Etiqueta: voluntad de dios

  • Homilía- El mejor vino que alcanza para todos- 16/01/22

    Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús fue también invitado a la boda con sus discípulos”.

    El evangelista Juan abre la actividad pública de Jesús con las Bodas de Caná, acompañado de su Madre María y de sus discípulos. Las Bodas expresan la relación entre Dios y su pueblo elegido, una figura que simboliza y recuerda la alianza en la que Dios y su pueblo se comprometieron a una mutua fidelidad.

    Por esta fidelidad de Dios con su pueblo hemos escuchado expresar al profeta Isaías, siglos antes de la llegada de Jesús: “Por amor a Sión no me callaré y por amor a Jerusalén no me daré reposo, hasta que surja en ella esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha”.

    El amor es la clave no solo para descubrir la vida como regalo de Dios, y experimentar su inconmensurable amor a nosotros, sus creaturas, sino especialmente para desarrollar en nosotros la imagen y semejanza de ese amor divino, aprendiendo a amar, al estilo de Dios; es decir procurar siempre el bien de mi prójimo, y de la comunidad, en la que me muevo y actúo.

    Ese camino para el que fuimos creados será posible recorrerlo si Jesús está presente en nuestra vida, y si somos conscientes de pertenecer a la comunidad de sus discípulos, de pertenecer a la Iglesia, descubriendo nuestros propios carismas y capacidades, nuestras habilidades y conocimientos para ponerlos al servicio y bienestar de mi familia, de mis amigos y vecinos, de los demás creyentes y no creyentes.

    Por eso es fundamental tener en cuenta la afirmación de San Pablo: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. El arte está en conocerme a mí mismo, y descubrir mis capacidades y mis limitaciones.

    Al descubrir mis propias capacidades, desde ellas, puedo colaborar para el bien común, y al reconocer mis propias limitaciones podré valorar y aceptar la capacidades de los demás, comprendiendo que en el conjunto de los dones que existen en todos y cada uno de los miembros de la comunidad está la riqueza de una sociedad.

    Así será más fácil superar las envidias, los celos y las rivalidades, y aprenderemos a valorar y agradecer a Dios, lo que nos regala en cada uno de nuestros prójimos. Éste es el camino, que muestra la escena del Evangelio, para integrar una sociedad fraterna y solidaria. Cuando obedecemos la voz de Dios y cumplimos su voluntad se da el milagro del mejor vino que alcanza para todos.

    En efecto, si la respuesta del hombre (personal) y del pueblo (comunitaria) son como la de María y la de los discípulos, seremos testigos y promotores de las intervenciones de Dios en favor del hombre. Así es como lograremos las intervenciones salvíficas y redentoras de Dios en favor de la Humanidad.

    Hay que subrayar la necesidad de las tinajas y del agua para que se dé la conversión del vino. Es decir, para que Jesucristo intervenga necesita disponer de lo que somos y tenemos.

    Por eso, nosotros debemos cumplir como el mayordomo, haciendo lo que tenemos que hacer, obedeciendo a Jesús como indica María: Hagan lo que él les diga. Así saborearemos el vino de la alegría, que no se agota y le da sentido a nuestra vida, sean cual sean nuestras circunstancias.

    Es pues muy conveniente preguntarnos: ¿Seré yo como los comensales del banquete que no se dieron cuenta del milagro, o seré como los discípulos que conocieron lo que Jesús hizo, creyeron en él, y se mantuvieron con él?

    Si me mantengo en la comunión y conservo mi identidad como miembro de la Iglesia, sin duda, seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y capaz de reconocer las intervenciones del Espíritu Santo, en la vida de los que me rodean. Así seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y podré transmitir mi experiencia con plena convicción que Cristo vive en medio y a través de nosotros.

    Reconoceré como el Mayordomo: “Todos ofrecen primero el vino mejor, y cuando ya están bebidos dan otro peor. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino hasta ahora”. Experimentaré así la gradualidad creciente de mi espiritualidad, ofreciendo a los demás un mejor vino cada día; es decir desarrollaré mi persona con una capacidad de servir y auxiliar a mi prójimo, dando un testimonio creíble y atractivo de una persona que cree y que ama.

    Cuando la Iglesia cumpla su misión viviendo la obediencia a Dios, como lo expresa la narración de las bodas en Caná, será cuando veamos cumplida la profecía de Isaías: “Entonces las naciones verán tu justicia, y tu gloria todos los reyes. Te llamarán con un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona de gloria en la mano del Señor y diadema real en la palma de su mano. Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra, “Desolada”; a ti te llamarán “Mi complacencia” y a tu tierra, “Desposada”, porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra”.

    Agradezcamos a María su ejemplar actitud de acudir a su Hijo en favor nuestro, y asumamos la clara indicación: ¡Hagan lo que él les diga! para que intervenga Jesucristo en nuestras vidas y podamos juntos dar el testimonio, que nuestra sociedad necesita y espera, de quienes somos discípulos de Jesucristo. Así es como mantendremos la alianza entre Dios y la humanidad, mediante la fidelidad de la Iglesia al anuncio de Jesús de Nazaret: ¡Conviértanse y crean: el Reino de Dios ha llegado!

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta después de esta prueba mundial de la Pandemia.

    Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que Jesús nos diga, Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para que descubriéramos, que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía- ¿Busco a Jesús para conocerlo o sólo por mi beneficio? -01/08/21

    Homilía- ¿Busco a Jesús para conocerlo o sólo por mi beneficio? -01/08/21

    Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”.

    Jesús había escapado ante la euforia de la multitud, que admirada por la multiplicación de los panes, lo quería como rey. Cuando amanece, se dan cuenta que tanto Jesús como sus discípulos se habían ido. La búsqueda de Jesús es positiva; sin embargo en esta ocasión Jesús advierte que la finalidad de esta búsqueda no es la correcta.

    Al encontrarlo en la otra orilla del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. No obren por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que el Hijo del hombre les dará, porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.

    Jesús deja en claro que hay que buscarlo para conocerlo, escucharlo con la apertura y disposición del discípulo, y no por el interés de recibir beneficios y favores. Por tanto, querer definir la vocación y misión de Jesús según el concepto del pueblo, impide que Jesús camine y acompañe a la multitud. Entendieron la corrección, y la reacción propició la continuidad del diálogo: “Entonces le preguntaron: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios?”.

    A partir de las enseñanzas de Jesús sobre el nacer de nuevo y la participación del hombre en la vida divina, ahora aprovechando la pregunta de la gente: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios? Jesús explica la necesidad del alimento que nutra durante esta vida terrena, de manera gradual y progresiva, el proceso de crecimiento en la vida del Espíritu, indispensable para alcanzar la vida eterna.

    Sin embargo, como tantas veces sucede en nuestra relación con Dios cuando lo invocamos, aparece la debilidad de nuestra fe y exigimos signos para creer: “Ellos le replicaron: ¿Qué signo haces para que al verlo creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo”.

    Jesús les ayuda para que descubran, quién es el que está detrás de él, y detrás del signo de la multiplicación de los panes, de la que ellos acababan de ser testigos, y les había suscitado el deseo de buscarlo: “Entonces Jesús les dijo: Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Ellos le dijeron: ¡Señor, danos siempre de ese pan! Jesús les respondió: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

    Preguntémonos si necesito de constantes pruebas para creer en Jesucristo, pan de la vida, o si ya he aprendido a descubrir que lo más importante es alimentar el espíritu, para que creciendo se desarrolle mi manera de ver la vida como un camino a la trascendencia y la eternidad; y no quedarme fascinado, atraído por las realidades terrenas.

    Aprendamos a disfrutar cuando en nuestro contexto de vida seamos testigos de prodigios que nos sorprenden y maravillan, porque no encontramos explicación alguna. Son ocasiones privilegiadas para fortalecer nuestra mirada a la trascendencia y descubrir la intervención divina. Pero nunca exijamos a Dios que las realice.

    A Jesús hay que buscarlo para escuchar sus enseñanzas, y aceptar su misión para hacerla nuestra. Hay que sumarse a él como un discípulo más y evitar querer aprisionarlo para nuestro servicio e interés. ¡Nunca podremos manipularlo! Por el contrario, será Jesús el que indique el camino y ofrezca el alimento para recorrerlo.

    Al escuchar esta escena, es conveniente preguntarnos: ¿Y yo busco a Jesús para conocerlo, seguirlo, y obedecerlo, o solamente lo busco para mi beneficio temporal y para mi propio interés? ¿Como buen discípulo invoco a Dios Padre para recibir el pan del cielo, y así fortalecerme y capacitarme en el seguimiento de Jesús? Porque Jesús respondió claramente: “Ésta es la obra de Dios, que crean en aquel que él ha enviado”.

    De esta manera entenderemos la afirmación de San Pablo en la segunda lectura: “No deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Jesucristo; han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer”.

    Jesús ofrece una vida nueva para la que debemos renacer. Esta nueva vida la obtendremos conociendo sus enseñanzas y viviendo acorde a ellas. Este recorrido se alimenta mediante el pan del cielo, ¿y cuál es el pan del cielo? El maná en el desierto fue una figura, como muchas otras en el Antiguo Testamento. “Mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo”.

    Este pan del cielo se hace presente en cada Eucaristía, el pan es la presencia sacramental de Jesucristo, que nos sostiene y fortalece para mantenernos como sus discípulos hasta el final de nuestra vida. Por eso hemos escuchado a San Pablo que afirma con gran contundencia: “dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.

    Mantengámonos siempre firmes y constantes; y cuando venga la tentación de abandonar el camino y claudicar de nuestros esfuerzos, invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que como tierna y amorosa Madre nos infundirá vigor y confianza para seguir siendo fieles discípulos de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.