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  • Homilía- ¿Cuántos serán los que se salven? – 21/08/22

    “Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y enviaré como mensajeros a algunos de los supervivientes hasta los países más lejanos y las islas más remotas, que no han oído hablar de mí, ni han visto mi gloria, y ellos darán a conocer mi nombre a las naciones”.

    Dios desea que toda la humanidad conozca al verdadero Dios Creador, y la naturaleza divina, que ha revelado mediante la Encarnación y Redención del Hijo de Dios hecho hombre: Jesucristo. Sin embargo ha querido realizar esta misión de manera que no sea por la omnipotencia divina que apabulla y espanta, sino a través de la misma condición humana para respetar plenamente la libertad de todo ser humano.

    Lo ha decidido de esta manera porque es el camino para responder al amor de Dios, de la misma manera que él nos ama; es decir consciente y voluntariamente, no impuesto por la fuerza, sino aprendiendo a descubrir que el verdadero amor debe ser desinteresado y logrado, mediante la superación del egoísmo, que innato al hombre, lamentablemente con frecuencia, lo lleva a buscar lo que desea, sin importarle el bien del prójimo.

    Teniendo en cuenta esta modalidad de revelarse Dios, mediante la misma condición humana, entendemos hasta qué punto es indispensable asumir nuestra respuesta libre, y obtenida con plena convicción.

    La escena del Evangelio de hoy presenta la pregunta de un oyente de la predicación y de las enseñanzas de Jesucristo: “Uno le preguntó: –Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: –Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”.

    La respuesta de Jesús plantea la necesidad de realizar una gran esfuerzo porque habrá que aprender a usar la libertad y la capacidad de decisión para obtener la entrada al Reino de los cielos, y queda claro que el objetivo a lograr es la relación de conocimiento, amistad y obediencia a Dios, cumpliendo su voluntad: “Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos! Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes”.

    Podemos ahora entender, que no basta simplemente cumplir los mandamientos de Dios y las normas establecidas por la Iglesia, sino que debemos mediante ese cumplimiento desarrollar la amistad con Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    Para este propósito se ha encarnado el Hijo de Dios, asumiendo plenamente la condición humana. Así tenemos un modelo a seguir, y la claridad del modo cómo seguir sus huellas, mediante la puesta en práctica de sus enseñanzas. En esto consiste ser discípulos de Cristo.

    El autor de la Carta a los Hebreos, recuerda una reflexión sobre la necesidad de ayudarnos mediante la corrección fraterna, sea de Padres a Hijos, sea de miembros de la comunidad eclesial entre sí: “Hermanos: Ya han olvidado ustedes la exhortación que Dios les dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama, y castiga a sus hijos predilectos”.

    La exhortación paternal es la que hace la Iglesia, sus ministros, los padres de familia, los miembros de la comunidad entre sí, o simplemente un amigo que advierte oportunamente el peligro a su prójimo. El castigo del Señor se refiere a las consecuencias, que recibimos cuando equivocamos nuestra conducta, y actuamos mirando solamente nuestro bien individual.

    Por eso, continua el pasaje de la carta exhortando: “Soporten, pues, la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos? Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad”.

    Finalmente a todos invita el Autor de la Carta para que no dejemos pasar la ocasión cuando sabemos, que nuestro prójimo o prójimos, están siendo seducidos y se encuentran en peligro de obrar una mal proceder: “fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, y caminen por una senda plana: para que el cojo ya no tropiece, sino más bien se alivie”.

    La pregunta a Jesús de si son pocos los que se salvan queda por tanto, abierta: serán muchos o pocos, dependerá de nosotros, de cada generación, y por ello es necesario mantener los servicios eclesiales para la evangelización.

    Así pues, tanto la Parroquia, como la Diócesis debemos ofrecer siempre, de manera oportuna y adecuada, la ayuda para orientar a todos los bautizados, dando a conocer la vida y las enseñanzas de Jesucristo, a través de los Evangelios, y de todos los libros de la Biblia, y a través de la Tradición, fruto de la experiencia de las generaciones anteriores a la nuestra, que han logrado ir actualizando dichas enseñanzas, ante los contextos sociales y culturales por los que va atravesando la humanidad.

    Hoy, como en tiempos de Jesús, como lo narran los Evangelios, y como se desarrolló la Iglesia en los primeros siglos, debemos ser también una Iglesia en Salida, que vaya al encuentro de los hermanos en sus ambientes cotidianos, para ofrecerles la manera de encontrarnos con Jesucristo, y valorar la vida litúrgica, que es fuente indispensable para alimentar y desarrollar la fe.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe es una expresión de Iglesia en salida, y especialmente de Iglesia misionera, que propicia no sólo el anuncio de la Buena Nueva, sino que expresa una Evangelización plenamente inculturada.

    Pidámosle que nos ayude a ser capaces de anunciar a su Hijo Jesús, en un lenguaje acorde a la desafiante realidad de nuestro tiempo.

    ORACIÓN

    A ti Madre nuestra nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda, especialmente te pedimos hoy, por quienes han sufrido alguna forma de extorsión.

    Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, haciendo nuestras las enseñanzas de tu Hijo Jesucristo. Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y así llegar a la Casa del Padre. Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la
    resurrección. Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María

    Consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María

    Entonces dijo Isaías: Oye, pues, casa de David: ¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios?”.

    Esta afirmación del Profeta Isaías, me parece muy actual para el momento de crisis que vivimos primero por la Pandemia, y ahora aunada con la tensión de la guerra entre Rusia y Ucrania, que sin duda repercute a los países vecinos y poco a poco al resto de las naciones.

    ¿Qué es lo que debemos escuchar de parte de Dios, y lo que debemos hacer?

    Me parece que los elementos para la respuesta los encontramos en el discurso del Papa Paulo VI, que dirigió a la ONU el 4 de octubre de 1965. Les presento unos párrafos que considero adecuados para nuestra reflexión y motivación a orar, y para entender el por qué el Papa Francisco ha consagrado hoy en Roma a Rusia y a Ucrania, poniéndolas en manos del Inmaculado Corazón de María.

    Nunca jamás los unos contra los otros; jamás, nunca jamás. ¿No es con ese fin sobre todo que nacieron las Naciones Unidas: contra la guerra y para la paz? Escuchen las palabras de un gran desaparecido: John Kennedy, que … proclamaba: «La humanidad deberá poner fin a la guerra, o la guerra será quien ponga fin a la humanidad».

    Basta recordar que la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que los une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás la guerra! ¡Nunca jamás la guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad.

    La paz, como saben, no se construye solamente mediante la política y el equilibrio de las fuerzas y de los intereses. Se construye con el espíritu, las ideas, las obras de la paz.

    ¿Llegará alguna vez el mundo a modificar la mentalidad particularista y belicosa que ha formado hasta el presente una parte tan importante de su historia? Es difícil preverlo, pero es fácil afirmar que es necesario ponerse decididamente en camino hacia la nueva historia, la historia pacífica, la que será verdadera y plenamente humana, la misma que Dios ha prometido a los hombres de buena voluntad. «Los caminos están trazados delante de vosotros: El primero es el del desarme».

    Si quieren ser hermanos dejen caer las armas de sus manos: no es posible amar con armas ofensivas en las manos. Las armas, sobre todo las terribles armas que les ha dado la ciencia moderna antes aún de causar víctimas y ruinas engendran malos sueños, alimentan malos sentimientos, crean pesadillas, desafíos, negras resoluciones, exigen enormes gastos, detienen los proyectos de solidaridad y de trabajo útil, alteran la psicología de los pueblos.

    Mientras el hombre siga siendo el ser débil, cambiante y hasta malo, que demuestra ser con frecuencia, las armas defensivas serán, desgraciadamente, necesarias. Pero a ustedes, su coraje y su valor los impulsan a estudiar los medios de garantizar la seguridad de la vida internacional sin recurrir a las armas. He aquí una finalidad digna de sus esfuerzos. He aquí lo que los pueblos esperan. He aquí lo que se debe lograr.

    Y para ello es necesario, que aumente la confianza unánime en esta institución, que aumente su autoridad. Y el fin entonces, cabe esperarlo, se alcanzará. Ganaran el reconocimiento de los pueblos, aliviados de los pesados gastos en armamentos y liberados de la pesadilla de la guerra siempre inminente.

    Una palabra aún, señores, una última palabra. Este edificio que levantan no descansa sobre bases puramente materiales y terrestres, porque sería entonces un edificio construido sobre arena. Descansa ante todo en nuestras conciencias. Sí, ha llegado el momento de la «conversión», de la transformación personal, de la renovación interior. Debemos habituarnos a pensar en el hambre en una forma nueva. En una forma nueva también la vida en común de los hombres; en una forma nueva, finalmente, los caminos de la historia y los destinos del mundo, según la palabra de San Pablo: «Vestir el nuevo hambre, que es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad» (Ef 4,25).

    Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca como hay, en una época que se caracteriza por tal progreso humano, ha sido tan necesario a la conciencia moral del hombre. Porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán, por lo contrario, resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad. El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas.

    En una palabra: el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo. Y esos indispensables principios de sabiduría superior no pueden descansar —así lo creemos firmemente, como saben— más que en la fe de Dios. ¿El Dios desconocido de que hablaba San Pablo a los atenienses en el Areópago? (Hch 17, 23) . ¿Desconocido de aquellos que, sin embargo, sin sospecharlo, le buscaban y le tenían cerca, como ocurre a tantos hombres en nuestro siglo? Para nosotros, en todo caso, y para todos aquellos que aceptan la inefable revelación que Cristo nos ha hecho de sí mismo, es el Dios vivo, el Padre de todos los hombres.

    Los invito a seguir el ejemplo de María, escuchar lo que nos pide el Espíritu Santo y aceptarlo, aunque desconozcamos el camino a recorrer y las adversidades que encontraremos; seamos promotores y sembradores de la paz y digamos como María: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”.

    Ahora unidos al Papa Francisco, oremos a Nuestra Madre María, Madre de la Iglesia, con la siguiente oración para la consagración de Rusia y Ucrania:

    Oración de consagración

    Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.

    Nosotros hemos perdido la senda de la paz.

    Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales.

    Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes.

    Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo.

    Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común.

    Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas.

    Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.

    En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.

    Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.

    Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos agotado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha debilitado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.

    Acoge, oh Madre, nuestra súplica.

    Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.

    Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación. Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.

    Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar. Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.

    Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar. Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad. Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.

    Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen, bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.

    Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27).

    Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.

    Por eso, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.

    Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios:

    Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones.

    Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión.

    Tú, Madre Nuestra, María de Guadalupe, que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén.

  • Homilía- La parábola de la higuera sin fruto- 20/03/22

    Homilía- La parábola de la higuera sin fruto- 20/03/22

    Viendo el Señor que Moisés se había desviado para mirar, lo llamó desde la zarza:

    ¡Moisés, Moisés!. Él respondió: Aquí estoy. Le dijo Dios: ¡No te acerques! Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada”.

    Esta escena del encuentro con Dios, que cambió la vida de Moisés, ayuda a descubrir que para acercarnos a Dios debemos descalzarnos; es decir, tomar conciencia de estar en terreno sagrado, lo cual significa la necesidad de abrir nuestro interior y dirigirnos a Él con toda sinceridad y honestidad, presentándonos tal cual somos, sin encubrimiento ni pretensión de justificar nuestros errores y pecados. Es indispensable tomar conciencia, que Dios me conoce mejor que yo, y que me ama inmensamente para acercarnos y recibir el fuego purificador del Espíritu Santo.

    La segunda consideración surge al observar, que Dios nos busca, como lo hizo con Moisés, con alguna señal o acontecimiento para darnos una misión: “Y Dios añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Pero el Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para sacarlo de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”.

    El encuentro con Dios, en muchas ocasiones lo provoca el Señor, que nos busca para reorientar nuestros proyectos, especialmente cuando abandonamos, como Moisés, las buenas intenciones en favor de nuestros hermanos, por las dificultades que se presentan al pretender concretarlas. En efecto, nos busca el Señor cuando andamos extraviados, huyendo de nuestros compromisos, y buscando una vida fácil, que muchas veces es la causa de caer en los vicios.

    La segunda lectura advierte con claridad, que en el camino de la vida son muchos, quienes no realizan su misión, al menos no todos al mismo tiempo, y eso no debe nunca desanimarnos a cumplir cada uno su propia misión: “Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto”.

    La historia es maestra de la vida, y un recurso excelente que permite visualizar lo que debemos evitar, y descubrir lo que debemos hacer para orientar nuestra conducta por el buen camino, como lo indica San Pablo a los Corintios: “Todas estas cosas les sucedieron a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros y fueron puestas en las Escrituras como advertencia para los que vivimos en los últimos tiempos. Así pues, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer. Todo esto sucedió como advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos cosas malas como ellos lo hicieron”.

    Teniendo en cuenta esta reflexión queda claro el ejemplo de Jesús: “Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante”.

    Así Jesús enseña que los accidentes naturales no son provocados por Dios, sino consecuencia de las leyes establecidas para el funcionamiento de la Creación. La alteración de esas leyes provoca las catástrofes y las inclemencias del tiempo. En buena medida son consecuencia de la explotación y mal uso de los recursos naturales. Por ello, es una gran responsabilidad de todos y cada uno, el cuidado de la Casa común, que Dios ha dispuesto para nuestra existencia.

    Finalmente de la parábola que Jesús propone los invito a descubrir los criterios que debemos aplicar en la vida diaria:

    • De la primera parte: Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador. Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he Córtala, ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?”. Notemos que gracias a la constancia en observar y revisar nuestras acciones obtendremos los frutos; por eso en las proyectos y programas de las que yo soy responsable, debo exigir la rendición de cuentas, como lo hace el dueño del viñedo con su viñador.
    • De la segunda parte de la parábola: El viñador le contestó: Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da Si no, el año que viene la cortaré”. Se descubre la importancia de valorar nuestro trabajo, y por ello aprender y conocer al máximo posible, nuestro quehacer, como escuchamos al viñador, que ante la indicación del dueño, propone dejar la higuera un año más, porque sabe que abonando y removiendo la tierra, habrá mejores condiciones para obtener una buena cosecha. Sin duda esta actitud del viñador también manifiesta la importancia de amar nuestro oficio para tener la paciencia de la espera confiada, y obtener buenos resultados.

    Estamos ya iniciando la tercera semana de la Cuaresma, durante la cual proponemos, en el programa de “Revitalicemos nuestra Fe”, de la APM, una semana orientada sobre la necesidad del perdón y la reconciliación. Por ello, especialmente el miércoles y jueves próximos, los párrocos ofrecerán la posibilidad de acceder al Sacramento de la Reconciliación.

    Como San Juan Diego, rectifiquemos a tiempo nuestros temores, y superemos nuestras preocupaciones, poniendo la confianza en el inmenso amor de Dios Padre, que ha venido a manifestarnos Nuestra querida Madre, María de Guadalupe. En ella encontraremos siempre el cobijo y la comprensión, ante las diversas y variadas situaciones que nos toque vivir.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía- La Cuaresma es tiempo para redescubrir a Jesús- 13/03/22

    Homilía- La Cuaresma es tiempo para redescubrir a Jesús- 13/03/22

    “Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambio de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”.

    La escena presenta a Jesús conversando con Moisés y Elías: “hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”, y que implicaría su entrega hasta el extremo de la muerte. De esta manera Pedro, Santiago y Juan están siendo preparados para fortalecer la fe de sus compañeros ante los dolorosos acontecimientos de la Pasión y Muerte de Jesús en la cruz.

    Jesús preparó de diferentes formas a sus discípulos para que entendieran el perfil del verdadero Mesías, enviado por Dios su Padre, por ello era muy importante ayudarles a comprender el por qué de la dramática entrega final de su vida. Jesús ofrece pistas para descubrirles, que de forma oculta, detrás de su humanidad corporal, se encuentra de alguna manera, Dios mismo. No es por tanto un simple hombre de profunda fe y de oración constante, un hombre ejemplar en sus relaciones con los más necesitados, es algo más inimaginable, es el Hijo de Dios encarnado, es la presencia de Dios mismo.

    También la escena narra que Jesús es el Hijo de Dios, y como tal, deben escucharlo: “No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió, y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo».

    En ese momento no entendieron a fondo la vocación y misión a la que estaban siendo llamados, como lo muestra su actitud de quedarse en silencio: “Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio, y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto”. Seguramente quedaron confundidos, como nos pasa a nosotros, cuando de repente nos encontramos en situaciones inesperadas, y no sabemos cómo reaccionar, y qué debemos hacer; aunque con frecuencia, recordando alguna experiencia previa y a la luz de la fe, obtenemos la respuesta.

    La Cuaresma es camino a la Pascua, es el tiempo para redescubrir la misión de Jesús y meditar el misterio de su persona, que asume la condición humana, sin dejar la naturaleza divina.

    Es de gran importancia reconocerlo como el Hijo de Dios, que se encarnó en el Seno de María para manifestar con el testimonio de su vida, el amor infinito de Dios Padre por todos nosotros, creaturas predilectas de la Creación, a quienes nos ha dado vida para hacernos capaces de conocerlo y amarlo con plena libertad, y así alcancemos el destino para el que nos creó: participar de la vida divina por toda la eternidad.

    Por esta razón entendemos las lágrimas de San Pablo, al expresar su tristeza por los cristianos, que no aceptan el camino de la cruz y de las necesarias renuncias, que implica seguir a Jesús: “Hermanos: Sean ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes porque como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”.

    Estamos viviendo un cambio de época, un quiebre del estilo de vida de la sociedad, quedando sin referencia de un código de ética, y dejando, especialmente a las nuevas generaciones, sin elementos para aceptar y comprender las renuncias voluntarias y el sufrimiento inesperado, como la vocación de asumir la cruz de Cristo en la vida diaria.

    Éste es uno de los grandes desafíos para la evangelización en nuestro tiempo, para afrontarlos es fundamental, que quienes nos llamamos cristianos y nos sentimos comprometidos en transmitir los valores de la fe, demos el testimonio de una vida ejemplar, al estilo de Jesús, de reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, de generosidad y entrega para auxiliar a los pobres y necesitados, y de cumplir eficientemente con nuestras responsabilidades.

    Los contextos y conductas adversos a los valores humano-cristianos no deben desanimarnos. Recordemos el ejemplar testimonio de Abraham, quien escuchó y aceptó la voz de Dios y confió en la promesa de ser auxiliado por Dios: “Dios sacó a Abram de su casa y le dijo: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes». Luego añadió: «Así será tu descendencia». Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”. Dios estableció la alianza con él, que cumplió cabalmente con sus descendientes de generación en generación: «A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates”.

    Esa alianza llegó al culmen con la llegada Jesús, el Mesías anunciado, y a su vez, Jesús prometió a sus discípulos: “Yo estaré con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20).

    El programa Revitalicemos nuestra fe

    Esta Cuaresma démonos la oportunidad de revisar y examinar nuestra vida, y a la luz de esa revisión escuchemos la Palabra de Dios, y con mi familia o en la comunidad parroquial, compartamos las inquietudes, que la Palabra de Dios mueva en nosotros. Las Parroquias de nuestra Arquidiócesis están ofreciendo diversas actividades para que “Revitalicemos nuestra Fe”. Esta semana estará centrada en la reflexión y meditación, mediante alguna forma de retiro espiritual.

    Los invito abrir nuestro corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pedir su ayuda para vivir la Cuaresma, de forma que se convierta en una hermosa experiencia, que fortalezca nuestra Fe, Esperanza, y Caridad.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía- La pesca milagrosa- 06/02/2022

    Homilía- La pesca milagrosa- 06/02/2022

    “¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”

    El profeta Isaías vive la pequeñez de su persona ante la grandiosidad y majestad divina, la indignidad de sus flaquezas y limitaciones ante la santidad de Dios. Pero la visión no era gratuita, la finalidad era un encuentro con Dios, quien lo llamaba para enviarlo como Profeta.

    Por ello, esa experiencia se convierte sorpresivamente en la ocasión de ser tocado, y purificado, recibiendo la indispensable pureza de corazón para estar en la presencia de Dios: “Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome: Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados.

    Así aconteció el cambio radical de sentirse poca cosa ante Dios, tomando conciencia de su propia pequeñez, de ser un humilde servidor para ser enviado como portavoz, y confiar que el éxito de su misión no dependería de él, sino de quien lo llamaba y enviaba: “Escuché entonces la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía? Yo le respondí: Aquí estoy, Señor, envíame”

    El Evangelio narra una experiencia semejante en la persona de Pedro ante la inexplicable pesca, que hace surgir la pregunta, ¿quién es éste que tiene la increíble cualidad de conocer exactamente donde abundan los peces, estando fuera del lago, en la orilla; mientras que nosotros, pescadores de oficio, hemos intentado pescar toda la noche sin encontrar un solo pez.

    La Pesca milagrosa, es una intervención divina, que al no tener explicación alguna de cómo pudo suceder, es manifestación de la Divinidad para atraernos, llamarnos, y encomendarnos una misión. ¿He vivido ya esta experiencia?¿Cómo la he interpretado y cómo he respondido? ¿He preferido mantenerme en la primera reacción de Pedro, y dejar de lado la inquietud sembrada por Dios en mi corazón? ¿O he aceptado la misión de transmitir la Buena Nueva, de la presencia de Dios en medio de nosotros, mediante el cumplimiento de mis responsabilidades?

    Muchas veces nuestra primera reacción es como la de Pedro: “Apártate de mí, que soy un pecador”: Sin embargo, Dios llama de múltiples formas, pues Él siempre insiste una y otra vez, de forma personal o grupal. No rechacemos la encomienda por miedo a nuestra indignidad e imperfección, a nuestra limitación y fragilidad. Confiemos como Isaías y como Pedro y respondamos: !Aquí estoy! ¡Cuenta conmigo! Seamos como ellos, Profetas en el mundo de hoy, y constataremos la nobleza de la causa y la fortaleza de nuestra persona al recibir la asistencia del Espíritu Santo.

    Una objeción frecuente en nuestro tiempo son los grandes desafíos que afrontamos. Es muy común escuchar, qué podemos hacer ante esto o aquello. En este sentido es oportuno el testimonio que ofrece San Pablo en la segunda lectura: ser fieles transmisores del Evangelio recibido, y confiar en la acción divina ante lo que parece imposible de lograr, una sociedad fraterna y solidaria: “Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron”.

    En el primer siglo se vivía un mundo paganizado y desenfrenado en todos los sentidos: un libertinaje pleno y desordenado de la sexualidad, la vigencia de la esclavitud con pérdida absoluta de la libertad, el ejercicio de un poder absoluto, que podía sentenciar a muerte, a voluntad de la autoridad. En ese ambiente social predicar las enseñanzas de Jesucristo, eran reconfortantes especialmente para los oprimidos; sin embargo fue indispensable el testimonio contundente de la trascendencia y de la vida después de la muerte, que manifestó Cristo al resucitar de entre los muertos.

    La fidelidad que mostró la Iglesia primitiva, en un contexto plenamente adverso y hostil, fue sin duda creer en la trascendencia posterior a esta vida, y en el destino que Dios nos ha comunicado para participar en la Casa del Padre por toda la eternidad. Esto se logró gracias al testimonio contundente de testigos, que vieron muerto al crucificado, y después lo volvieron a ver vivo, gloriosamente resucitado.

    En nuestro tiempo y en occidente en particular, estamos viviendo el tránsito de una cultura estable, que en buena parte estaba sostenida en los valores humano- cristianos, a una sociedad donde prevalece el individualismo y el ejercicio de la libertad sin límite, lo que genera, particularmente en las nuevas generaciones, una ausencia de un código de conducta social, que garantice la convivencia razonablemente respetuosa de los demás. Día a día constatamos conflictos, pleitos, agresiones verbales y con frecuencia golpes y maltrato; tanto en la calle, como en las redes digitales, e incluso lamentablemente en el interior de los hogares.

    Todo esto debe movernos de manera urgente para dar a conocer la Buena Nueva, Dios no nos ha abandonado, sino espera que reaccionemos favorablemente, abriendo el corazón a las inquietudes que siembra el Espíritu Santo en nosotros. Así daremos testimonio de que el amor es factible, y el camino es la sinodalidad, es decir: unir fuerzas y presencias, ejercer la caridad en favor de los necesitados, y testimoniar la autoridad como servicio.

    Preguntémonos ¿cuál es mi percepción sobre la realidad social que vivimos? y segundo, cuál es mi actitud: ¿miro con esperanza el futuro, o estoy despreocupado de lo que venga?

    Estamos aquí reunidos en torno a Cristo presente en esta Eucaristía, y a los pies de nuestra querida Madre, María de Guadalupe. Los invito a pedirle su ayuda para que descubramos, qué debemos promover en nuestros contextos y a través de nuestras responsabilidades.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Ayúdanos a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios quiere de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía en la Peregrinación de la Arquidiócesis de México- 15/01/22

    Homilía en la Peregrinación de la Arquidiócesis de México- 15/01/22

    “Había un hombre de la tribu de Benjamín, llamado Quis. Era de gran valor. Tenía un hijo llamado Saúl, joven y de buena presencia….Un día se le perdieron las burras a Quis, y éste le dijo a su hijo Saúl: Toma contigo a uno de los criados y vete a buscar las burras”.

    Salió Saúl obedeciendo a su Padre para buscar lo que se había extraviado, y cuál fue la sorpresa, que Dios le tenía reservada, ser ungido como el primer Rey de Israel: “Recorrieron los montes de Efraín…, pero no las encontraron; atravesaron el territorio de Saalín y no estaban allí; después, la tierra de Benjamín y tampoco las hallaron. Entonces se dirigieron a la ciudad donde vivía Samuel, el hombre de Dios. Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le dijo: Este es el hombre de quien te he hablado. Él gobernará a mi pueblo”.

    En la cotidianidad de nuestra vida, obedeciendo y cumpliendo lo que nos corresponde hacer, descubrimos la inquietudes del nuestro corazón, y las personas adecuadas para confirmar la respuesta, que Dios espera de nosotros.

    Es una gran tentación, siempre presente en muchos creyentes, esperar que Dios nos hable de manera extraordinaria y sorprendente, sin embargo, cuando nos adentramos en nuestras propias responsabilidades y las cumplimos lo mejor que podemos, encontraremos siempre las inesperadas sorpresas del Señor, y experimentaremos su amorosa presencia.

    La escena del Evangelio muestra la respuesta de Mateo: “Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. Mateo cumplía su oficio, pero escuchó a Jesús, lo siguió y le abrió no solo las puertas de su corazón, sino también las de su casa, la relación de sus amigos, independientemente de sus credos y convicciones, y también sentó a la mesa a los acompañantes de Jesús.

    Mateo no lo pensó dos veces siguió su corazonada y cambió plenamente su vida, dedicada a su oficio que le redituaba un género de vida envidiable. Estos son los riesgos, que debemos asumir al ir descubriendo la voluntad de Dios y aceptando dicha voluntad divina, el Señor nos corresponde siempre de manera inesperada y sorprendente; aunque no conforme a los criterios meramente mundanos, sino a los criterios, conforme a las enseñanzas de Jesús.

    La escena del Evangelio ante los comentarios de quienes cuestionaban por qué estaban invitados a la mesa, tanto las personas consideradas de buena fama, como personas públicamente de conducta reprobable, Jesús expresa la razón de su ministerio para el que fue enviado por su Padre: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”. No descarta a los justos, pero reclama que debemos preocuparnos y atender a quienes andan extraviados.

    ¿Qué hacemos como Iglesia, como Arquidiócesis para salir en ayuda de nuestros hermanos más necesitados? Sin duda somos muchos los que deseamos, y en efecto, damos ayuda al prójimo, que encontramos en nuestra cotidianidad; sin embargo no es suficiente porque siendo un país de mayoría católica no logramos dar el testimonio fuerte, intenso y constante de la caridad para expresar los valores del Evangelio en la vida pública de nuestra sociedad.

    Necesitamos promover dos objetivos: 1) fortalecer nuestra convicción de discípulos de Jesucristo, y ofrecer nuestra disponibilidad de colaborar de alguna forma, y 2) establecer instancias de servicio y coordinación para la operatividad de una vivencia de la fraternidad, de la solidaridad, y de la caridad.

    -Nuestro ser de discípulos implica escuchar y asumir las enseñanzas de Jesús Maestro; es decir, alimentar la fe y compartirla mediante la lectura de la Palabra de Dios, llamada LECTIO DIVINA, en pequeñas comunidades. Así nuestra convicción de fe generará la indispensable esperanza, que suscita la fortaleza para obedecer la Voluntad de nuestro Padre Dios, y mantener la constante relación con quien nos ha mostrado su inmenso amor, enviando a su Hijo, quien a su vez ha entregado su vida hasta el extremo de la misma muerte para garantizarnos la vida eterna y guiarnos hacia la Casa del Padre.

    -Toda comunidad parroquial debe ofrecer a su feligresía no solo el indispensable servicio del Culto Divino, sino también las estructuras de conducción mediante los Consejos Parroquiales de Pastoral, y de Asuntos Económicos. Y las estructuras de servicios para responder a las variadas necesidades de los fieles sea en la formación de su fe (Pequeñas comunidades) sea en la ayuda a los miembros más necesitados de la sociedad.

    Esto es lo que estamos promoviendo los Obispos, Vicarios Episcopales, Decanos, Párrocos y Sacerdotes Vicarios en la Visita Pastoral a los Parroquias. Deseamos que todos los fieles colaboremos en tomar conciencia de nuestra vocación de discípulos de Jesucristo y de apóstoles evangelizadores en el mundo de hoy.

    Hoy hemos peregrinado, recordando nuestra condición humana: temporal y de tránsito hacia la vida eterna, para participar de la vida divina. Es conveniente y oportuno reafirmar juntos la decisión de colaborar para que los valores del Evangelio prevalezcan en nuestra Ciudad. Queremos sin duda alguna, que Cristo nos acompañe en nuestro camino y viva en medio de nosotros para garantizar llegar a la Casa del Padre. Por esta razón el lema de la Visita Pastoral es: ¡Cristo, Vive en medio de nosotros!

    Hoy estamos aquí con nuestra querida Madre, María de Guadalupe, abramos nuestro corazón y digámosle que estamos dispuestos a edificar el Reino de Dios, con nuestra conducta, para atraer a tantos hermanos extraviados, que van por el mundo sin saber su verdadero destino.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. A ti nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento.

    Ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos asumiendo la cruz, a la alegría de la resurrección.

    Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y llegar a la Casa del Padre.

    Como Iglesia Arquidiocesana de México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que busque y acompañe a quienes necesitan ayuda; acógenos bajo tu amparo, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía -La Sagrada Familia, modelo a seguir- 26/12/21

    Homilía -La Sagrada Familia, modelo a seguir- 26/12/21

    “El Señor honra al padre de los hijos y respalda la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre queda limpio de pecado; y acumula tesoros, el que respeta a su madre”.

    Retomando algunas ideas y expresiones de la Encíclica del Papa Francisco: “Amoris Laetitia”, cuyo título “La Alegría del Amor”, describe en dos palabras, la finalidad del matrimonio y la familia como el proyecto de Dios para la humanidad. Expongo cinco puntos en base a los Nros. 11, 13, y 15 de la Encíclica.

    “El Señor honra al padre de los hijos y respalda la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre queda limpio de pecado; y acumula tesoros, el que respeta a su madre”.

    Retomando algunas ideas y expresiones de la Encíclica del Papa Francisco: “Amoris Laetitia”, cuyo título “La Alegría del Amor”, describe en dos palabras, la finalidad del matrimonio y la familia como el proyecto de Dios para la humanidad. Expongo cinco puntos en base a los Nros. 11, 13, y 15 de la Encíclica.

    La familia imagen de Dios. La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente —no aquella de piedra u oro, que el Decálogo prohíbe—, sino la que es capaz de manifestar al Dios creador y salvador. Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios, porque la capacidad de generar de la pareja humana es el camino, por el cual se desarrolla la historia de la salvación.

    Bajo esta luz, la relación fecunda de la pareja se vuelve una imagen para descubrir y describir el fundamental misterio de Dios Trinidad, ya que la visión cristiana contempla en Dios al Padre, al Hijo y al Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente.

    Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor en la familia divina, en la Santísima Trinidad, es el Espíritu Santo. La familia no es pues algo ajeno a la misma esencia divina.

    La sexualidad al servicio del amor. El verbo «unirse» en el original hebreo indica una estrecha sintonía, una adhesión física e interior, hasta el punto que se utiliza para describir la unión con Dios: «Mi alma está unida a ti» canta el orante en el Salmo 63,9. Se evoca así la unión matrimonial no solamente en su dimensión sexual y corpórea sino también en su donación voluntaria de amor. El fruto de esta unión es «ser una sola carne», sea en el abrazo físico, sea en la unión de los corazones y de las vidas y, quizá, en el hijo que nacerá de los dos, el cual llevará en sí, uniéndolas no sólo genéticamente sino también espiritualmente, las dos «carnes».

    De aquí las recomendaciones que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Eclesiástico: “Quien honra a su padre, encontrará alegría en sus hijos y su oración será escuchada; el que enaltece a su padre, tendrá larga vida y el que obedece al Señor, es consuelo de su madre. Hijo, cuida de tu padre en la vejez y en su vida no le causes tristezas; aunque chochee, ten paciencia con él y no lo menosprecies por estar tú en pleno vigor”.

    La familia célula de la Iglesia. Este aspecto trinitario de la pareja tiene una nueva representación en la teología paulina cuando el Apóstol San Pablo afirma: “Gran Misterio es éste, que yo relaciono con la unión entre Cristo y la Iglesia” (cf. Ef 5,33). Éste es el contexto en el cual comprendemos la recomendación que hemos escuchado del apóstol en la segunda lectura, y que lamentablemente ha sido con frecuencia mal interpretada en nuestro tiempo: “Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como lo quiere el Señor. Maridos, amen a su esposas y no sean rudos con ellas. Hijos, obedezcan en todo a sus padres, porque eso es agradable al Señor. Padres, no exijan demasiado a sus hijos, para que no se depriman”.

    La familia es la Iglesia doméstica. Bajo esta luz recogemos otra dimensión de la familia. Sabemos que en el Nuevo Testamento se habla de «la iglesia que se reúne en la casa». El espacio vital de una familia se podía transformar en iglesia doméstica, en sede de la Eucaristía, de la presencia de Cristo sentado a la misma mesa. En efecto, durante los primeros siglos la Iglesia nació y creció, reuniéndose en alguna de las casas de los creyentes, donde se congregaban para escuchar la Palabra de Dios, y para la celebración de la Eucaristía.

    Teniendo en cuenta esa historia de la Iglesia naciente, podemos meditar y profundizar la recomendación que hoy escuchamos de San Pablo dirigida a la comunidad de Colosas:   “Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Enséñense y aconséjense unos a otros lo mejor que sepan. Con el corazón lleno de gratitud, alaben a Dios con salmos, himnos y cánticos espirituales; y todo lo que digan y todo lo que hagan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre, por medio de Cristo”.

    La Sagrada Familia modelo a seguir. La Providencia divina ha querido plasmar un ejemplo edificante en la experiencia hermosa de la Sagrada Familia, que hoy celebramos, con sus diversas experiencias en donde el diálogo y la comunicación entre sus miembros, y sobretodo el espíritu de humildad y de profunda convicción para aceptar la Voluntad de Dios, los fortaleció en las variadas y difíciles situaciones que vivieron.

    Así hemos escuchado hoy en el Evangelio cómo resolvían favorablemente en un espíritu de plena solidaridad, y de amor y respeto de uno al otro: «Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia. Él les respondió: ¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre? Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas”.

    Hoy día es muy frecuente encontrar familias heridas, cuyos miembros se mantienen con sentimientos de rencor, envidia, y celos entre sí; y no pocas veces enfrentamientos violentos en su interior. Cuánto necesitamos en nuestro tiempo meditar y contemplar a la Sagrada Familia de Jesús, María, y José.

    Aprendamos de ellos para practicar el respeto a la autoridad del Padre y de la Madre sin descartar el diálogo conciliador que escucha, responde, y mirando el bien común alcanza la comprensión y la disposición de caminar juntos, a la luz de la Palabra de Dios. Los invito a repetir en su corazón la siguiente oración, formulada por el Papa Francisco para invocar a la Sagrada Familia.

    Oración a la Sagrada Familia

    Jesús, María y José en Ustedes contemplamos el esplendor del verdadero amor, y a Ustedes, confiados, nos dirigimos:

    Santa Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas iglesias domésticas.

    Santa Familia de Nazaret, que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división; que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado.

    Santa Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios.

    Jesús, María y José, escuchen y reciban benignamente nuestra súplica confiada. Amén.

  • Homilía- Necesitamos hacer nuestro el testimonio de María- 19/12/21

    Homilía- Necesitamos hacer nuestro el testimonio de María- 19/12/21

    De ti, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel… Él se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.

    Esta profecía del envío de un pastor, que hará presente la fuerza y la majestad de Dios, se ha cumplido cabalmente en la persona de Jesucristo, incluso superando la expectativa generada de la llegada del Mesías, ya que Dios mismo en la persona del Hijo tomó cuerpo en el seno de María; uniendo así la divinidad con la humanidad, misterio, que sobrepasa la mente humana, pero hecho realidad en Jesucristo.

    Desde este acontecimiento el autor de la carta a los Hebreos, en la segunda lectura ha manifestado el cambio radical de la relación del hombre con Dios: “No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije – porque a mí se refiere la Escritura –: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.

    En el Antiguo Testamento se consideró que el pueblo de Israel debía cumplir las normas y los ritos establecidos para agradar y obtener de Dios respuesta a sus necesidades materiales y espirituales, mientras que, a partir de la vida, pasión, muerte y resurrección, Jesús se ofreció a sí mismo para obtener el perdón de nuestros pecados, y garantizar con su entrega el camino de la vida y la esperanza de la eternidad: “Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”.

    En la Celebración de cada Eucaristía se actualiza en beneficio de sus participantes el perdón y la reconciliación con Dios; y para todos aquellos que presentan en el ofertorio su ofrenda existencial, sus buenos propósitos, sus obras de caridad y sus esfuerzos de vivir como buenos discípulos de Cristo, con el pan y vino que serán consagrados como signo de la presencia de Cristo, reciben el auxilio del Espíritu Santo, que los fortalece para continuar en el camino de esta vida de la mano de Dios, Nuestro Padre.

    De esta manera en cada Eucaristía que participamos, no solo encontramos a Jesucristo, sino a cada una de las tres personas divinas:

    Al Padre al descubrir mediante la luz de la Palabra de Dios lo que espera de nosotros, y luego se prolonga dicho encuentro al cumplir su voluntad.

    Al Hijo en el signo sacramental de su cuerpo y de su sangre mediante el pan y el vino consagrado en su memoria.

    Al Espíritu Santo cuando le damos cabida a las inquietudes que se mueven en nuestro interior y abrimos nuestro corazón a la escucha de la Palabra y a la respuesta que dentro de nosotros suscita su presencia, y en consecuencia el Espíritu Santo nos fortalece para llevar a la práctica sus inspiraciones.

    ¿Qué necesitamos para recorrer este camino? Seguir el ejemplo de Nuestra Madre María: Creer lo que celebramos y escuchamos, compartir lo que vivimos con los que integramos nuestra comunidad sea la familia, sea los amigos y/o los vecinos, sea con la comunidad de creyentes en la misma fe.

    Recordemos el camino de María: Al anuncio del Arcángel Gabriel que sería la madre del Salvador, ella respondió: “Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho”. Al compartir su experiencia con su prima Isabel, la confirmó en su fe: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

    Creer es causa de alegría, de la dicha de comprobar no solamente la veracidad de lo anunciado y prometido, sino del gozo que causa vivirlo, y a través de la experiencia descubrir el amor, de quien nos ha creado y regalado la vida.

    María es la discípula fiel y ejemplar de Jesucristo, fiel porque mantuvo en todo momento su fe y su confianza en Dios, incluida en la pasión y muerte injusta de su amado Hijo. La contemplamos dolorosa, pero de pie acompañando hasta el final a su querido Hijo. Nos muestra así el camino de quien tiene fe y confianza, de quien se sabe elegida y amada por Dios, su Padre y su Creador.

    La visita de María a su prima Isabel, y sus positivos efectos del encuentro, son una expresión de la conveniencia y aún más de la necesidad de compartir nuestra vida interior entre quienes confesamos la misma fe. Así se fortalece el caminar de los cristianos, y ésta es la razón de integrar y formar parte de un grupo de meditación y reflexión de la Palabra de Dios.

    Esta experiencia conducirá a los miembros de la comunidad a desarrollar fuertes lazos de amistad y a reconocerse hermanos solidarios, no solo con los mismos miembros, sino con los demás que profesamos la misma fe en Jesucristo, dando por consecuencia el ejercicio habitual de la responsabilidad social.

    De la mano de Nuestra Madre, María de Guadalupe, elevemos nuestra oración a Dios Nuestro Padre, como lo proclamábamos en el Salmo responsorial: “Escúchanos, Pastor de Israel;… manifiéstate; despierta tu poder y ven a salvarnos. Que tu diestra defienda al que elegiste, al hombre que has fortalecido. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder. Señor, muéstranos tu favor y sálvanos”.

    Hoy más que ayer, dados los nuevos y acelerados cambios sociales, necesitamos recordar el testimonio de María para hacerlos nuestros y renovar nuestra querida Iglesia; y al imitarla, no solamente descubriremos la causa de nuestra alegría, y la esperanza fundada de la vida eterna; sino también daremos testimonio en nuestra sociedad, de que es posible promover y vivir la fraternidad y la solidaridad como hermanos y miembros de la familia de Dios, Nuestro Creador y Redentor. En este Adviento pidámosle a Nuestra Madre, que nos acompañe para seguir su ejemplo.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.

    Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía en la Misa de las Rosas-Virgen de Guadalupe-12/12/21

    Homilía en la Misa de las Rosas-Virgen de Guadalupe-12/12/21

    “Hermanos: Alégrese siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense! Que la benevolencia de ustedes sea conocida por todos. El Señor está cerca”.

    La alegría es la expresión humana de sentirse plenamente satisfechos de la vida y los acontecimientos. Al invitar San Pablo a los filipenses a estar alegres, no es solo una motivación de aliento, sino un señalamiento a descubrir la causa, que invariablemente proporcionará la alegría, esa causa es la permanente cercanía del Señor Jesús.

    La relación de amor que espontáneamente surge entre Padres e Hijos, se debe a la procreación, que de la misma carne y sangre en la unión del varón con la mujer surge la vida, nacen los hijos; y si esa relación está fundamentada y se mantiene en el amor recíproco de los esposos, reflejará siempre la atención y el cuidado de los hijos como el más grande tesoro.

    El matrimonio y la familia es por ello, el proyecto fundamental de Dios para la humanidad. Es la piedra sobre la cual se sostiene el amor incondicional y de pleno servicio, buscando el bien del otro. Así se prepara la humanidad para trascender a la vida eterna y compartir la vida divina en plenitud. Aquí la vida es aprendizaje y por tanto, preparación transitoria, que tiene su término con la muerte terrenal.

    La sexualidad es una herramienta al servicio del amor, y una vez practicado, la persona se va capacitando para descubrir, especialmente en la relación de amor a los hijos y de los esposos entre sí, que el amor es más que la sexualidad, ésta es un camino, el amor es la meta.

    Por tanto la sexualidad es una herramienta, un camino, una manera para descubrir y aprender a amar; pero no es el único camino y disponemos de muchos ejemplos, especialmente entre los Santos, que siguiendo el ejemplo de Jesús, asumiendo el celibato para anunciar y testimoniar el Reino de los Cielos, y sostenidos en la oración y relación con Dios, han aprendido amar al prójimo, sirviéndolos y auxiliándolos.

    Encontramos aquí una explicación del por qué María es Virgen y Madre a la vez, porque su hijo se generó por obra y gracia del Espíritu Santo, de una acción divina directamente creadora, y tomó carne de su carne, pero no mediante el ejercicio de la sexualidad. La Virginidad y el Celibato son primicia de la vida eterna.

    ¿Qué nos ayuda a descubrir y comprender esta reflexión? Que la Virgen María vivió una gracia extraordinaria, al aceptar la voluntad de Dios Padre, expresada por el Arcángel Gabriel, y por ello, María le manifiesta a su prima Isabel: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”. El profeta Isaías anunció 7 siglos antes al Rey Ajaz, descendiente del Rey David: “Entonces dijo Isaías: Oye, pues, casa de David: … el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”.

    Nadie imaginó entonces, que ese Hijo nacido de una Virgen, sería la Encarnación del mismo Hijo de Dios, el Mesías prometido.

    María es pues, Virgen y Madre, Madre de Jesús y Madre Nuestra. Que sea Madre de Jesús nadie lo niega, ni le cuesta trabajo entenderlo; pero, ¿por qué Madre Nuestra? Jesús desde la Cruz, le expresó a María que moría él y volvía con su Padre, pero que ahora ella cuidara y acompañara a su discípulo Juan, presente en el Calvario, diciendo “ahí esta tu hijo”. El resto de su vida María acompañó no solamente a Juan sino a todos los demás discípulos de Jesús, y juntos a los 50 días de aquel acontecimiento en el Calvario, recibieron el Espíritu Santo.

    Por eso, María es la Madre de la Iglesia, Nuestra Madre. Ella ha querido seguir manifestando su amor, como Madre de la Iglesia, por eso vino a México, a buscarnos para expresarlo a todos sus hijos, como lo manifestó a San Juan Diego al revelarle su deseo con estas palabras:

    «Escucha hijo mío el menor, juanito: Sábelo, ten por cierto hijo mío, el más pequeño, que yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación.

    Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.

    Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Y ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré; que por ello te enriqueceré, te glorificaré, y mucho de allí merecerás con que yo te retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío. Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte”.

    Recordando estas palabras de Nuestra Querida Madre hagamos nuestra la recomendación de San Pablo: “El Señor está cerca. No se inquieten por nada: más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y su pensamientos en Cristo Jesús”. En un breve momento de silencio digámosle lo mucho que la queremos y pidámosle que siga mostrando su amor, especialmente a nuestros sufridos pueblos del continente.

     

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, este 12 de diciembre, te pedimos especialmente por los jóvenes para que acompañados por guías sapientes y generosos, respondan a la llamada que tú diriges a cada uno de ellos, para realizar el propio proyecto de vida y alcanzar la felicidad.

    Que aprendan de ti, y mantengan abiertos sus corazones a los grandes sueños, descubran que la felicidad y la alegría son frutos del amor y del servicio en favor de sus hermanos, superando la tentación de la búsqueda del placer por el placer, y logren orientar sus instintos, buscando siempre el bien del ser amado por encima del propio bien.

    También te pedimos por todos tus hijos que hemos sido llamados a vivir el celibato para expresar desde esta vida el Reino de los cielos, con generosidad y alegría.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía en la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe- 12/12/21

    Homilía en la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe- 12/12/21

    “Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí”.

    La sabiduría es como un árbol de hermosos y atractivos frutos, sacia y agrada, invita y ofrece, y quien los prueba y saborea queda satisfecho, pero a la vez surge la atracción para seguir acudiendo a esos frutos, que produce el árbol.

    La dialéctica de la sabiduría es saciar y producir hambre; es decir, genera satisfacción, pero también surge el gusto y apetito por continuar recibiendo ese alimento. Es un deseo satisfecho, pero a la vez insaciable. Lo cual significa que es un camino de constante crecimiento, que en esta vida no quedará plenamente saciado, pero cada paso dado para adquirir la sabiduría va satisfaciendo y conduciendo a continuar cada vez con mayor convicción del beneficio recibido. Es un camino de gradual y eterno crecimiento, que da satisfacción y nuevo apetito para seguirla buscando.

    La creación misma mediante el conocimiento de la ecología sustentable, que produce fruto y al mismo tiempo que se consume, no se agota, y sigue produciendo debido a la interconexión de una vida que da fruto y una muerte que renace permanentemente. Eso sí, mientras se respetan los ciclos de la naturaleza. Es una expresión de la vida eterna y un testimonio de la sabiduría de Dios Creador del Universo.

    Es bueno preguntarnos hoy, en esta noche, ¿cómo puedo encontrar el árbol de la sabiduría, caminar alimentado por sus frutos, y conocer al verdadero Dios, por quien se vive?

    La Virgen María aprendió de su Hijo Jesucristo, a descubrir en Él la fuente y expresión de la Sabiduría. Como buena discípula vivió lo que contempló en su hijo y se convirtió en la primera criatura en ser también como Él, expresión de la sabiduría, y lo transmite a través de la ternura y el amor de Madre.

    De ella podemos expresar, que manifiesta la afirmación: “Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud”.

    Así comprenderemos mejor por qué vino como misionera de su Hijo Jesús a manifestarse a los pueblos originarios, que estaban sumidos en las sombras, que vivían por la conquista y por la consecuente pérdida de su autonomía, que generó la decepción y frustración de sus creencias religiosas.

    Con el testimonio de San Juan Diego recuperaron su propia dignidad al conocer las palabras de María: “Escucha, ponlo en tu corazón hijo mío el menor, que no es nada lo que espantó, lo que te afligió, que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?

    Quienes escuchan el testimonio de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, y se acercan a ella, expresándole sus tristezas y angustias experimentarán a través del amor y la ternura de María de Guadalupe, las palabras de la primera lectura: “Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales”.

    Así nos reconoceremos como hijos, al ser amados entrañablemente por ella, y comprenderemos la afirmación: “los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna”.

    En efecto, como afirma San Pablo en la segunda lectura: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos

    El amor que se alcanza mediante la sabiduría, libera al ser humano de sentir como una carga o una presión moral, que condiciona el cumplimiento de la ley, de los diez mandamientos, y de las leyes de la Iglesia. Porque estas leyes son indicadores de lo que debemos hacer, pero la fortaleza que ayuda a nuestra voluntad para cumplirlas es el amor, y el camino para alcanzar el amor es la sabiduría, que viene de la relación con quien me ama.

    De aquí procede la necesidad de la oración, concebida como la practicó Jesucristo, momento para relacionarse con Dios Padre, para descubrir su voluntad, y para pedirle nos conceda la gracia necesaria para cumplirla.

    Para generar esa confianza con Dios Padre, hagamos nuestra la afirmación de San Pablo: “Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá¡, es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”.

    Por este camino de oración a Dios Padre seremos capaces de expresar ante el auxilio divino la afirmación de la Virgen María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

    Si alguno tiene dudas sobre su capacidad para transformarse en discípulo de Jesús y unirse a la comunidad de discípulos, que es la Iglesia, para ser su apóstol y mensajero en su contexto de vida, diríjase a Nuestra querida Madre, María de Guadalupe, y escuchará en su interior: “que no se perturbe tu rostro, tu corazón: ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre?”.

    En un breve momento de silencio, ¡abramos nuestro corazón a nuestra madre!

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, ayúdanos a ser conscientes de que nuestra casa común no sólo nos pertenece a nosotros, sino también a todas las criaturas y a todas las generaciones futuras, y que es nuestra responsabilidad preservarla.

    Mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita. Hazte presente entre los necesitados en estos tiempos difíciles, especialmente los más pobres y los que corren más riesgo de ser abandonados.

    Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.