Autor: Hugo LP

  • Homilía del Domingo de Ramos 2023: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

    ¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!”.

    Con esta expresión entendemos la oración de Jesús crucificado, expresando el sentimiento de soledad y abandono, cuando 4 días antes había escuchado del Pueblo congregado en Jerusalén: ¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el Cielo!

    Esta experiencia inesperada, que Dios Padre pidió a su querido Hijo que la viviera, se le llama Kénosis, es decir, el vaciamiento de sí mismo, en este caso: dejar la condición divina para asumir la condición de creatura, y hacerse así, semejante en todo al ser humano, menos en el pecado. De esta manera, Jesús asume el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios para realizar el misterio de la Redención, en favor de la Humanidad.

    La meditación a la que invita la Semana Santa, es para asumir en la esperanza cualquier situación que hayamos vivido de Kénosis, sea de forma personal o al acompañar a un ser querido en dicho trance. De esta manera comprenderemos que no basta ser simplemente admirador de Jesús, sino ser fiel discípulo suyo, que sigue su ejemplo, sus actitudes, sus criterios, y acepta el camino de contrastes, que habitualmente vivimos a lo largo de nuestra existencia.

    Dios no ha querido someter forzadamente al hombre por el camino del bien, porque no le interesa simplemente que el hombre cumpla con lo marcado por la ley; sino que aprendamos a vivir como Jesús; ya que solo en la libertad, el hombre descubre y experimenta el amor: y esa es nuestra vocación.

    Así desarrollaremos la conciencia necesaria para entender y aceptar la vida del espíritu, asumiendo la voluntad de Dios Padre, con plena confianza, y descubriendo la compañía y la fuerza del Espíritu Santo, a lo largo de las experiencias personales y comunitarias.

    Sin duda, progresaremos en el conocimiento de sus enseñanzas, aplicándolas en nuestra vida, especialmente ante los problemas, la dificultades de relación humana, las injusticias sufridas, las calumnias, las incomprensiones, o por la consecuencia de nuestros mismos errores, o ante las epidemias y enfermedades.

    Así creceremos en la experiencia y desarrollo de la vida espiritual, con la que seremos testigos de primera mano, de intervenciones de Dios en nuestra persona, y muchas veces también de lo que Dios realiza en favor de otras personas.

    Aprovechemos la Semana Santa, viviéndola en la expectativa del tercer día, en que Dios Padre rescató de la muerte a su Hijo, resucitándolo. Con esta experiencia afrontaremos cualquier adversidad y conflicto, experimentando la compañía del Espíritu Santo, que fortalece la fe y la necesaria confianza para vivir con la paz interior del discípulo fiel, integrados en la comunidad eclesial. ¡Que así sea!

  • ¿Cómo puede la Iglesia ser luz en la sociedad? Homilía del 19 de marzo

    ¿Cómo puede la Iglesia ser luz en la sociedad? Homilía del 19 de marzo

    ¿A qué despertar se refiere el Apóstol? ¿Por qué invita a ya no dormir? Hoy constatamos con gran claridad, que las tendencias y los dinamismos de la sociedad en general, son para atender el cuerpo. Y se descuida notablemente el desarrollo del espíritu, que hace vivir el cuerpo.

    Estamos dormidos, y por tanto ciegos al no reconocer nuestra vocación a la trascendencia, nuestro destino a la vida eterna. Despierta, tú que duermes; porque solamente en la conjugación del cuerpo y del espíritu se encuentra el sentido de la vida, la razón por la que hemos sido creados, y se encuentra a la par, el camino de la verdad, y de la auténtica y estable felicidad.

    ¿Por qué está la sociedad atraída solo por lo sensible a los ojos y por las necesidades corporales, y notablemente miope o ciega para atender las realidades del espíritu que nos da vida? ¿Por qué nos preocupamos solamente del presente inmediato, sin tener en cuenta el futuro? ¿Qué nos ha faltado a la Iglesia para ser luz y levadura de la semilla del Reino de Dios, que ha traído Jesucristo al mundo? Por tanto, preguntémonos: ¿Cómo puede y debe la Iglesia cumplir su misión de ser luz en la sociedad?

    Un primer criterio es aprender a mirar el corazón. Lo presenta la primera lectura, al narrar cómo es elegido David, el hijo menor de Jesé, quien ni su padre consideró que podría ser el elegido por el profeta Samuel para ser Rey. Dios le advirtió al profeta: “No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.

    Debemos pues adentrarnos en nuestro interior, conocernos a nosotros mismos, y compartir con los demás miembros de mi comunidad, lo que Dios siembra en nuestros corazones. Es el momento de pensar, ¿cómo me mira Dios? ¿Quién soy yo? ¿Me siento digno, contento, satisfecho de su amor? Necesitamos darnos cuenta que el Señor mira y está atento a cada persona, está pendiente y esperando una respuesta. Y tener claro, que esa respuesta individual y personal sólo cobrará vida y fuerza, sí se une con los demás, si entra en comunión.

    Este proceso nos ayudará a descubrir la personalidad de mis prójimos, superando la barrera de las apariencias, y desarrollando el arte de fijarnos en el corazón del prójimo.

    Así aprenderemos a superar la ceguera espiritual y a despertar nuestra conciencia. Así recuperaremos el horizonte del destino para el cual fuimos creados.

    Un segundo criterio es dar a conocer a Cristo, narrado en los cuatro Evangelios, y vivido por la Iglesia naciente, como lo atestiguan los escritos del Nuevo Testamento; debemos convertirnos en testigos de sus enseñanzas, dando testimonio con mi vida.

    Por eso, necesitamos participar habitualmente los domingos para encontrarnos con el Señor de la Vida, la Fuente de la Luz, y fortalecer nuestro interior, encontrándonos con Cristo, Palabra y Pan de la vida.

    Un tercer criterio para ser luz en el mundo de hoy es reconocer nuestra propia fragilidad. Para reconocemos frágiles ante los demás, debo permanentemente examinar si soy atraído por la corrupción, por el delito, por el pecado. Así tomaré conciencia de mi propia fragilidad, lo que me facilitará entender al prójimo, sin dejarme impresionar por las apariencias, y a mirar su corazón.

    En el evangelio de hoy, el ciego de nacimiento pide limosna y da a conocer su ceguera. Reconociendo su fragilidad y su impotencia para mantenerse y vivir, y acude a la compasión y ayuda de quienes acuden al templo.

    Jesús es el que se acerca al ciego de nacimiento que pedía limosna. No es el ciego el que busca a Jesús, es Jesús quien busca al ciego. Jesús además provoca con su acercamiento no solo curar al ciego, sino también para enseñanza de sus discípulos, quienes al preguntarle: ¿Quién pecó para que éste fuera ciego, él o sus padres?

    Aparece su errónea y frecuente concepción de considerar los males corporales, como consecuencia del pecado y por tanto un castigo de Dios.

    Jesús corrige esa interpretación: Las realidades y acontecimientos son ocasión para manifestar la intervención de Dios en la Historia de la humanidad, convirtiéndola así en Historia de Salvación.

    La curación del ciego muestra a Jesús tomando tierra y modelando con su saliva el barro, provocando una alusión de la Creación del Hombre y la Mujer. Así Jesús se manifiesta como el Mesías capaz de generar una nueva criatura, lo cual hace referencia a la Nueva Vida del Espíritu, que Jesús explicó a Nicodemo.

    Para responder a la pregunta ¿cómo seré luz en el mundo de hoy? Debo con frecuencia examinar si me quedo en lo sucedido, sin descubrir lo que Dios quiere decirme a través de los acontecimientos; si no percibo lo que Dios me ha ofrecido como signos de su presencia y acción en mi persona y entre mis prójimos.

    Aprendamos y constatemos que la vida de nuestro espíritu, es luz y orientación en los contextos sociales y culturales de nuestro tiempo. Por eso les pregunto: ¿Qué mirada nueva provoca hoy en mí la Palabra de Dios? ¿Me impulsa a transmitir, que he descubierto a Jesús como la luz del mundo, y me convence en ser misionero transmisor de esa experiencia, siguiendo el ejemplo del ciego de nacimiento?

    Nuestra fragilidad nos conduce al temor, que frena manifestarnos como discípulos de Jesús, y así no cumpliremos como Iglesia la misión, de ser Luz del mundo y Sal de la tierra.

    Pidamos el auxilio de Nuestra Madre, María de Guadalupe para que seamos impulsados por su amor, a ser testigos de la presencia de su Hijo Cristo en el Mundo.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Te pedimos fortalezcas al Papa Francisco, quien hoy cumple 10 años de haber iniciado su ministerio pontificio, como Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. Y durante este periodo ha insistentemente alentado para que seamos una Iglesia en salida, que vaya al encuentro de quienes no han desarrollado su vida espiritual, su relación con Dios, y por eso duermen y viven en las tinieblas.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar, lo que Dios Padre espera de nosotros, en este tiempo tan desafiante.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que nuestras familias crezcan en el Amor, y aprendan a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir, que a través de la cruz, conseguiremos la alegría de la resurrección.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • ¿Cómo puedo tener una relación personal con Jesús? Homilía del 5 de marzo de 2023

    ¿Cómo puedo tener una relación personal con Jesús? Homilía del 5 de marzo de 2023

    “Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré. Haré nacer de ti un gran pueblo y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre y tú mismo serás una bendición…En ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra”.

    Respondiendo al Señor, seremos siempre acompañados y bendecidos por su amor. En la misma tónica San Pablo lo reafirma en el cumplimiento de la misión, que Dios solicita especialmente ante el sufrimiento y obstáculos, que se encuentren en el camino. Para lo cual es fundamental centrar nuestra vida teniendo siempre en cuenta a Jesucristo, en su testimonio y en sus enseñanzas, en las que encontraremos la orientación ante las interrogantes existenciales; y la fortaleza ante las adversidades, incluidas la persecución y la misma muerte.

    “Querido hermano: Comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. Pues Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo merecieran nuestras buenas obras, sino porque así lo dispuso él gratuitamente”.

    Esto se ve reflejado en la escena del evangelio, que ofrece un pasaje asombroso y lleno de elementos para vivir el discipulado con fidelidad y entrega. En primer lugar el establecer la relación personal con el Señor Jesús: “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado”.

    Pero, ¿cómo puedo yo generar una relación personal e íntima con Jesús, si a Él no lo puedo ver ni acompañar como Pedro, Santiago y Juan?

    La formas cambian, pero las posibilidades del Encuentro con Jesucristo no se limitan a las corporales, se extienden mediante la relación espiritual, aunque intangible, no se toca corporalmente pero es real; ya que puedo desarrollar una experiencia de relación que transforma mi vida.

    Ahora, ¿cuál es el camino? Indudablemente es indispensable el silencio ante el mundo exterior para encontrarme conmigo mismo, descubriendo lo que Dios ha sembrado en mi corazón, y aprendiendo a dar cauce a las buenas inquietudes, que surjan de ese descubrimiento.

    Este arranque es el inicio de un proceso que llamamos Oración desde el corazón: y consiste en la relación con el Espíritu Santo, quien siembra las inquietudes y desarrolla la experiencia para conocer la Voluntad de Dios Padre ante las diversas y variadas circunstancias de mi vida, de mis relaciones interpersonales, y de mis respuestas a los contextos familiares, laborales, y sociales.

    Este proceso de aprendizaje para orar necesita la herramienta fundamental, que debe acompañarme durante toda mi vida: la lectura, meditación y reflexión comunitaria de los Evangelios, para conocer las enseñanzas de Jesucristo y la manera como él respondió en sus circunstancias a su vocación.

    A esto se refiere San Pablo hoy: “Este don, que Dios ya nos ha concedido por medio de Cristo Jesús desde toda la eternidad, ahora se ha manifestado con la venida del mismo Cristo Jesús, nuestro salvador, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio”.

    Estas reflexiones sobre la necesidad de transmitir a las nuevas generaciones la importancia para desarrollar el camino espiritual, en relación con la vida cotidiana y el cumplimiento de las responsabilidades respectivas, es y será indispensable, contar con guías espirituales. El ideal es que en la primera etapa de la niñez sean conducidos por los propios padres en el contexto familiar, vecinal y escolar.

    Se desprende por tanto, la necesaria asistencia que debemos ofrecer a las familias, particularmente como Iglesia. Por esta razón, los Obispos de México hemos acordado intensificar cada año en el mes de Marzo, la atención y ayuda a la Familia. Tanto en la etapa previa de preparación al matrimonio, como posteriormente ofrecer la asistencia para la formación y mutua ayuda entre los matrimonios constituidos.

    La existencia de Movimientos y Asociaciones Apostólicas en favor de la familia, son una enorme ayuda a nuestra sociedad, y por ello debemos apoyarlos en nuestras comunidades parroquiales, tanto en estructuras materiales, facilitando los espacios, como en la asistencia espiritual con los agentes de pastoral, sean sacerdotes, religiosas, o laicos preparados y comprometidos en esta dimensión.

    También llega el próximo miércoles el Día Internacional de la Mujer. Cristo dio testimonio que somos complementarios, que tenemos la misma dignidad, y que sólo en una relación fraterna y solidaria nos conducirá a edificar la anhelada Civilización del Amor. Es urgente e indispensable generar una cultura, sustentada en la misma dignidad de ser hijos de Dios, y desarrollar las Instituciones necesarias para ofrecer una sociedad, en la que todos tengamos opción a la educación, salud, empleo, y vida digna.

    Los invito para que en esta Cuaresma desarrollemos una reflexión personal, familiar, social, en los diversos círculos de nuestra vida, para replantearnos el aprendizaje para ejercer la libertad, aprendiendo a optar siempre el bien, y a evitar el mal. Y de esta manera, superar el individualismo y el subjetivismo, que tanto dañan a nuestra sociedad; ya que están mal encauzados, y conducen al libertinaje y a las adicciones.

    Pidámosle ayuda a Nuestra Madre, María de Guadalupe, a quien le tenemos tanto cariño y confianza, ella supo darle todo su afecto a Jesús, acompañándolo hasta el final en el Calvario, y recibiendo por ello, la gracia de ver a su hijo resucitado.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar, lo que Dios Padre espera de nosotros, en este tiempo tan desafiante.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que nuestras familias crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir, que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

     

  • ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Homilía del 29 de enero de 2023

    ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Homilía del 29 de enero de 2023

    Si todo lo hemos recibido por Jesucristo, démoslo también por Él.

    “Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, busquen la humildad”.

    Con estas palabras el Profeta Sofonías anima a los miembros del Pueblo de Israel, que se sienten confundidos ante la trágica muerte del Rey Josías, quien había corregido los malos gobiernos que le precedieron, y restaurado el culto en fidelidad a Dios. Por lo cual, particularmente los más desprotegidos comenzaban a desconfiar si Dios está o no con ellos, e incluso a sentirse abandonados por la Providencia divina.

    En esas circunstancias, el profeta les dirige estas alentadoras palabras: “yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras”.

    Así, el profeta señala que la gente pobre y humilde, minusvalorada, resto de la sociedad, es elegida para transmitir la presencia y la continuidad del pueblo de Israel como el Pueblo elegido por Dios para manifestarse a los demás pueblos. Esta vocación que continúa la Iglesia por mandato de Jesucristo, la reitera el apóstol San Pablo al dirigirse a la comunidad cristiana de Corinto:

    “Hermanos: Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, según los criterios humanos. Pues Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios”.

    San Pablo aclara contundentemente que la obra de Dios solamente será efectiva si estamos unidos a Cristo Jesús, y que a través de esta comunión con Él, desarrollaremos la sabiduría necesaria para conducirnos rectamente en el cumplimiento de nuestra particular vocación, obteniendo la justicia, la santificación y la redención: “por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.

    La consecuencia es que debemos ser humildes y reconocer que todo lo hemos recibido gracias a Jesucristo, el Señor: “Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.
    El Evangelio reitera en labios de Jesús esta misma afirmación sobre la necesidad de la humildad en el discípulo de Cristo, al proclamar que la pobreza de espíritu es indispensable para obtener la participación y la experiencia del Reino de los Cielos:

    “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Por tanto, la pobreza de espíritu es consecuencia de la humildad, virtud que genera el reconocimiento que todo lo que poseemos y adquirimos a lo largo de nuestra vida es don y regalo de Dios.

    Ahora bien, si lo que tenemos nos viene por la generosidad divina, debemos atender a las personas que no cuentan habitualmente en la vida social de una población; es decir, los pobres y todo tipo de marginados, deben ser siempre atendidos y auxiliados en sus necesidades temporales, por quienes si hemos recibido dones materiales, y reconocemos que provienen de la Providencia divina.

    En esta reflexión entenderemos mejor porque la Caridad es la máxima de las virtudes que debe practicar un discípulo de Cristo, como tantas veces lo ha señalado el Magisterio de la Iglesia; y en estos años el Papa Francisco, lo ha mostrado en su ministerio, indicándonos que al encontrarnos con ellos y asistirlos, nos encontramos con Cristo.

    Hay otras dos bienaventuranzas en la parte final que completan nuestra reflexión: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Es decir, también los hijos de Dios debemos promover y practicar la justicia, y procurar la buena relación entre los miembros de una sociedad. Lo cual, sin lugar a dudas, afectará a todos los que proceden arbitrariamente, buscando solo su beneficio y dejando de lado la práctica de la justicia. Esto precisamente es lo que, en muchas ocasiones, provoca la injuria, la calumnia y la persecución contra los que buscan la justicia, la reconciliación y la paz.

    El discurso de las Bienaventuranzas, culmina afirmando: “Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Lo cual sin duda sorprende el estilo de la vida humana, que aprecia más a quien tiene riquezas temporales, o poder por la autoridad que ejerce.

    Así Jesús previene a sus discípulos, que siguiendo sus enseñanzas no obtendrán reconocimiento y éxito en esta vida; sino al contrario, estarán expuestos a la injuria, la persecución y la calumnia. Porque con el estilo de vida que mira a la vida eterna y no se queda con la mirada miope de la vida terrena, siempre se tocarán intereses meramente humanos, que buscan el placer, las riquezas y el poder.

    Por eso los invito a retomar y apropiarnos del Salmo 145, con el que hoy respondíamos a la Palabra de Dios: “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente, reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos”.

    Dirijamos ahora nuestra mirada y nuestra súplica a Nuestra Madre, María de Guadalupe, para aprender de ella a ser humildes y reconocer que todo bien procede de Dios, Nuestro Padre; y pidamos su auxilio para fortalecer nuestra generosidad con el pobre y el necesitado.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a manifestar a través de nuestras vidas que Cristo, tu Hijo Jesús, vive en medio de nosotros, y nos convirtamos así en sus discípulos y misioneros en el tiempo actual.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Tres condiciones para recibir la bendición de Dios. Homilía del 1 de enero de 2023

    “El Señor habló a Moisés y le dijo: Dí a Aarón y a sus hijos: De esta manera bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”.

    ¿Qué necesitamos para recibir la bendición de Dios?

    Hay tres características fundamentales: la primera es la conciencia de recibir con la bendición, la protección de Dios para conducirnos en la vida, en nuestra peregrinación terrestre.

    La segunda, consiste en decidir nuestras actividades, según la voluntad de Dios, esclarecida en el cotidiano proceso de discernimiento espiritual para descubrir lo que Dios nos pide, y no simplemente actuar según mi voluntad y mi querer.

    La tercera es desarrollar la confianza en la benevolencia de Dios, así Él nos transmitirá la paz interior, que será la clara señal, de que hemos obrado en consonancia con la voluntad divina; es decir, hemos hecho lo que esperaba Dios que hiciéramos; y por esta razón lo que hagamos tendrá consecuencias muy positivas, y muchas veces de manera inesperada y sorprendente.

    “En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre”. Los pastores supieron responder a la bendición de Dios, que mediante el ángel recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús; fueron a todo prisa a buscarlo, y encontraron al niño recostado en un pesebre, acompañado de María y de José. Ellos, a su vez, se convirtieron en transmisores de lo que habían visto y oído:

    “Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados”. Al recibir conscientemente la bendición de Dios podremos, como los pastores, convertirnos en discípulos misioneros, capaces a nuestra vez, de transmitir la presencia de Dios, la paz interior, que solo Dios sabe regalar.

    Siguiendo este ejemplo de los pastores, la Iglesia será una comunidad de discípulos, que transmiten la bendición de Dios a sus prójimos, y transforma las relaciones personales y sociales, fortaleciendo a las instituciones, que garantizan el orden y la paz social.

    La Iglesia cumplirá así su misión de ser factor de la anhelada paz al interior de una nación, y entre las naciones, superando los conflictos y las guerras, que siempre son producto de intereses egoístas y parciales, que propician el olvido y abandono de la conciencia de ser habitantes peregrinos, que vivimos en una misma Casa Común, que es la Tierra, nuestro planeta.

    A este respecto una vez más, el Papa Francisco, nos alienta en el mensaje, enviado a toda la Iglesia y a los hombres de Buena Voluntad, con motivo de la quincuagésima sexta Jornada Mundial por la Paz en el Mundo: “¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico.

    Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común”.

    Con la llegada de Jesucristo ha llegado la plenitud de los tiempos, como lo recuerda San Pablo: “Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Es decir con Jesucristo, que es la bendición de Dios en persona, hemos recibido la capacidad y hemos conocido el camino para lograr reconocernos hermanos e hijos de un mismo Dios y Padre.

    Pero, debemos advertir que no alcanzaremos la plenitud absoluta en este peregrinaje hacia la Casa del Padre, pues aunque ya Dios ha hecho lo que tenía que hacer, depende de cada generación lograrlo. Queda a nuestra disposición y libertad recorrer ese camino, depende de la libertad de cada ser humano y de la conjugación de los esfuerzos puestos en comunión.

    El Papa Francisco en su mensaje, citando a San Pablo, permite culminar nuestra reflexión de manera esperanzadora: “Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente, que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche” (1 carta a los Tesalonicenses 5,1-2).

    Con estas palabras, el apóstol Pablo invitaba a la comunidad de Tesalónica, mientras esperaban su encuentro con el Señor, a permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra, con capacidad de una mirada atenta a la realidad y a los acontecimientos de la historia.

    Por eso, aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, orienta
    nuestro camino. Con este ánimo san Pablo exhorta constantemente a la comunidad a estar vigilante, buscando el bien, la justicia y la verdad: «No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (5,6). Es una invitación a permanecer despiertos, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino a ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras.

    Este primer día del 2023, a los 8 días de la Navidad, celebramos la festividad de Santa Maria, Madre de Dios. A ella acudamos como Madre nuestra y Madre de la Iglesia que nos acompañe y auxilie para seamos la Iglesia discípula y misionera, como ella lo ha sido.

  • ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    “Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”.

    El desánimo fácilmente puede invadirnos al tomar conciencia de los grandes desafíos sociales, como son la Desigualdad Social que separaba las distintas clases sociales, o la volatilidad del compromiso matrimonial, que deja a los hijos desprotegidos de un hogar, sin una cuna para aprender el amor recíproco y la ayuda solidaria, que debiera inspirar el testimonio cotidiano de papá y mamá. Así fácilmente surge la desesperanza y debilita la voluntad para emprender con ánimo y fortaleza la edificación de la civilización del amor, para la que nos ha creado Dios, Nuestro Padre, y nos ha revelado en carne propia, Jesucristo, el Señor: Camino, Verdad y Vida.

    El Profeta Isaías sigue alentando ante la ceguera y la sordera espiritual que siempre cunde en el pueblo de Dios por el desconcierto e incertidumbre ante lo que sucede y lo que acontecerá, por ello anuncia también generando la esperanza: “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

    Precisamente para esto ha enviado Dios Padre a su Hijo, para darnos la mano y caminar con nosotros, ofreciéndonos la asistencia constante del Espíritu Santo; así se ha cumplido el anuncio del Profeta Isaías: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón”.

    En nuestro contexto sociocultural actual, ¿a qué desierto podemos referir la acción ofrecida por Jesucristo de la asistencia del Espíritu Santo? Sin duda, al desierto del silencio y la soledad para encontrarse con uno mismo. Este es el camino indicado para descubrir que Dios me habla, sembrando en mi corazón las buenas inquietudes y proyectos para bien de mi comunidad.

    En nuestro tiempo existe una tendencia intensa y constante a propiciar la cultura de la imagen por encima de la auténtica cultura humana, que es la de compartir la vida y caminar juntos, la cultura sinodal, que nos ha recordado el Papa Francisco con insistencia.

    Esta experiencia redentora y salvífica, que con su vida ofrece Jesucristo, la hacemos nuestra y la experimentamos cuando seguimos, como buenos discípulos, sus enseñanzas y las ponemos en práctica a la par de nuestra familia, de nuestra
    comunidad parroquial, y de nuestra Madre la Iglesia.

    El consejo que hoy el apóstol Santiago ha recordado nos orienta para desarrollar la paciencia y la esperanza necesarias, y dejarnos conducir bajo la guía del Espíritu Santo: “Hermanos: Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”.
    La Paciencia y la Esperanza son la clave del caminar en la vida. Recordemos a los Profetas y todos los que nos han precedido, dejándonos el testimonio de su generosa entrega y caridad.

    Es decir que nuestra esperanza no esté condicionada por los hechos inmediatos de éxito, sino por la confianza en la Palabra de Dios, que nos conduce por tiempos de desierto e incertidumbre, pero mediante la constancia constataremos con frecuencia la bondad y el amor de Dios, que misericordiosamente nos consuela y alienta.

    Finalmente en el Evangelio San Mateo narra: “Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino”.

    Los Hechos son la prueba que da la certeza de que lo proclamado es verdad. Los hombres que miran como Juan, y actúan propiciando el bien de sus hermanos, seducen y atraen para reorientar las vidas de quienes andan extraviados. Por eso el
    camino a seguir motivados por la Fe que nos ilumina, y por la esperanza que enciende nuestro corazón, es la práctica de la Caridad.

    Nuestra recompensa inmediata es ser testigos de la alegría que causa al que sufre, recibir la ayuda necesaria; y nuestro corazón se inunda del amor de Cristo, ya que auxiliando a los más necesitados, es a él a quien encontramos. Con esta experiencia podemos hacer plenamente nuestro el canto del Salmo, que hoy hemos proclamado, respondiendo a la Palabra de Dios:

    “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente. Reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos. Ven señor a Salvarnos”.

    Y cuando nos invada el desánimo, es oportuno invocar el consuelo y la ayuda de Nuestra querida Madre, María de Guadalupe; e incluso venir para darle las gracias de su presencia en medio de nosotros.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús. Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y
    generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    “Ya viene El día del Señor,… Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”.

    Los últimos domingos del año litúrgico, presentan textos alusivos al final de los tiempos. Este tema responde a una inquietud, generalizada a lo largo de los siglos, en todas las generaciones, sobre el fin del mundo y de la historia humana.

    El profeta Malaquías hace una importante aclaración, que sin duda tocará para bien, el corazón de todo creyente: el fin del mundo será muy distinto para quienes han sido fieles al Señor, Dios Creador, y que han creído en Él, pues será un día glorioso. Porque Jesucristo, es el Señor de la Historia, y traerá la salvación para todos sus discípulos.

    También en el Evangelio de hoy, le preguntan a Jesús, acerca del día del fin del mundo. Jesús advierte e invita a que no se dejen engañar. A lo largo de los siglos siempre habrá, quienes anuncien señales del fin del mundo: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

    En efecto, una y otra vez, en el ciclo de la Historia, se presentarán situaciones desfavorables, así cuando suceden catástrofes, son parte del ritmo de las leyes de la naturaleza. Las epidemias y el hambre son consecuencia combinada de esas leyes y de la conducta de los seres humanos. Por eso, Jesús llama para evitar la confusión: las adversidades, las catástrofes, y las epidemias, no son necesariamente signo ni señal del fin del mundo.

    Además, Jesús advierte con claridad y contundencia: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”; pero esas señales se han dado y se seguirán presentando a lo largo de los siglos, como hasta ahora lo hemos constatado.

    Si se revisa la historia de estos XXI siglos después de Jesucristo, esos eventos lamentables, han acontecido una y otra vez. Después vienen tiempos de reconciliación y de paz, dependiendo de nosotros, de las generaciones que en su momento les corresponde compartir la misma época.

    Sin embargo, las advertencias sobre el fin del mundo, nunca deben ser instrumento para amedrentar. Quienes tenemos fe en Jesucristo, nunca debemos tener miedo al fin del mundo, ya que será glorioso, como afirma el profeta Malaquías. En cambio, como bien advierte el profeta, para los soberbios y malvados, será terrible, ya que para ellos todo será exterminación y muerte, serán consumidos como termina la paja en un horno.

    De la misma manera, Jesús anuncia que sus discípulos en las distintas épocas serán atacados y perseguidos por profesar su fe: “Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí”.

    Aunque es conveniente aclarar que las persecuciones contra la Iglesia y sus fieles han sido, son, y serán siempre consecuencia de enfrentamientos ideológicos al interior de la sociedad y de las organizaciones e instituciones, tanto públicas como privadas.

    El Apóstol Pablo advierte a la comunidad de Tesalónica, que consideraba que el fin del mundo era inminente, y dejaron de trabajar, pensando que, si mañana se acabaría todo, que caso tenía trabajar, construir y edificar. Recordándoles su testimonio de vida los exhorta: “Hermanos: Ya saben cómo deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme, para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar”. Por eso, Pablo es durísimo, cuando manifiesta a la comunidad, que quienes no trabajan son unos holgazanes, que se entrometen en todo y no hacen nada: “El que no quiera trabajar, que no coma”.

    Mientras se tenga vida, condiciones de salud y de servicio a los demás, habrá quehaceres. Ésa es la tarea, en la que debemos ayudarnos unos a otros, para caminar juntos como comunidad. Hay que mantener siempre la disponibilidad para colaborar con lo que somos y con lo que tenemos: capacidades, habilidades y conocimientos. Así se construye la fraternidad de los discípulos de Cristo, en el servicio a la misma Iglesia y a la sociedad.

    En el servicio hay que invitar a todos, aún aquellos, que por diversas circunstancias están distantes de la Iglesia, sean católicos o no, e incluso a quienes han optado por alguna otra confesión de fe o rechazado creer en Dios. Nosotros, como discípulos de Cristo, tenemos que seguir el ejemplo del Maestro. Acercarnos a todos para manifestar con palabras y hechos la misericordia de Dios Padre, que nos ha creado con la finalidad de que lleguemos a la casa que nos tiene preparada.

    Con estos elementos de la Palabra de Dios, preparémonos para el siguiente domingo, la fiesta de Cristo Rey, que nos impulsará, alentará y motivará para construir el Reino de Dios en medio de nosotros, y hoy que celebramos la VI Jornada Mundial del Pobre en comunión con el Papa Francisco y con toda la Iglesia, se convierta en una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.

    Acudamos con plena confianza a nuestra Madre, María de Guadalupe para que fortalezca nuestro espíritu fraterno y solidario en nuestras comunidades parroquiales.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en esta VI Jornada Mundial del Pobre a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan para superar la gran desigualdad social que vivimos.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Cómo es el consuelo que nos da Dios? Homilía 06/11/22

    ¿Cómo es el consuelo que nos da Dios? Homilía 06/11/22

    “Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”.

    ¿Cuál es el consuelo eterno, que Dios nos proporciona en Cristo Jesús?

    Estos últimos domingos del año litúrgico, la liturgia presenta textos que recuerdan el destino del hombre, que muestran ese horizonte final, y ayudan a contemplar para qué ha llamado Dios a cada persona; y así orientados por esta luz, podamos mantener el rumbo y fortalecer siempre la esperanza, no obstante las circunstancias en las que se pueda vivir.

    La razón de esta vida terrestre, no termina con la muerte, sino al contrario, con la muerte se afianza y se llega al destino final. De ahí la relación indispensable entre lo que se vive y el futuro que se espera.

    Por esta razón la mirada del hombre no debe clavarse de manera miope ante las adversidades; tiene que contemplar el más allá, evitando quedarse en el momento presente en que se viven. Es en esos momentos cuando el horizonte de la resurrección de los muertos se vuelve indispensable.

    Indudablemente la promesa garantizada, mediante la Resurrección de Jesucristo, de un destino eterno, de una vida que no tendrá fin, que será participar de la vida divina, que es el amor pleno, que relaciona, une y, mantiene el entendimiento y la comunión entre todos los participantes en la Casa de Dios Padre en una eterna alegría, es la roca firme que nos sostendrá con gran entereza y paz interior.

    La resurrección de Jesucristo de la injusta y escandalosa muerte en cruz, es la luz que da sentido a la muerte, sea cual sea la manera en que acontezca. La Fe generada al aceptar el testimonio de Jesucristo, mediante los Apóstoles y sus sucesores, proporciona la fortaleza necesaria para afrontar la enfermedad, las adversidades, el sufrimiento, la injusticia y toda clase de males, que hallamos afrontado en esta peregrinación terrestre.

    En el Evangelio, Jesús responde a los Saduceos, que no creían en la resurrección y que solamente pensaban que Dios concedía la vida, pero que terminaba con la muerte. Por tanto, consideraban que la relación con Dios era para obtener con su favor, la abundancia de bienes terrenales.

    Los Saduceos eran la clase más rica y poderosa en la época de Jesús. Consideraban que cumpliendo con las tradiciones religiosas obtendrían: dinero, riquezas, y poder. Su gran preocupación era satisfacer el presente: sus necesidades, sueños y proyectos, aún más allá de lo ordinario, y por eso justificaban poder extralimitarse con su poder económico, político o social para lograr todos sus deseos, negociando con cualquier tipo de autoridad en la tierra. Se concentraban en el hoy, menospreciando a quienes aceptaban la trascendencia.

    El Evangelio de hoy relata cómo los Saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, cuestionan a Jesús con un problema ridículo, ¿cómo va a ser la vida de siete hermanos que sucesivamente se casaron con la misma mujer sin tener descendencia, qué pasará con ellos en la vida futura? Jesús les responde a fondo: la vida futura, no tiene los condicionantes de la vida terrena.

    Mientras que aquí la sexualidad y otras categorías de la materia y del cuerpo tienen sentido, en la dimensión de la vida eterna pasarán a una dimensión espiritual como la de los ángeles. Es decir, así como nuestro cuerpo mortal se transformará, también las condiciones de la vida eterna se transformarán para poder entrar en plena relación e intimidad con la vida divina, con la vida de Dios.
    Cada persona que está en el mundo es un reflejo, una imagen de Dios, especialmente al ejercer la libertad y desarrollar la capacidad de amar. Estos son los elementos que son primicia de la vida, que se tendrá en el más allá.

    De ahí la importancia de centrar la vida en la generosidad, en el compartir, en la solidaridad con los demás, especialmente con los más necesitados; ya que éste es el ejercicio que permitirá aprender a amar. El amor es la naturaleza de Dios, por tanto el hombre debe prepararse para la vida eterna, ejercitándose en aprender a amar.

    Jesús también afirma que para Dios todos están vivos. De ahí surge la pregunta, ¿aquellos que hicieron tanto daño a los demás, que pasará con ellos? La Iglesia tradicionalmente ha contemplado tres fases, en el desarrollo de un ser humano para que alcance la vida eterna.

    La primera fase es esta vida, la vida terrena. Se le da el nombre de Iglesia peregrinante, la iglesia que camina a su destino. La segunda fase es la etapa intermedia, purificatoria, se le llama Iglesia purgante; es decir, aquellos que no desarrollaron el amor, que no aprendieron a entregarse generosamente en el amor, tendrán una etapa de purificación, para obtener ese aprendizaje indispensable y poder compartir la vida eterna con Dios. La fase final, la definitiva, es la vida eterna. La llamada Iglesia triunfante, la que llega al destino final

    Esta consideración ayuda a entender los consejos que da San Pablo, y que recomienda a la comunidad de Tesalónica: Sean unos con otros amables, dense un consuelo fraterno, conforten sus corazones, dispónganse a toda clase de obras buenas, y oren por nosotros, para que Dios nos libre de la maldad. Dios es fiel y les otorga la fortaleza.

    Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ha venido para acompañarnos en el aprendizaje de amar, manifestándonos su ternura y su comprensión. Aprendamos de ella, y confiemos con plena confianza en su amor.

    «Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común. Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Ha crecido mi confianza en Dios? – Homilía 16/10/22

    “Cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba”.

    Las lecturas de hoy proponen como tema central la necesidad de la oración. Entendida no solamente como la expresión de la súplica confiada a Dios para invocar y recibir su ayuda, sino para aprender a reconocer la ayuda recibida de parte de Dios.

    El gesto de levantar las manos que realiza Moisés para dirigirse a Dios significa que, tanto en la mente y en el corazón, como en la misma vida, es decir en la cotidianidad de nuestra conducta y acciones, debemos descubrir la presencia del Espíritu Santo, que acompaña al creyente para lograr adecuar su comportamiento al cumplimiento de la voluntad de Dios Padre.

    De la misma manera debemos aprender a descubrir como Moisés, que al conectar nuestras acciones con la voluntad divina causa inmensa alegría y una profunda satisfacción de nuestro proceder.

    Pero hay muchas ocasiones en las que nuestra voluntad flaquea ante las atracciones y seducciones para buscar solo nuestro propio bien, descuidando la repercusión de las mismas, que causa a los demás. Esto significa el cansancio de Moisés de tener las manos levantadas tanto tiempo. Ante esta situación, muy humana y frecuente, necesitamos como Moisés, quién nos ayude a mantener nuestra mirada y nuestro corazón levantado hacia Dios, Nuestro Padre.

    ¿Preguntémonos de qué manera, o de quién, podremos auxiliarnos en nuestros cansancios y agotamientos, ante el constante esfuerzo de cumplir la Voluntad de Dios en nuestra vida?

    Hoy San Pablo ofrece la respuesta, al compartirla a su discípulo Timoteo: “Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación”.

    Evidente, que no todos la han aprendido desde niños, pero si consideramos nuestra ignorancia sobre la Palabra de Dios y la reconocemos que está en un nivel inicial, y acudimos a quienes pueden acompañar el aprendizaje para conocer las Sagradas Escrituras, adquiriremos “la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”.  De aquí se desprende que así como recibimos ayuda, así también la deberemos ofrecer posteriormente, a quienes nos lo pidan, o a quienes veamos propicio compartirla.

    Nuestra convicción al adentrarnos en la escucha de la Palabra de Dios, y en el discernimiento para la toma de decisiones, que sin duda nos conducirá su aplicación a nuestra vida, nos irá manifestando la verdad de lo afirmado por San Pablo: “Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena”.  Así nos convertiremos no solo en discípulos de Jesucristo, sino pasaremos a ser Apóstoles, es decir transmisores de sus enseñanzas a nuestros prójimos.

    En esto consiste la evangelización, y es lo que necesita la Iglesia para prolongar la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros.

    En el Evangelio, Jesús advierte a sus discípulos que los desafíos provocan de ordinario el desencanto y sentimientos de frustración cuando no se alcanzan los objetivos planteados, y por eso les propone la Parábola de la viuda necesitada de justicia, y que no encontraba respuesta del Juez injusto.

    “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario; por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando”.

    La paciencia acompañada de la constancia todo lo alcanza, y mueve montañas, que bien sabemos es posible con la ayuda de Dios. Además Jesús les anima diciéndoles: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”.

    Pero también debemos advertir que Jesús deja en claro, que Dios respetará nuestras decisiones, y no obligará por la fuerza de una imposición, la manera de actuar y de relacionarse. ¡Nos deja en plena libertad!

    Por eso, lanza una duda extremadamente dolorosa, que está en la posibilidad de suceder: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Preguntémonos a la luz de esta advertencia:

    – ¿Ha crecido mi confianza en Dios, y levanto mis manos en oración, pidiendo la ayuda divina?
    _ ¿Soy consciente de la libertad que me ha dado Dios para elegir el bien o el mal?
    _ ¿Respeto a los demás, y evito imponerle lo que yo creo?
    – ¿Descubro que he realizado la experiencia de ayudar a alguien en la búsqueda
    de la Voluntad de Dios Padre, y en el conocimiento de las enseñanzas de Jesucristo acompañándolo, pero dejándolo en libertad para dar sus respuestas?

    En un breve momento de silencio presentemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestras aspiraciones y necesidades, confiando en su amor y su auxilio.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ¿Cuántos serán los que se salven? – 21/08/22

    “Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y enviaré como mensajeros a algunos de los supervivientes hasta los países más lejanos y las islas más remotas, que no han oído hablar de mí, ni han visto mi gloria, y ellos darán a conocer mi nombre a las naciones”.

    Dios desea que toda la humanidad conozca al verdadero Dios Creador, y la naturaleza divina, que ha revelado mediante la Encarnación y Redención del Hijo de Dios hecho hombre: Jesucristo. Sin embargo ha querido realizar esta misión de manera que no sea por la omnipotencia divina que apabulla y espanta, sino a través de la misma condición humana para respetar plenamente la libertad de todo ser humano.

    Lo ha decidido de esta manera porque es el camino para responder al amor de Dios, de la misma manera que él nos ama; es decir consciente y voluntariamente, no impuesto por la fuerza, sino aprendiendo a descubrir que el verdadero amor debe ser desinteresado y logrado, mediante la superación del egoísmo, que innato al hombre, lamentablemente con frecuencia, lo lleva a buscar lo que desea, sin importarle el bien del prójimo.

    Teniendo en cuenta esta modalidad de revelarse Dios, mediante la misma condición humana, entendemos hasta qué punto es indispensable asumir nuestra respuesta libre, y obtenida con plena convicción.

    La escena del Evangelio de hoy presenta la pregunta de un oyente de la predicación y de las enseñanzas de Jesucristo: “Uno le preguntó: –Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: –Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”.

    La respuesta de Jesús plantea la necesidad de realizar una gran esfuerzo porque habrá que aprender a usar la libertad y la capacidad de decisión para obtener la entrada al Reino de los cielos, y queda claro que el objetivo a lograr es la relación de conocimiento, amistad y obediencia a Dios, cumpliendo su voluntad: “Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos! Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes”.

    Podemos ahora entender, que no basta simplemente cumplir los mandamientos de Dios y las normas establecidas por la Iglesia, sino que debemos mediante ese cumplimiento desarrollar la amistad con Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    Para este propósito se ha encarnado el Hijo de Dios, asumiendo plenamente la condición humana. Así tenemos un modelo a seguir, y la claridad del modo cómo seguir sus huellas, mediante la puesta en práctica de sus enseñanzas. En esto consiste ser discípulos de Cristo.

    El autor de la Carta a los Hebreos, recuerda una reflexión sobre la necesidad de ayudarnos mediante la corrección fraterna, sea de Padres a Hijos, sea de miembros de la comunidad eclesial entre sí: “Hermanos: Ya han olvidado ustedes la exhortación que Dios les dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama, y castiga a sus hijos predilectos”.

    La exhortación paternal es la que hace la Iglesia, sus ministros, los padres de familia, los miembros de la comunidad entre sí, o simplemente un amigo que advierte oportunamente el peligro a su prójimo. El castigo del Señor se refiere a las consecuencias, que recibimos cuando equivocamos nuestra conducta, y actuamos mirando solamente nuestro bien individual.

    Por eso, continua el pasaje de la carta exhortando: “Soporten, pues, la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos? Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad”.

    Finalmente a todos invita el Autor de la Carta para que no dejemos pasar la ocasión cuando sabemos, que nuestro prójimo o prójimos, están siendo seducidos y se encuentran en peligro de obrar una mal proceder: “fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, y caminen por una senda plana: para que el cojo ya no tropiece, sino más bien se alivie”.

    La pregunta a Jesús de si son pocos los que se salvan queda por tanto, abierta: serán muchos o pocos, dependerá de nosotros, de cada generación, y por ello es necesario mantener los servicios eclesiales para la evangelización.

    Así pues, tanto la Parroquia, como la Diócesis debemos ofrecer siempre, de manera oportuna y adecuada, la ayuda para orientar a todos los bautizados, dando a conocer la vida y las enseñanzas de Jesucristo, a través de los Evangelios, y de todos los libros de la Biblia, y a través de la Tradición, fruto de la experiencia de las generaciones anteriores a la nuestra, que han logrado ir actualizando dichas enseñanzas, ante los contextos sociales y culturales por los que va atravesando la humanidad.

    Hoy, como en tiempos de Jesús, como lo narran los Evangelios, y como se desarrolló la Iglesia en los primeros siglos, debemos ser también una Iglesia en Salida, que vaya al encuentro de los hermanos en sus ambientes cotidianos, para ofrecerles la manera de encontrarnos con Jesucristo, y valorar la vida litúrgica, que es fuente indispensable para alimentar y desarrollar la fe.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe es una expresión de Iglesia en salida, y especialmente de Iglesia misionera, que propicia no sólo el anuncio de la Buena Nueva, sino que expresa una Evangelización plenamente inculturada.

    Pidámosle que nos ayude a ser capaces de anunciar a su Hijo Jesús, en un lenguaje acorde a la desafiante realidad de nuestro tiempo.

    ORACIÓN

    A ti Madre nuestra nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda, especialmente te pedimos hoy, por quienes han sufrido alguna forma de extorsión.

    Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, haciendo nuestras las enseñanzas de tu Hijo Jesucristo. Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y así llegar a la Casa del Padre. Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la
    resurrección. Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.