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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía.

Homilia- ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?- 23/08/21

Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Muchos discípulos de Jesús que lo habían oído, decían: «¡Es dura esta enseñanza! ¿Quién puede aceptarla?”.

De todos los que seguían a Jesús, la mayoría lo hacía por las obras de Jesús en favor de los enfermos, necesitados o hambrientos, no lo seguían por sus enseñanzas. Por eso no se preguntaban, ¿quién es Jesús?

Cuando Jesús les habla del alimento espiritual, del pan de la vida, y les confiesa que él es el pan de la vida, y que habrán de comer su carne y su sangre para obtener esa vida del Espíritu, la mayoría de los discípulos ni lo entienden ni lo aceptan.

Dándose cuenta de que sus discípulos murmuraban, Jesús les preguntó: ¿Esto los escandaliza? Entonces, ¿qué sucederá cuando vean al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida, la carne de nada ayuda. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”.

Ante el escándalo que causan sus enseñanzas, Jesús interpela a sus discípulos, aclarándoles que para aceptar su doctrina y seguirlo, es indispensable la Fe: Creer que Jesús viene de lo alto, que se ha encarnado, y creer en esta verdad es aceptar que el Padre de Jesús es Dios. Por eso Jesús les advierte: “Hay algunos entre ustedes que se niegan a creer”…”Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo abandonaron y no andaban más con él”.

Ante la deserción de los seguidores, que debió ser una situación dolorosa y quizá frustrante, Jesús plantea la pregunta al grupo de los doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Es necesario expresar pública y abiertamente la decisión de seguir con Jesús. Hay que definirse. Después de un tiempo de conocerlo, escucharlo y relacionarse con Jesús, es necesario optar por él, asumir conscientemente la decisión de seguirlo y convertirse en un discípulo que se suma al grupo.

El pueblo de Israel debió optar claramente y expresar su aceptación: “Josué dijo al pueblo: Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir… en cuanto a mi toca, mi familia y yo serviremos al Señor…El pueblo respondió: Lejos de nosotros abandonar al Señor…El fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino que recorrimos y en los pueblos por donde pasamos. Así pues, también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”.

¿Agradezco a Dios el haber conocido a Jesús? ¿Agradezco la llamada, la vocación que he recibido para ser su discípulo? ¿Pido la gracia para corresponder a la llamada? ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?

Es interesante considerar que es el mismo Jesús, quien suscita el cuestionamiento, y provoca la deserción. Está convencido que necesita discípulos creyentes de su palabra, y que sostenidos por la fe puedan dar testimonio con su vida, de que creen en sus enseñanzas y viven acorde a ellas.

La respuesta de Pedro en plural manifiesta que es el sentir de todos: “Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Nosotros hemos creído y reconocido que tú eres el Santo de Dios”.

Jesús había aclarado: “Les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”. La llamada y la elección es del Padre, a través de Jesucristo, y la decisión de responder al llamado es del discípulo.

¿Asumo como Pedro y los doce mi identidad de pertenencia al grupo de discípulos de Cristo? Si he asumido esta identidad, entonces debo ser consecuente y preguntarme:

¿Me identifico con la Iglesia, me siento perteneciente a ella, contemplo el misterio que entraña?¿Amo a la Iglesia y estoy dispuesto a servirla?

La fe que sostiene mi opción por Cristo, necesita ser nutrida por el Pan de la vida, que se nos ofrece en la misa. ¿Es la Eucaristía, el momento pleno de mi participación en la vida de la Iglesia y en la comunión con Dios? Esta experiencia de vida manifestará la coherencia de mi fe, al compartir con la comunidad eclesial mi identidad y pertenencia como miembro activo de la comunidad de discípulos de Cristo.

En este contexto entenderemos muy bien la exhortación de San Pablo que hoy hemos escuchado sobre la relación del esposo con su esposa, fundamento de la familia como Iglesia doméstica: “Respétense unos a otros, por reverencia a Cristo: que las mujeres respeten a sus maridos, como si se tratara del Señor…Maridos amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella… El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie jamás ha odiado a su propio cuerpo, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo”.

La familia así constituida y bien fundamentada en el amor, transmitirá de manera contundente y convincente la fe a los hijos. De ahí que se le llame a la familia, la célula básica, no solamente de la Iglesia, sino también de la sociedad. Será una sociedad, que estará expresando los valores evangélicos, que son los mismos valores humano-espirituales, que anhela el ser humano por instinto natural, valores que Dios Padre ha sembrado en el corazón de la humanidad entera.

Nuestra Madre, María de Guadalupe ha venido a nuestras tierras para testimoniar el amor que su Hijo Jesucristo manifestó al mundo, entregando su vida por la redención de la humanidad. Pidámosle a ella, que seamos discípulos fieles de su hijo, y demos testimonio del amor en nuestros tiempos tan desafiantes.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

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