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  • Homilía- Todos podemos ser un Buen Pastor- IV Domingo de Pascua

    Homilía- Todos podemos ser un Buen Pastor- IV Domingo de Pascua

    Sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron, y a quien Dios resucitó de entre los muertos”.

    La convicción de los Apóstoles en su proceso evangelizador, expresa la fidelidad al Maestro Jesús, para anunciar sus enseñanzas hasta el extremo de estar dispuestos a ser encarcelados, ajusticiados y morir; y esta valentía solamente se explica en la veracidad de haber constatado, que su Maestro Jesús ajusticiado y muerto en cruz, resucitó y está vivo. Por eso, Pedro lleno del Espíritu Santo, continúa afirmando: “Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona, a quien Dios haya constituido como salvador nuestro”.

    En otras palabras, la fe en Cristo Resucitado, es el acontecimiento que da la solidez a todas las enseñanzas de Jesucristo. En la práctica qué significa: que los cristianos debemos discernir todos los conceptos, ideologías, acontecimientos y toda la vida a la luz de los Evangelios.

    Nuestra fe cristiana y católica está fundamentada a partir de acontecimientos, y no es consecuencia de ideologías, de sistemas de pensamiento, que lamentablemente en muchas ocasiones llevan a muchos creyentes, incluidos los católicos, a extremar posiciones, radicalizando su propio pensamiento en el apego irrestricto a las normas, dejando de lado el testimonio de Jesús y sus enseñanzas.

    Por eso es tan importante el conocimiento de Jesucristo a través de los Evangelios, y  el encuentro con Él, al ir poniendo en práctica sus enseñanzas, aprendiendo a vivir la reconciliación y la solidaridad con sus semejantes, y reconociendo que integramos una gran familia humana en la Casa Común. La principal señal que experimenta el discípulo es la alegría y la paz que surge en su corazón, y que lo lleva a la frecuente gratitud a Dios, Nuestro Padre, por el gran regalo de la vida recibida.

    Este magnífico y espléndido destino está necesitado de guías de la comunidad eclesial, que ya hayan aprendido las claves para la experiencia fraterna y solidaria. A estos guías y acompañantes Jesús los llamó pastores, y a la comunidad, la llamó rebaño que sabe compartir y convivir, bajo la guía de su pastor. Y él mismo se definió y vivió como Buen Pastor: “Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas”.

    La figura del Pastor, en nuestra Iglesia, la hemos restringido habitualmente a los Presbíteros y Obispos, y poco a poco la hemos ampliado a laicos, que sirven como agentes de pastoral; sin embargo, aún debemos ampliar la figura de pastor, y especialmente su misión de cuidar y proteger a su rebaño; ya que todo ser humano debe llegar a ser un buen pastor sea como hermano mayor, como padre o madre de familia, como patrón o jefe en una empresa, negocio o comercio, como autoridad civil o jefe de empleados de servicios públicos y privados, como autoridad militar o funcionario al servicio de la seguridad pública.

    Recordemos la pregunta de Dios a Caín, cuando había dado muerte a su hermano Abel: “¿Dónde está tu hermano? El respondió: No lo sé: ¿Soy yo acaso, el guardián de mi hermano? Entonces el Señor contestó: ¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra” (Gen. 4, 9-10).

    Todos somos una sola familia, y todos somos hermanos en Dios Padre, por ello debemos cuidar y proteger a nuestros prójimos, ejercitando la caridad solidaria y subsidiariamente. Por eso hoy recuerda San Juan en la segunda lectura: “Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.

    Para cumplir nuestra responsabilidad de buenos pastores, es oportuno tener en cuenta la advertencia de Jesús sobre el asalariado que solo le interesa su propio beneficio, sin respetar a los demás: “el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas”.

    Hoy IV Domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor, celebramos la LVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, invito a todos ustedes a orar intensamente para que descubramos nuestra vocación universal a ser pastores, y recibamos el Espíritu Santo para cumplir nuestra misión sin temor, confiando en  su acompañamiento ante los complejos desafíos que presenta el mundo globalizado y la pandemia del Covid, con sus graves consecuencias.

    Para ser auxiliados y desarrollar en nosotros la figura de Jesús, Buen Pastor, y ser conducidos, formando una comunidad de hermanos, el Señor Jesús llamó y sigue llamando en nuestros tiempos, a algunos miembros de la comunidad para llevar a cabo la misión de ser pastor de pastores, para este servicio dejó el sacramento del Orden Sacerdotal, que ejercemos los Presbíteros y Obispos en comunión con el Papa Francisco.

    Con este motivo, damos inicio en nuestra Arquidiócesis, a la “Semana Vocacional” con el lema “JESÚS VIVE Y TE QUIERE VIVO”. Esta semana estará llena de actividades y espacios de formación, que tienen como objetivo, orar por las vocaciones y promover los distintos estados de vida; impulsando especialmente a los jóvenes, a iniciar su propio proceso de discernimiento en su vocación específica.

    En un breve momento de silencio, invoquemos a nuestra querida Madre, María de Guadalupe, y pongamos en sus manos esta Semana Vocacional, confiando en su fecunda intercesión ante su Hijo, en favor de nuestros adolescentes y jóvenes.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Te pedimos también sea muy fecunda esta Semana Vocacional que hoy iniciamos.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía: Renovamos nuestras promesas con confianza- 26/03/21

    Homilía: Renovamos nuestras promesas con confianza- 26/03/21

    “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la Buena Nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón de los cautivos, la libertad a los prisioneros, y pregonar el año de gracia del Señor, el día de la venganza de nuestro Dios” (Is 61, 1-3)

    Esto proclamó Isaías convencido, que el Espíritu lo acompañaba para cumplir esa misión. No le tocó ver reconstruido el templo y la ciudad de Jerusalén; pero sí saber que llegaban las primeras migraciones con esa intención y aprobación de la autoridad, el emperador,  para reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén. ¡El Espíritu estaba con él!

    Como pastor de esta Arquidiócesis, me dirijo a ustedes -también pastores del pueblo de Dios y colaboradores indispensables- para cumplir la misión de la iglesia. Misión que implica que la levadura del Evangelio florezca en la sociedad, y que tengamos una conciencia y experiencia de fraternidad solidaria, subsidiaria, de hermanos, como una familia que somos de Dios. ¡Esa es nuestra misión!

    Por tanto, nuestra misión no está reducida al culto que celebramos para alimentar y nutrir a cada uno de nuestros feligreses a cumplir su vocación en el mundo; también es nuestra responsabilidad encausar, promover y motivar a nuestros feligreses a la renovación de una sociedad, fundamentada en los valores del Reino de Dios.

    Por eso, como pastor que encabeza esta Arquidiócesis, y con ustedes mis indispensables colaboradores, para cumplir esta misión a la que hemos sido llamados, elegidos y ungidos por el Espíritu para el ministerio sacerdotal -y ante esta Palabra del profeta Isaías y del mismo Jesús en el Evangelio del Apocalipsis-, les planteo dos interrogantes:

    La primera: ¿La conciencia que expresa Jesús de ser acompañado por el Espíritu, la he adquirido? ¿Cuándo cumplo con mis responsabilidades ministeriales experimento que me acompaña el Espíritu del Señor? ¿Le agradezco la fortaleza que me da y la sabiduría para entender lo que debo hacer? ¿Tengo esta conciencia como mi Maestro Jesús? ¿O al menos estoy en proceso desarrollándola en mi ministerio?

    Tanto esta interrogante, como la segunda, son para que, al momento en que renovemos nuestras promesas sacerdotales, le pidamos a Dios o le agradezcamos a Dios -dependiendo de nuestra experiencia- la presencia del Espíritu en el ejercicio de mi ministerio.

    La segunda interrogante es: ¿Tengo en cuenta en mi predicación, en mi motivación, en mis reflexiones pastorales evangelizadoras, con mis fieles y con mi comunidad, la indispensable centralidad de los Evangelios sobre los demás textos de la Palabra de Dios.

    ¿O soy de los que tomo al pie de la letra lo que veo en el Antiguo Testamento, y lo aplico como si fuera la enseñanza de Jesús? ¡Esto sería un gravísimo error!

    Debemos tener siempre el faro de luz para interpretar adecuadamente, en concordancia con el Evangelio, los textos de la Escritura, incluido el resto de los textos del Nuevo Testamento. Esto está claramente expresado en el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum.

    Para responder a la primera interrogante, veamos la interpretación de Jesús sobre esta profecía de Isaías. ¿Qué dice Jesús? ¿Cuál es su comentario?: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4,21) Como indica el evangelista Lucas, es el inicio del ministerio de Jesús en Nazaret.

    ¿Mi predicación es consecuencia de la escucha y respuesta a la voz de Dios? ¿O por el contrario, es un mensaje conceptual y teórico, aprendido pero no vivido? Jesús se expresa convencido de que esa palabra que ha proclamado el profeta Isaías se cumple en Él. Cuando nosotros proclamamos y predicamos la Palabra de Dios es porque la hemos escuchado antes. ¿Tenemos esta convicción de que, lo que yo escucho de la Palabra y explico a mi pueblo, lo he vivido, se ha dado en mí?

    Esto es algo sumamente importante, porque de esa manera seguimos a Jesucristo, somos buenos y fieles discípulos de Cristo en el ministerio para el que Él nos llamó y ustedes y yo respondimos “Señor, sí quiero”.

    Cuando proclamamos la Palabra habiéndola escuchado previamente, el Espíritu Santo interviene, actúa, tanto en mí como en aquellos que la escuchan; no por la sabiduría con que yo la exprese, sino por la transmisión de esa convicción, propia de quien ha vivido lo que está diciendo.

    La confirmación de que así es, y de que no me estoy autoengañando, es que se manifesta en mí el crecimiento de mi vida espiritual. En el ejercicio de mi ministerio, en lugar de que venga rutina, cansancio y aburrimiento de lo que hago, debe venir gozo y alegría. El crecimiento de mi vida espiritual, es crecimiento de mi confianza en la misericordia divina; por eso, ante cualquier riesgo o peligro supero el miedo, porque tengo confianza en la misericordia del Señor y en la asistencia del Espíritu Santo en mi ministerio.

    Para respondernos a la segunda interrogante, en el sentido de que si el Evangelio, las enseñanzas y el testimonio de Jesús, son nuestra llave para interpretar los demás textos de la Escritura, observemos lo que hizo Jesús en este pasaje. El pasaje es hermoso, pero en la última parte, el profeta Isaías afirma: “El día de la venganza de nuestro Dios” (Is 6,3). Esta frase corresponde a la mentalidad del Antiguo Testamento: la de un Dios justiciero, la de un Dios que no perdona, sino que castiga y condena a quien no lo obedece.

    El Espíritu Santo no ha venido para que Dios cobre venganza de los que no obedecieron, de los que no siguieron su voz. Jesús por eso, la omite, no la pronuncia, la deja de lado.

    ¿Cuántas veces, quizá, yo he tomado la figura del Dios que transmite el Antiguo Testamento? Este tema generó una de las grandes discusiones en los primeros cuatro siglos, entre los Santos Padres y entre aquellos que se desviaban heréticamente de las enseñanzas de Jesús. Nuestra clave debe ser siempre Jesús, quien ha sido enviado por el Padre. ¿Para qué envió Dios Padre a Jesús? Para revelar que el verdadero Dios, por quien se vive, el Dios del amor y de la misericordia.

    Dios tiene toda la paciencia de la eternidad para que sus hijos le respondan. Por ello es importante, en las lecturas dominicales, no clavarme sólo en el texto del Antiguo Testamento, sino que el faro de luz sea la lectura del Evangelio. Por eso está así establecido el orden en la sagrada Liturgia, para que yo interprete, a la luz del Evangelio, a la luz de las actitudes y enseñanzas de Jesucristo, las situaciones y comportamientos que yo observo en medio de mi comunidad.

    Pidamos al Padre su luz y renovemos nuestras promesas sacerdotales con confianza; no tengamos miedo. Él está para ayudarnos; por eso nos concede una y otra vez el Espíritu Santo. Pidamos al Padre su luz y renovemos nuestras promesas con la confianza de recibir las gracias necesarias para ejercer fielmente el ministerio sacerdotal que nos ha sido confiado; y para que, ejerciéndolo, me santifique y sea muy fecundo en bien de mi comunidad, ayudando a los fieles a vivir su sacerdocio bautismal, generando y desarrollando el pueblo de Dios como pueblo sacerdotal. Como escuchamos al final de la primera lectura del profeta Isaías: “Ustedes serán llamados sacerdotes del Señor; ministros de nuestro Dios se les llamará” (Is 61, 9); y en la segunda lectura del Apocalipsis: “ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (Apoc 1, 6).

    Esto significa que ellos, los fieles, están llamados a tener directamente la relación con Dios. Nosotros sólo favorecemos y ayudamos a los feligreses a crecer en el ejercicio de su sacerdocio bautismal. Sólo así podremos cumplir nuestra misión en el mundo, en esta sociedad tan desafiante que nos toca vivir, manifestando que Dios no nos ha abandonado, que está presente a través de nosotros sus discípulos: obispos, presbíteros, diáconos agentes de pastoral y todos los fieles bautizados en el nombre del Señor.

    Pidámoselo así a Él, en este día, con toda la disposición de renovar nuestro camino en el ministerio sacerdotal. Que así sea.