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Cardenal Carlos Aguiar Retes

¿Ha crecido mi confianza en Dios? – Homilía 16/10/22

“Cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba”.

Las lecturas de hoy proponen como tema central la necesidad de la oración. Entendida no solamente como la expresión de la súplica confiada a Dios para invocar y recibir su ayuda, sino para aprender a reconocer la ayuda recibida de parte de Dios.

El gesto de levantar las manos que realiza Moisés para dirigirse a Dios significa que, tanto en la mente y en el corazón, como en la misma vida, es decir en la cotidianidad de nuestra conducta y acciones, debemos descubrir la presencia del Espíritu Santo, que acompaña al creyente para lograr adecuar su comportamiento al cumplimiento de la voluntad de Dios Padre.

De la misma manera debemos aprender a descubrir como Moisés, que al conectar nuestras acciones con la voluntad divina causa inmensa alegría y una profunda satisfacción de nuestro proceder.

Pero hay muchas ocasiones en las que nuestra voluntad flaquea ante las atracciones y seducciones para buscar solo nuestro propio bien, descuidando la repercusión de las mismas, que causa a los demás. Esto significa el cansancio de Moisés de tener las manos levantadas tanto tiempo. Ante esta situación, muy humana y frecuente, necesitamos como Moisés, quién nos ayude a mantener nuestra mirada y nuestro corazón levantado hacia Dios, Nuestro Padre.

¿Preguntémonos de qué manera, o de quién, podremos auxiliarnos en nuestros cansancios y agotamientos, ante el constante esfuerzo de cumplir la Voluntad de Dios en nuestra vida?

Hoy San Pablo ofrece la respuesta, al compartirla a su discípulo Timoteo: “Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación”.

Evidente, que no todos la han aprendido desde niños, pero si consideramos nuestra ignorancia sobre la Palabra de Dios y la reconocemos que está en un nivel inicial, y acudimos a quienes pueden acompañar el aprendizaje para conocer las Sagradas Escrituras, adquiriremos “la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”.  De aquí se desprende que así como recibimos ayuda, así también la deberemos ofrecer posteriormente, a quienes nos lo pidan, o a quienes veamos propicio compartirla.

Nuestra convicción al adentrarnos en la escucha de la Palabra de Dios, y en el discernimiento para la toma de decisiones, que sin duda nos conducirá su aplicación a nuestra vida, nos irá manifestando la verdad de lo afirmado por San Pablo: “Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena”.  Así nos convertiremos no solo en discípulos de Jesucristo, sino pasaremos a ser Apóstoles, es decir transmisores de sus enseñanzas a nuestros prójimos.

En esto consiste la evangelización, y es lo que necesita la Iglesia para prolongar la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros.

En el Evangelio, Jesús advierte a sus discípulos que los desafíos provocan de ordinario el desencanto y sentimientos de frustración cuando no se alcanzan los objetivos planteados, y por eso les propone la Parábola de la viuda necesitada de justicia, y que no encontraba respuesta del Juez injusto.

“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario; por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando”.

La paciencia acompañada de la constancia todo lo alcanza, y mueve montañas, que bien sabemos es posible con la ayuda de Dios. Además Jesús les anima diciéndoles: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”.

Pero también debemos advertir que Jesús deja en claro, que Dios respetará nuestras decisiones, y no obligará por la fuerza de una imposición, la manera de actuar y de relacionarse. ¡Nos deja en plena libertad!

Por eso, lanza una duda extremadamente dolorosa, que está en la posibilidad de suceder: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Preguntémonos a la luz de esta advertencia:

– ¿Ha crecido mi confianza en Dios, y levanto mis manos en oración, pidiendo la ayuda divina?
_ ¿Soy consciente de la libertad que me ha dado Dios para elegir el bien o el mal?
_ ¿Respeto a los demás, y evito imponerle lo que yo creo?
– ¿Descubro que he realizado la experiencia de ayudar a alguien en la búsqueda
de la Voluntad de Dios Padre, y en el conocimiento de las enseñanzas de Jesucristo acompañándolo, pero dejándolo en libertad para dar sus respuestas?

En un breve momento de silencio presentemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestras aspiraciones y necesidades, confiando en su amor y su auxilio.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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