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  • Homilía- La Cuaresma es tiempo para redescubrir a Jesús- 13/03/22

    Homilía- La Cuaresma es tiempo para redescubrir a Jesús- 13/03/22

    “Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambio de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”.

    La escena presenta a Jesús conversando con Moisés y Elías: “hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”, y que implicaría su entrega hasta el extremo de la muerte. De esta manera Pedro, Santiago y Juan están siendo preparados para fortalecer la fe de sus compañeros ante los dolorosos acontecimientos de la Pasión y Muerte de Jesús en la cruz.

    Jesús preparó de diferentes formas a sus discípulos para que entendieran el perfil del verdadero Mesías, enviado por Dios su Padre, por ello era muy importante ayudarles a comprender el por qué de la dramática entrega final de su vida. Jesús ofrece pistas para descubrirles, que de forma oculta, detrás de su humanidad corporal, se encuentra de alguna manera, Dios mismo. No es por tanto un simple hombre de profunda fe y de oración constante, un hombre ejemplar en sus relaciones con los más necesitados, es algo más inimaginable, es el Hijo de Dios encarnado, es la presencia de Dios mismo.

    También la escena narra que Jesús es el Hijo de Dios, y como tal, deben escucharlo: “No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió, y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo».

    En ese momento no entendieron a fondo la vocación y misión a la que estaban siendo llamados, como lo muestra su actitud de quedarse en silencio: “Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio, y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto”. Seguramente quedaron confundidos, como nos pasa a nosotros, cuando de repente nos encontramos en situaciones inesperadas, y no sabemos cómo reaccionar, y qué debemos hacer; aunque con frecuencia, recordando alguna experiencia previa y a la luz de la fe, obtenemos la respuesta.

    La Cuaresma es camino a la Pascua, es el tiempo para redescubrir la misión de Jesús y meditar el misterio de su persona, que asume la condición humana, sin dejar la naturaleza divina.

    Es de gran importancia reconocerlo como el Hijo de Dios, que se encarnó en el Seno de María para manifestar con el testimonio de su vida, el amor infinito de Dios Padre por todos nosotros, creaturas predilectas de la Creación, a quienes nos ha dado vida para hacernos capaces de conocerlo y amarlo con plena libertad, y así alcancemos el destino para el que nos creó: participar de la vida divina por toda la eternidad.

    Por esta razón entendemos las lágrimas de San Pablo, al expresar su tristeza por los cristianos, que no aceptan el camino de la cruz y de las necesarias renuncias, que implica seguir a Jesús: “Hermanos: Sean ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes porque como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”.

    Estamos viviendo un cambio de época, un quiebre del estilo de vida de la sociedad, quedando sin referencia de un código de ética, y dejando, especialmente a las nuevas generaciones, sin elementos para aceptar y comprender las renuncias voluntarias y el sufrimiento inesperado, como la vocación de asumir la cruz de Cristo en la vida diaria.

    Éste es uno de los grandes desafíos para la evangelización en nuestro tiempo, para afrontarlos es fundamental, que quienes nos llamamos cristianos y nos sentimos comprometidos en transmitir los valores de la fe, demos el testimonio de una vida ejemplar, al estilo de Jesús, de reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, de generosidad y entrega para auxiliar a los pobres y necesitados, y de cumplir eficientemente con nuestras responsabilidades.

    Los contextos y conductas adversos a los valores humano-cristianos no deben desanimarnos. Recordemos el ejemplar testimonio de Abraham, quien escuchó y aceptó la voz de Dios y confió en la promesa de ser auxiliado por Dios: “Dios sacó a Abram de su casa y le dijo: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes». Luego añadió: «Así será tu descendencia». Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”. Dios estableció la alianza con él, que cumplió cabalmente con sus descendientes de generación en generación: «A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates”.

    Esa alianza llegó al culmen con la llegada Jesús, el Mesías anunciado, y a su vez, Jesús prometió a sus discípulos: “Yo estaré con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20).

    El programa Revitalicemos nuestra fe

    Esta Cuaresma démonos la oportunidad de revisar y examinar nuestra vida, y a la luz de esa revisión escuchemos la Palabra de Dios, y con mi familia o en la comunidad parroquial, compartamos las inquietudes, que la Palabra de Dios mueva en nosotros. Las Parroquias de nuestra Arquidiócesis están ofreciendo diversas actividades para que “Revitalicemos nuestra Fe”. Esta semana estará centrada en la reflexión y meditación, mediante alguna forma de retiro espiritual.

    Los invito abrir nuestro corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pedir su ayuda para vivir la Cuaresma, de forma que se convierta en una hermosa experiencia, que fortalezca nuestra Fe, Esperanza, y Caridad.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilia- Las bienaventuranzas son fuente de verdadera alegría- 12/02/22

    Homilia- Las bienaventuranzas son fuente de verdadera alegría- 12/02/22

    Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.

    El profeta Jeremías anuncia con claridad la indispensable necesidad de aprender y crecer en la confianza en el Señor, Nuestro Dios: Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. La confianza la podemos definir como la expresión de la conducta humana de quien se sabe amado. Uno deposita su confianza en quien ha percibido cercanía, afecto, ayuda, protección y cariño. Los padres ofrecen, especialmente la madre, dicha experiencia, y cuando así sucede, el niño crece con el valor de la autoestima, y adquiere espontáneamente la conciencia de su propia dignidad y descubre con relativa facilidad la dignidad de las otras personas.

    Por eso, los Padres de familia tienen la gran tarea de testimoniar el amor a sus hijos, es la mejor forma de prepararlos para que sean personas capaces de fraternizar y de socializar afable y positivamente con sus prójimos. Serán así ciudadanos, que favorecen y fomentan la sana convivencia social, y serán respetados y apreciados por su conducta.

    Pero además, adquirir la virtud de la confianza capacita para recorrer la vida a la luz de la Fe. Porque de la misma manera que confían los hijos en su Padre y Madre, de esa manera confiarán con mayor facilidad en Dios, Nuestro Padre, y escucharán y asumirán las enseñanzas del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, como luz y orientación para sus vidas.

    La confianza va gradualmente creciendo a la luz de la fe y a la vez fortaleciendo la esperanza, que es la virtud indispensable para afrontar los conflictos, las desavenencias, los sufrimientos y las adversidades de todo tipo, porque sabe que alguien, que lo ama entrañablemente y le ha otorgado la vida, lo acompaña y está para ayudarle.

    Aún más, la confianza lleva a la persona a compartir lo que es y lo que tiene, de esta manera aprende a amar. Así la confianza nos conduce al amor, es decir nos prepara para encontrarnos con quien es el Amor, Dios Trinidad: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. La confianza es pues la virtud que necesitamos para llegar a la Casa del Padre, bien preparados.

    Por este camino comprenderemos mejor las bienaventuranzas de Jesús: «Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo”.

    En cuanto a las lamentaciones y advertencias, con las que Jesús alerta a sus discípulos, tienen la finalidad de señalar tres actitudes recurrentes en el ser humano, que debemos superar para mantenernos en el camino de las bienaventuranzas; ya que ofrecen la felicidad que es pasajera pero seductora, y nublan la razón, debilitando la voluntad para asumir las decisiones correctas.

    La primera lamentación: “¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo!” indica la codicia y la ambición, que se apodera del corazón y pone como prioridad de la vida la riqueza a toda costa.

    La segunda y tercera lamentación: “¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!” señala la satisfacción sin límites de la sensualidad y el placer, tanto en el comer como en el instinto sexual, que ensordece la conciencia, porque conceden al cuerpo lo que pide, dejando de lado la voz del espíritu.

    Finalmente la cuarta lamentación: “¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”. Expresa la búsqueda de la alabanza para la salvaguarda de la propia imagen, y el quedar bien por encima de todo, a costa de la verdad y la justicia.

    Las tres actitudes señalan los puntos necesarios para examinar con frecuencia nuestra conducta y evitar caer en ellas; y así recorrer el camino de las bienaventuranzas enunciadas, experimentando que son la fuente de la verdadera alegría. Por eso San Pablo con toda claridad advierte: “Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos”.

    Preguntémonos por tanto: ¿En qué situación me encuentro, cómo he recorrido la vida hasta ahora? Examinando nuestra conducta encontraremos lo que debamos corregir y lo que debamos continuar afianzando. Así podremos adquirir la virtud de la confianza en Dios, vivir iluminados por la luz de la fe, crecer en la esperanza, y ejercitarnos en la amistad y en el amor.

    Si lamentablemente he equivocado el camino, es el momento oportuno para pedir a Dios perdón, y reconciliarme conmigo mismo y con quienes convivo y me relaciono. Jesús no espera que vayamos todos y al mismo tiempo en el camino correcto, y siempre está dispuesto a perdonar y ofrecer el don del Espíritu Santo para nuestra conversión, para nuestro reencuentro con mi fe y con mis hermanos, para recuperar el tiempo perdido.

    Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien vivió el camino de las bienaventuranzas, y está con nosotros para transmitirnos el amor y la ternura, que nos sostenga ante las seducciones del mal.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Auxílianos para crecer en el Amor, y compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía- «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos»- 5/09/2021

    Homilía- «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos»- 5/09/2021

    Todos estaban asombrados y decían: ¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

    Esta escena transmite dos detalles importantes, pretendidos por el evangelista Marcos: El primer detalle es mostrar que la expectativa del Mesías anunciado por los profetas y largamente esperado se ha cumplido en la persona de Jesús. En la primera lectura el Profeta Isaías anuncia que Dios se hará presente: “Digan a los de Corazón apocado: ¡Ánimo, no teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”. Y en la la persona de Jesús, Hijo de Dios Vivo, se ha hecho presente Dios en el mundo, asumiendo nuestra propia condición humana.

    El segundo detalle es manifestar que el milagro lo realiza con la fuerza del Espíritu de Dios; por tanto tocar con los dedos los oídos para que escuche el sordo, y con saliva la lengua para que pueda hablar, y expresando una orden con la palabra “Ábrete”, manifiesta la fuerza del Espíritu que actúa en Él para sanar. Es la característica del verdadero Dios, actuar por medio de la Palabra, como lo hizo Dios al crear el mundo: “Hágase”. Así actúa Jesús y se muestra que encarna al verdadero Dios Creador.

    El Apóstol Santiago en la segunda lectura con sencillez y claridad ha recordado que el testimonio esperado de los miembros de la comunidad de discípulos de Cristo es priorizar siempre la dignidad de toda persona humana, independientemente de sus condiciones sociales: “Hermanos: Puesto que ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan favoritismos. Supongamos que entran al mismo tiempo en su reunión un hombre con un anillo de oro, lujosamente vestido, y un pobre andrajoso, y que fijan ustedes la mirada en el que lleva el traje elegante: Tú siéntate aquí, cómodamente. En cambio le dicen al pobre: tú, párate allá, o siéntate aquí en el suelo a mis pies. ¿No es esto tener favoritismos y juzgar con criterios torcidos?

    Por ello, debemos ejercitarnos siempre para mirar con respeto a toda persona, independientemente de su situación, condicionamientos y conducta. Por esto es oportuno preguntarnos, ¿en mis relaciones con los demás soy consciente de respetar la dignidad de la otra persona?

    Sin embargo no se trata de aceptar las conductas, injusticias, o exigencias de los demás; sino reconocer en todo ser humano su dignidad, y tratarlo como una persona que merece ser escuchada, antes que ser juzgada.

    Es pues una actitud que nos evitará siempre conflictos, pleitos, y discusiones inútiles y desgastantes. También por lo anterior, conviene educar nuestra manera de dialogar y de relacionarnos con los demás. Así con mayor facilidad aprenderemos a conocer a las personas en sus actitudes y motivaciones interiores, y propiciaremos incluso buenas relaciones y amistad.

    ¿Hemos vivido esta experiencia de respeto a los demás desde el seno de mi propia familia? ¡Si lo hemos hecho agradezcamos a Dios el paso dado; pero si no hemos actuado así, pidamos perdón a Dios y a nuestros familiares y amigos, e iniciemos un nuevo camino, una manera digna de tratarnos!

    Regresando a la intervención de Jesús narrada en el Evangelio de hoy, no es solamente una acción movida por la compasión para aliviar la concreta situación del sordomudo, sino también y principalmente la ocasión para manifestar con el milagro, los aspectos que de manera simbólica expresan a Jesús como el auténtico Mesías anunciado por los profetas y esperado durante siglos por el Pueblo de Israel.

    Por esta razón curar la sordera significa, dar la capacidad de escuchar la voz de Dios, y soltar la lengua expresa que lo escuchado lo debemos transmitir a los demás. Así manifestaremos la presencia y la intervención de Dios en nuestras actividades. En otras palabras, debemos dar testimonio de lo que Dios hace a través de nuestras responsabilidades, realizadas siguiendo su voz y poniendo en práctica sus enseñanzas.

    De esta manera descubriremos las maravillas que hace el Señor cuando cumplimos nuestra misión de ser fieles discípulos de Cristo; se generarán los torrentes de agua viva, que convierten los desiertos en lugares fértiles según la promesa mesiánica anunciada por el Profeta Isaías: ”Brotarán aguas en el desierto y correrán torrentes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque y la tierra sedienta en manantial”.

    ¡Qué maravilla! ahí donde nos parecía imposible un cambio de actitud, una conversión de corazón, donde pensábamos que serían inútiles nuestras palabras y actitudes, de ahí nacerán conductas e iniciativas jamás soñadas, con lo cual seremos testigos de la mano de Dios, que se hace presente en la cotidianidad de nuestras vidas. Pero además, si lo hacemos en comunidad, compartiendo los sueños con proyectos realizados entre todos los miembros de la Parroquia, movimientos, agentes de pastoral, ámbitos juveniles, laborales, empresariales, etc. haremos presentes las primicias del Reino de Dios entre nosotros.

    Así, la Iglesia ofrecerá el sentido de la vida, y la espiritualidad que comunica con los dones del Espíritu Santo, que se nos ha dado, mediante los sacramentos del Bautismo y la Confirmación; y cumpliremos con nuestra misión, como Comunidad de discípulos de Cristo, en estos desafiantes tiempos en los que nos ha tocado vivir.

    Con estas buenas intenciones que provoca la Palabra de Dios, dirijamos nuestra mirada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, invocando su auxilio maternal para que sigamos sus pasos, y sepamos reconocer la voz de Dios, en medio de nuestras actividades y, ¡la presencia del Espíritu Santo en nuestras tareas habituales para testimoniar así como ella lo hizo, las maravillas, que Dios hace en medio de su pueblo!

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilia- ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?- 23/08/21

    Homilia- ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?- 23/08/21

    Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Muchos discípulos de Jesús que lo habían oído, decían: «¡Es dura esta enseñanza! ¿Quién puede aceptarla?”.

    De todos los que seguían a Jesús, la mayoría lo hacía por las obras de Jesús en favor de los enfermos, necesitados o hambrientos, no lo seguían por sus enseñanzas. Por eso no se preguntaban, ¿quién es Jesús?

    Cuando Jesús les habla del alimento espiritual, del pan de la vida, y les confiesa que él es el pan de la vida, y que habrán de comer su carne y su sangre para obtener esa vida del Espíritu, la mayoría de los discípulos ni lo entienden ni lo aceptan.

    Dándose cuenta de que sus discípulos murmuraban, Jesús les preguntó: ¿Esto los escandaliza? Entonces, ¿qué sucederá cuando vean al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida, la carne de nada ayuda. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”.

    Ante el escándalo que causan sus enseñanzas, Jesús interpela a sus discípulos, aclarándoles que para aceptar su doctrina y seguirlo, es indispensable la Fe: Creer que Jesús viene de lo alto, que se ha encarnado, y creer en esta verdad es aceptar que el Padre de Jesús es Dios. Por eso Jesús les advierte: “Hay algunos entre ustedes que se niegan a creer”…”Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo abandonaron y no andaban más con él”.

    Ante la deserción de los seguidores, que debió ser una situación dolorosa y quizá frustrante, Jesús plantea la pregunta al grupo de los doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Es necesario expresar pública y abiertamente la decisión de seguir con Jesús. Hay que definirse. Después de un tiempo de conocerlo, escucharlo y relacionarse con Jesús, es necesario optar por él, asumir conscientemente la decisión de seguirlo y convertirse en un discípulo que se suma al grupo.

    El pueblo de Israel debió optar claramente y expresar su aceptación: “Josué dijo al pueblo: Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir… en cuanto a mi toca, mi familia y yo serviremos al Señor…El pueblo respondió: Lejos de nosotros abandonar al Señor…El fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino que recorrimos y en los pueblos por donde pasamos. Así pues, también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”.

    ¿Agradezco a Dios el haber conocido a Jesús? ¿Agradezco la llamada, la vocación que he recibido para ser su discípulo? ¿Pido la gracia para corresponder a la llamada? ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?

    Es interesante considerar que es el mismo Jesús, quien suscita el cuestionamiento, y provoca la deserción. Está convencido que necesita discípulos creyentes de su palabra, y que sostenidos por la fe puedan dar testimonio con su vida, de que creen en sus enseñanzas y viven acorde a ellas.

    La respuesta de Pedro en plural manifiesta que es el sentir de todos: “Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Nosotros hemos creído y reconocido que tú eres el Santo de Dios”.

    Jesús había aclarado: “Les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”. La llamada y la elección es del Padre, a través de Jesucristo, y la decisión de responder al llamado es del discípulo.

    ¿Asumo como Pedro y los doce mi identidad de pertenencia al grupo de discípulos de Cristo? Si he asumido esta identidad, entonces debo ser consecuente y preguntarme:

    ¿Me identifico con la Iglesia, me siento perteneciente a ella, contemplo el misterio que entraña?¿Amo a la Iglesia y estoy dispuesto a servirla?

    La fe que sostiene mi opción por Cristo, necesita ser nutrida por el Pan de la vida, que se nos ofrece en la misa. ¿Es la Eucaristía, el momento pleno de mi participación en la vida de la Iglesia y en la comunión con Dios? Esta experiencia de vida manifestará la coherencia de mi fe, al compartir con la comunidad eclesial mi identidad y pertenencia como miembro activo de la comunidad de discípulos de Cristo.

    En este contexto entenderemos muy bien la exhortación de San Pablo que hoy hemos escuchado sobre la relación del esposo con su esposa, fundamento de la familia como Iglesia doméstica: “Respétense unos a otros, por reverencia a Cristo: que las mujeres respeten a sus maridos, como si se tratara del Señor…Maridos amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella… El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie jamás ha odiado a su propio cuerpo, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo”.

    La familia así constituida y bien fundamentada en el amor, transmitirá de manera contundente y convincente la fe a los hijos. De ahí que se le llame a la familia, la célula básica, no solamente de la Iglesia, sino también de la sociedad. Será una sociedad, que estará expresando los valores evangélicos, que son los mismos valores humano-espirituales, que anhela el ser humano por instinto natural, valores que Dios Padre ha sembrado en el corazón de la humanidad entera.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe ha venido a nuestras tierras para testimoniar el amor que su Hijo Jesucristo manifestó al mundo, entregando su vida por la redención de la humanidad. Pidámosle a ella, que seamos discípulos fieles de su hijo, y demos testimonio del amor en nuestros tiempos tan desafiantes.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilía- ¿Busco a Jesús para conocerlo o sólo por mi beneficio? -01/08/21

    Homilía- ¿Busco a Jesús para conocerlo o sólo por mi beneficio? -01/08/21

    Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”.

    Jesús había escapado ante la euforia de la multitud, que admirada por la multiplicación de los panes, lo quería como rey. Cuando amanece, se dan cuenta que tanto Jesús como sus discípulos se habían ido. La búsqueda de Jesús es positiva; sin embargo en esta ocasión Jesús advierte que la finalidad de esta búsqueda no es la correcta.

    Al encontrarlo en la otra orilla del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. No obren por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que el Hijo del hombre les dará, porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.

    Jesús deja en claro que hay que buscarlo para conocerlo, escucharlo con la apertura y disposición del discípulo, y no por el interés de recibir beneficios y favores. Por tanto, querer definir la vocación y misión de Jesús según el concepto del pueblo, impide que Jesús camine y acompañe a la multitud. Entendieron la corrección, y la reacción propició la continuidad del diálogo: “Entonces le preguntaron: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios?”.

    A partir de las enseñanzas de Jesús sobre el nacer de nuevo y la participación del hombre en la vida divina, ahora aprovechando la pregunta de la gente: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios? Jesús explica la necesidad del alimento que nutra durante esta vida terrena, de manera gradual y progresiva, el proceso de crecimiento en la vida del Espíritu, indispensable para alcanzar la vida eterna.

    Sin embargo, como tantas veces sucede en nuestra relación con Dios cuando lo invocamos, aparece la debilidad de nuestra fe y exigimos signos para creer: “Ellos le replicaron: ¿Qué signo haces para que al verlo creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo”.

    Jesús les ayuda para que descubran, quién es el que está detrás de él, y detrás del signo de la multiplicación de los panes, de la que ellos acababan de ser testigos, y les había suscitado el deseo de buscarlo: “Entonces Jesús les dijo: Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Ellos le dijeron: ¡Señor, danos siempre de ese pan! Jesús les respondió: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

    Preguntémonos si necesito de constantes pruebas para creer en Jesucristo, pan de la vida, o si ya he aprendido a descubrir que lo más importante es alimentar el espíritu, para que creciendo se desarrolle mi manera de ver la vida como un camino a la trascendencia y la eternidad; y no quedarme fascinado, atraído por las realidades terrenas.

    Aprendamos a disfrutar cuando en nuestro contexto de vida seamos testigos de prodigios que nos sorprenden y maravillan, porque no encontramos explicación alguna. Son ocasiones privilegiadas para fortalecer nuestra mirada a la trascendencia y descubrir la intervención divina. Pero nunca exijamos a Dios que las realice.

    A Jesús hay que buscarlo para escuchar sus enseñanzas, y aceptar su misión para hacerla nuestra. Hay que sumarse a él como un discípulo más y evitar querer aprisionarlo para nuestro servicio e interés. ¡Nunca podremos manipularlo! Por el contrario, será Jesús el que indique el camino y ofrezca el alimento para recorrerlo.

    Al escuchar esta escena, es conveniente preguntarnos: ¿Y yo busco a Jesús para conocerlo, seguirlo, y obedecerlo, o solamente lo busco para mi beneficio temporal y para mi propio interés? ¿Como buen discípulo invoco a Dios Padre para recibir el pan del cielo, y así fortalecerme y capacitarme en el seguimiento de Jesús? Porque Jesús respondió claramente: “Ésta es la obra de Dios, que crean en aquel que él ha enviado”.

    De esta manera entenderemos la afirmación de San Pablo en la segunda lectura: “No deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Jesucristo; han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer”.

    Jesús ofrece una vida nueva para la que debemos renacer. Esta nueva vida la obtendremos conociendo sus enseñanzas y viviendo acorde a ellas. Este recorrido se alimenta mediante el pan del cielo, ¿y cuál es el pan del cielo? El maná en el desierto fue una figura, como muchas otras en el Antiguo Testamento. “Mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo”.

    Este pan del cielo se hace presente en cada Eucaristía, el pan es la presencia sacramental de Jesucristo, que nos sostiene y fortalece para mantenernos como sus discípulos hasta el final de nuestra vida. Por eso hemos escuchado a San Pablo que afirma con gran contundencia: “dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.

    Mantengámonos siempre firmes y constantes; y cuando venga la tentación de abandonar el camino y claudicar de nuestros esfuerzos, invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que como tierna y amorosa Madre nos infundirá vigor y confianza para seguir siendo fieles discípulos de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- 4 bendiciones que Jesús dio a la humanidad- 11/07/2021

    Homilía- 4 bendiciones que Jesús dio a la humanidad- 11/07/2021

    «Yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo, Israel”.

    De nuevo este Domingo continúa la temática del profetismo. El Reino del norte o Reino de Israel rápidamente se caracterizó por aceptar la idolatría y por tanto, la abierta infidelidad a la Alianza del Sinaí, pactada mediante Moisés, cuando liberó de la esclavitud de Egipto, a los descendientes del Patriarca Jacob, y que fue factor determinante para constituir el pueblo elegido por Dios, y que había prometido a Abraham, Isaac y Jacob.

    Hemos escuchado en la primera lectura la reclamación y expulsión del territorio del Reino de Israel, que Amasías, Sacerdote de Betel, dirigió al Profeta Amós: “Vete de aquí, visionario, y huye al país de Judá; gánate allá el pan, profetizando; pero no vuelvas a profetizar en Betel, porque es santuario del rey y templo del reino”.

    La respuesta de Amós es altamente significativa al señalar que el profetismo querido por Dios no se transmite por herencia, como sucedía con el sacerdocio levítico del Antiguo Testamento, sino por el llamado de Dios.

    En el mensaje que emitió en su respuesta el profeta Amós, ofrece dos aspectos fundamentales para entender el profetismo querido por Dios, asumido por Jesucristo y que debe ejercitar todo discípulo de Cristo en lo personal y en lo comunitario: escuchar y responder al llamado; es decir, descubrir la propia vocación y cumplir fielmente la misión.

    El evangelio de hoy relata que Jesús asume estas dos características para que las vivan sus discípulos, con lo cual los convierte en profetas; por tanto, debemos ser profetas todos los bautizados en el nombre de Jesucristo: “Jesús llamó a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica”.

    Pero además señala dos elementos que ayudarán favorablemente a todo discípulo para cumplir de manera fecunda su profetismo. El primer elemento es el poder sobre los espíritus inmundos, es decir, la garantía de ser asistidos y fortalecidos por el Espíritu Santo, para enfrentar el mal y descubrir con su luz los formas para superar el mal en sus diversas modalidades de presencia, tanto en la tentación y como en la lamentable caída.

    El segundo elemento consiste en realizar la misión con plena libertad favoreciendo el desarrollo de la confianza en Dios, y el aprendizaje para no supeditar el cumplimiento de la encomienda a tener las mejores condiciones para su realización. Es decir con el mínimo indispensable hay que lanzarnos a la misión.

    Este ejercicio de actuar en la gratuidad y el desapego a las cosas materiales permite con mayor facilidad y rapidez el desarrollo espiritual de la persona y de la comunidad eclesial. Conduce a la sensibilidad para descubrir la acción de Dios en las personas a quienes se comparte el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios, y prepara a la persona para asumir con plena confianza la promesa de Cristo de ser recibidos en la Casa del Padre por toda la eternidad. Así es como se desarrolla la vida nueva del Espíritu, que en semilla recibimos en nuestro Bautismo.

    En la segunda lectura San Pablo expresa el inmenso beneficio que nos ha traído Jesucristo a la humanidad: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, …para que fuéramos sus hijos, para que alabemos y glorifiquemos la gracia con que nos ha favorecido por medio de su Hijo amado …Con Cristo somos herederos también nosotros. Para esto estábamos, destinados, por decisión del que lo hace todo según su voluntad”.

    En efecto la adopción para ser hijos de Dios se ha realizado en Jesucristo; y los beneficios que describe el apóstol son cuatro:

    La redención, ser rescatados del mal y la condenación eterna, y ser capaces de perdonar ya que hemos sido perdonados: “por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.

    Recibir la gracia abundante del auxilio divino concediéndonos la sabiduría para conocer la voluntad divina y así responder con plena libertad a esa voluntad: “Él ha prodigado sobre nosotros el tesoro de su gracia, con toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad”.

    Ser testigos de su amor y así hacerlo presente en el mundo: “para que fuéramos una alabanza continua de su gloria, nosotros, los que ya antes esperábamos en Cristo”.

    Quedar marcados por el Espíritu Santo, garantizando nuestra herencia y dándonos la capacidad para descubrir la verdad, y obtener la fortaleza necesaria para manifestar el camino de liberación de todos los males: “después de escuchar la palabra de la verdad, el Evangelio de su salvación, y después de creer, han sido marcados con el Espíritu Santo prometido. Este Espíritu es la garantía de nuestra herencia, mientras llega la liberación del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria”.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe es la primicia que expresa las maravillas que Dios hace con quienes ponen su confianza en él, escuchan su voz, aceptan su voluntad y la ponen en práctica. Acudamos a ella y pidámosle nos acompañe para ser buenos discípulos de su Hijo Jesucristo, y como profetas demos testimonio del amor y de la misericordia divina en nuestro tiempo y en favor de nuestros prójimos.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Todos estamos llamados a ser profetas- 04/07/21

    Homilía- Todos estamos llamados a ser profetas- 04/07/21

    El espíritu entró en mí, hizo que me pusiera en pie y oí una voz que me decía: Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra mí. Ellos y sus padres me han traicionado hasta el día de hoy. También sus hijos son testarudos y obstinados. A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.

    Estas palabras dirigidas al Profeta Ezequiel son una óptima ocasión para reflexionar sobre nuestra personal vocación de ser Profetas, misión que se nos ha encomendado desde nuestro Bautismo, porque en el, fuimos incorporados a Cristo Sacerdote, Profeta, y Rey. Es decir, todo bautizado en el nombre de Jesucristo, está llamado a ser profeta, transmitiendo de palabra y de obra las enseñanzas de Jesucristo, y llevando a cabo dicha tarea en comunión con su respectiva comunidad eclesial.

    La advertencia de Dios, al decir que el profeta debe transmitir el mensaje lo escuchen o no, es porque la respuesta de quien escucha debe ser libre, y si no escucha es su responsabilidad personal, pero el profeta no debe supeditar su misión excusándose que no le hacen caso.

    Dios conoce los corazones de sus hijos y sabe que unos son más testarudos y obstinados, otros soberbios y rebeldes, pero su paciencia no tiene límites, ya que somos sus hijos y nos ama por encima de nuestra conducta. Dios exige al profeta transmitir con ocasión y sin ella, lo escuchen o no, porque desea que no exista el pretexto y digan: No hubo un profeta que nos advirtiera nuestros errores.

    En este primer punto de las enseñanzas que hoy presenta la Palabra de Dios, es oportuno cuestionarnos con la siguientes interrogantes: ¿He ejercido mi misión de Profeta, he compartido mi experiencia como discípulo de Jesucristo? ¿Me han escuchado o me han rechazado? ¿Qué actitudes han surgido en mí ante los éxitos y ante los fracasos?

    Por lo que respecta a la segunda lectura, el Apóstol San Pablo advierte desde su propia experiencia, que la aceptación humilde del sufrimiento personal por alguna enfermedad, por dificultades insuperables, por burlas o insultos, por amenazas y persecuciones se convierte en fortaleza y desarrollo espiritual para afrontarlas, generando la sensibilidad para descubrir la intervención divina ante el rechazo explícito a la predicación de la Palabra de Dios: “Así pues, de buena gana prefiero gloriarme de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo. Por eso me alegro de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando soy más débil, soy más fuerte”.

    Esta experiencia de relativos fracasos y sufrimientos en la misión para transmitir la Buena Nueva es un magnífico auxilio para superar la soberbia, que espontáneamente surge ante los éxitos y reconocimientos recibidos y reconocidos por la Institución Eclesial.

    La soberbia es la gran tentación de todo ser humano, porque nuestro instinto y anhelo de superación, seduce a nuestro espíritu para asumir los éxitos como resultado exclusivo o preponderante de mi personalidad, y en esa ruta se desarrolla en mi una sordera para escuchar las opiniones de los demás, una ceguera para valorar las experiencia ajenas, y una intolerancia ante los propuestas diversas a mis puntos de vista.

    En este sentido es muy provechoso y oportuno escuchar la confesión de San Pablo: “Para que yo no me llene de soberbia por la sublimidad de las revelaciones que he tenido, llevo una espina clavada en mi carne, un enviado de Satanás, que me abofetea para humillarme. Tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto, pero él me ha respondido: Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”.

    Les propongo preguntarnos: ¿He sabido conducirme ante las tentaciones de la soberbia? ¿He desarrollado la necesaria humildad, confiando en la misericordia divina, cuando me he enfrentado al sufrimiento? ¿He aceptado mis debilidades y fragilidades o las descargo culpabilizando a otros de lo que me sucede?

    El Evangelio de hoy presenta las dudas de los nazarenos sobre la sabiduría expresada por Jesús, ejemplificando la frecuente dificultad de los más cercanos para aceptar el buen desarrollo de quienes lo conocieron antes: “Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: ¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y estaban desconcertados”.

    ¿De dónde le viene la sabiduría y las demás virtudes, a quien yo conozco desde niño? Con este cuestionamiento surgen los celos, la envidia y el rechazo al que desarrolla cualidades y habilidades que yo no tengo, a quien despunta por encima de los demás, y a quien a pesar de su menor edad puede superar a los mayores.

    ¿Cuál ha sido mi experiencia en mis relaciones con los demás, he dejado crecer la soberbia en mí o he reconocido mis propias cualidades y mis limitaciones y las de los demás? ¿Cuál ha sido mi actitud ante mis compañeros de escuela, en el campo laboral, e incluso en mi propia familia cuando percibo que me superan?

    Recordemos las palabras de Jesús “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos, imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos”. La incredulidad obstaculiza descubrir la acción de Dios en favor de nuestra persona o de la comunidad.

    Contemplemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pidámosle que aprendamos de ella a mirar con amor y misericordia a quien me acompaña, a quien se me acerca, a quien me solicita ayuda.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía-¿Qué sembramos en nuestra vida?- 13/06/2021

    Homilía-¿Qué sembramos en nuestra vida?- 13/06/2021

    «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

    La complementariedad entre el trabajo del agricultor y la respuesta de la tierra nos hacen ver la necesidad de ambos para obtener el beneficio de la cosecha. Una interpretación de esta parábola es identificar al sembrador en cada ser humano, y considerar como su tierra: su contexto familiar, laboral y social. Si siembra bondad, generosidad, comprensión, colaboración, confianza, ciertamente cosechará felicidad, alegría, esperanza, y en sus necesidades obtendrá ayuda y cooperación.

    ¿Por ello es oportuno preguntarnos cada día al caer la tarde, qué he sembrado hoy en mi contexto de vida? Y dormir tranquilamente si nuestra siembra ha sido buena semilla. De lo contrario, deberemos tomar conciencia para al amanecer de un nuevo día, corregir y rectificar mi actitud y mi conducta.

    Nunca debe desanimarnos que tarde la cosecha, los tiempos de espera son siempre diferentes, como la tierra en que se siembra depende de la colaboración del sol y de la lluvia, que son indispensables. Así también la respuesta de cada uno de nuestros semejantes no será al mismo tiempo ni de la misma manera. Recordemos que hay cosechas abundantes y otras escasas, incluso algunas perdidas.

    Otras veces nos acontecerá que de un pequeño esfuerzo personal o comunitario, obtendremos respuestas contundentes y rápidas, que nos sorprenderán alegremente. En esas ocasiones se cumplirá la otra Parábola, que hemos escuchado de labios de Jesús: «El Reino de Dios es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

    Estas Parábolas y su permanente enseñanza manifiestan además la importancia de la relación de las creaturas con la Naturaleza. Por ello invito a todos asumir el compromiso de leer y reflexionar la Carta Encíclica del Papa Francisco “Laudato Si´”. En ella nos invita a retomar la permanente observación de la naturaleza y descubrir en su orden y en sus recursos indispensables para la vida humana, la importancia de cuidarla y protegerla, y especialmente a descubrir nuestra sacralidad.

    Afirma el Papa Francisco: Además la contemplación de lo creado nos permitirá descubrir alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa». Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la Sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche». Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al  intentar  descifrar  la  del  mundo» (LS No. 85).

    En general en la vida de las ciudades se ha perdido esta habitual observación y aprendizaje que ofrece la naturaleza en sus diferentes ámbitos. Sin embargo las nuevas generaciones han manifestado una gran sensibilidad e interés por la ecología, que debemos acompañar y apoyar; ya que mediante la observación y el respeto al orden de la Creación para la sustentabilidad de nuestra Casa Común, descubriremos la responsabilidad propia del ser humano como administradores que  cuidan y  protegen nuestro planeta; y obtendremos la convicción de hacerlo al constatar los beneficios de dichos cuidados.

    Pero además podremos afrontar el gran desafío de transmitir la fe en Dios Creador que se manifiesta en la complementariedad y en el magnífico y admirable orden que guarda la naturaleza en sí misma. Los llamo pues, a considerar la necesidad de una conversión ecológica como lo indica también el Papa Francisco: los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores», la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior… hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (LS No. 217).

    Incluso el adentrarnos en el orden de la Creación y en la responsabilidad común de cuidar la sustentabilidad de nuestra Casa Común, será un caminar en la esperanza, al adquirir elementos de la experiencia humana, que mostrarán la ternura y generosidad del Creador, con lo que crecerá nuestra confianza en una vida futura insospechadamente gloriosa, para dejarnos conducir guiados por la fe, obteniendo la experiencia que hoy escuchamos de San Pablo: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”.

    Aprenderemos así a tomar conciencia de nuestro paso terrenal, asumiendo nuestras responsabilidades cotidianas, y avizorando nuestro feliz destino para el que fuimos creados: una vida sin fin, compartiendo la vida de Dios, que es el Amor. Y podremos superar el desafío de encontrar los caminos para transmitir a las nuevas generaciones, el sentido de la vida temporal, y la fortaleza para afrontar adversidades y conflictos de manera positiva, descubriendo que no vamos solos, y mucho menos que estamos abandonados a nuestra suerte, sino siempre acompañados, de quien nos ha dado la vida, y nos espera con inmenso gozo para compartirnos su casa eternamente.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que aprendamos de ella, tanto la confianza que tuvo en la Palabra de Dios, como en asumir en plena obediencia su proyecto salvador.

    Oración

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a  todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Enséñanos a orar con los salmos, como tú lo hacías, proclamando las maravillas del Señor: ¡Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo, y celebrar tu nombre, pregonando tu amor cada mañana y tu fidelidad, todas las noches!

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ¿Cómo afrontar el miedo a la verdad?- 06/06/21

    Homilía- ¿Cómo afrontar el miedo a la verdad?- 06/06/21

    Respondió Adán: La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Por qué has hecho esto?» Repuso la mujer: «La serpiente me engañó y comí”.

    Según la narración bíblica, Dios Creador les había manifestado su amor y su confianza al darles vida, ubicarlos en un Paraíso, y crearlos a su imagen y semejanza como seres en y para la relación. Sin embargo, Adán y Eva en lugar de corresponder a ese amor, habiendo desobedecido el mandato del Señor, se refugiaron en el miedo, y buscaron descargar en el otro la responsabilidad de la desobediencia.

    ¿Cuántas veces en la vida hemos sido testigos en primera persona, que se repite la tendencia de Adán y Eva para evitar confesar su culpabilidad, descargando en el otro dicha responsabilidad?

    El miedo a la verdad y el temor a la posible pena por la desobediencia, complica siempre nuestro camino de relación con el prójimo; y cuando este proceder se reitera, se va perdiendo la conciencia de la propia culpa, y esa persona caerá en una conciencia de ser siempre víctima, declarará una y otra vez que son los otros los culpables de lo que hizo. Así frustrará su buena relación con los demás, y su propia felicidad, convirtiéndose en una persona que expresará quejas y lamentos en sus relaciones interpersonales.

    ¿Cómo afrontar el miedo a la verdad y alcanzar la valentía necesaria para afrontar las consecuencias de nuestras acciones incorrectas, imprudentes, o incluso nuestras desobediencias y pecados?

    San Pablo hoy, ha dado una clave al afirmar: “Por esta razón no nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día. Nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria que los sobrepasa con exceso”. La confianza y la experiencia de ser amados por Dios, nos dará siempre la valentía para asumir la verdad, y afrontar sus consecuencias por más dolorosas que sean. Nuestra mirada se irá desarrollando, cada vez con mayor claridad, para visualizar el futuro que nos espera, y no ahogarnos en un vaso de agua.

    Recordar con frecuencia y contemplar la mirada del futuro para el cual hemos sido creados, y desarrollar una fuerte convicción de nuestro destino final, nos preparará para expresar lo que hemos escuchado decir a San Pablo: “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas”.

    Otro aspecto de gran importancia para nuestro crecimiento personal y comunitario es aprender a descubrir la intervención de Dios en los acontecimientos. El Evangelio de hoy narra la falsa interpretación de los escribas, que eran la gente preparada para interpretar las Sagradas Escrituras: “Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco. Los escribas, que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.

    Ante la acción del Espíritu Santo o se acepta y se agradece, o se ignora y rechaza, explicándola como imposible, como una locura, o como cosa del diablo. La respuesta de Jesús es contundente: «Si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin”.

    El criterio es claro, si las acciones propician y generan la comunión y la unidad provienen del Espíritu Santo, si las acciones, aun las aparentemente buenas, dividen y confrontan, generando más obstáculos para la comunión y la unidad, provienen de Satanás. Jesús afirmó: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

    Finalmente una reflexión de suma importancia para nuestra confianza en Dios y en su amor infinito y misericordioso, particularmente cuando hemos considerado que hemos gravemente pecado, y nuestra conciencia no nos deja tranquilos, consiste en recordar a lo largo de nuestra vida, esta afirmación contundente de Jesús: “Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias”. Por tanto, nuestros pecados por más graves que sean, si los reconocemos, y confesamos nuestra culpabilidad, obtendremos siempre el perdón incondicional de Dios.

    Solamente aquél que percibiendo la acción sorprendente del Espíritu Santo, como lo fue el ministerio de Jesucristo en favor de los enfermos, indigentes, ciegos, y paralíticos, y ante la evidencia, niegue la intervención divina, y falsee con toda mala intención, lo que ha visto y oído, recaerá en él lo dicho por Jesús: “… el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo”.

    Hay que aprender a descubrir la intervención de Dios en la vida, y agradecerle su favor, eso nos dará una mirada de largo alcance, que nos hará crecer en la caridad y en el amor al prójimo necesitado, como lo hizo Jesús. No tengamos miedo, y aprendamos a sorprendernos ante el misterio de la acción de Dios en la historia, dejemos la mirada miope que solo se centra en la rutina de la cotidianidad.

    El Pueblo de México, por experiencia generalizada, sabe que aquí en este lugar, la presencia de Nuestra Madre, María de Guadalupe, no deja de hacer maravillas entre sus hijos, que humildemente le suplican ayuda en sus diversas necesidades. Los invito a todos a invocarla abriendo nuestro corazón a su maternal auxilio y protección.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Te pedimos nos ayudes a respetarnos unos a los otros, para que los ciudadanos de México participemos responsablemente, cumpliendo nuestra obligación de votar con plena libertad, dando a conocer nuestra voz, y vivamos una jornada cívica ejemplar, que exprese nuestro anhelo de edificar una sociedad democrática, fraterna y solidaria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ¿Cómo reanimar a los católicos de este siglo?- 2/05/2021

    Homilía- ¿Cómo reanimar a los católicos de este siglo?- 2/05/2021

    «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador… Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer”.

    En esta parábola tan sencilla descubrimos una sutil referencia a la Trinidad Divina, al señalar las distintas funciones de cada persona con la comunidad de los discípulos de Cristo. El Padre es el viñador, Jesús es la vid, y el Espíritu Santo cuida que los sarmientos o ramas no se desprendan de la vid. Como lo afirma San Juan en la segunda lectura: “Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu que él nos ha dado, que él permanece en nosotros”.

    Jesús mismo a pregunta de Tomás había respondido, ante todos los discípulos: “Yo  soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino es por mí” (Jn 14, 6). Jesús es el camino, porque a través de la sabia, la vid comunica la vida que procede del Padre, y el camino lo recorren los discípulos, acompañados del Espíritu que los lleva a la verdad.

    Con gran claridad Jesús expresa la necesidad que tenemos todos sus discípulos de estar, en plena comunión con él, y mantenernos siempre conscientes que nuestros éxitos y todas las relaciones y los servicios que realicemos, practicando sus enseñanzas, darán frutos abundantes y muchos beneficios, tanto a quienes sirvamos como a nosotros mismos.

    Preguntémonos entonces, ¿si asumo con gratitud la elección de Jesús para participar de su amistad y de su misión en el mundo? También es oportuno preguntarnos, ¿si personal y eclesialmente advierto la grandeza del misterio de la Santísima Trinidad y la vocación de participar de la vida divina?

    En esta experiencia de comunión y unidad con la Santa Trinidad, los discípulos participan de la vida divina que es el amor; por ello darán fruto en abundancia, como Jesús, glorificarán al Padre; es decir, harán presente al Padre en el mundo, irán conociendo la voluntad del Padre, y aprenderán la importancia de vivir en la obediencia al Padre; entonces su alegría será plena.

    Al interior de la comunidad, que procura escuchar las enseñanzas de Jesús y ponerlas en práctica, se desarrollará una experiencia de amistad, intensa, creciente, constante, de gran confianza y solidaridad, que le permitirá al discípulo y a la comunidad cristiana dar la vida generosamente en los contextos adversos y en los ordinarios, sostenidos siempre por la experiencia de ser amados y de amar al estilo de Dios Trinidad. ¿Cuál ha sido mi actitud ante los casos adversos, complejos y desafiantes?

    En la primera lectura escuchamos precisamente una situación adversa, bien resuelta por la comunidad de Jerusalén, ante la llegada de Pablo, a quien ubicaban como perseguidor de la comunidad, y al tratar de unirse a los discípulos, todos le tenían miedo, porque no creían que se hubiera convertido en discípulo: Entonces, Bernabé lo presentó a los apóstoles y les refirió cómo Saulo había visto al Señor en el camino, cómo el Señor le había hablado y cómo él había predicado, en Damasco, con valentía, en el nombre de Jesús. Desde entonces, vivió con ellos en Jerusalén,… predicando abiertamente en el nombre del Señor, hablaba y discutía con los judíos de habla griega y éstos intentaban matarlo. Al enterarse de esto, los hermanos condujeron a Pablo a Cesarea y lo despacharon a Tarso”.

    Así del miedo al perseguidor convertido, la comunidad pasó a cuidarlo y ayudarlo para librarlo de la amenaza de muerte. Este fue el ambiente que se generó en las comunidades cristianas del primer siglo, y por ello crecieron con gran rapidez, como lo expresa la primera lectura: “En aquellos días, las comunidades cristianas gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, con lo cual se iban consolidando, progresaban en la fidelidad a Dios y se multiplicaban, animadas por el Espíritu Santo”.

    Con frecuencia en el inicio de una conversión, descartamos que sea verdad y comentamos que se trata de apariencia. Es entonces indispensable compartir nuestras dudas e incertidumbres con la comunidad eclesial y poder clarificar con el testimonio de quienes han conocido mejor a la persona en su proceso de conversión.

    ¿Y cuál es la clave para mantenernos en la plena comunión con Jesús, y reanimar a los católicos de este siglo XXI? Nos responde San Juan en la segunda lectura: “Hijos míos: No amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce”.

    Hoy padecemos una grave crisis con las nuevas generaciones para transmitirles la fe en Jesucristo, el Señor de la vida. Lo están necesitando, ya que constatamos una serie de situaciones lamentables como los frecuentes suicidios en esa etapa de la adolescencia y juventud, y la generalización del consumo de drogas y narcóticos.

    Las palabras de Jesús al final del evangelio de hoy: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos”, son una lluvia refrescante, que anima nuestra fe y esperanza, generando la confianza en la asistencia del Espíritu Santo para renovarnos, y ser una Iglesia capaz de testimoniar la presencia del amor misericordioso de Dios Padre, que no nos abandona, y nos escucha para ser sarmientos de una vid que produzca mucho fruto.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, enviada por Dios Padre a nuestra Patria como portadora de su amor, y que lo ha manifestado a lo largo de estos casi cinco siglos de su presencia entre nosotros.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Te pedimos también sea muy fecunda la Semana Vocacional que hoy culminamos, y ponemos en tus manos.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo  de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.