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  • SUBSIDIO HOMILÍA/ 3° CUARESMA/ CICLO C /20 MARZO 2022

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  • Homilia- ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?- 23/08/21

    Homilia- ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?- 23/08/21

    Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Muchos discípulos de Jesús que lo habían oído, decían: «¡Es dura esta enseñanza! ¿Quién puede aceptarla?”.

    De todos los que seguían a Jesús, la mayoría lo hacía por las obras de Jesús en favor de los enfermos, necesitados o hambrientos, no lo seguían por sus enseñanzas. Por eso no se preguntaban, ¿quién es Jesús?

    Cuando Jesús les habla del alimento espiritual, del pan de la vida, y les confiesa que él es el pan de la vida, y que habrán de comer su carne y su sangre para obtener esa vida del Espíritu, la mayoría de los discípulos ni lo entienden ni lo aceptan.

    Dándose cuenta de que sus discípulos murmuraban, Jesús les preguntó: ¿Esto los escandaliza? Entonces, ¿qué sucederá cuando vean al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida, la carne de nada ayuda. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”.

    Ante el escándalo que causan sus enseñanzas, Jesús interpela a sus discípulos, aclarándoles que para aceptar su doctrina y seguirlo, es indispensable la Fe: Creer que Jesús viene de lo alto, que se ha encarnado, y creer en esta verdad es aceptar que el Padre de Jesús es Dios. Por eso Jesús les advierte: “Hay algunos entre ustedes que se niegan a creer”…”Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo abandonaron y no andaban más con él”.

    Ante la deserción de los seguidores, que debió ser una situación dolorosa y quizá frustrante, Jesús plantea la pregunta al grupo de los doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Es necesario expresar pública y abiertamente la decisión de seguir con Jesús. Hay que definirse. Después de un tiempo de conocerlo, escucharlo y relacionarse con Jesús, es necesario optar por él, asumir conscientemente la decisión de seguirlo y convertirse en un discípulo que se suma al grupo.

    El pueblo de Israel debió optar claramente y expresar su aceptación: “Josué dijo al pueblo: Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir… en cuanto a mi toca, mi familia y yo serviremos al Señor…El pueblo respondió: Lejos de nosotros abandonar al Señor…El fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino que recorrimos y en los pueblos por donde pasamos. Así pues, también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”.

    ¿Agradezco a Dios el haber conocido a Jesús? ¿Agradezco la llamada, la vocación que he recibido para ser su discípulo? ¿Pido la gracia para corresponder a la llamada? ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?

    Es interesante considerar que es el mismo Jesús, quien suscita el cuestionamiento, y provoca la deserción. Está convencido que necesita discípulos creyentes de su palabra, y que sostenidos por la fe puedan dar testimonio con su vida, de que creen en sus enseñanzas y viven acorde a ellas.

    La respuesta de Pedro en plural manifiesta que es el sentir de todos: “Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Nosotros hemos creído y reconocido que tú eres el Santo de Dios”.

    Jesús había aclarado: “Les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”. La llamada y la elección es del Padre, a través de Jesucristo, y la decisión de responder al llamado es del discípulo.

    ¿Asumo como Pedro y los doce mi identidad de pertenencia al grupo de discípulos de Cristo? Si he asumido esta identidad, entonces debo ser consecuente y preguntarme:

    ¿Me identifico con la Iglesia, me siento perteneciente a ella, contemplo el misterio que entraña?¿Amo a la Iglesia y estoy dispuesto a servirla?

    La fe que sostiene mi opción por Cristo, necesita ser nutrida por el Pan de la vida, que se nos ofrece en la misa. ¿Es la Eucaristía, el momento pleno de mi participación en la vida de la Iglesia y en la comunión con Dios? Esta experiencia de vida manifestará la coherencia de mi fe, al compartir con la comunidad eclesial mi identidad y pertenencia como miembro activo de la comunidad de discípulos de Cristo.

    En este contexto entenderemos muy bien la exhortación de San Pablo que hoy hemos escuchado sobre la relación del esposo con su esposa, fundamento de la familia como Iglesia doméstica: “Respétense unos a otros, por reverencia a Cristo: que las mujeres respeten a sus maridos, como si se tratara del Señor…Maridos amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella… El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie jamás ha odiado a su propio cuerpo, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo”.

    La familia así constituida y bien fundamentada en el amor, transmitirá de manera contundente y convincente la fe a los hijos. De ahí que se le llame a la familia, la célula básica, no solamente de la Iglesia, sino también de la sociedad. Será una sociedad, que estará expresando los valores evangélicos, que son los mismos valores humano-espirituales, que anhela el ser humano por instinto natural, valores que Dios Padre ha sembrado en el corazón de la humanidad entera.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe ha venido a nuestras tierras para testimoniar el amor que su Hijo Jesucristo manifestó al mundo, entregando su vida por la redención de la humanidad. Pidámosle a ella, que seamos discípulos fieles de su hijo, y demos testimonio del amor en nuestros tiempos tan desafiantes.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilía- Jesús es el pan de la vida, en él nutro mis proyectos- 08/08/21

    Homilía- Jesús es el pan de la vida, en él nutro mis proyectos- 08/08/21

    Los judíos murmuraban porque había dicho: Yo soy el pan que bajó del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?”.

    La dificultad de fondo planteada por los judíos, es el presupuesto de considerar, que si bien Dios había creado el mundo y sus habitantes; sin embargo cielo y tierra eran dos realidades, no solamente distintas sino incluso infranqueables. Es decir, los cielos es donde habita Dios, y la tierra donde habita el hombre.

    Consideraban los contemporáneos de Jesús, que Dios había creado el mundo para dominarlo, controlarlo e intervenir en el devenir de los mortales, pero mediante la palabra, sin hacerse presente en el mundo creado por él. Y el hombre estaba destinado para habitar en la tierra, sin ver ni conocer a Dios, y dependiendo de su obediencia a sus mandatos sería feliz o desventurado. Pero al morir acabaría su vida para siempre.

    El acontecimiento de la Revelación hecha por Jesucristo, de un Dios Trinidad de personas, que decide revelar el misterio de la verdadera divinidad, y para eso envía al Hijo para que se encarne y asuma la condición del ser humano era inaudita, impensable. Por ello, el argumento para rechazar la declaración de Jesús es: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?

    Jesucristo ha venido precisamente para romper esa mentalidad, dar a conocer la verdadera naturaleza e identidad de Dios, y anunciar la finalidad por la que Dios creó al hombre: compartir con la humanidad la vida divina, que es el amor. Por tanto esta vida terrenal es tránsito a la vida eterna.

    El verdadero pan del cielo será reconocido porque da vida, y vida eterna. Esta vida es la vida nueva, de la que habló Jesús a Nicodemo. La vida del Espíritu Santo, es la vida que viene de lo alto. Los judíos murmuraban porque su mirada miope se quedaba en Nazaret, en la tierra. Jesús indica la necesidad de descubrir el Espíritu de Dios, que viene de lo alto y transforma, produciendo un nuevo nacimiento en el hombre, que lo capacita para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,3).

    Es pues oportuno preguntarnos, ¿separamos como dos realidades independientes lo temporal de lo celestial, lo carnal de lo espiritual, o entendemos que una está en relación de la otra, lo temporal de lo eterno?

    Para relacionar nuestra vida temporal con el destino a la vida eterna necesitábamos un alimento que nos nutriera, que nos fortaleciera y nos garantizara la accesibilidad a la vida divina. Por eso y para eso vino Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Son dos condiciones muy claras que expone Jesús: Creer en su mensaje, la Buena Nueva, es decir en sus enseñanzas; y alimentar nuestro espíritu con el pan de la vida, para eso lo envió el Padre, y lo asistió el Espíritu Santo: “Todos los que me da el Padre vienen a mí, y al que viene a mí no lo rechazaré, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Y la voluntad del que me envió es que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.

    Antes de esta escena Jesús había transmitido a sus discípulos: Mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra (Jn. 4,34). Ahora lo reafirma diciendo: porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Jesús se revela como el enviado del Padre con la clara misión de hablar en su nombre, de hacerlo presente en el mundo, y de invitar a toda la humanidad a conocerlo, amarlo y servirlo. Para cumplir esta misión Jesús tiene que obedecerlo fielmente. Así Jesús se convierte en el pan que nutrirá a sus discípulos, quienes adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23).

    Dos misterios revelan la necesidad y la manera que plantea Jesús de comer su carne y su sangre: La Encarnación y la Eucaristía.

    Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, al tomar cuerpo con carne y sangre como cualquiera de nosotros, expresa en su persona la manera de cumplir la voluntad del Padre, muestra el modo de conducirnos, la manera de practicar la obediencia al Padre, por eso dirá más adelante: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Tenemos que nutrirnos con las enseñanzas de Jesús y ponerlas en práctica.

    La Eucaristía es el misterio sacramental mediante el cual nos alimentamos del cuerpo y de la sangre de Cristo; Él, como mediador de la Nueva Alianza pone en comunión con el Padre a todos los que lo seguimos, a la Asamblea Santa de la comunidad de los discípulos de Jesús. Por eso, la Eucaristía se define como fuente, centro y culmen de la vida cristiana.

    ¿Es Jesús mi alimento, en él nutro mis aspiraciones, proyectos y realizaciones?

    ¿Deseo y anhelo ver y entrar en el Reino de Dios? ¿Contemplo la Encarnación de Jesús y su presencia en el misterio de la Eucaristía como un inconmensurable regalo de Dios, mi Padre?

    Si nuestra respuesta es positiva, expresémosla valorando la participación en la Eucaristía dominical, atendiendo a las inquietudes, que suscita la escucha de la Palabra de Dios, y poniéndolas en práctica para seguir el ejemplo de Jesucristo. Asumamos entonces con plena conciencia las recomendaciones que hoy ha recordado el apóstol Pablo: “Destierren la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad. Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo”.

    Invoquemos el auxilio, de quien las vivió en plenitud, a Nuestra Madre, María de Guadalupe.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ¿Busco a Jesús para conocerlo o sólo por mi beneficio? -01/08/21

    Homilía- ¿Busco a Jesús para conocerlo o sólo por mi beneficio? -01/08/21

    Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”.

    Jesús había escapado ante la euforia de la multitud, que admirada por la multiplicación de los panes, lo quería como rey. Cuando amanece, se dan cuenta que tanto Jesús como sus discípulos se habían ido. La búsqueda de Jesús es positiva; sin embargo en esta ocasión Jesús advierte que la finalidad de esta búsqueda no es la correcta.

    Al encontrarlo en la otra orilla del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. No obren por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que el Hijo del hombre les dará, porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.

    Jesús deja en claro que hay que buscarlo para conocerlo, escucharlo con la apertura y disposición del discípulo, y no por el interés de recibir beneficios y favores. Por tanto, querer definir la vocación y misión de Jesús según el concepto del pueblo, impide que Jesús camine y acompañe a la multitud. Entendieron la corrección, y la reacción propició la continuidad del diálogo: “Entonces le preguntaron: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios?”.

    A partir de las enseñanzas de Jesús sobre el nacer de nuevo y la participación del hombre en la vida divina, ahora aprovechando la pregunta de la gente: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios? Jesús explica la necesidad del alimento que nutra durante esta vida terrena, de manera gradual y progresiva, el proceso de crecimiento en la vida del Espíritu, indispensable para alcanzar la vida eterna.

    Sin embargo, como tantas veces sucede en nuestra relación con Dios cuando lo invocamos, aparece la debilidad de nuestra fe y exigimos signos para creer: “Ellos le replicaron: ¿Qué signo haces para que al verlo creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo”.

    Jesús les ayuda para que descubran, quién es el que está detrás de él, y detrás del signo de la multiplicación de los panes, de la que ellos acababan de ser testigos, y les había suscitado el deseo de buscarlo: “Entonces Jesús les dijo: Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Ellos le dijeron: ¡Señor, danos siempre de ese pan! Jesús les respondió: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

    Preguntémonos si necesito de constantes pruebas para creer en Jesucristo, pan de la vida, o si ya he aprendido a descubrir que lo más importante es alimentar el espíritu, para que creciendo se desarrolle mi manera de ver la vida como un camino a la trascendencia y la eternidad; y no quedarme fascinado, atraído por las realidades terrenas.

    Aprendamos a disfrutar cuando en nuestro contexto de vida seamos testigos de prodigios que nos sorprenden y maravillan, porque no encontramos explicación alguna. Son ocasiones privilegiadas para fortalecer nuestra mirada a la trascendencia y descubrir la intervención divina. Pero nunca exijamos a Dios que las realice.

    A Jesús hay que buscarlo para escuchar sus enseñanzas, y aceptar su misión para hacerla nuestra. Hay que sumarse a él como un discípulo más y evitar querer aprisionarlo para nuestro servicio e interés. ¡Nunca podremos manipularlo! Por el contrario, será Jesús el que indique el camino y ofrezca el alimento para recorrerlo.

    Al escuchar esta escena, es conveniente preguntarnos: ¿Y yo busco a Jesús para conocerlo, seguirlo, y obedecerlo, o solamente lo busco para mi beneficio temporal y para mi propio interés? ¿Como buen discípulo invoco a Dios Padre para recibir el pan del cielo, y así fortalecerme y capacitarme en el seguimiento de Jesús? Porque Jesús respondió claramente: “Ésta es la obra de Dios, que crean en aquel que él ha enviado”.

    De esta manera entenderemos la afirmación de San Pablo en la segunda lectura: “No deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Jesucristo; han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer”.

    Jesús ofrece una vida nueva para la que debemos renacer. Esta nueva vida la obtendremos conociendo sus enseñanzas y viviendo acorde a ellas. Este recorrido se alimenta mediante el pan del cielo, ¿y cuál es el pan del cielo? El maná en el desierto fue una figura, como muchas otras en el Antiguo Testamento. “Mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo”.

    Este pan del cielo se hace presente en cada Eucaristía, el pan es la presencia sacramental de Jesucristo, que nos sostiene y fortalece para mantenernos como sus discípulos hasta el final de nuestra vida. Por eso hemos escuchado a San Pablo que afirma con gran contundencia: “dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.

    Mantengámonos siempre firmes y constantes; y cuando venga la tentación de abandonar el camino y claudicar de nuestros esfuerzos, invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que como tierna y amorosa Madre nos infundirá vigor y confianza para seguir siendo fieles discípulos de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Ordenaciones sacerdotales- 29/06/2021

    Homilía- Ordenaciones sacerdotales- 29/06/2021

    “Mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad no cesaba de orar a Dios por él”.

    La fortaleza de los apóstoles Pedro y Pablo estaba cimentada en su doble relación muy bien mancomunada, tanto con Dios como con la comunidad cristiana. Ésta debe ser la piedra fundamental de la espiritualidad de un presbítero, mediante la oración en todas sus formas, y mediante la comunión eclesial con su Obispo y con la comunidad que se le ha encomendado.

    En efecto,  al Presbítero lo define la Iglesia como el colaborador indispensable del Obispo. Dos características complementarias que se explican y entienden con relativa facilidad, un colaborador es aquella persona que recibe una encomienda, por tanto él actuará conforme al mandato de su autoridad, que en este caso es su Obispo.

    Pero no solamente recibe cualquier encomienda sino que se trata de una responsabilidad para la cual ha sido preparado, formado integralmente, y que solamente quienes han sido, en este caso ordenados presbíteros, podrán llevarla a cabo.

    “Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

    La encomienda a Pedro de ser la Piedra sobre la que se edifica la Iglesia expresa que es la base y el cimiento indispensable para mantener la unidad del edificio. La comunión y la unidad son indispensables para mantener la Iglesia. La jerarquía eclesiástica es la prolongación del servicio, que inició Pedro en nombre de Jesucristo, y con el auxilio de Espíritu Santo.

    Por esta razón, debido a que el Obispo, como cualquier otra persona está limitado en tiempo y espacio, necesita del cuerpo de presbíteros para poder cumplir la misión de evangelizar y ser cabeza de una determinada porción del Pueblo de Dios, que se llama Diócesis. Así Obispo y Presbíteros cuidarán, acompañarán y conducirán en comunión, entre sí y con los demás agentes de la acción pastoral, para servir a las comunidades parroquiales y a los fieles en general.

    Los Presbíteros en comunión con su Obispo, sucesor de los Apóstoles, deben siempre recordar y reconocer que son llamados a servir a la comunidad de discípulos de Cristo. Les deseo que vivan su ministerio sostenidos por la espiritualidad de la comunión y puedan al final de su vida expresar como San Pablo: “He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento”.

    Ordenaciones sacerdotales 2021.
    Ordenaciones sacerdotales 2021.

     

  • Homilía-¿Qué sembramos en nuestra vida?- 13/06/2021

    Homilía-¿Qué sembramos en nuestra vida?- 13/06/2021

    «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

    La complementariedad entre el trabajo del agricultor y la respuesta de la tierra nos hacen ver la necesidad de ambos para obtener el beneficio de la cosecha. Una interpretación de esta parábola es identificar al sembrador en cada ser humano, y considerar como su tierra: su contexto familiar, laboral y social. Si siembra bondad, generosidad, comprensión, colaboración, confianza, ciertamente cosechará felicidad, alegría, esperanza, y en sus necesidades obtendrá ayuda y cooperación.

    ¿Por ello es oportuno preguntarnos cada día al caer la tarde, qué he sembrado hoy en mi contexto de vida? Y dormir tranquilamente si nuestra siembra ha sido buena semilla. De lo contrario, deberemos tomar conciencia para al amanecer de un nuevo día, corregir y rectificar mi actitud y mi conducta.

    Nunca debe desanimarnos que tarde la cosecha, los tiempos de espera son siempre diferentes, como la tierra en que se siembra depende de la colaboración del sol y de la lluvia, que son indispensables. Así también la respuesta de cada uno de nuestros semejantes no será al mismo tiempo ni de la misma manera. Recordemos que hay cosechas abundantes y otras escasas, incluso algunas perdidas.

    Otras veces nos acontecerá que de un pequeño esfuerzo personal o comunitario, obtendremos respuestas contundentes y rápidas, que nos sorprenderán alegremente. En esas ocasiones se cumplirá la otra Parábola, que hemos escuchado de labios de Jesús: «El Reino de Dios es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

    Estas Parábolas y su permanente enseñanza manifiestan además la importancia de la relación de las creaturas con la Naturaleza. Por ello invito a todos asumir el compromiso de leer y reflexionar la Carta Encíclica del Papa Francisco “Laudato Si´”. En ella nos invita a retomar la permanente observación de la naturaleza y descubrir en su orden y en sus recursos indispensables para la vida humana, la importancia de cuidarla y protegerla, y especialmente a descubrir nuestra sacralidad.

    Afirma el Papa Francisco: Además la contemplación de lo creado nos permitirá descubrir alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa». Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la Sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche». Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al  intentar  descifrar  la  del  mundo» (LS No. 85).

    En general en la vida de las ciudades se ha perdido esta habitual observación y aprendizaje que ofrece la naturaleza en sus diferentes ámbitos. Sin embargo las nuevas generaciones han manifestado una gran sensibilidad e interés por la ecología, que debemos acompañar y apoyar; ya que mediante la observación y el respeto al orden de la Creación para la sustentabilidad de nuestra Casa Común, descubriremos la responsabilidad propia del ser humano como administradores que  cuidan y  protegen nuestro planeta; y obtendremos la convicción de hacerlo al constatar los beneficios de dichos cuidados.

    Pero además podremos afrontar el gran desafío de transmitir la fe en Dios Creador que se manifiesta en la complementariedad y en el magnífico y admirable orden que guarda la naturaleza en sí misma. Los llamo pues, a considerar la necesidad de una conversión ecológica como lo indica también el Papa Francisco: los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores», la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior… hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (LS No. 217).

    Incluso el adentrarnos en el orden de la Creación y en la responsabilidad común de cuidar la sustentabilidad de nuestra Casa Común, será un caminar en la esperanza, al adquirir elementos de la experiencia humana, que mostrarán la ternura y generosidad del Creador, con lo que crecerá nuestra confianza en una vida futura insospechadamente gloriosa, para dejarnos conducir guiados por la fe, obteniendo la experiencia que hoy escuchamos de San Pablo: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”.

    Aprenderemos así a tomar conciencia de nuestro paso terrenal, asumiendo nuestras responsabilidades cotidianas, y avizorando nuestro feliz destino para el que fuimos creados: una vida sin fin, compartiendo la vida de Dios, que es el Amor. Y podremos superar el desafío de encontrar los caminos para transmitir a las nuevas generaciones, el sentido de la vida temporal, y la fortaleza para afrontar adversidades y conflictos de manera positiva, descubriendo que no vamos solos, y mucho menos que estamos abandonados a nuestra suerte, sino siempre acompañados, de quien nos ha dado la vida, y nos espera con inmenso gozo para compartirnos su casa eternamente.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que aprendamos de ella, tanto la confianza que tuvo en la Palabra de Dios, como en asumir en plena obediencia su proyecto salvador.

    Oración

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a  todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Enséñanos a orar con los salmos, como tú lo hacías, proclamando las maravillas del Señor: ¡Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo, y celebrar tu nombre, pregonando tu amor cada mañana y tu fidelidad, todas las noches!

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ¿Cómo afrontar el miedo a la verdad?- 06/06/21

    Homilía- ¿Cómo afrontar el miedo a la verdad?- 06/06/21

    Respondió Adán: La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Por qué has hecho esto?» Repuso la mujer: «La serpiente me engañó y comí”.

    Según la narración bíblica, Dios Creador les había manifestado su amor y su confianza al darles vida, ubicarlos en un Paraíso, y crearlos a su imagen y semejanza como seres en y para la relación. Sin embargo, Adán y Eva en lugar de corresponder a ese amor, habiendo desobedecido el mandato del Señor, se refugiaron en el miedo, y buscaron descargar en el otro la responsabilidad de la desobediencia.

    ¿Cuántas veces en la vida hemos sido testigos en primera persona, que se repite la tendencia de Adán y Eva para evitar confesar su culpabilidad, descargando en el otro dicha responsabilidad?

    El miedo a la verdad y el temor a la posible pena por la desobediencia, complica siempre nuestro camino de relación con el prójimo; y cuando este proceder se reitera, se va perdiendo la conciencia de la propia culpa, y esa persona caerá en una conciencia de ser siempre víctima, declarará una y otra vez que son los otros los culpables de lo que hizo. Así frustrará su buena relación con los demás, y su propia felicidad, convirtiéndose en una persona que expresará quejas y lamentos en sus relaciones interpersonales.

    ¿Cómo afrontar el miedo a la verdad y alcanzar la valentía necesaria para afrontar las consecuencias de nuestras acciones incorrectas, imprudentes, o incluso nuestras desobediencias y pecados?

    San Pablo hoy, ha dado una clave al afirmar: “Por esta razón no nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día. Nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria que los sobrepasa con exceso”. La confianza y la experiencia de ser amados por Dios, nos dará siempre la valentía para asumir la verdad, y afrontar sus consecuencias por más dolorosas que sean. Nuestra mirada se irá desarrollando, cada vez con mayor claridad, para visualizar el futuro que nos espera, y no ahogarnos en un vaso de agua.

    Recordar con frecuencia y contemplar la mirada del futuro para el cual hemos sido creados, y desarrollar una fuerte convicción de nuestro destino final, nos preparará para expresar lo que hemos escuchado decir a San Pablo: “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas”.

    Otro aspecto de gran importancia para nuestro crecimiento personal y comunitario es aprender a descubrir la intervención de Dios en los acontecimientos. El Evangelio de hoy narra la falsa interpretación de los escribas, que eran la gente preparada para interpretar las Sagradas Escrituras: “Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco. Los escribas, que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.

    Ante la acción del Espíritu Santo o se acepta y se agradece, o se ignora y rechaza, explicándola como imposible, como una locura, o como cosa del diablo. La respuesta de Jesús es contundente: «Si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin”.

    El criterio es claro, si las acciones propician y generan la comunión y la unidad provienen del Espíritu Santo, si las acciones, aun las aparentemente buenas, dividen y confrontan, generando más obstáculos para la comunión y la unidad, provienen de Satanás. Jesús afirmó: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

    Finalmente una reflexión de suma importancia para nuestra confianza en Dios y en su amor infinito y misericordioso, particularmente cuando hemos considerado que hemos gravemente pecado, y nuestra conciencia no nos deja tranquilos, consiste en recordar a lo largo de nuestra vida, esta afirmación contundente de Jesús: “Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias”. Por tanto, nuestros pecados por más graves que sean, si los reconocemos, y confesamos nuestra culpabilidad, obtendremos siempre el perdón incondicional de Dios.

    Solamente aquél que percibiendo la acción sorprendente del Espíritu Santo, como lo fue el ministerio de Jesucristo en favor de los enfermos, indigentes, ciegos, y paralíticos, y ante la evidencia, niegue la intervención divina, y falsee con toda mala intención, lo que ha visto y oído, recaerá en él lo dicho por Jesús: “… el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo”.

    Hay que aprender a descubrir la intervención de Dios en la vida, y agradecerle su favor, eso nos dará una mirada de largo alcance, que nos hará crecer en la caridad y en el amor al prójimo necesitado, como lo hizo Jesús. No tengamos miedo, y aprendamos a sorprendernos ante el misterio de la acción de Dios en la historia, dejemos la mirada miope que solo se centra en la rutina de la cotidianidad.

    El Pueblo de México, por experiencia generalizada, sabe que aquí en este lugar, la presencia de Nuestra Madre, María de Guadalupe, no deja de hacer maravillas entre sus hijos, que humildemente le suplican ayuda en sus diversas necesidades. Los invito a todos a invocarla abriendo nuestro corazón a su maternal auxilio y protección.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Te pedimos nos ayudes a respetarnos unos a los otros, para que los ciudadanos de México participemos responsablemente, cumpliendo nuestra obligación de votar con plena libertad, dando a conocer nuestra voz, y vivamos una jornada cívica ejemplar, que exprese nuestro anhelo de edificar una sociedad democrática, fraterna y solidaria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Por las madres y los afectados de la Línea 12 del Metro- 09/05/21

    Homilía- Por las madres y los afectados de la Línea 12 del Metro- 09/05/21

    Estas cosas se las he dicho para que mi alegría esté en ustedes y para que su alegría sea plena”.

    ¿Cuáles cosas nos ha dicho Jesús, para que nuestra alegría sea plena? Jesús había anunciado a sus discípulos, que Dios Padre enviaría en su nombre, al Espíritu Santo, Consolador, que él les enseñaría todo y les recordaría todas las enseñanzas (Jn 14,26). Es decir, que al volver Jesús de nuevo a la Casa del Padre, sus discípulos no quedarían abandonados en esta peregrinación en la tierra.

    Sin embargo advirtió que deberíamos permanecer unidos a él, guardando sus mandamientos, como lo hemos recordado el domingo pasado, a propósito de la parábola de la Vid y los Sarmientos. Y en el Evangelio de hoy ha expresado claramente: “Éste es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado”.

    Por esta razón, la relación con el Espíritu Santo es indispensable para vivir y evitar la muerte en vida, como comprobamos con todos los que lamentablemente pierden el sentido de su existencia, y van camino a la muerte eterna; en cambio si invocamos y nos relacionamos bajo su guía, nos hará fecundos y desarrollaremos una amistad permanente y creciente, que nos llenará de alegría.

    Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que me ha dicho mi Padre. No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, y un fruto que permanezca”.

    Quien practica y vive el mandamiento del amor, podrá percibir y agradecer las maravillas que obra el Espíritu Santo como vemos en la escena de la primera lectura sobre la evangelización del apóstol Pedro: “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes judíos que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos”.

    En efecto, Dios se manifiesta de múltiples formas para llegar al corazón de todos sus hijos, independientemente de su raza, condición, lengua, nación, e incluso de su opción como creyentes en otras religiones o en la no creencia. Siempre el Espíritu Santo ofrece la oportunidad y propicia la ocasión para manifestar a través de los discípulos de Jesucristo, el amor y la misericordia de Dios Padre.

    Por esto es tan importante servir y auxiliar a cualquier prójimo necesitado, o a cualquier comunidad y pueblo independientemente de su religión y creencias. Esta actitud y práctica del amor, la ha concretado, desde su gran responsabilidad, el Papa Francisco con múltiples gestos y servicios, como el viaje que el pasado mes de marzo realizó a Irak para animar y consolar a las víctimas del terrorismo y de los largos conflictos vividos en ese país.

    Con gestos así el Papa ha mostrado el camino a recorrer para hacer de la crisis mundial ante la Pandemia una oportunidad para crecer y convertirnos en mejores personas, responsables y solidarias, capaces de superar la mirada miope de solo velar por los que tengo cerca, y levantar la mirada para asumir en corresponsabilidad actitudes y decisiones para edificar la civilización del amor; ya que como bien lo advirtió el Papa Francisco desde el año pasado, de esta crisis saldremos mejores o peores personas, pero ciertamente no saldremos igual que antes de la pandemia.

    Reconociendo el fuerte testimonio que ha mostrado el Papa Francisco ante la emergencia mundial de la Pandemia Covid, hemos seguido su ejemplo como Iglesia en México, replicando en todas las Diócesis del país, acciones de ayuda solidaria a los más afectados, a través de Caritas Mexicana, y en colaboración de muchas instituciones y personas de buena voluntad, uniendo esfuerzos y recursos para llevar el auxilio, la ayuda material, psicológica, y espiritual a quienes sufren.

    De la misma manera y sirviendo a nuestra ciudad, la Institución Caritas México y de la Pastoral Social en coordinación con los servicios sociales de instituciones católicas presentes en esta Arquidiócesis, hemos hecho acto de presencia y de auxilio en diversas formas, tanto a quienes carecen de lo necesario para sobrevivir, como a quienes afectados por el confinamiento social, o por las situaciones dolorosas de familiares infectados por Covid, o por lamentables heridos, fallecidos o por familias que quedan en doloroso duelo ante la tragedia, como la que acaba de acontecer en nuestra diócesis hermana de Xochimilco.

    En estas situaciones experimentar la ayuda solidaria y vivir la fe, levanta el ánimo, y con la presencia de la ayuda recibida se descubre la mano de Dios, y se encuentra el consuelo y la esperanza para seguir viviendo. De esta manera hacemos vida lo que ha recordado el apóstol San Juan en la segunda lectura: “Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor”.

    En la experiencia familiar es frecuente y constante descubrir el amor incondicional que muestran las mujeres madres por sus hijos, este amor fortalece y ayuda a superar muchas pruebas y situaciones difíciles, que toda persona afronta a lo largo de su vida. Pidamos por todas las mujeres madres en la víspera de este 10 de mayo.

    Quizá por eso Dios Padre nos ha enviado a Nuestra Madre, María de Guadalupe para que experimentemos su amor y ternura, y provoque en nosotros una fuerza interior suficiente para superar el egoísmo, que siempre se hace presente en la cotidianidad de nuestra existencia. Por eso los invito a un momento de silencio para invocarla en nuestro auxilio como una sola familia, de la que ella es Madre.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Te pedimos por todos los afectados por el descarrilamiento del Metro de nuestra ciudad, tanto por la salud de los heridos como por el eterno descanso de los fallecidos. Y haz llegar tu ternura y consuelo a los familiares, que han padecido tan doloroso acontecimiento.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ¿Cómo reanimar a los católicos de este siglo?- 2/05/2021

    Homilía- ¿Cómo reanimar a los católicos de este siglo?- 2/05/2021

    «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador… Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer”.

    En esta parábola tan sencilla descubrimos una sutil referencia a la Trinidad Divina, al señalar las distintas funciones de cada persona con la comunidad de los discípulos de Cristo. El Padre es el viñador, Jesús es la vid, y el Espíritu Santo cuida que los sarmientos o ramas no se desprendan de la vid. Como lo afirma San Juan en la segunda lectura: “Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu que él nos ha dado, que él permanece en nosotros”.

    Jesús mismo a pregunta de Tomás había respondido, ante todos los discípulos: “Yo  soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino es por mí” (Jn 14, 6). Jesús es el camino, porque a través de la sabia, la vid comunica la vida que procede del Padre, y el camino lo recorren los discípulos, acompañados del Espíritu que los lleva a la verdad.

    Con gran claridad Jesús expresa la necesidad que tenemos todos sus discípulos de estar, en plena comunión con él, y mantenernos siempre conscientes que nuestros éxitos y todas las relaciones y los servicios que realicemos, practicando sus enseñanzas, darán frutos abundantes y muchos beneficios, tanto a quienes sirvamos como a nosotros mismos.

    Preguntémonos entonces, ¿si asumo con gratitud la elección de Jesús para participar de su amistad y de su misión en el mundo? También es oportuno preguntarnos, ¿si personal y eclesialmente advierto la grandeza del misterio de la Santísima Trinidad y la vocación de participar de la vida divina?

    En esta experiencia de comunión y unidad con la Santa Trinidad, los discípulos participan de la vida divina que es el amor; por ello darán fruto en abundancia, como Jesús, glorificarán al Padre; es decir, harán presente al Padre en el mundo, irán conociendo la voluntad del Padre, y aprenderán la importancia de vivir en la obediencia al Padre; entonces su alegría será plena.

    Al interior de la comunidad, que procura escuchar las enseñanzas de Jesús y ponerlas en práctica, se desarrollará una experiencia de amistad, intensa, creciente, constante, de gran confianza y solidaridad, que le permitirá al discípulo y a la comunidad cristiana dar la vida generosamente en los contextos adversos y en los ordinarios, sostenidos siempre por la experiencia de ser amados y de amar al estilo de Dios Trinidad. ¿Cuál ha sido mi actitud ante los casos adversos, complejos y desafiantes?

    En la primera lectura escuchamos precisamente una situación adversa, bien resuelta por la comunidad de Jerusalén, ante la llegada de Pablo, a quien ubicaban como perseguidor de la comunidad, y al tratar de unirse a los discípulos, todos le tenían miedo, porque no creían que se hubiera convertido en discípulo: Entonces, Bernabé lo presentó a los apóstoles y les refirió cómo Saulo había visto al Señor en el camino, cómo el Señor le había hablado y cómo él había predicado, en Damasco, con valentía, en el nombre de Jesús. Desde entonces, vivió con ellos en Jerusalén,… predicando abiertamente en el nombre del Señor, hablaba y discutía con los judíos de habla griega y éstos intentaban matarlo. Al enterarse de esto, los hermanos condujeron a Pablo a Cesarea y lo despacharon a Tarso”.

    Así del miedo al perseguidor convertido, la comunidad pasó a cuidarlo y ayudarlo para librarlo de la amenaza de muerte. Este fue el ambiente que se generó en las comunidades cristianas del primer siglo, y por ello crecieron con gran rapidez, como lo expresa la primera lectura: “En aquellos días, las comunidades cristianas gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, con lo cual se iban consolidando, progresaban en la fidelidad a Dios y se multiplicaban, animadas por el Espíritu Santo”.

    Con frecuencia en el inicio de una conversión, descartamos que sea verdad y comentamos que se trata de apariencia. Es entonces indispensable compartir nuestras dudas e incertidumbres con la comunidad eclesial y poder clarificar con el testimonio de quienes han conocido mejor a la persona en su proceso de conversión.

    ¿Y cuál es la clave para mantenernos en la plena comunión con Jesús, y reanimar a los católicos de este siglo XXI? Nos responde San Juan en la segunda lectura: “Hijos míos: No amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce”.

    Hoy padecemos una grave crisis con las nuevas generaciones para transmitirles la fe en Jesucristo, el Señor de la vida. Lo están necesitando, ya que constatamos una serie de situaciones lamentables como los frecuentes suicidios en esa etapa de la adolescencia y juventud, y la generalización del consumo de drogas y narcóticos.

    Las palabras de Jesús al final del evangelio de hoy: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos”, son una lluvia refrescante, que anima nuestra fe y esperanza, generando la confianza en la asistencia del Espíritu Santo para renovarnos, y ser una Iglesia capaz de testimoniar la presencia del amor misericordioso de Dios Padre, que no nos abandona, y nos escucha para ser sarmientos de una vid que produzca mucho fruto.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, enviada por Dios Padre a nuestra Patria como portadora de su amor, y que lo ha manifestado a lo largo de estos casi cinco siglos de su presencia entre nosotros.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Te pedimos también sea muy fecunda la Semana Vocacional que hoy culminamos, y ponemos en tus manos.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo  de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Todos podemos ser un Buen Pastor- IV Domingo de Pascua

    Homilía- Todos podemos ser un Buen Pastor- IV Domingo de Pascua

    Sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron, y a quien Dios resucitó de entre los muertos”.

    La convicción de los Apóstoles en su proceso evangelizador, expresa la fidelidad al Maestro Jesús, para anunciar sus enseñanzas hasta el extremo de estar dispuestos a ser encarcelados, ajusticiados y morir; y esta valentía solamente se explica en la veracidad de haber constatado, que su Maestro Jesús ajusticiado y muerto en cruz, resucitó y está vivo. Por eso, Pedro lleno del Espíritu Santo, continúa afirmando: “Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona, a quien Dios haya constituido como salvador nuestro”.

    En otras palabras, la fe en Cristo Resucitado, es el acontecimiento que da la solidez a todas las enseñanzas de Jesucristo. En la práctica qué significa: que los cristianos debemos discernir todos los conceptos, ideologías, acontecimientos y toda la vida a la luz de los Evangelios.

    Nuestra fe cristiana y católica está fundamentada a partir de acontecimientos, y no es consecuencia de ideologías, de sistemas de pensamiento, que lamentablemente en muchas ocasiones llevan a muchos creyentes, incluidos los católicos, a extremar posiciones, radicalizando su propio pensamiento en el apego irrestricto a las normas, dejando de lado el testimonio de Jesús y sus enseñanzas.

    Por eso es tan importante el conocimiento de Jesucristo a través de los Evangelios, y  el encuentro con Él, al ir poniendo en práctica sus enseñanzas, aprendiendo a vivir la reconciliación y la solidaridad con sus semejantes, y reconociendo que integramos una gran familia humana en la Casa Común. La principal señal que experimenta el discípulo es la alegría y la paz que surge en su corazón, y que lo lleva a la frecuente gratitud a Dios, Nuestro Padre, por el gran regalo de la vida recibida.

    Este magnífico y espléndido destino está necesitado de guías de la comunidad eclesial, que ya hayan aprendido las claves para la experiencia fraterna y solidaria. A estos guías y acompañantes Jesús los llamó pastores, y a la comunidad, la llamó rebaño que sabe compartir y convivir, bajo la guía de su pastor. Y él mismo se definió y vivió como Buen Pastor: “Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas”.

    La figura del Pastor, en nuestra Iglesia, la hemos restringido habitualmente a los Presbíteros y Obispos, y poco a poco la hemos ampliado a laicos, que sirven como agentes de pastoral; sin embargo, aún debemos ampliar la figura de pastor, y especialmente su misión de cuidar y proteger a su rebaño; ya que todo ser humano debe llegar a ser un buen pastor sea como hermano mayor, como padre o madre de familia, como patrón o jefe en una empresa, negocio o comercio, como autoridad civil o jefe de empleados de servicios públicos y privados, como autoridad militar o funcionario al servicio de la seguridad pública.

    Recordemos la pregunta de Dios a Caín, cuando había dado muerte a su hermano Abel: “¿Dónde está tu hermano? El respondió: No lo sé: ¿Soy yo acaso, el guardián de mi hermano? Entonces el Señor contestó: ¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra” (Gen. 4, 9-10).

    Todos somos una sola familia, y todos somos hermanos en Dios Padre, por ello debemos cuidar y proteger a nuestros prójimos, ejercitando la caridad solidaria y subsidiariamente. Por eso hoy recuerda San Juan en la segunda lectura: “Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.

    Para cumplir nuestra responsabilidad de buenos pastores, es oportuno tener en cuenta la advertencia de Jesús sobre el asalariado que solo le interesa su propio beneficio, sin respetar a los demás: “el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas”.

    Hoy IV Domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor, celebramos la LVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, invito a todos ustedes a orar intensamente para que descubramos nuestra vocación universal a ser pastores, y recibamos el Espíritu Santo para cumplir nuestra misión sin temor, confiando en  su acompañamiento ante los complejos desafíos que presenta el mundo globalizado y la pandemia del Covid, con sus graves consecuencias.

    Para ser auxiliados y desarrollar en nosotros la figura de Jesús, Buen Pastor, y ser conducidos, formando una comunidad de hermanos, el Señor Jesús llamó y sigue llamando en nuestros tiempos, a algunos miembros de la comunidad para llevar a cabo la misión de ser pastor de pastores, para este servicio dejó el sacramento del Orden Sacerdotal, que ejercemos los Presbíteros y Obispos en comunión con el Papa Francisco.

    Con este motivo, damos inicio en nuestra Arquidiócesis, a la “Semana Vocacional” con el lema “JESÚS VIVE Y TE QUIERE VIVO”. Esta semana estará llena de actividades y espacios de formación, que tienen como objetivo, orar por las vocaciones y promover los distintos estados de vida; impulsando especialmente a los jóvenes, a iniciar su propio proceso de discernimiento en su vocación específica.

    En un breve momento de silencio, invoquemos a nuestra querida Madre, María de Guadalupe, y pongamos en sus manos esta Semana Vocacional, confiando en su fecunda intercesión ante su Hijo, en favor de nuestros adolescentes y jóvenes.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Te pedimos también sea muy fecunda esta Semana Vocacional que hoy iniciamos.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.