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  • Homilía- Jesús es el pan de la vida, en él nutro mis proyectos- 08/08/21

    Homilía- Jesús es el pan de la vida, en él nutro mis proyectos- 08/08/21

    Los judíos murmuraban porque había dicho: Yo soy el pan que bajó del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?”.

    La dificultad de fondo planteada por los judíos, es el presupuesto de considerar, que si bien Dios había creado el mundo y sus habitantes; sin embargo cielo y tierra eran dos realidades, no solamente distintas sino incluso infranqueables. Es decir, los cielos es donde habita Dios, y la tierra donde habita el hombre.

    Consideraban los contemporáneos de Jesús, que Dios había creado el mundo para dominarlo, controlarlo e intervenir en el devenir de los mortales, pero mediante la palabra, sin hacerse presente en el mundo creado por él. Y el hombre estaba destinado para habitar en la tierra, sin ver ni conocer a Dios, y dependiendo de su obediencia a sus mandatos sería feliz o desventurado. Pero al morir acabaría su vida para siempre.

    El acontecimiento de la Revelación hecha por Jesucristo, de un Dios Trinidad de personas, que decide revelar el misterio de la verdadera divinidad, y para eso envía al Hijo para que se encarne y asuma la condición del ser humano era inaudita, impensable. Por ello, el argumento para rechazar la declaración de Jesús es: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?

    Jesucristo ha venido precisamente para romper esa mentalidad, dar a conocer la verdadera naturaleza e identidad de Dios, y anunciar la finalidad por la que Dios creó al hombre: compartir con la humanidad la vida divina, que es el amor. Por tanto esta vida terrenal es tránsito a la vida eterna.

    El verdadero pan del cielo será reconocido porque da vida, y vida eterna. Esta vida es la vida nueva, de la que habló Jesús a Nicodemo. La vida del Espíritu Santo, es la vida que viene de lo alto. Los judíos murmuraban porque su mirada miope se quedaba en Nazaret, en la tierra. Jesús indica la necesidad de descubrir el Espíritu de Dios, que viene de lo alto y transforma, produciendo un nuevo nacimiento en el hombre, que lo capacita para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,3).

    Es pues oportuno preguntarnos, ¿separamos como dos realidades independientes lo temporal de lo celestial, lo carnal de lo espiritual, o entendemos que una está en relación de la otra, lo temporal de lo eterno?

    Para relacionar nuestra vida temporal con el destino a la vida eterna necesitábamos un alimento que nos nutriera, que nos fortaleciera y nos garantizara la accesibilidad a la vida divina. Por eso y para eso vino Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Son dos condiciones muy claras que expone Jesús: Creer en su mensaje, la Buena Nueva, es decir en sus enseñanzas; y alimentar nuestro espíritu con el pan de la vida, para eso lo envió el Padre, y lo asistió el Espíritu Santo: “Todos los que me da el Padre vienen a mí, y al que viene a mí no lo rechazaré, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Y la voluntad del que me envió es que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.

    Antes de esta escena Jesús había transmitido a sus discípulos: Mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra (Jn. 4,34). Ahora lo reafirma diciendo: porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Jesús se revela como el enviado del Padre con la clara misión de hablar en su nombre, de hacerlo presente en el mundo, y de invitar a toda la humanidad a conocerlo, amarlo y servirlo. Para cumplir esta misión Jesús tiene que obedecerlo fielmente. Así Jesús se convierte en el pan que nutrirá a sus discípulos, quienes adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23).

    Dos misterios revelan la necesidad y la manera que plantea Jesús de comer su carne y su sangre: La Encarnación y la Eucaristía.

    Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, al tomar cuerpo con carne y sangre como cualquiera de nosotros, expresa en su persona la manera de cumplir la voluntad del Padre, muestra el modo de conducirnos, la manera de practicar la obediencia al Padre, por eso dirá más adelante: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Tenemos que nutrirnos con las enseñanzas de Jesús y ponerlas en práctica.

    La Eucaristía es el misterio sacramental mediante el cual nos alimentamos del cuerpo y de la sangre de Cristo; Él, como mediador de la Nueva Alianza pone en comunión con el Padre a todos los que lo seguimos, a la Asamblea Santa de la comunidad de los discípulos de Jesús. Por eso, la Eucaristía se define como fuente, centro y culmen de la vida cristiana.

    ¿Es Jesús mi alimento, en él nutro mis aspiraciones, proyectos y realizaciones?

    ¿Deseo y anhelo ver y entrar en el Reino de Dios? ¿Contemplo la Encarnación de Jesús y su presencia en el misterio de la Eucaristía como un inconmensurable regalo de Dios, mi Padre?

    Si nuestra respuesta es positiva, expresémosla valorando la participación en la Eucaristía dominical, atendiendo a las inquietudes, que suscita la escucha de la Palabra de Dios, y poniéndolas en práctica para seguir el ejemplo de Jesucristo. Asumamos entonces con plena conciencia las recomendaciones que hoy ha recordado el apóstol Pablo: “Destierren la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad. Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo”.

    Invoquemos el auxilio, de quien las vivió en plenitud, a Nuestra Madre, María de Guadalupe.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Cómo hay que vivir esta Cuaresma?- Homilía- 21/02/21- I Domingo de Cuaresma

    ¿Cómo hay que vivir esta Cuaresma?- Homilía- 21/02/21- I Domingo de Cuaresma

    Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

    ¿Qué significa la afirmación de Jesús “el Reino de Dios ya está cerca”? Jesús es la presencia de Dios en el mundo, para eso lo envió Dios Padre, y para eso el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María. Por tanto, la presencia de Jesús es la presencia de Dios en el mundo. Al encarnarse el Hijo de Dios y asumir los condicionamientos propios de todo ser humano, queda manifiesta la cercanía de Dios con la humanidad; por tanto, Jesús encarna el Reino de Dios, y por ello, Jesús proclama que está ya cerca.

    Jesús agrega en su anuncio la condición para entrar al Reino: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Es decir, hay que entrar en nuestro propio corazón, hay que revisar si nuestras convicciones y creencias, nuestra conducta y nuestra fe se sustenta en creer que Jesús es la presencia de Dios en el mundo; por tanto, fortalecer nuestro conocimiento de la persona de Jesús para escuchar sus enseñanzas y hacerlas nuestras, practicándolas y transmitiéndolas.

    En razón de nuestra libertad para responder, el Reino de Dios en esta vida terrestre no alcanza su plenitud, pero ya como primicia, podemos gustar y saborear su bondad y vivir la felicidad no obstante las adversidades y conflictos que generan la ignorancia en muchos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, y de la fragilidad humana que a todos nos hace tropezar en el ejercicio de las enseñanzas de Jesucristo.

    Dada nuestra fragilidad humana es necesario tener siempre una actitud abierta para descubrir cuándo nos alejamos de las enseñanzas de Jesús, y corregir nuestra conducta con plena confianza en su misericordia. Ésta es la respuesta que pide Jesús al proclamar “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio.

    Estamos iniciando la Cuaresma, tiempo de revisión, de escuchar la voz de Dios, de reflexión y oración; así seguiremos el ejemplo de Jesús, que dedicó 40 días para prepararse a su misión, de hacer presente el amor del Padre en el mundo, y para superar cualquier tentación que lo desviara de su propósito: “El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás”.

    La pregunta que debemos hacernos es: ¿Ante tanta bondad de Dios con nosotros, me he decidido a vivir esta Cuaresma que hemos iniciado, con la finalidad de entrar a la experiencia del Reino de Dios?; porque Dios ya ha dado el paso, está de nuestro lado, pero, ¿cuál es mí y nuestra respuesta?

    Hoy la primera lectura narra el diluvio acontecido en tiempos de Noé, y cómo Dios  elige a Noé y a su descendencia y a todo ser viviente sobre la tierra para establecer una alianza, e iniciar un camino de preparación de un pueblo, cuya misión será transmitir al verdadero Dios Creador, que ama entrañablemente a sus creaturas: “Dijo

    Dios a Noé y a sus hijos: «Ahora establezco una alianza con ustedes y con sus descendientes… y con todo ser viviente sobre la tierra.

    ¿En qué consiste esa alianza que ha establecido Dios con la Humanidad? Es una alianza para promover y cuidar las condiciones favorables de la vida en toda la Creación, y evitar la destrucción de nuestra casa común: “Esta es la alianza que establezco con ustedes: No volveré a exterminar la vida con el diluvio ni habrá otro diluvio que destruya la tierra”.

    El proyecto de Dios es un proyecto de vida y no de muerte. Pero como toda alianza para que se cumpla deben las dos partes realizar su compromiso. Dios ha dado una señal: “Pondré mi arcoíris en el cielo como señal de mi alianza con la tierra, y cuando yo cubra de nubes la tierra, aparecerá el arcoiris y me acordaré de mi alianza con ustedes y con todo ser viviente”. ¿Hemos aprovechado esta señal de Dios, recordando al ver el arcoíris nuestra respuesta por el cuidado de la Casa común y de la vida que genera toda la Creación?

    San Pablo explica hoy, que además de la señal del arcoíris, al encarnarse el Hijo de Dios como hombre, transmitió mediante el bautismo un recurso extraordinario para  que todos sus discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, den testimonio vivo y atractivo del don de la vida para la humanidad: “Aquella agua era figura del bautismo, que ahora los salva a ustedes y que no consiste en quitar la inmundicia corporal, sino en el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios, por la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro”.

    Pero además de cuidar la Casa Común y llevar una vida a ejemplo de Jesucristo, nos reserva la gran promesa de la vida eterna, manifestada en el inmenso amor de Dios Padre por sus creaturas, al haber enviado a su Hijo, que se entregó generosamente para conducirnos con su ejemplo y convertirse así en Camino, Verdad y Vida: “Cristo murió, una sola vez y para siempre, por los pecados de los hombres; él, el justo, por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios; murió en su cuerpo y resucitó glorificado”.

    Renovemos de nuestra parte la alianza con Dios y asumamos el compromiso del bautismo en este tiempo tan desafiante, tan plural y polifacético, tan complejo y diverso, un mundo a la vez globalizado y dividido, un mundo con recursos abundantes para unos y con pobreza y miseria para otros. Quien sino solo Dios, Nuestro Padre nos puede unir para integrar la única familia humana, la familia de Dios.

    Por ello, con corazón agradecido hagamos nuestra la petición del salmo que hemos escuchado: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza”. Para eso vino Nuestra Madre, María de Guadalupe a nuestra Patria, nos ha dado identidad, y nos ha manifestado el infinito y tierno amor de una madre común, supliquemos nos acompañe en esta Cuaresma para obedecer la proclama de Jesús: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a  todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo  de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿En qué hemos aprovechado este tiempo?- Homilía- 14/02/21- Domingo VI del Tiempo Ordinario

    ¿En qué hemos aprovechado este tiempo?- Homilía- 14/02/21- Domingo VI del Tiempo Ordinario

    El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro! Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento”.

    ¿No les parece que tiene mucha coincidencia con el confinamiento, que hemos debido guardar para evitar el contagio del Covid-19? La lepra en el tiempo de Jesús era una enfermedad que no tenía curación, y mucho menos había vacuna para obtener inmunidad. El leproso debía irse a vivir solo o con un grupo de leprosos como él, fuera de la población a esperar su muerte.

    La sensibilidad de Jesús es enorme, no tiene miedo a quedar impuro según la ley, ni a contagiarse; ya que no huye de la presencia de un leproso que se le acerca y de rodillas le suplica que lo cure: “Se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: Si tú quieres, puedes curarme. Y no solo lo escuchó compadecido, lo tocó y lo curó. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: ¡Sí quiero: Sana! Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio”.

    El milagro es sorprendente, y así podemos comprender porque la fama de Jesús corría de boca en boca, llegando a las poblaciones cercanas de la rivera del lago de Galilea,  e incluso al norte hasta Tiro y Sidón poblaciones paganas, y al sur a Jerusalén, donde esperaban las fiestas de la Pascua para conocer a Jesús. Sin embargo, Jesús sorprende con el mandato que da al leproso curado: “Jesús le mandó con severidad: No se lo cuentes a nadie;…Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes”.

    ¿Qué es lo que pretendía Jesús, al pedir que no se divulgara el acontecimiento milagroso de la curación de la lepra? Para obtener una respuesta les propongo  recordar un viejo refrán que dice: Mientras el sabio contempla la luna, el necio se queda mirando al dedo que la apunta. Cuando acontece un milagro sin duda sorprende, pero es más importante conocer y tener en cuenta en nuestra vida al autor del milagro.

    Por esa razón, Jesús le indica al leproso curado: No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”. La intención de Jesús es que el leproso descubra quién lo ha curado, que descubra a Dios Padre; y por eso lo envía al templo para que haga oración y comience una relación con Dios, y descubra su amor, para que de esa manera el resto de su vida lo dedique a transmitir el amor, de quien lo ha sanado, y no solamente comentar su milagrosa curación.

    Y nosotros en medio de esta pandemia, que nos ha confinado y reducido al mínimo nuestras relaciones sociales de carácter presencial, ¿en qué hemos aprovechado este retiro y soledad, esta experiencia de enfermedad y muerte a nuestro alrededor? ¿Esta incertidumbre, de cuando terminará esto y cuándo volveremos a nuestra realidad anterior?

    El Papa Francisco ha advertido con claridad que, de esta pandemia, saldremos mejores o peores, pero no igual que antes. ¿Cuál es la clave para salir mejores? Según mi parecer es trabajar para convertirnos en personas sabias, que no nos quedemos mirando el dedo que apunta la luna, es decir, que no nos quedemos conociendo los acontecimientos a nuestro alrededor y lamentándonos de lo sucedido, buscando responsables de lo que sucede; en una palabra que dejemos de ser necios, y seamos sabios para descubrir la fuerza de nuestro espíritu, que da vida a nuestro cuerpo.

    Por ello es conveniente que nos preguntemos para qué nos ha dado Dios la vida, y reconozcamos que en Jesucristo, Dios Padre ha revelado su verdadera naturaleza, que es el amor. El verdadero Dios es un Dios Trinidad, una comunidad de tres personas  que se aman a tal punto, que se identifican en su querer y en su actuar. Para  promover un mayor conocimiento de Dios Trinidad revelado por Cristo, y salir mejores de esta pandemia les pregunto:

    ¿En este tiempo de confinamiento he aprovechado el tiempo para leer y meditar los Evangelios?¿Los momentos de silencio y soledad los he aprovechado para indagar mi interior, mis deseos, mis pensamientos, mis acciones y descubrir cuáles son para bien y cuáles para mal?

    ¿He podido ayudar a mi prójimo, en las personas de mi familia, de mis vecinos o de mis amigos, que me enteré sufren angustia o desesperanza? ¿He participado para auxiliar a los más pobres de mi ciudad, colaborando de alguna manera con las organizaciones pastorales o sociales?

    Jesucristo es el Camino a recorrer, y nosotros con nuestro testimonio de amor al prójimo, debemos darlo a conocer. Para ello es importante seguir los criterios que hoy ha recordado el apóstol San Pablo en la segunda lectura: “Hermanos: Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria  de Dios. No den motivo de escándalo ni a los judíos, ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar  mi propio interés, sino el de los demás, para que se salven. Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”.

    Acudamos con plena confianza, a quien tanto nos ha mostrado su amor, y a quien nos ha ayudado, incluso intercediendo ante su Hijo y obteniendo milagros en favor de tantos peregrinos; invoquemos en un breve momento de silencio a Nuestra Madre, María de Guadalupe para que nos acompañe en este difícil tiempo de pandemia, y durante esta Cuaresma, que inicia el próximo Miércoles de Ceniza, la aprovechemos para un encuentro con Dios, nos limpie de nuestras lepras y lleguemos a la Pascua renovados y siendo mejores personas: alegres, positivas y llenas de esperanza.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a  todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

     

     

  • La vida y la salud son para servir-Homilía- 7/02/21-Domingo V del Tiempo Ordinario

    La vida y la salud son para servir-Homilía- 7/02/21-Domingo V del Tiempo Ordinario

    “Me han tocado en suerte meses de infortunio y se me han asignado noches de dolor. Al acostarme, pienso: ¿Cuándo será de día? La noche se alarga y me canso de dar vueltas hasta que amanece. Mis días corren más aprisa que una lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo. Mis ojos no volverán a ver la dicha”.

    El fuerte contraste, que presentan hoy los textos entre la primera y segunda lectura, entre la situación emotiva y dolorosa de Job, y en cambio la alegría contundente y convincente de Pablo, es un testimonio muy elocuente, de cómo puede cambiar  nuestra vida para bien, a pesar de lo dramático o trágica que sea la situación vivida en el presente.

    Job sufrió la desesperanza ante la tragedia de perderlo todo: hijos, posesiones, e incluso su propia salud, en un breve tiempo. El texto refleja la ansiedad y el vacío de sentido para seguir viviendo. Sin embargo su reflexión interior y el diálogo con sus amigos, le ayudó a descubrir que su situación no era castigo divino, y que al contrario, desconociendo los designios de Dios, llegó a la convicción que Dios no lo había abandonado, y recuperó su salud, reconstruyó su vida, y obtuvo la gracia de nuevos hijos, que le volvieron a dar la felicidad de vivir hasta el final de sus días.

    Por su parte Pablo afirma: “Aunque no estoy sujeto a nadie, me he convertido en esclavo de todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”.

    No es que a San Pablo la vida le haya sonreído por los constantes éxitos de su misión, pues también como Job padeció persecución, rechazo, burlas y falsas acusaciones, golpizas que lo dejaron aparentemente muerto, juicio ante tribunal y cárcel por cumplir su misión apostólica, y finalmente dos años de arresto domiciliario en Roma,  esperando la sentencia del máximo tribunal del Imperio, que finalmente lo condenó a   la decapitación y muerte.

    Por su parte, la escena del Evangelio manifiesta a Jesús como un verdadero y desinteresado servidor de los enfermos: “Al atardecer,… le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñaba junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios”.

    Destaco, que la suegra de Pedro al ser curada se levanta y se pone a servirles. Este dato muestra la importancia de orientar el sentido de la vida y de la salud, como un don que recibimos de Dios para servir a los demás, desde lo que son nuestras responsabilidades. Sin duda la suegra llevaba en su hogar la conducción propia de  una ama de casa, y desde lo que sabía hacer, inmediatamente sanada, lo asume con alegría porque es una decisión propia sin que nadie se lo hubiera pedido o exigido, lo hace correspondiendo al ejemplo de Jesús que la atendió en cuanto supo su situación.

    ¡Qué importante es nuestro testimonio de servicio, es el mejor medio para evangelizar!

    En cuanto a la liberación de los poseídos, Jesús prefiere actuar y no recibir comentarios sobre su acción. El silencio que pide Jesús apaga el protagonismo, que sin duda siempre daña a un servidor que recibe los halagos de los servidos, y puede tentar y dañar, al tiempo, la necesaria humildad, de quien se presenta como enviado,  en el caso de Jesús, mensajero de Dios Padre. Su interés es dar a conocer el amor y la misericordia, de quien lo envía.

    Otro aspecto de notar, es como Jesús, después de haber cumplido la misión de su Padre, se retira en el silencio y la soledad para dar cuenta de su acción, para orar y agradecer la asistencia del Espíritu Santo, y para seguir avanzando en el anuncio y la proclamación del Reino de Dios. Es un hermoso testimonio de cómo orar y dirigirnos a Dios Padre.

    Finalmente, Jesús ante la tentación del éxito que causa el bien, percibiendo la imagen de la popularidad y aceptación de la gente, decide ir a otras poblaciones y ampliar el radio de acción en el cumplimiento de su misión. Pero además con esta decisión manifiesta la necesidad de propiciar que la gente aprenda a no retener, a quien te garantiza bienestar y protección, sino aprender a generarla por sí mismos, como una comunidad que se ha encontrado con Dios: “Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: Todos te andan buscando. Él les dijo: Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido.

    ¿Qué debemos aprender de estos textos de la Palabra de Dios, que hoy hemos escuchado? ¿Cuáles son las lecciones que nos dejan?

    • Que la alegría y el entusiasmo para donar nuestra vida, viene de la generosidad de responder a la vocación, y lo confirma la vida interior de fortaleza ante las adversidades.
    • La constancia de seguir sirviendo sin importar a quién, con tal que lo necesite.
    • La importancia de tener a Dios en cuenta, y buscarlo desde nuestro interior, manifestándole nuestros sentimientos con claridad sincera y honestidad plena, dejando en sus manos las decisiones. ¡Para eso es la Oración!
    • Transmitir y compartir en diálogo sincero con la familia, amigos, grupos apostólicos, nuestra experiencia, y especialmente la sensibilidad creciente de las intervenciones de Dios en nuestra vida. Sin ninguna pretensión de presumir, o de generar imagen ante los demás, sino de testimoniar cómo Dios nos acompaña, y manifiesta su amor en la vida diaria.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe es un ejemplo vivo y ya extendido, entre todos los que la invocamos, y hemos recibido su auxilio para ser buenos discípulos de su Hijo Jesús. Agradezcamos de corazón su presencia entre nosotros y pidamos nos auxilie para seguir su ejemplo y transmitir nuestra experiencia, sirviendo a nuestros prójimos, especialmente a los más necesitados.

  • Jesús ha pedido a sus discípulos ser profetas- Homilía- 31/01/21-IV Domingo del Tiempo Ordinario

    Jesús ha pedido a sus discípulos ser profetas- Homilía- 31/01/21-IV Domingo del Tiempo Ordinario

    00″El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán”.

    ¿Cuál es la misión del profeta? Anunciar el mensaje de Dios. El anuncio es una invitación a escuchar la voz del Señor y conocer su contenido, y de acuerdo a ese mensaje, señalar los puntos que confrontan la conducta personal y social de una población.

    ¿Por qué es tan importante escuchar y aceptar el mensaje profético? La invitación no solo es para ofrecer información, sino especialmente para interpelar, cuando el Señor exige confrontación y cambio en el proceder de un pueblo, en vista de prevenir  y alertar en las consecuencias negativas, que podrían darse de no atender el llamado; y para motivar la voluntad y mover el corazón de los oyentes, dando a conocer las nuevas y positivas situaciones que generará la intervención divina en favor de la comunidad.

    Por qué entonces el pueblo afirma: “No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios”. Sin duda como todo ser humano existe conciencia de nuestra fragilidad, hoy decimos que sí, y mañana no cumplimos lo prometido. El miedo a escuchar la voz del Señor compromete, no quita la libertad, pero exige respuesta.

    La misión profética juega un papel decisivo para mantener las buenas relaciones entre Dios y la comunidad. De aquí la importancia de la presencia de profetas en la vida de una comunidad, y por eso es tan necesaria la indispensable fidelidad del Profeta para cumplir su misión; así, entendemos la dura sentencia de muerte para quien manipule la voz de Dios: “el profeta que se atreva a decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de otros dioses, será reo de muerte”.

    Jesucristo ha pedido a sus discípulos ser profetas, para anunciar y proclamar la Buena Nueva, el Evangelio, que consiste en la llegada del Reino de Dios. Por esta razón comprenderemos, por qué, cuando fuimos bautizados en su nombre, se afirmó que participamos como profetas, sacerdotes, y reyes, por ser discípulos de Jesucristo.

    Como profetas para anunciar la voz de Dios de palabra y obra, como sacerdotes para unir nuestra ofrenda existencial al sacrificio de Cristo en la Eucaristía, y como reyes para dar testimonio con nuestra vida de los valores del Reino de Dios, proclamado y vivido por el mismo Jesucristo al encarnarse, asumiendo nuestra condición humana, y así, constituirse en Camino, Verdad, y Vida.

    Con esta explicación podremos entender y profundizar la reflexión de San Pablo sobre la importancia de la vida celibataria: “El hombre soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle; en cambio, el hombre casado se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposa, y por eso tiene dividido el corazón. En la misma forma, la mujer que ya no tiene marido y la soltera, se preocupan de las cosas del Señor y se pueden dedicar a él en cuerpo y alma. Por el contrario, la mujer casada se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposo”.

    Es decir, los desposados su primera obligación es la atención mutua y la de los hijos; por lo cual la misión de profetas, sacerdotes y reyes se queda como segunda prioridad. En cambio, el célibe tiene la disponibilidad de asumir como prioridad en su vida la dedicación en plenitud al servicio del Reino de Dios, al auxilio de la comunidad y de las familias, para orientar y acompañar a los bautizados en su misión, y para auxiliar a los necesitados presentes en su comunidad.

    Lamentablemente el actual contexto socio-cultural ha puesto como prioridad de la vida el disfrute sexual a como dé lugar. Cuando la verdadera y permanente felicidad es fruto del amor, que nace y crece en el servicio al prójimo. No obstante, la Iglesia afirma y mantiene con claridad la validez y la necesidad del celibato, en vista de ofrecer plena disponibilidad para servir al Señor, promoviendo y atendiendo a los hermanos.

    En este sentido invito a los jóvenes, varones y mujeres, a las personas viudas, que ya han cumplido sus obligaciones matrimoniales y familiares a escuchar y asumir lo que el Salmo de hoy aconsejaba:Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”. Estas palabras invitan a considerar la manera, en la que pueda llevar a cabo, mi personal aporte como discípulo de Jesucristo.

    Si cumplimos nuestra misión profética tendremos la fortaleza del Espíritu Santo, como lo manifiesta Jesús en el pasaje de hoy, para liberar a quienes sufren por consecuencia de haber permitido que su corazón fuera atraído y seducido por el mal, quedando atrapados en tan nefastos condicionamientos, de los cuales solos es muy difícil que se liberen: “Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le ordenó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él”.

    También hoy, hay muchos que necesitan la fuerza del Espíritu de Dios para liberarse de la seducción del placer, del poder, o de la codicia y ambición. Como Iglesia está en nuestra voluntad aprender a ser conducidos por el Espíritu para dar testimonio contundente, que Dios camina con nosotros, y quiere liberar a sus hijos de todo mal, cualquiera sea la condición en que se encuentre.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe a disponer nuestro corazón para recibir como ella, la asistencia del Espíritu Santo, y podamos en estos tiempos tan desafiantes, cumplir nuestra misión profética, como buenos discípulos de su hijo Jesús, y en su nombre, venzamos el mal a fuerza del bien.

    Abramos nuestro corazón, y expresémosle nuestra súplica, confiando en su amor maternal y misericordioso, en un breve momento de silencio.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

     

  • ¿Qué significa seguir a Jesús?- Homilía- 24/01/21-Domingo III del Tiempo Ordinario

    ¿Qué significa seguir a Jesús?- Homilía- 24/01/21-Domingo III del Tiempo Ordinario

    «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio”.

    El primer anuncio y mensaje de Jesucristo es que ha llegado el Reino de Dios, porque él, como Hijo de Dios, al encarnarse ha hecho presente a Dios en la Historia de la humanidad. Y como bien advirtió: “Sepan, que yo estoy con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20); significa que Jesucristo camina con nosotros y a través de nosotros, como lo expresa su inmediata llamada a congregar a sus discípulos que prolongarán su presencia en el mundo.

    “Jesús… vio a Simón y a su hermano, Andrés, y les dijo: Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan,… y los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre …, se fueron con Jesús”.

    Seguir a Jesús es más que simplemente aceptar sus enseñanzas, seguir a Jesús es en consecuencia formar parte de la comunidad de discípulos. La Conversión a la que llama Jesús, no es solo arrepentirse de los pecados y adecuar mi conducta a los mandamientos de la ley de Dios, sino que debe ir acompañada de creer la Buena Noticia, el Reino de Dios ha llegado, y en decidir integrarse a la comunidad de discípulos de Cristo. A este paso, el documento de Aparecida lo ha llamado Conversión Pastoral.

    El documento en el número 368 plantea la exigencia que implica dar este paso: “La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristianas. Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la santidad son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha de inspirarse en el mandamiento nuevo del amor”.

    La comunidad de discípulos que sigue a Jesús, vive los valores del Reino iluminados por la Palabra de Dios, lo cual implica que consideremos que no solo somos buenos católicos, participando como fieles en la celebración de los Sacramentos y en las prácticas religiosas y culturales que ofrecemos en nuestros templos, sino que asumamos el compromiso de integrarnos en pequeñas comunidades en torno a la Palabra de Dios, que oriente nuestro actuar, confronte nuestro caminar, y nos lance con esperanza y decisión a ser una Iglesia en salida, una Iglesia que promueva el anuncio kerigmático de la Buena Nueva en nuestros propios ambientes de vida y en los diversos contextos sociales.

    Así lo propone el documento de Aparecida en el No. 370: “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”.

    Para ello, viene muy bien la advertencia de San Pablo: “la vida es corta. Por tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero”.

    En efecto, necesitamos adquirir una actitud de desapego a los bienes de esta vida, para poder, como los primeros discípulos, centrar nuestra vida en la proclamación del Reino de Dios, y en el testimonio personal y comunitario de los valores del Reino.

    Los invito a que hagamos nuestra la orden que Dios dirigió a Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran capital, para anunciar ahí el mensaje que te voy a indicar”. Con la confianza y esperanza de que nuestros interlocutores en toda América Latina y el Caribe respondan como lo hicieron los ninivitas a la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios”, y actuaron en consecuencia.

    La tarea queda clara, recordando los números 366 y 367 del documento de Aparecida: “estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta. La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales”.

    A la luz de estos párrafos considero, que el Papa Francisco tiene toda la razón al a haber indicado al CELAM, que en lugar de convocar a una VI Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, se celebrara en noviembre próximo en nuestro País, la primera Asamblea Eclesial de Latinoamérica y el Caribe, que hoy anunciamos con la finalidad de retomar el documento de Aparecida para impulsar el proceso de su aplicación en nuestras Diócesis.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe en el camino de preparación de la Asamblea Eclesial, y en la posterior fecundidad para cumplir la misión de proclamar y testimoniar como lo hizo Jesús, que Dios Padre nos ama, y nos regala los dones del Espíritu Santo para vivir conforme a las enseñanzas y ejemplo de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. ¡Que así sea!

  • Misa de exequias de Mons. Francisco Daniel Rivera- Homilía- 20/01/21

    Misa de exequias de Mons. Francisco Daniel Rivera- Homilía- 20/01/21

    Tu bondad y misericordia me acompañarán todos los días de mi vida y viviré en la casa del Señor por años sin término”(Sl 22,6).

    Esta estrofa final del Salmo 22, el Señor es mi pastor, nada me faltará, perfila muy bien este momento que vivimos en la despedida de monseñor Daniel entre nosotros. Y también el resto de las lecturas que hemos escuchado como Palabra de Dios. Voy a ir delineando desde lo que escuchamos, algunas frases de esta Palabra de Dios, que describen el perfil de la personalidad de monseñor Daniel.

    En la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se presenta la posición de quien no cree en Dios, de los impíos, dice el texto: “Los impíos razonando equivocadamente se dijeron triste y corta es la vida e irremediable el trance final del hombre”(Sb 2,1). Para luego el texto contraponer afirmando: “Esto es lo que piensan los que no creen en Dios, los impíos, pero se engañan, porque su maldad los ciega, no conocen los designios de Dios” (Sb 2, 21-23).

    Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de sí mismo. Cuando tenemos esta convicción de fe en nuestro corazón, en nuestro interior, somos muy dóciles a la palabra de Dios y a las exigencias de la misión de la iglesia, como lo fue Daniel. Tenemos esa aceptación de la voluntad del Padre, en aquello que a través de las autoridades correspondientes, le exigen o le piden a uno realizar.

    Y también, cuando somos autoridad, y tenemos que pedir a algo a alguien subordinado a nosotros, como él lo fue en los distintos cargos y responsabilidades dentro de su Congregación, y como lo fue siendo Obispo entre nosotros; conviene ejercer la autoridad con suavidad, pero con firmeza; con determinación, sí, pero con el reconocimiento de que el otro también está en esa libertad de aceptar o no lo que se le pide. Esto lo vivió Daniel gracias a la Espiritualidad de la Cruz, de la cual él estaba enamorado, plenamente.

    Y por eso, podemos afirmar que él es uno de los que describe San Pablo hoy, en la lectura: “los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rm 8,14). Todos hemos sido creados a imagen de Dios y para ser sus hijos, lamentablemente a unos les cuesta más trabajo que a otros, y quizá algunos no lo logran en esta vida, pero dejándonos guiar por el Espíritu Santo, como él lo aprendió como Misionero del Espíritu Santo, logramos generar en nosotros el espíritu de hijo, y nuestra relación con Dios Padre a través de Jesucristo.

    Por ello expresa San Pablo: “el mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios. Es el Espíritu Santo que en relación con nuestro propio espíritu nos hace dar testimonio de que somos hijos  de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo, puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él” (Rm 8,  16-17).

    Él pasó esta prueba durísima, del contagio, de la infección del Covid y conociéndolo, no dudo ni un momento en afirmar que lo asumió con plena voluntad de realizar lo que Dios quería de él.

    En el evangelio por su parte, Jesús declara: “Yo les aseguro que, si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere producirá mucho fruto”(Jn 12,24) . Este pasaje quizá lo hemos muchas veces escuchado y siempre referido al mismo Jesús, pareciera la intención del evangelista Juan de que Él va a tener que morir para ser fecundo. Pero es lo que sucede en todo  aquel que logra ser hijo de Dios, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Al morir crece su fecundidad, como le ha pasado a tantos santos.

    San Francisco de Asís, al final de su vida, vio con tristeza la división de sus hermanos, pero nunca desconfió de su Padre Dios. Y hoy vemos en la Iglesia la congregación y espiritualidad franciscana la más extendida en todo el mundo. La fecundidad se da después de nuestra muerte.

    También en el evangelio de hoy escuchamos: “el que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté también esté mi servidor. El que me sirve será honrado  por mi Padre”(Jn 12,26). Sirviendo al Señor lo honramos y lo hacemos presente entre los demás.

    Este es el testimonio que han compartido, particularmente los cuatro Obispos Auxiliares que vivían junto con él en este año, un testimonio ejemplar de quien fue un aporte muy especial para que nuestros Obispos asumieran una actitud plena y en conciencia, de la ventaja de estar viviendo en comunidad.

    Por eso con toda convicción afirmo que Daniel fue un buen pastor,  no le ha  tocado -el Señor así lo ha querido- que fuera muchos años Obispo, solo uno, pero uno le bastó: ¡Fue un buen pastor!

    Como sacerdote yo lo conocí allá por el año 1992 en Milán, como Vicario Parroquial como un hombre de Dios y un buen Pastor, y después en distintos niveles de responsabilidad de formador, y también como lo fue al final en su  propia Congregación Religiosa de Superior General.

    El salmo que proclamamos hoy dice: “El señor es mi pastor y nada me faltará”(Sl 22,1); y la estrofa final expresa lo que vive hoy Daniel: “tú bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y viviré en la Casa del Señor por años sin término” (Sl, 22, 6). Amen.

  • Descubrir la propia vocación y seguirla- Homilía- 17/01/21- II Domingo del Tiempo Ordinario

    Descubrir la propia vocación y seguirla- Homilía- 17/01/21- II Domingo del Tiempo Ordinario

    “Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste? Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: Habla, Señor; tu siervo te escucha. Y Samuel se fue a acostar”.

    Esta bella historia del joven Samuel expresa la ignorancia de un joven que no ha descubierto la forma como Dios se manifiesta y se comunica, con cada uno de nosotros. De pequeños, nacidos en una familia cristiana, nos enseñan oraciones que debemos recitar para orar y para dirigir nuestras súplicas a Dios. Sin embargo, son solamente los primeros pasos para aprender a relacionarnos con Dios, nuestro Padre. Nos ayudan a descubrir que Dios es alguien, a quien debemos tener en cuenta a lo largo de nuestra vida.

    Habitualmente después de esos primeros pasos y llegada la adolescencia, nuestra preocupación ya no es orar y buscar a Dios, sino responder a la pregunta, ¿quién soy yo, y que será de mi vida? Y si no tenemos a mano alguien, que nos recuerde que la vida ha sido un regalo de Dios, y que él tiene un proyecto para mí, fácilmente caeremos en una búsqueda de sentido, donde yo sea el protagonista y decida cómo vivir, conforme a mis atracciones. Aquí viene bien tener en cuenta la advertencia del apóstol Pablo que escuchamos en la segunda lectura: “El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo”.

    Samuel sí tuvo quien lo instruyera sobre lo que debía responder. Y Samuel obediente a la instrucción respondió adecuadamente, iniciando un camino que lo llevaría a ser profeta y juez del pueblo de Israel: “De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: Samuel, Samuel. Este respondió: Habla, Señor; tu siervo te escucha”.

    La clave es aceptar ser siervo, es decir servidor del Señor Dios, y abrir los oídos y la inteligencia para escuchar sus indicaciones. A este proceso la espiritualidad cristiana lo ha llamado discernimiento vocacional.

    Discernir es clarificar lo que se mueve en nuestro interior para realizar el bien, estar atento a las inquietudes del corazón, a las reacciones ante los acontecimientos que se presentan, y llegar a la decisión para actuar en consecuencia con lo que mi conciencia considera mi mejor aportación.

    Este proceso habitual, facilita descubrir la vocación, a la que estoy llamado, cuál es la misión que Dios quiere confiarme. En este paso se vuelve fundamental el consejo de personas mayores, que han caminado en la vida positivamente, y a quienes les tenga confianza para abrir mi interior. Tener a la mano personas, que me indiquen a quien acudir es un gran auxilio.

    En el Evangelio de hoy escuchamos cómo Juan Bautista cumplió la misión de indicar a dos de sus discípulos, quién era Jesús: “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús”. Ellos por su parte siguieron la indicación y su experiencia fue maravillosa: “Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le contestaron: ¿Dónde vives, Rabí? Él les dijo: Vengan a ver. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.

    La experiencia los llenó de tanta alegría y entusiasmo, que el discípulo Andrés inmediatamente compartió con su hermano Simón: “El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías. Lo llevó a donde estaba Jesús y éste fijando en él la mirada, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás, que significa Pedro”.

    Vemos la importancia de compartir con los más cercanos, las experiencias que atraen y sorprenden por inesperadas, y por descubrir caminos insospechados, como lo fue para estos dos hermanos, y lo ha sido para tantos en la historia, que se han dejado seducir por la presencia del Espíritu de Dios que interviene y se manifiesta en la vida terrena. Porque como bien afirma San Pablo: “¿No saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él… ¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes?”.

    En efecto, descubrir la propia vocación y seguirla para responder al llamado de Dios fortalece y dinamiza a toda persona, porque se le concede corresponder a la acción divina del Espíritu Santo.

    Sin embargo, ante tanta belleza y encanto, que provoca a quienes deciden responder vocacionalmente a Dios, Nuestro Padre; también constatamos tantos jóvenes, que hoy caminan sin rumbo en la vida, que se dejan seducir por el placer, el poder, o la acumulación de riquezas, y al primer tropezón se derrumban, y son víctimas de la desesperación, a tal grado, que lamentablemente en nuestro tiempo se han vuelto recurrentes los suicidios entre los jóvenes.

    Es urgente acercarnos a ellos y ofrecerles ayuda, especialmente cuando están deprimidos, o se sienten fracasados o derrotados, de aquí la importancia de la Pastoral Juvenil-Vocacional, que debemos fortalecer en nuestra Arquidiócesis.

    Especialmente hago un llamado a los jóvenes que ya han encontrado un buen camino vocacional, para que se sumen a esta urgencia de acompañamiento a las nuevas generaciones.

    Pidamos a nuestra Madre, María de Guadalupe, nos auxilie, y acompañe nuestros esfuerzos pastorales en general, y especialmente en la atención de adolescentes y jóvenes.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    “El Señor dijo a Abram: Ese no será tu heredero, sino uno que saldrá de tus entrañas. Y haciéndolo salir de la casa, le dijo: Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Luego añadió: Así será tu descendencia. Abram creyó lo que el Señor le decía, y por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”.

    Abraham ha sido llamado Padre de la fe, porque creyó en la voz y promesa de Dios, de hacerlo padre de una gran descendencia, sin tener alguna evidencia que le mostrara la viabilidad de la promesa divina. Creer sin ver, confiar ante la imposibilidad presente, mantenerse en todo momento fiel a la Palabra de Dios, son las características de nuestro Padre en la fe.

    Este Domingo, posterior a la Navidad, celebramos la festividad de la Sagrada Familia, miramos a José y María caminar como Abraham, en la oscuridad de la promesa, pero creyendo en la Palabra de Dios. José para aceptar a su esposa embarazada de un hijo que no sabía su procedencia, María para aceptar el misterio de ser madre en la virginidad, y sin saber la misión que su hijo debía cumplir. Sorprendente misterio, que vivieron en la plenitud de la obediencia a la fe.

    Como cristianos, discípulos de Jesús, estamos llamados a mirar el futuro a la luz de la fe, creyendo en la Palabra de Dios como lo hizo Abraham: “Por su fe, Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la tierra que habría de recibir como herencia”.

    Y de la misma manera como lo hicieron María y José, que no obstante las palabras proféticas de Simeón, no tuvieron miedo y afrontaron la misión para la que Dios los había elegido. Así lo hemos escuchado hoy en el Evangelio: “Simeón, varón justo y temeroso de Dios,…Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús,…Simeón lo tomó en brazos y …los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

    Hoy vivimos una gravísima crisis de la familia, generada por varios factores: fractura cultural sobre el consenso de los valores cristianos, originando la dificultad de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones; confusión y rechazo al proyecto de familia instituido por Dios mediante las leyes de la naturaleza; violencia intrafamiliar en lugar de ser cuna del amor; temor y evasión al compromiso de procrear hijos, debido, entre otras causas, a la distorsión de la sexualidad humana considerada más para el mero placer, que para la intimidad y plenitud del amor.

    Lamentablemente la discusión para clarificar estos aspectos se ha vuelto ideológica, y se deja de lado la posibilidad de un diálogo sereno y de recíproca escucha para plantear la actual situación social y redescubrir la indispensable misión de la familia, como la célula básica de una sociedad que prepara y educa la niñez y la adolescencia para lograr nuevas generaciones, que valoren la fraternidad, la solidaridad y la subsidiaridad, superando las diferencias de clases económicas y sociales.

    Dios, nuestro Padre, conocedor de las resistencias a su proyecto creador, que siempre se han dado a lo largo de la historia; se dirige a nosotros los discípulos de Jesús, y nos invita a prolongar la misión de su Hijo Jesús, afrontando las contradicciones y asumiendo los sufrimientos que conlleva ser fieles a la Palabra de Dios.

    Pero debemos advertir que Dios nos pide siempre buscar el diálogo constructivo, dejando en libertad, con la tolerancia necesaria, a quienes no aceptan el mensaje de Jesucristo; ya que nosotros no debemos ser jueces de los demás, sino promotores de la verdad con el respeto de la libre elección con la que cada persona debe decidir.

    La Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesucristo, debe como Abraham, como María y José, dar testimonio de la belleza del proyecto divino de la familia, y transmitir la inmensa alegría, de quienes viven fieles al compromiso propio de esposo y de esposa, de padres y de hijos, de nietos y de miembros de una familia. Recordemos siempre que el testimonio es más elocuente y convincente que el discurso conceptual.

    Mirando hacia el futuro incierto, y bajo las sombras actuales de la grave crisis actual de la familia, los cristianos debemos caminar en la obediencia, guiados por la luz de la fe, recordando la promesa del Señor dirigida a Abraham: “No temas, Abram. Yo soy tu protector y tu recompensa será muy grande”. Y como María podremos experimentar las maravillas que hace Dios en la familia que es fiel y mantiene en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en los triunfos y en los fracasos, su fidelidad a la promesa de nuestro Padre Dios.

    Seguramente Ustedes como yo, hemos escuchado en distintas ocasiones los conmovedores testimonios de muchos, que han vivido los padecimientos del COVID, y de quienes por la misma contingencia han perdido a uno o a más seres queridos, cómo han crecido en la fe; ellos afirman cómo han aprendido a descubrir la intervención divina, cuando se vive un drama y una tribulación inesperada.

    Por eso los invito a dirigir nuestra súplica confiada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que conociendo en carne propia el sufrimiento, decidió presentarse y quedarse con nosotros, dejándonos su bendita imagen para animar, consolar y manifestar su ternura maternal a todos sus hijos, y mostrándonos el camino a seguir para afrontar la grave crisis de la familia, que se va extendiendo no solo en nuestra Patria, sino también intensamente en los países de tradición cristiana.

    Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos llene de esperanza y nos ayude en dar, como ella lo hizo con su esposo José y con su hijo Jesús, el testimonio de vida familiar que necesitamos seguir, para resolver la grave crisis, que atraviesan las familias de nuestro tiempo:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

     

  • La causa de nuestra alegría en Navidad- Homilía- 25/12/20- Misa de Navidad

    La causa de nuestra alegría en Navidad- Homilía- 25/12/20- Misa de Navidad

    “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, al mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: “Tu Dios es rey!”

    Durante el Adviento hemos reflexionado sobre la figura de Juan Bautista, de quien dijo Jesús que no había una persona más grande que él. La alegría del Profeta Isaías exclamando: “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: “Tu Dios es rey!”, transmite una enorme esperanza: saber que la Buena Nueva está llegando. Ahora nosotros identificamos que dicho anuncio del Profeta, se concretó en Juan Bautista, quien señaló la llegada del Mesías, y lo manifestó solemnemente en el bautismo de Jesús, portador de la presencia de Dios en medio de nosotros.

    Tanto el profeta Isaías como el mismo Juan Bautista, se quedaron cortos en sus proclamaciones, porque jamás imaginaron que el Mesías, mensajero del Padre, fuera a ser el mismísimo Hijo de Dios, asumiendo la carne mortal del ser humano para manifestar el inmenso amor, que Dios tiene por su criatura predilecta el hombre.

    La Buena Nueva, que en griego se dice Evangelio, fue preparada durante siglos como lo afirma la segunda lectura de hoy: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo”.

    La misma obra creadora, que no deja de sorprender al hombre, descubriendo lentamente la compleja relación del Universo para generar la Tierra, nuestra Casa Común, creada para desarrollarse, sostenerse y mantenerse así misma, sin ninguna intervención de la creatura, fue la primera manera de hacerse presente Dios con la humanidad, por espacio de muchos siglos.

    Solamente hacia el siglo V antes de Cristo, el ser humano entre tumbos y hierros, entre reflexiones compartidas y consideraciones de las relaciones humanas, inició el proceso de reconocer que la Creación en sí misma es la primera mensajera que manifiesta la existencia de un solo Dios. De esto da cuenta el Libro del Génesis en los primeros capítulos, fruto de la reflexión de los hombres creyentes y humildes, investigadores y estudiosos de esos siglos previos al nacimiento de Cristo.

    La obra creadora debería haber sido y ser siempre el camino universal para descubrir a Dios. Como bien lo confiesa San Agustín en su búsqueda de Dios: “Pregunté a la tierra y me dijo: ‘No soy yo’; y todas las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: ‘No somos tu Dios; búscale sobre nosotros’. Interrogué a los vientos que soplan y el aire todo, con sus moradores, me dijo: ‘Se engaña Anaxímenes: yo no soy tu Dios’. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. ‘Tampoco somos nosotros el Dios que buscas’, me respondieron. Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él’. Y exclamaron todas con grande voz: Él nos ha hecho”.

    La Creación y todas sus creaturas con su armónica función es el más contundente testimonio del Dios Creador, ellas son la luz que refleja su existencia. Sin embargo como afirma San Juan hoy en el Evangelio: “Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció”.

    Aquí tenemos el motivo del por qué Dios Padre decidió la Encarnación de su Hijo, mostrar, hasta el extremo de la muerte en cruz, el infinito amor misericordioso, que tiene por su creatura predilecta, el ser humano. Por eso, el eje de todas las celebraciones litúrgicas se centra en la Navidad y la Semana Santa; expresando así que la Encarnación del Hijo tiene la finalidad de la Redención del hombre.

    Una y otra vez, durante todo el año, la Iglesia recuerda estos dos misterios que están estrechamente unidos: la Encarnación y la Redención con la esperanza de atraer a todos y cada uno para conducirnos a la vida eterna, donde participaremos de la misma naturaleza de Dios Trinidad.

    Por eso a pesar de la necia resistencia del ser humano para aceptar el inconcebible y maravilloso destino para el que fuimos creados, Dios Padre envió a su Hijo como afirma el apóstol San Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios. Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”.

    En Cristo hemos ido conociendo y develando el misterio del verdadero Dios, por quien se vive, que perdona y levanta, que reconcilia y da vida. Por eso afirma la carta a los Hebreos: “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa. Él mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios”; lo que de manera contundente expresa San Juan en el Evangelio: “la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado”.

    Ésta es la inmensa causa de nuestra alegría, que se enciende y alimenta con la Navidad; no es simplemente una memoria del pasado que recordamos, es una realidad que vivimos, quienes, como discípulos de Jesucristo, hemos puesto nuestra voluntad al servicio de la Evangelización. Por eso los cristianos cantamos con gran emoción: ¡Gloria Dios en el Cielo y Paz en la Tierra a los hombres de Buena Voluntad!

    Agradezcamos a San José y a su esposa María, Nuestra Madre, quienes, con su colaboración sincera y obediente al plan de Dios, hicieron realidad la gracia más grande que ha recibido la humanidad: conocer el misterio del verdadero y único Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuya naturaleza es el Amor en plenitud.

    Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos aliente y nos conforte en las situaciones y dificultades que hemos afrontado a través de este año 2020, y pidámosle interceda con su Hijo Jesucristo para que tengamos un buen año 2021:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.