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  • ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Homilía del 29 de enero de 2023

    ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Homilía del 29 de enero de 2023

    Si todo lo hemos recibido por Jesucristo, démoslo también por Él.

    “Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, busquen la humildad”.

    Con estas palabras el Profeta Sofonías anima a los miembros del Pueblo de Israel, que se sienten confundidos ante la trágica muerte del Rey Josías, quien había corregido los malos gobiernos que le precedieron, y restaurado el culto en fidelidad a Dios. Por lo cual, particularmente los más desprotegidos comenzaban a desconfiar si Dios está o no con ellos, e incluso a sentirse abandonados por la Providencia divina.

    En esas circunstancias, el profeta les dirige estas alentadoras palabras: “yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras”.

    Así, el profeta señala que la gente pobre y humilde, minusvalorada, resto de la sociedad, es elegida para transmitir la presencia y la continuidad del pueblo de Israel como el Pueblo elegido por Dios para manifestarse a los demás pueblos. Esta vocación que continúa la Iglesia por mandato de Jesucristo, la reitera el apóstol San Pablo al dirigirse a la comunidad cristiana de Corinto:

    “Hermanos: Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, según los criterios humanos. Pues Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios”.

    San Pablo aclara contundentemente que la obra de Dios solamente será efectiva si estamos unidos a Cristo Jesús, y que a través de esta comunión con Él, desarrollaremos la sabiduría necesaria para conducirnos rectamente en el cumplimiento de nuestra particular vocación, obteniendo la justicia, la santificación y la redención: “por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.

    La consecuencia es que debemos ser humildes y reconocer que todo lo hemos recibido gracias a Jesucristo, el Señor: “Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.
    El Evangelio reitera en labios de Jesús esta misma afirmación sobre la necesidad de la humildad en el discípulo de Cristo, al proclamar que la pobreza de espíritu es indispensable para obtener la participación y la experiencia del Reino de los Cielos:

    “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Por tanto, la pobreza de espíritu es consecuencia de la humildad, virtud que genera el reconocimiento que todo lo que poseemos y adquirimos a lo largo de nuestra vida es don y regalo de Dios.

    Ahora bien, si lo que tenemos nos viene por la generosidad divina, debemos atender a las personas que no cuentan habitualmente en la vida social de una población; es decir, los pobres y todo tipo de marginados, deben ser siempre atendidos y auxiliados en sus necesidades temporales, por quienes si hemos recibido dones materiales, y reconocemos que provienen de la Providencia divina.

    En esta reflexión entenderemos mejor porque la Caridad es la máxima de las virtudes que debe practicar un discípulo de Cristo, como tantas veces lo ha señalado el Magisterio de la Iglesia; y en estos años el Papa Francisco, lo ha mostrado en su ministerio, indicándonos que al encontrarnos con ellos y asistirlos, nos encontramos con Cristo.

    Hay otras dos bienaventuranzas en la parte final que completan nuestra reflexión: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Es decir, también los hijos de Dios debemos promover y practicar la justicia, y procurar la buena relación entre los miembros de una sociedad. Lo cual, sin lugar a dudas, afectará a todos los que proceden arbitrariamente, buscando solo su beneficio y dejando de lado la práctica de la justicia. Esto precisamente es lo que, en muchas ocasiones, provoca la injuria, la calumnia y la persecución contra los que buscan la justicia, la reconciliación y la paz.

    El discurso de las Bienaventuranzas, culmina afirmando: “Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Lo cual sin duda sorprende el estilo de la vida humana, que aprecia más a quien tiene riquezas temporales, o poder por la autoridad que ejerce.

    Así Jesús previene a sus discípulos, que siguiendo sus enseñanzas no obtendrán reconocimiento y éxito en esta vida; sino al contrario, estarán expuestos a la injuria, la persecución y la calumnia. Porque con el estilo de vida que mira a la vida eterna y no se queda con la mirada miope de la vida terrena, siempre se tocarán intereses meramente humanos, que buscan el placer, las riquezas y el poder.

    Por eso los invito a retomar y apropiarnos del Salmo 145, con el que hoy respondíamos a la Palabra de Dios: “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente, reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos”.

    Dirijamos ahora nuestra mirada y nuestra súplica a Nuestra Madre, María de Guadalupe, para aprender de ella a ser humildes y reconocer que todo bien procede de Dios, Nuestro Padre; y pidamos su auxilio para fortalecer nuestra generosidad con el pobre y el necesitado.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a manifestar a través de nuestras vidas que Cristo, tu Hijo Jesús, vive en medio de nosotros, y nos convirtamos así en sus discípulos y misioneros en el tiempo actual.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Toda vida proviene de Dios, Nuestro Padre – 12/09/21

    Homilía- Toda vida proviene de Dios, Nuestro Padre – 12/09/21

    Jesús… Por el camino les hizo esta pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas. Entonces él les preguntó: Y ustedes,  ¿quién dicen que soy yo? Pedro le respondió: Tú eres el Mesías«.

    Descubramos la importancia de la doble pregunta, que Jesús hace a los discípulos: qué dice la gente, y qué dicen ustedes. Así Jesús les ayuda a descubrir si ellos se dejan llevar más por las opiniones que escuchan sobre la identidad de Jesús, o si ellos que han convivido de cerca con Jesús han ido adquiriendo su propia opinión y han discernido en profundidad y diálogo entre ellos, quién es Jesús.

    Jesús una vez ganada la confianza y la autoridad ante sus discípulos propicia que ellos manifiesten su percepción y le expresen qué han descubierto sobre su persona, su identidad, y su misión. Es conveniente también cuestionarnos, si ya he alcanzado un conocimiento de la persona de Jesús y su misión, o si es superficial y solamente en base a la opinión que he escuchado de otros.

    Pedro le manifiesta en nombre de todos, que lo reconocen como el Mesías esperado. Sin embargo fue una percepción muy humana y fuertemente influenciada por la concepción de un Mesías, que contando con la fuerza y el poder de Dios, tendría una autoridad y aceptación, triunfante y avasalladora.

    Jesús les anuncia que no será triunfante, sino que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y que resucitaría al tercer día. Ante lo cual, “Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo”, lo trata de convencer que no será así, y que cuenta con el suficiente apoyo del pueblo para convencer a las autoridades de la procedencia divina de su mesianismo.

    En una palabra el discípulo asumió el papel de maestro ante el mismo maestro para corregirle sus afirmaciones. Quizá porque temió que cundiera la decepción y el abandono de sus once compañeros. Jesús de frente ante los doce reprende duramente el atrevimiento de Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.

    Esta escena del Evangelio advierte que a Jesús hay que conocerlo y entenderlo no según nuestros modos de pensar, no con criterios meramente humanos, pues nuestra visión de la vida y sus proyecciones habituales son transitorias, nuestra mirada es terrenal, por tanto miope para descubrir las maravillas de la vida verdadera.

    En efecto, Pedro comprenderá solamente a la luz de la Resurrección, la indispensable necesidad de asumir la Cruz y afrontar el sufrimiento y la injusticia, después de haber sido testigo de cómo Jesús cumplió la voluntad de Dios Padre, ejemplarmente, como lo anunció siglos antes el Profeta Isaías: “Yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado. Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”.

    Cuántas veces tendremos que recordar ante la presencia del mal, de las injusticias y desigualdades, ante las diversas formas de adversidades y problemas, que nosotros somos discípulos y el único maestro es Jesucristo. Así comprenderemos en toda su dimensión la frase de Jesús “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

    Debemos adentrarnos en la meditación y oración para retomar, cuantas veces sea necesario, nuestra condición de discípulos, y no querer asumir el papel de maestro, que todo lo sabe. Es pues indispensable crecer en la humildad ante las tentaciones y las incomprensiones de la voluntad de Dios; y como Pedro, reconocer de nuevo la voz del verdadero Maestro, Jesucristo, y aceptarla en la confianza de su amor, y sin resistencia, no obstante las adversidades que en el camino se irán presentando.

    El apóstol Santiago clarifica con un ejemplo claro y contundente, que las enseñanzas de Jesús, además de conocerlas, las debemos poner en práctica: “Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: Que te vaya bien; abrígate y come, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso?”. La fe se muestra con la obras, una fe sin obras está muerta. Recordemos que la fe es un don que recibimos de Dios, y que debemos desarrollar. Mientras más vivamos con una conducta acorde a la fe que profesamos, mas fuerte y fecunda llega a ser la fe. Las obras son una evidencia de que hemos desarrollado nuestra fe.

    Jesús reveló que todo ser humano está llamado a ser hijo de Dios, y que por tanto, debemos reconocernos como hermanos, miembros de una misma familia, auxiliándonos en las diversas necesidades, y reconociendo que toda vida proviene de Dios, Nuestro Padre.

    Necesitamos conocer a Jesús, en su vida y sus enseñanzas, para tomar las decisiones, convencidos de que Él es el camino, la verdad y la vida. Es oportuno revisar con frecuencia, si estamos viviendo de manera acorde a la fe que profesamos, y preguntarnos si asumo que la vida es sagrada, y por ello acepto y respeto la dignidad de todo ser humano desde su concepción hasta la muerte.

    Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ha vivido de manera ejemplar como discípula, descubriendo desde su propia experiencia que su Hijo era el Mesías esperado, el Maestro que revela al verdadero Dios por quien se vive.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén