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  • Homilía -La Sagrada Familia, modelo a seguir- 26/12/21

    Homilía -La Sagrada Familia, modelo a seguir- 26/12/21

    “El Señor honra al padre de los hijos y respalda la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre queda limpio de pecado; y acumula tesoros, el que respeta a su madre”.

    Retomando algunas ideas y expresiones de la Encíclica del Papa Francisco: “Amoris Laetitia”, cuyo título “La Alegría del Amor”, describe en dos palabras, la finalidad del matrimonio y la familia como el proyecto de Dios para la humanidad. Expongo cinco puntos en base a los Nros. 11, 13, y 15 de la Encíclica.

    “El Señor honra al padre de los hijos y respalda la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre queda limpio de pecado; y acumula tesoros, el que respeta a su madre”.

    Retomando algunas ideas y expresiones de la Encíclica del Papa Francisco: “Amoris Laetitia”, cuyo título “La Alegría del Amor”, describe en dos palabras, la finalidad del matrimonio y la familia como el proyecto de Dios para la humanidad. Expongo cinco puntos en base a los Nros. 11, 13, y 15 de la Encíclica.

    La familia imagen de Dios. La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente —no aquella de piedra u oro, que el Decálogo prohíbe—, sino la que es capaz de manifestar al Dios creador y salvador. Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios, porque la capacidad de generar de la pareja humana es el camino, por el cual se desarrolla la historia de la salvación.

    Bajo esta luz, la relación fecunda de la pareja se vuelve una imagen para descubrir y describir el fundamental misterio de Dios Trinidad, ya que la visión cristiana contempla en Dios al Padre, al Hijo y al Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente.

    Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor en la familia divina, en la Santísima Trinidad, es el Espíritu Santo. La familia no es pues algo ajeno a la misma esencia divina.

    La sexualidad al servicio del amor. El verbo «unirse» en el original hebreo indica una estrecha sintonía, una adhesión física e interior, hasta el punto que se utiliza para describir la unión con Dios: «Mi alma está unida a ti» canta el orante en el Salmo 63,9. Se evoca así la unión matrimonial no solamente en su dimensión sexual y corpórea sino también en su donación voluntaria de amor. El fruto de esta unión es «ser una sola carne», sea en el abrazo físico, sea en la unión de los corazones y de las vidas y, quizá, en el hijo que nacerá de los dos, el cual llevará en sí, uniéndolas no sólo genéticamente sino también espiritualmente, las dos «carnes».

    De aquí las recomendaciones que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Eclesiástico: “Quien honra a su padre, encontrará alegría en sus hijos y su oración será escuchada; el que enaltece a su padre, tendrá larga vida y el que obedece al Señor, es consuelo de su madre. Hijo, cuida de tu padre en la vejez y en su vida no le causes tristezas; aunque chochee, ten paciencia con él y no lo menosprecies por estar tú en pleno vigor”.

    La familia célula de la Iglesia. Este aspecto trinitario de la pareja tiene una nueva representación en la teología paulina cuando el Apóstol San Pablo afirma: “Gran Misterio es éste, que yo relaciono con la unión entre Cristo y la Iglesia” (cf. Ef 5,33). Éste es el contexto en el cual comprendemos la recomendación que hemos escuchado del apóstol en la segunda lectura, y que lamentablemente ha sido con frecuencia mal interpretada en nuestro tiempo: “Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como lo quiere el Señor. Maridos, amen a su esposas y no sean rudos con ellas. Hijos, obedezcan en todo a sus padres, porque eso es agradable al Señor. Padres, no exijan demasiado a sus hijos, para que no se depriman”.

    La familia es la Iglesia doméstica. Bajo esta luz recogemos otra dimensión de la familia. Sabemos que en el Nuevo Testamento se habla de «la iglesia que se reúne en la casa». El espacio vital de una familia se podía transformar en iglesia doméstica, en sede de la Eucaristía, de la presencia de Cristo sentado a la misma mesa. En efecto, durante los primeros siglos la Iglesia nació y creció, reuniéndose en alguna de las casas de los creyentes, donde se congregaban para escuchar la Palabra de Dios, y para la celebración de la Eucaristía.

    Teniendo en cuenta esa historia de la Iglesia naciente, podemos meditar y profundizar la recomendación que hoy escuchamos de San Pablo dirigida a la comunidad de Colosas:   “Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Enséñense y aconséjense unos a otros lo mejor que sepan. Con el corazón lleno de gratitud, alaben a Dios con salmos, himnos y cánticos espirituales; y todo lo que digan y todo lo que hagan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre, por medio de Cristo”.

    La Sagrada Familia modelo a seguir. La Providencia divina ha querido plasmar un ejemplo edificante en la experiencia hermosa de la Sagrada Familia, que hoy celebramos, con sus diversas experiencias en donde el diálogo y la comunicación entre sus miembros, y sobretodo el espíritu de humildad y de profunda convicción para aceptar la Voluntad de Dios, los fortaleció en las variadas y difíciles situaciones que vivieron.

    Así hemos escuchado hoy en el Evangelio cómo resolvían favorablemente en un espíritu de plena solidaridad, y de amor y respeto de uno al otro: «Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia. Él les respondió: ¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre? Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas”.

    Hoy día es muy frecuente encontrar familias heridas, cuyos miembros se mantienen con sentimientos de rencor, envidia, y celos entre sí; y no pocas veces enfrentamientos violentos en su interior. Cuánto necesitamos en nuestro tiempo meditar y contemplar a la Sagrada Familia de Jesús, María, y José.

    Aprendamos de ellos para practicar el respeto a la autoridad del Padre y de la Madre sin descartar el diálogo conciliador que escucha, responde, y mirando el bien común alcanza la comprensión y la disposición de caminar juntos, a la luz de la Palabra de Dios. Los invito a repetir en su corazón la siguiente oración, formulada por el Papa Francisco para invocar a la Sagrada Familia.

    Oración a la Sagrada Familia

    Jesús, María y José en Ustedes contemplamos el esplendor del verdadero amor, y a Ustedes, confiados, nos dirigimos:

    Santa Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas iglesias domésticas.

    Santa Familia de Nazaret, que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división; que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado.

    Santa Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios.

    Jesús, María y José, escuchen y reciban benignamente nuestra súplica confiada. Amén.

  • Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    “El Señor dijo a Abram: Ese no será tu heredero, sino uno que saldrá de tus entrañas. Y haciéndolo salir de la casa, le dijo: Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Luego añadió: Así será tu descendencia. Abram creyó lo que el Señor le decía, y por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”.

    Abraham ha sido llamado Padre de la fe, porque creyó en la voz y promesa de Dios, de hacerlo padre de una gran descendencia, sin tener alguna evidencia que le mostrara la viabilidad de la promesa divina. Creer sin ver, confiar ante la imposibilidad presente, mantenerse en todo momento fiel a la Palabra de Dios, son las características de nuestro Padre en la fe.

    Este Domingo, posterior a la Navidad, celebramos la festividad de la Sagrada Familia, miramos a José y María caminar como Abraham, en la oscuridad de la promesa, pero creyendo en la Palabra de Dios. José para aceptar a su esposa embarazada de un hijo que no sabía su procedencia, María para aceptar el misterio de ser madre en la virginidad, y sin saber la misión que su hijo debía cumplir. Sorprendente misterio, que vivieron en la plenitud de la obediencia a la fe.

    Como cristianos, discípulos de Jesús, estamos llamados a mirar el futuro a la luz de la fe, creyendo en la Palabra de Dios como lo hizo Abraham: “Por su fe, Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la tierra que habría de recibir como herencia”.

    Y de la misma manera como lo hicieron María y José, que no obstante las palabras proféticas de Simeón, no tuvieron miedo y afrontaron la misión para la que Dios los había elegido. Así lo hemos escuchado hoy en el Evangelio: “Simeón, varón justo y temeroso de Dios,…Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús,…Simeón lo tomó en brazos y …los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

    Hoy vivimos una gravísima crisis de la familia, generada por varios factores: fractura cultural sobre el consenso de los valores cristianos, originando la dificultad de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones; confusión y rechazo al proyecto de familia instituido por Dios mediante las leyes de la naturaleza; violencia intrafamiliar en lugar de ser cuna del amor; temor y evasión al compromiso de procrear hijos, debido, entre otras causas, a la distorsión de la sexualidad humana considerada más para el mero placer, que para la intimidad y plenitud del amor.

    Lamentablemente la discusión para clarificar estos aspectos se ha vuelto ideológica, y se deja de lado la posibilidad de un diálogo sereno y de recíproca escucha para plantear la actual situación social y redescubrir la indispensable misión de la familia, como la célula básica de una sociedad que prepara y educa la niñez y la adolescencia para lograr nuevas generaciones, que valoren la fraternidad, la solidaridad y la subsidiaridad, superando las diferencias de clases económicas y sociales.

    Dios, nuestro Padre, conocedor de las resistencias a su proyecto creador, que siempre se han dado a lo largo de la historia; se dirige a nosotros los discípulos de Jesús, y nos invita a prolongar la misión de su Hijo Jesús, afrontando las contradicciones y asumiendo los sufrimientos que conlleva ser fieles a la Palabra de Dios.

    Pero debemos advertir que Dios nos pide siempre buscar el diálogo constructivo, dejando en libertad, con la tolerancia necesaria, a quienes no aceptan el mensaje de Jesucristo; ya que nosotros no debemos ser jueces de los demás, sino promotores de la verdad con el respeto de la libre elección con la que cada persona debe decidir.

    La Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesucristo, debe como Abraham, como María y José, dar testimonio de la belleza del proyecto divino de la familia, y transmitir la inmensa alegría, de quienes viven fieles al compromiso propio de esposo y de esposa, de padres y de hijos, de nietos y de miembros de una familia. Recordemos siempre que el testimonio es más elocuente y convincente que el discurso conceptual.

    Mirando hacia el futuro incierto, y bajo las sombras actuales de la grave crisis actual de la familia, los cristianos debemos caminar en la obediencia, guiados por la luz de la fe, recordando la promesa del Señor dirigida a Abraham: “No temas, Abram. Yo soy tu protector y tu recompensa será muy grande”. Y como María podremos experimentar las maravillas que hace Dios en la familia que es fiel y mantiene en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en los triunfos y en los fracasos, su fidelidad a la promesa de nuestro Padre Dios.

    Seguramente Ustedes como yo, hemos escuchado en distintas ocasiones los conmovedores testimonios de muchos, que han vivido los padecimientos del COVID, y de quienes por la misma contingencia han perdido a uno o a más seres queridos, cómo han crecido en la fe; ellos afirman cómo han aprendido a descubrir la intervención divina, cuando se vive un drama y una tribulación inesperada.

    Por eso los invito a dirigir nuestra súplica confiada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que conociendo en carne propia el sufrimiento, decidió presentarse y quedarse con nosotros, dejándonos su bendita imagen para animar, consolar y manifestar su ternura maternal a todos sus hijos, y mostrándonos el camino a seguir para afrontar la grave crisis de la familia, que se va extendiendo no solo en nuestra Patria, sino también intensamente en los países de tradición cristiana.

    Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos llene de esperanza y nos ayude en dar, como ella lo hizo con su esposo José y con su hijo Jesús, el testimonio de vida familiar que necesitamos seguir, para resolver la grave crisis, que atraviesan las familias de nuestro tiempo:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.