bienaventuranzas en la parte final que completan nuestra reflexión: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Es decir, también los hijos de Dios debemos promover y practicar la justicia, y procurar la buena relación entre los miembros de una sociedad. Lo cual, sin lugar a dudas, afectará a todos los que proceden arbitrariamente, buscando solo su beneficio y dejando de lado la práctica de la justicia. Esto precisamente es lo que, en muchas ocasiones, provoca la injuria, la calumnia y la persecución contra los que buscan la justicia, la reconciliación y la paz.

    El discurso de las Bienaventuranzas, culmina afirmando: “Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Lo cual sin duda sorprende el estilo de la vida humana, que aprecia más a quien tiene riquezas temporales, o poder por la autoridad que ejerce.

    Así Jesús previene a sus discípulos, que siguiendo sus enseñanzas no obtendrán reconocimiento y éxito en esta vida; sino al contrario, estarán expuestos a la injuria, la persecución y la calumnia. Porque con el estilo de vida que mira a la vida eterna y no se queda con la mirada miope de la vida terrena, siempre se tocarán intereses meramente humanos, que buscan el placer, las riquezas y el poder.

    Por eso los invito a retomar y apropiarnos del Salmo 145, con el que hoy respondíamos a la Palabra de Dios: “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente, reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos”.

    Dirijamos ahora nuestra mirada y nuestra súplica a Nuestra Madre, María de Guadalupe, para aprender de ella a ser humildes y reconocer que todo bien procede de Dios, Nuestro Padre; y pidamos su auxilio para fortalecer nuestra generosidad con el pobre y el necesitado.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a manifestar a través de nuestras vidas que Cristo, tu Hijo Jesús, vive en medio de nosotros, y nos convirtamos así en sus discípulos y misioneros en el tiempo actual.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Tres condiciones para recibir la bendición de Dios. Homilía del 1 de enero de 2023

    “El Señor habló a Moisés y le dijo: Dí a Aarón y a sus hijos: De esta manera bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”.

    ¿Qué necesitamos para recibir la bendición de Dios?

    Hay tres características fundamentales: la primera es la conciencia de recibir con la bendición, la protección de Dios para conducirnos en la vida, en nuestra peregrinación terrestre.

    La segunda, consiste en decidir nuestras actividades, según la voluntad de Dios, esclarecida en el cotidiano proceso de discernimiento espiritual para descubrir lo que Dios nos pide, y no simplemente actuar según mi voluntad y mi querer.

    La tercera es desarrollar la confianza en la benevolencia de Dios, así Él nos transmitirá la paz interior, que será la clara señal, de que hemos obrado en consonancia con la voluntad divina; es decir, hemos hecho lo que esperaba Dios que hiciéramos; y por esta razón lo que hagamos tendrá consecuencias muy positivas, y muchas veces de manera inesperada y sorprendente.

    “En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre”. Los pastores supieron responder a la bendición de Dios, que mediante el ángel recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús; fueron a todo prisa a buscarlo, y encontraron al niño recostado en un pesebre, acompañado de María y de José. Ellos, a su vez, se convirtieron en transmisores de lo que habían visto y oído:

    “Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados”. Al recibir conscientemente la bendición de Dios podremos, como los pastores, convertirnos en discípulos misioneros, capaces a nuestra vez, de transmitir la presencia de Dios, la paz interior, que solo Dios sabe regalar.

    Siguiendo este ejemplo de los pastores, la Iglesia será una comunidad de discípulos, que transmiten la bendición de Dios a sus prójimos, y transforma las relaciones personales y sociales, fortaleciendo a las instituciones, que garantizan el orden y la paz social.

    La Iglesia cumplirá así su misión de ser factor de la anhelada paz al interior de una nación, y entre las naciones, superando los conflictos y las guerras, que siempre son producto de intereses egoístas y parciales, que propician el olvido y abandono de la conciencia de ser habitantes peregrinos, que vivimos en una misma Casa Común, que es la Tierra, nuestro planeta.

    A este respecto una vez más, el Papa Francisco, nos alienta en el mensaje, enviado a toda la Iglesia y a los hombres de Buena Voluntad, con motivo de la quincuagésima sexta Jornada Mundial por la Paz en el Mundo: “¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico.

    Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común”.

    Con la llegada de Jesucristo ha llegado la plenitud de los tiempos, como lo recuerda San Pablo: “Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Es decir con Jesucristo, que es la bendición de Dios en persona, hemos recibido la capacidad y hemos conocido el camino para lograr reconocernos hermanos e hijos de un mismo Dios y Padre.

    Pero, debemos advertir que no alcanzaremos la plenitud absoluta en este peregrinaje hacia la Casa del Padre, pues aunque ya Dios ha hecho lo que tenía que hacer, depende de cada generación lograrlo. Queda a nuestra disposición y libertad recorrer ese camino, depende de la libertad de cada ser humano y de la conjugación de los esfuerzos puestos en comunión.

    El Papa Francisco en su mensaje, citando a San Pablo, permite culminar nuestra reflexión de manera esperanzadora: “Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente, que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche” (1 carta a los Tesalonicenses 5,1-2).

    Con estas palabras, el apóstol Pablo invitaba a la comunidad de Tesalónica, mientras esperaban su encuentro con el Señor, a permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra, con capacidad de una mirada atenta a la realidad y a los acontecimientos de la historia.

    Por eso, aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, orienta
    nuestro camino. Con este ánimo san Pablo exhorta constantemente a la comunidad a estar vigilante, buscando el bien, la justicia y la verdad: «No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (5,6). Es una invitación a permanecer despiertos, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino a ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras.

    Este primer día del 2023, a los 8 días de la Navidad, celebramos la festividad de Santa Maria, Madre de Dios. A ella acudamos como Madre nuestra y Madre de la Iglesia que nos acompañe y auxilie para seamos la Iglesia discípula y misionera, como ella lo ha sido.

  • Homilía de la Misa de las Rosas 2022

    “Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí; los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna”.

    Todos estos hermosos frutos, que el autor del libro del Eclesiástico refiere a la Sabiduría, los alcanzaremos si seguimos el ejemplo y las huellas, de quien los ha vivido en plenitud y los manifiesta con su vida. ¿De quién hablamos, a quien nos referimos?

    Indudablemente al contundente testimonio de Nuestra Madre, María de Guadalupe. En efecto cuando la Virgen María le fue anunciado, que sería la madre del Hijo de Dios, no lo entendió, y preguntó ¿Cómo será esto? La respuesta fue clara y al mismo tiempo misteriosa: “El Espíritu Santo vendrá sobre tí, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Ella sin entender a fondo aceptó: “Hágase en mí según tu palabra”. Y recibió el Espíritu Santo, así aprendió a caminar, y a dejarse conducir bajo la sombra del Espíritu Santo, obteniendo la Sabiduría.

    El Evangelio de hoy, narra cómo el Espíritu Santo se presenta a la vez en dos mujeres, que han abierto su corazón a la gracia, y comparten con alegría su experiencia eclesial. Dando un primer testimonio de la vocación y misión de la Iglesia Madre, llamada para ser espacio y promotora del encuentro entre quienes se dejan conducir bajo la sombra del Espíritu Santo.

    “María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel… Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!.. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. El Espíritu Santo en su actividad, lo que promueve en nosotros, es la generación de la característica fundamental de la naturaleza divina, que es la comunión; fruto del amor que mira siempre por el bien del otro.

    Dios es tres personas y un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ellos viven una comunión tan íntima, tan perfecta, que teniendo siempre cada uno todo el poder, siempre están de acuerdo. No hay competencia, no hay rivalidad, no hay actitudes en las que se pisa a uno para que el otro sobresalga. Es comunión que logra la unidad. En esto consiste la naturaleza divina. Y esa es la herencia que se nos promete, si seguimos el ejemplo de Nuestra Madre, la Virgen María.
    La naturaleza humana, no es herencia, porque ya se posee. En cambio la naturaleza divina es herencia prometida y ofrecida a todos sin distinción de personas, de pueblos y naciones. Dios la ofrece a toda la humanidad. Pero para adquirirla es indispensable caminar en la comunión. Esta gracia, se va desarrollando por obra del Espíritu Santo. Hay que aceptarlo y dejarnos conducir por Él.

    Ahora imaginemos que asumimos esta prometida herencia, ¿Qué sociedad habría? Quedaría superada la rivalidad, el celo, la envidia, el sometimiento de los otros; pues esa es la sociedad que Dios quiere. Por eso, decidió que esa misma Virgen María, que le dio carne a Jesús, viniera a México, entrara en nuestra historia, desde el origen de esta nación. Para dar esa mirada materna, que transmite ayuda y consuelo. Ella ha venido para que descubramos nuestra vocación de fraternidad y vivamos como hermanos.

    Ésta es la casita que Dios quiere y para la que ha enviado a María de Guadalupe. La casita de la única familia, la de los hijos de Dios que se reúnen entorno a su madre. De esta manera asumimos la herencia de la naturaleza divina. Por esta convicción, y con gran esperanza los Obispos de la Conferencia Episcopal de México, hemos acordado promover un novenario de años hacia el 2031, año en que se cumplen cinco siglos de la llegada de Nuestra Madre, María de Guadalupe al Tepeyac.

    Descubramos qué hay en el corazón de cada uno de nosotros, y de quienes reconocemos y compartimos a María de Guadalupe como nuestra madre. Ella es el alma de la religiosidad del pueblo mexicano. Es nuestro deber desarrollar este amor para que no se quede solamente en devoción personal, sino que sea acción transformadora; y así logremos la plenitud de los tiempos que quiere Dios. El ya hizo lo suyo, y nos ha dado el Espíritu Santo; pero cada persona tiene que aprender a relacionarse con el Espíritu de Dios, siguiendo el ejemplo de la Virgen María.

    El mejor ejercicio para aprender y dejarse conducir por el Espíritu de Dios es el discernimiento personal y comunitario para responder a la pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Para qué me ha creado? ¿Por qué me quiere como hijo? Y también: ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es la sociedad que Dios desea?

    En este sentido la vocación y misión de México es ser primicia de lo que Dios quiere para el resto de la Humanidad. Ante los constantes conflictos étnicos en el mundo, nuestro país ofrece una expresión del mestizaje, de la conjugación de dos
    razas, que han logrado ser una Nación, y una cultura que llamamos la mexicanidad, que tiene su origen en el “Acontecimiento Guadalupano”.

    Lo que desea Dios es la superación de las barreras étnicas, descubriendo las razas como riqueza y no como competencia. Esa es la tarea, Dios ya hizo lo suyo, ¿estamos dispuestos a hacer lo que nos corresponde para que se realice el proyecto de una humanidad fraterna y solidaria?

    Digámosle a María de Guadalupe, que ha estado en la historia de nuestro pueblo en estos ya casi cinco siglos, que continúe alentándonos y acompañándonos. Pidámosle que nos ayude a generar esta conciencia, y a transmitir nuestra experiencia de amor a ella, para que a través de este amor obtengamos, que México camine en la reconciliación, en la justicia y en la paz; y así superemos las polarizaciones y las confrontaciones, que nos dividen, y logremos edificar el México que ella desea, una sociedad que se reconoce como su familia, y convivamos como hermanos de una
    misma madre.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Acompáñanos en estos 9 años hacia el 2031, en que promoveremos tu mensaje y trabajaremos de la mano todas las Diócesis de México para que seas la Madre de este Pueblo Mexicano, que desea congregarse en torno tuyo, reconociéndonos como tus hijos, y por tanto como hermanos de una única familia.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    “Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”.

    El desánimo fácilmente puede invadirnos al tomar conciencia de los grandes desafíos sociales, como son la Desigualdad Social que separaba las distintas clases sociales, o la volatilidad del compromiso matrimonial, que deja a los hijos desprotegidos de un hogar, sin una cuna para aprender el amor recíproco y la ayuda solidaria, que debiera inspirar el testimonio cotidiano de papá y mamá. Así fácilmente surge la desesperanza y debilita la voluntad para emprender con ánimo y fortaleza la edificación de la civilización del amor, para la que nos ha creado Dios, Nuestro Padre, y nos ha revelado en carne propia, Jesucristo, el Señor: Camino, Verdad y Vida.

    El Profeta Isaías sigue alentando ante la ceguera y la sordera espiritual que siempre cunde en el pueblo de Dios por el desconcierto e incertidumbre ante lo que sucede y lo que acontecerá, por ello anuncia también generando la esperanza: “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

    Precisamente para esto ha enviado Dios Padre a su Hijo, para darnos la mano y caminar con nosotros, ofreciéndonos la asistencia constante del Espíritu Santo; así se ha cumplido el anuncio del Profeta Isaías: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón”.

    En nuestro contexto sociocultural actual, ¿a qué desierto podemos referir la acción ofrecida por Jesucristo de la asistencia del Espíritu Santo? Sin duda, al desierto del silencio y la soledad para encontrarse con uno mismo. Este es el camino indicado para descubrir que Dios me habla, sembrando en mi corazón las buenas inquietudes y proyectos para bien de mi comunidad.

    En nuestro tiempo existe una tendencia intensa y constante a propiciar la cultura de la imagen por encima de la auténtica cultura humana, que es la de compartir la vida y caminar juntos, la cultura sinodal, que nos ha recordado el Papa Francisco con insistencia.

    Esta experiencia redentora y salvífica, que con su vida ofrece Jesucristo, la hacemos nuestra y la experimentamos cuando seguimos, como buenos discípulos, sus enseñanzas y las ponemos en práctica a la par de nuestra familia, de nuestra
    comunidad parroquial, y de nuestra Madre la Iglesia.

    El consejo que hoy el apóstol Santiago ha recordado nos orienta para desarrollar la paciencia y la esperanza necesarias, y dejarnos conducir bajo la guía del Espíritu Santo: “Hermanos: Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”.
    La Paciencia y la Esperanza son la clave del caminar en la vida. Recordemos a los Profetas y todos los que nos han precedido, dejándonos el testimonio de su generosa entrega y caridad.

    Es decir que nuestra esperanza no esté condicionada por los hechos inmediatos de éxito, sino por la confianza en la Palabra de Dios, que nos conduce por tiempos de desierto e incertidumbre, pero mediante la constancia constataremos con frecuencia la bondad y el amor de Dios, que misericordiosamente nos consuela y alienta.

    Finalmente en el Evangelio San Mateo narra: “Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino”.

    Los Hechos son la prueba que da la certeza de que lo proclamado es verdad. Los hombres que miran como Juan, y actúan propiciando el bien de sus hermanos, seducen y atraen para reorientar las vidas de quienes andan extraviados. Por eso el
    camino a seguir motivados por la Fe que nos ilumina, y por la esperanza que enciende nuestro corazón, es la práctica de la Caridad.

    Nuestra recompensa inmediata es ser testigos de la alegría que causa al que sufre, recibir la ayuda necesaria; y nuestro corazón se inunda del amor de Cristo, ya que auxiliando a los más necesitados, es a él a quien encontramos. Con esta experiencia podemos hacer plenamente nuestro el canto del Salmo, que hoy hemos proclamado, respondiendo a la Palabra de Dios:

    “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente. Reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos. Ven señor a Salvarnos”.

    Y cuando nos invada el desánimo, es oportuno invocar el consuelo y la ayuda de Nuestra querida Madre, María de Guadalupe; e incluso venir para darle las gracias de su presencia en medio de nosotros.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús. Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y
    generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Gaceta Oficial 2021

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  • Gaceta Oficial 2019

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  • ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    “Ya viene El día del Señor,… Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”.

    Los últimos domingos del año litúrgico, presentan textos alusivos al final de los tiempos. Este tema responde a una inquietud, generalizada a lo largo de los siglos, en todas las generaciones, sobre el fin del mundo y de la historia humana.

    El profeta Malaquías hace una importante aclaración, que sin duda tocará para bien, el corazón de todo creyente: el fin del mundo será muy distinto para quienes han sido fieles al Señor, Dios Creador, y que han creído en Él, pues será un día glorioso. Porque Jesucristo, es el Señor de la Historia, y traerá la salvación para todos sus discípulos.

    También en el Evangelio de hoy, le preguntan a Jesús, acerca del día del fin del mundo. Jesús advierte e invita a que no se dejen engañar. A lo largo de los siglos siempre habrá, quienes anuncien señales del fin del mundo: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

    En efecto, una y otra vez, en el ciclo de la Historia, se presentarán situaciones desfavorables, así cuando suceden catástrofes, son parte del ritmo de las leyes de la naturaleza. Las epidemias y el hambre son consecuencia combinada de esas leyes y de la conducta de los seres humanos. Por eso, Jesús llama para evitar la confusión: las adversidades, las catástrofes, y las epidemias, no son necesariamente signo ni señal del fin del mundo.

    Además, Jesús advierte con claridad y contundencia: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”; pero esas señales se han dado y se seguirán presentando a lo largo de los siglos, como hasta ahora lo hemos constatado.

    Si se revisa la historia de estos XXI siglos después de Jesucristo, esos eventos lamentables, han acontecido una y otra vez. Después vienen tiempos de reconciliación y de paz, dependiendo de nosotros, de las generaciones que en su momento les corresponde compartir la misma época.

    Sin embargo, las advertencias sobre el fin del mundo, nunca deben ser instrumento para amedrentar. Quienes tenemos fe en Jesucristo, nunca debemos tener miedo al fin del mundo, ya que será glorioso, como afirma el profeta Malaquías. En cambio, como bien advierte el profeta, para los soberbios y malvados, será terrible, ya que para ellos todo será exterminación y muerte, serán consumidos como termina la paja en un horno.

    De la misma manera, Jesús anuncia que sus discípulos en las distintas épocas serán atacados y perseguidos por profesar su fe: “Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí”.

    Aunque es conveniente aclarar que las persecuciones contra la Iglesia y sus fieles han sido, son, y serán siempre consecuencia de enfrentamientos ideológicos al interior de la sociedad y de las organizaciones e instituciones, tanto públicas como privadas.

    El Apóstol Pablo advierte a la comunidad de Tesalónica, que consideraba que el fin del mundo era inminente, y dejaron de trabajar, pensando que, si mañana se acabaría todo, que caso tenía trabajar, construir y edificar. Recordándoles su testimonio de vida los exhorta: “Hermanos: Ya saben cómo deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme, para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar”. Por eso, Pablo es durísimo, cuando manifiesta a la comunidad, que quienes no trabajan son unos holgazanes, que se entrometen en todo y no hacen nada: “El que no quiera trabajar, que no coma”.

    Mientras se tenga vida, condiciones de salud y de servicio a los demás, habrá quehaceres. Ésa es la tarea, en la que debemos ayudarnos unos a otros, para caminar juntos como comunidad. Hay que mantener siempre la disponibilidad para colaborar con lo que somos y con lo que tenemos: capacidades, habilidades y conocimientos. Así se construye la fraternidad de los discípulos de Cristo, en el servicio a la misma Iglesia y a la sociedad.

    En el servicio hay que invitar a todos, aún aquellos, que por diversas circunstancias están distantes de la Iglesia, sean católicos o no, e incluso a quienes han optado por alguna otra confesión de fe o rechazado creer en Dios. Nosotros, como discípulos de Cristo, tenemos que seguir el ejemplo del Maestro. Acercarnos a todos para manifestar con palabras y hechos la misericordia de Dios Padre, que nos ha creado con la finalidad de que lleguemos a la casa que nos tiene preparada.

    Con estos elementos de la Palabra de Dios, preparémonos para el siguiente domingo, la fiesta de Cristo Rey, que nos impulsará, alentará y motivará para construir el Reino de Dios en medio de nosotros, y hoy que celebramos la VI Jornada Mundial del Pobre en comunión con el Papa Francisco y con toda la Iglesia, se convierta en una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.

    Acudamos con plena confianza a nuestra Madre, María de Guadalupe para que fortalezca nuestro espíritu fraterno y solidario en nuestras comunidades parroquiales.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en esta VI Jornada Mundial del Pobre a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan para superar la gran desigualdad social que vivimos.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.