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  • Homilía- Inicio de la Visita Pastoral- 03/10/21

    El Señor Dios formó de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y los llevó ante Adán para que les pusiera nombre y así todo ser viviente tuviera el nombre puesto por Adán”.

    El ser humano es quien tiene delegada, por Dios Creador, la administración de la Naturaleza, el cuidado de la Casa Común. A los animales los creó dándoles instintos pero no inteligencia, a los vegetales y a los minerales les dejó funciones perfectas para que cumplieran cabalmente su función, y así la Creación entera por sí misma tuviera garantizada la indispensable sustentabilidad.

    Pero no solamente acompañan al hombre los animales y la naturaleza de los campos y de los bosques, de los mares y de los ríos, con toda su fecundidad, sino quizo que el ser humano tuviera alguien que compartiera de manera horizontal y en las mismas condiciones de relación y entendimiento, la administración de la Casa común; así decidió crear a la mujer: “De la costilla que le había sacado al hombre, Dios formó una mujer… Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa, serán los dos una sola carne”.

    De aquí se desprende la misma dignidad para el varón y la mujer para juntos compartir la intimidad sexual unida a la procreación, como expresión del amor y la entrega del uno al otro, cuyo fruto son los hijos, para generar una relación creciente sustentada en el amor, para dar testimonio de una fraternidad solidaria a los demás miembros de la familia, a los vecinos, compañeros de estudios y de trabajo, y en general a los demás conciudadanos.

    Solo los seres humanos tenemos la inteligencia para administrar los bienes que Dios ha creado; es decir, es nuestra la gran responsabilidad de cuidar la Creación, con nuestras conductas la conservamos o la dañamos, cada generación debe asumir la responsabilidad de transmitir a la siguiente generación la Casa Común en buenas condiciones. ¿Cómo hemos cuidado y cómo protegeremos esta casa común? Para esta tarea es indispensable conjugar los esfuerzos de todos los pueblos.

    ¿Cuál ha sido el plan de Dios? Dios es Trinidad de personas, que integran una comunidad, viviendo en unidad y en comunión plena, compartiéndolo todo. Por eso el proyecto de la creación de la humanidad, lo diseñó Dios poniendo al centro al ser humano, varón y mujer, con la capacidad procreadora para que compartiendo su ser en la intimidad, y sus dones: hijos, bienes, capacidades y habilidades, formaran una familia, a semejanza de la vida divina, de la vida de Dios Trinidad.

    SI desde niños aprendemos a experimentar el amor de nuestros padres y a cuidar el propio hogar, en lo material y especialmente en la generación de una ambiente de relación fraterna y solidaria, sin duda alguna seremos capaces de lograr el ideal del proyecto divino, de ser imagen y semejanza de Dios Trinidad. Si Jesús, siendo el Hijo de Dios, asumió nuestra condición humana, con cuanta mayor razón debemos nosotros, sus discípulos, reconocer todo ser humano como un hermano. Somos seres en y para la relación. Así las familias mediante la experiencia de vida en armonía,

    concordia y solidaridad fraterna construye día a día la Paz, propiciando el auxilio a nuestros prójimos, saliendo al encuentro de los más necesitados, y fortaleciendo nuestro espíritu y nuestras convicciones de fe.

    Precisamente para entrar en relación y darnos la mano en nuestras tareas, conociendo nuestras realidades y compartiéndolas para auxiliarnos mutuamente, en la Arquidiócesis de Mexico, iniciamos hoy la Visita Pastoral a las Parroquias y sus ambientes. Para este fin los párrocos han preparado con sus agentes de pastoral y sus habituales fieles una puesta en común sobre sus realidades, necesidades, y proyectos. Iremos los seis Obispos a las parroquias, para expresar y animar a ser una Iglesia en Salida, Misionera, Fraterna, y Solidaria, siguiendo la orientación del Papa Francisco.

    Este Domingo declaramos el Inicio formal de la Visita Pastoral a las Parroquias de la APM, que iniciaremos el próximo martes en la VII Zona Pastoral, ubicada en las Alcaldías de Alvaro Obregón y de Cuajimalpa. En ella escucharemos las necesidades que han percibido y compartido en las comunidades, mediante la Asamblea Parroquial; ejercitando la Sinodalidad, para caminar juntos, Pastores y Pueblo de Dios, experimentando la riqueza espiritual de la comunión eclesial.

    Cuando abrimos nuestros corazones a la Palabra de Dios, cuando compartimos situaciones y anhelos, se mueve el corazón para sumarse, apoyarse, y fortalecerse como comunidad, como familia, reconociéndonos como hermanos en la fe. Así se genera la esperanza y se inicia el camino de colaboración, que tanto le agrada a Dios, Nuestro Padre, y quien no se queda cruzado de manos, sino que da seguimiento y acompañamiento, mediante la asistencia del Espíritu Santo para afrontar con fe las adversidades, y para aprovechar las potencialidades en bien de todos los miembros de la comunidad parroquial y diocesana.

    ¿En dónde se fundamenta nuestra confianza de que alcanzaremos los bienes de la solidaridad y subsidiaridad en la cotidianidad de nuestra vida? Hoy lo ha recordado en la segunda lectura el autor de la Carta a los Hebreos: “Es verdad que ahora todavía no vemos el universo entero sometido al hombre; pero sí vemos ya al que por un momento Dios hizo inferior a los ángeles, a Jesús, que por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y honor. Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió redunda en bien de todos…El Santificador y los santificados tienen la misma condición humana, por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”.

    Con esta confianza en la misericordia y el amor de Dios, nuestro Padre, que envió a su Hijo para que asumiera nuestra condición humana y nos mostrara la manera de afrontar la vida y como conducirla, respondamos generosamente, participando en la vida parroquial a la que pertenezco.

    A este propósito, invito a todos los fieles a orar no solo por nuestra Arquidiócesis, sino por todas las Diócesis del mundo, para que sea muy fecundo el proceso sinodal que ha pedido explícitamente el Papa Francisco.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Al iniciar hoy la Visita Pastoral a las Parroquias en la APM la ponemos en tus manos para que animes la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, la constancia en la oración, y sepamos, fieles y pastores, descubrir a tu Hijo Jesucristo, que vive en medio de nosotros.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • ¿Cómo hay que vivir esta Cuaresma?- Homilía- 21/02/21- I Domingo de Cuaresma

    ¿Cómo hay que vivir esta Cuaresma?- Homilía- 21/02/21- I Domingo de Cuaresma

    Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

    ¿Qué significa la afirmación de Jesús “el Reino de Dios ya está cerca”? Jesús es la presencia de Dios en el mundo, para eso lo envió Dios Padre, y para eso el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María. Por tanto, la presencia de Jesús es la presencia de Dios en el mundo. Al encarnarse el Hijo de Dios y asumir los condicionamientos propios de todo ser humano, queda manifiesta la cercanía de Dios con la humanidad; por tanto, Jesús encarna el Reino de Dios, y por ello, Jesús proclama que está ya cerca.

    Jesús agrega en su anuncio la condición para entrar al Reino: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Es decir, hay que entrar en nuestro propio corazón, hay que revisar si nuestras convicciones y creencias, nuestra conducta y nuestra fe se sustenta en creer que Jesús es la presencia de Dios en el mundo; por tanto, fortalecer nuestro conocimiento de la persona de Jesús para escuchar sus enseñanzas y hacerlas nuestras, practicándolas y transmitiéndolas.

    En razón de nuestra libertad para responder, el Reino de Dios en esta vida terrestre no alcanza su plenitud, pero ya como primicia, podemos gustar y saborear su bondad y vivir la felicidad no obstante las adversidades y conflictos que generan la ignorancia en muchos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, y de la fragilidad humana que a todos nos hace tropezar en el ejercicio de las enseñanzas de Jesucristo.

    Dada nuestra fragilidad humana es necesario tener siempre una actitud abierta para descubrir cuándo nos alejamos de las enseñanzas de Jesús, y corregir nuestra conducta con plena confianza en su misericordia. Ésta es la respuesta que pide Jesús al proclamar “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio.

    Estamos iniciando la Cuaresma, tiempo de revisión, de escuchar la voz de Dios, de reflexión y oración; así seguiremos el ejemplo de Jesús, que dedicó 40 días para prepararse a su misión, de hacer presente el amor del Padre en el mundo, y para superar cualquier tentación que lo desviara de su propósito: “El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás”.

    La pregunta que debemos hacernos es: ¿Ante tanta bondad de Dios con nosotros, me he decidido a vivir esta Cuaresma que hemos iniciado, con la finalidad de entrar a la experiencia del Reino de Dios?; porque Dios ya ha dado el paso, está de nuestro lado, pero, ¿cuál es mí y nuestra respuesta?

    Hoy la primera lectura narra el diluvio acontecido en tiempos de Noé, y cómo Dios  elige a Noé y a su descendencia y a todo ser viviente sobre la tierra para establecer una alianza, e iniciar un camino de preparación de un pueblo, cuya misión será transmitir al verdadero Dios Creador, que ama entrañablemente a sus creaturas: “Dijo

    Dios a Noé y a sus hijos: «Ahora establezco una alianza con ustedes y con sus descendientes… y con todo ser viviente sobre la tierra.

    ¿En qué consiste esa alianza que ha establecido Dios con la Humanidad? Es una alianza para promover y cuidar las condiciones favorables de la vida en toda la Creación, y evitar la destrucción de nuestra casa común: “Esta es la alianza que establezco con ustedes: No volveré a exterminar la vida con el diluvio ni habrá otro diluvio que destruya la tierra”.

    El proyecto de Dios es un proyecto de vida y no de muerte. Pero como toda alianza para que se cumpla deben las dos partes realizar su compromiso. Dios ha dado una señal: “Pondré mi arcoíris en el cielo como señal de mi alianza con la tierra, y cuando yo cubra de nubes la tierra, aparecerá el arcoiris y me acordaré de mi alianza con ustedes y con todo ser viviente”. ¿Hemos aprovechado esta señal de Dios, recordando al ver el arcoíris nuestra respuesta por el cuidado de la Casa común y de la vida que genera toda la Creación?

    San Pablo explica hoy, que además de la señal del arcoíris, al encarnarse el Hijo de Dios como hombre, transmitió mediante el bautismo un recurso extraordinario para  que todos sus discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, den testimonio vivo y atractivo del don de la vida para la humanidad: “Aquella agua era figura del bautismo, que ahora los salva a ustedes y que no consiste en quitar la inmundicia corporal, sino en el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios, por la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro”.

    Pero además de cuidar la Casa Común y llevar una vida a ejemplo de Jesucristo, nos reserva la gran promesa de la vida eterna, manifestada en el inmenso amor de Dios Padre por sus creaturas, al haber enviado a su Hijo, que se entregó generosamente para conducirnos con su ejemplo y convertirse así en Camino, Verdad y Vida: “Cristo murió, una sola vez y para siempre, por los pecados de los hombres; él, el justo, por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios; murió en su cuerpo y resucitó glorificado”.

    Renovemos de nuestra parte la alianza con Dios y asumamos el compromiso del bautismo en este tiempo tan desafiante, tan plural y polifacético, tan complejo y diverso, un mundo a la vez globalizado y dividido, un mundo con recursos abundantes para unos y con pobreza y miseria para otros. Quien sino solo Dios, Nuestro Padre nos puede unir para integrar la única familia humana, la familia de Dios.

    Por ello, con corazón agradecido hagamos nuestra la petición del salmo que hemos escuchado: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza”. Para eso vino Nuestra Madre, María de Guadalupe a nuestra Patria, nos ha dado identidad, y nos ha manifestado el infinito y tierno amor de una madre común, supliquemos nos acompañe en esta Cuaresma para obedecer la proclama de Jesús: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a  todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo  de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Jesús ha pedido a sus discípulos ser profetas- Homilía- 31/01/21-IV Domingo del Tiempo Ordinario

    Jesús ha pedido a sus discípulos ser profetas- Homilía- 31/01/21-IV Domingo del Tiempo Ordinario

    00″El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán”.

    ¿Cuál es la misión del profeta? Anunciar el mensaje de Dios. El anuncio es una invitación a escuchar la voz del Señor y conocer su contenido, y de acuerdo a ese mensaje, señalar los puntos que confrontan la conducta personal y social de una población.

    ¿Por qué es tan importante escuchar y aceptar el mensaje profético? La invitación no solo es para ofrecer información, sino especialmente para interpelar, cuando el Señor exige confrontación y cambio en el proceder de un pueblo, en vista de prevenir  y alertar en las consecuencias negativas, que podrían darse de no atender el llamado; y para motivar la voluntad y mover el corazón de los oyentes, dando a conocer las nuevas y positivas situaciones que generará la intervención divina en favor de la comunidad.

    Por qué entonces el pueblo afirma: “No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios”. Sin duda como todo ser humano existe conciencia de nuestra fragilidad, hoy decimos que sí, y mañana no cumplimos lo prometido. El miedo a escuchar la voz del Señor compromete, no quita la libertad, pero exige respuesta.

    La misión profética juega un papel decisivo para mantener las buenas relaciones entre Dios y la comunidad. De aquí la importancia de la presencia de profetas en la vida de una comunidad, y por eso es tan necesaria la indispensable fidelidad del Profeta para cumplir su misión; así, entendemos la dura sentencia de muerte para quien manipule la voz de Dios: “el profeta que se atreva a decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de otros dioses, será reo de muerte”.

    Jesucristo ha pedido a sus discípulos ser profetas, para anunciar y proclamar la Buena Nueva, el Evangelio, que consiste en la llegada del Reino de Dios. Por esta razón comprenderemos, por qué, cuando fuimos bautizados en su nombre, se afirmó que participamos como profetas, sacerdotes, y reyes, por ser discípulos de Jesucristo.

    Como profetas para anunciar la voz de Dios de palabra y obra, como sacerdotes para unir nuestra ofrenda existencial al sacrificio de Cristo en la Eucaristía, y como reyes para dar testimonio con nuestra vida de los valores del Reino de Dios, proclamado y vivido por el mismo Jesucristo al encarnarse, asumiendo nuestra condición humana, y así, constituirse en Camino, Verdad, y Vida.

    Con esta explicación podremos entender y profundizar la reflexión de San Pablo sobre la importancia de la vida celibataria: “El hombre soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle; en cambio, el hombre casado se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposa, y por eso tiene dividido el corazón. En la misma forma, la mujer que ya no tiene marido y la soltera, se preocupan de las cosas del Señor y se pueden dedicar a él en cuerpo y alma. Por el contrario, la mujer casada se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposo”.

    Es decir, los desposados su primera obligación es la atención mutua y la de los hijos; por lo cual la misión de profetas, sacerdotes y reyes se queda como segunda prioridad. En cambio, el célibe tiene la disponibilidad de asumir como prioridad en su vida la dedicación en plenitud al servicio del Reino de Dios, al auxilio de la comunidad y de las familias, para orientar y acompañar a los bautizados en su misión, y para auxiliar a los necesitados presentes en su comunidad.

    Lamentablemente el actual contexto socio-cultural ha puesto como prioridad de la vida el disfrute sexual a como dé lugar. Cuando la verdadera y permanente felicidad es fruto del amor, que nace y crece en el servicio al prójimo. No obstante, la Iglesia afirma y mantiene con claridad la validez y la necesidad del celibato, en vista de ofrecer plena disponibilidad para servir al Señor, promoviendo y atendiendo a los hermanos.

    En este sentido invito a los jóvenes, varones y mujeres, a las personas viudas, que ya han cumplido sus obligaciones matrimoniales y familiares a escuchar y asumir lo que el Salmo de hoy aconsejaba:Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”. Estas palabras invitan a considerar la manera, en la que pueda llevar a cabo, mi personal aporte como discípulo de Jesucristo.

    Si cumplimos nuestra misión profética tendremos la fortaleza del Espíritu Santo, como lo manifiesta Jesús en el pasaje de hoy, para liberar a quienes sufren por consecuencia de haber permitido que su corazón fuera atraído y seducido por el mal, quedando atrapados en tan nefastos condicionamientos, de los cuales solos es muy difícil que se liberen: “Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le ordenó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él”.

    También hoy, hay muchos que necesitan la fuerza del Espíritu de Dios para liberarse de la seducción del placer, del poder, o de la codicia y ambición. Como Iglesia está en nuestra voluntad aprender a ser conducidos por el Espíritu para dar testimonio contundente, que Dios camina con nosotros, y quiere liberar a sus hijos de todo mal, cualquiera sea la condición en que se encuentre.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe a disponer nuestro corazón para recibir como ella, la asistencia del Espíritu Santo, y podamos en estos tiempos tan desafiantes, cumplir nuestra misión profética, como buenos discípulos de su hijo Jesús, y en su nombre, venzamos el mal a fuerza del bien.

    Abramos nuestro corazón, y expresémosle nuestra súplica, confiando en su amor maternal y misericordioso, en un breve momento de silencio.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

     

  • ¿Qué significa seguir a Jesús?- Homilía- 24/01/21-Domingo III del Tiempo Ordinario

    ¿Qué significa seguir a Jesús?- Homilía- 24/01/21-Domingo III del Tiempo Ordinario

    «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio”.

    El primer anuncio y mensaje de Jesucristo es que ha llegado el Reino de Dios, porque él, como Hijo de Dios, al encarnarse ha hecho presente a Dios en la Historia de la humanidad. Y como bien advirtió: “Sepan, que yo estoy con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20); significa que Jesucristo camina con nosotros y a través de nosotros, como lo expresa su inmediata llamada a congregar a sus discípulos que prolongarán su presencia en el mundo.

    “Jesús… vio a Simón y a su hermano, Andrés, y les dijo: Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan,… y los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre …, se fueron con Jesús”.

    Seguir a Jesús es más que simplemente aceptar sus enseñanzas, seguir a Jesús es en consecuencia formar parte de la comunidad de discípulos. La Conversión a la que llama Jesús, no es solo arrepentirse de los pecados y adecuar mi conducta a los mandamientos de la ley de Dios, sino que debe ir acompañada de creer la Buena Noticia, el Reino de Dios ha llegado, y en decidir integrarse a la comunidad de discípulos de Cristo. A este paso, el documento de Aparecida lo ha llamado Conversión Pastoral.

    El documento en el número 368 plantea la exigencia que implica dar este paso: “La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristianas. Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la santidad son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha de inspirarse en el mandamiento nuevo del amor”.

    La comunidad de discípulos que sigue a Jesús, vive los valores del Reino iluminados por la Palabra de Dios, lo cual implica que consideremos que no solo somos buenos católicos, participando como fieles en la celebración de los Sacramentos y en las prácticas religiosas y culturales que ofrecemos en nuestros templos, sino que asumamos el compromiso de integrarnos en pequeñas comunidades en torno a la Palabra de Dios, que oriente nuestro actuar, confronte nuestro caminar, y nos lance con esperanza y decisión a ser una Iglesia en salida, una Iglesia que promueva el anuncio kerigmático de la Buena Nueva en nuestros propios ambientes de vida y en los diversos contextos sociales.

    Así lo propone el documento de Aparecida en el No. 370: “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”.

    Para ello, viene muy bien la advertencia de San Pablo: “la vida es corta. Por tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero”.

    En efecto, necesitamos adquirir una actitud de desapego a los bienes de esta vida, para poder, como los primeros discípulos, centrar nuestra vida en la proclamación del Reino de Dios, y en el testimonio personal y comunitario de los valores del Reino.

    Los invito a que hagamos nuestra la orden que Dios dirigió a Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran capital, para anunciar ahí el mensaje que te voy a indicar”. Con la confianza y esperanza de que nuestros interlocutores en toda América Latina y el Caribe respondan como lo hicieron los ninivitas a la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios”, y actuaron en consecuencia.

    La tarea queda clara, recordando los números 366 y 367 del documento de Aparecida: “estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta. La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales”.

    A la luz de estos párrafos considero, que el Papa Francisco tiene toda la razón al a haber indicado al CELAM, que en lugar de convocar a una VI Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, se celebrara en noviembre próximo en nuestro País, la primera Asamblea Eclesial de Latinoamérica y el Caribe, que hoy anunciamos con la finalidad de retomar el documento de Aparecida para impulsar el proceso de su aplicación en nuestras Diócesis.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe en el camino de preparación de la Asamblea Eclesial, y en la posterior fecundidad para cumplir la misión de proclamar y testimoniar como lo hizo Jesús, que Dios Padre nos ama, y nos regala los dones del Espíritu Santo para vivir conforme a las enseñanzas y ejemplo de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. ¡Que así sea!

  • Misa de exequias de Mons. Francisco Daniel Rivera- Homilía- 20/01/21

    Misa de exequias de Mons. Francisco Daniel Rivera- Homilía- 20/01/21

    Tu bondad y misericordia me acompañarán todos los días de mi vida y viviré en la casa del Señor por años sin término”(Sl 22,6).

    Esta estrofa final del Salmo 22, el Señor es mi pastor, nada me faltará, perfila muy bien este momento que vivimos en la despedida de monseñor Daniel entre nosotros. Y también el resto de las lecturas que hemos escuchado como Palabra de Dios. Voy a ir delineando desde lo que escuchamos, algunas frases de esta Palabra de Dios, que describen el perfil de la personalidad de monseñor Daniel.

    En la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se presenta la posición de quien no cree en Dios, de los impíos, dice el texto: “Los impíos razonando equivocadamente se dijeron triste y corta es la vida e irremediable el trance final del hombre”(Sb 2,1). Para luego el texto contraponer afirmando: “Esto es lo que piensan los que no creen en Dios, los impíos, pero se engañan, porque su maldad los ciega, no conocen los designios de Dios” (Sb 2, 21-23).

    Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de sí mismo. Cuando tenemos esta convicción de fe en nuestro corazón, en nuestro interior, somos muy dóciles a la palabra de Dios y a las exigencias de la misión de la iglesia, como lo fue Daniel. Tenemos esa aceptación de la voluntad del Padre, en aquello que a través de las autoridades correspondientes, le exigen o le piden a uno realizar.

    Y también, cuando somos autoridad, y tenemos que pedir a algo a alguien subordinado a nosotros, como él lo fue en los distintos cargos y responsabilidades dentro de su Congregación, y como lo fue siendo Obispo entre nosotros; conviene ejercer la autoridad con suavidad, pero con firmeza; con determinación, sí, pero con el reconocimiento de que el otro también está en esa libertad de aceptar o no lo que se le pide. Esto lo vivió Daniel gracias a la Espiritualidad de la Cruz, de la cual él estaba enamorado, plenamente.

    Y por eso, podemos afirmar que él es uno de los que describe San Pablo hoy, en la lectura: “los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rm 8,14). Todos hemos sido creados a imagen de Dios y para ser sus hijos, lamentablemente a unos les cuesta más trabajo que a otros, y quizá algunos no lo logran en esta vida, pero dejándonos guiar por el Espíritu Santo, como él lo aprendió como Misionero del Espíritu Santo, logramos generar en nosotros el espíritu de hijo, y nuestra relación con Dios Padre a través de Jesucristo.

    Por ello expresa San Pablo: “el mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios. Es el Espíritu Santo que en relación con nuestro propio espíritu nos hace dar testimonio de que somos hijos  de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo, puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él” (Rm 8,  16-17).

    Él pasó esta prueba durísima, del contagio, de la infección del Covid y conociéndolo, no dudo ni un momento en afirmar que lo asumió con plena voluntad de realizar lo que Dios quería de él.

    En el evangelio por su parte, Jesús declara: “Yo les aseguro que, si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere producirá mucho fruto”(Jn 12,24) . Este pasaje quizá lo hemos muchas veces escuchado y siempre referido al mismo Jesús, pareciera la intención del evangelista Juan de que Él va a tener que morir para ser fecundo. Pero es lo que sucede en todo  aquel que logra ser hijo de Dios, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Al morir crece su fecundidad, como le ha pasado a tantos santos.

    San Francisco de Asís, al final de su vida, vio con tristeza la división de sus hermanos, pero nunca desconfió de su Padre Dios. Y hoy vemos en la Iglesia la congregación y espiritualidad franciscana la más extendida en todo el mundo. La fecundidad se da después de nuestra muerte.

    También en el evangelio de hoy escuchamos: “el que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté también esté mi servidor. El que me sirve será honrado  por mi Padre”(Jn 12,26). Sirviendo al Señor lo honramos y lo hacemos presente entre los demás.

    Este es el testimonio que han compartido, particularmente los cuatro Obispos Auxiliares que vivían junto con él en este año, un testimonio ejemplar de quien fue un aporte muy especial para que nuestros Obispos asumieran una actitud plena y en conciencia, de la ventaja de estar viviendo en comunidad.

    Por eso con toda convicción afirmo que Daniel fue un buen pastor,  no le ha  tocado -el Señor así lo ha querido- que fuera muchos años Obispo, solo uno, pero uno le bastó: ¡Fue un buen pastor!

    Como sacerdote yo lo conocí allá por el año 1992 en Milán, como Vicario Parroquial como un hombre de Dios y un buen Pastor, y después en distintos niveles de responsabilidad de formador, y también como lo fue al final en su  propia Congregación Religiosa de Superior General.

    El salmo que proclamamos hoy dice: “El señor es mi pastor y nada me faltará”(Sl 22,1); y la estrofa final expresa lo que vive hoy Daniel: “tú bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y viviré en la Casa del Señor por años sin término” (Sl, 22, 6). Amen.

  • Descubrir la propia vocación y seguirla- Homilía- 17/01/21- II Domingo del Tiempo Ordinario

    Descubrir la propia vocación y seguirla- Homilía- 17/01/21- II Domingo del Tiempo Ordinario

    “Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste? Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: Habla, Señor; tu siervo te escucha. Y Samuel se fue a acostar”.

    Esta bella historia del joven Samuel expresa la ignorancia de un joven que no ha descubierto la forma como Dios se manifiesta y se comunica, con cada uno de nosotros. De pequeños, nacidos en una familia cristiana, nos enseñan oraciones que debemos recitar para orar y para dirigir nuestras súplicas a Dios. Sin embargo, son solamente los primeros pasos para aprender a relacionarnos con Dios, nuestro Padre. Nos ayudan a descubrir que Dios es alguien, a quien debemos tener en cuenta a lo largo de nuestra vida.

    Habitualmente después de esos primeros pasos y llegada la adolescencia, nuestra preocupación ya no es orar y buscar a Dios, sino responder a la pregunta, ¿quién soy yo, y que será de mi vida? Y si no tenemos a mano alguien, que nos recuerde que la vida ha sido un regalo de Dios, y que él tiene un proyecto para mí, fácilmente caeremos en una búsqueda de sentido, donde yo sea el protagonista y decida cómo vivir, conforme a mis atracciones. Aquí viene bien tener en cuenta la advertencia del apóstol Pablo que escuchamos en la segunda lectura: “El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo”.

    Samuel sí tuvo quien lo instruyera sobre lo que debía responder. Y Samuel obediente a la instrucción respondió adecuadamente, iniciando un camino que lo llevaría a ser profeta y juez del pueblo de Israel: “De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: Samuel, Samuel. Este respondió: Habla, Señor; tu siervo te escucha”.

    La clave es aceptar ser siervo, es decir servidor del Señor Dios, y abrir los oídos y la inteligencia para escuchar sus indicaciones. A este proceso la espiritualidad cristiana lo ha llamado discernimiento vocacional.

    Discernir es clarificar lo que se mueve en nuestro interior para realizar el bien, estar atento a las inquietudes del corazón, a las reacciones ante los acontecimientos que se presentan, y llegar a la decisión para actuar en consecuencia con lo que mi conciencia considera mi mejor aportación.

    Este proceso habitual, facilita descubrir la vocación, a la que estoy llamado, cuál es la misión que Dios quiere confiarme. En este paso se vuelve fundamental el consejo de personas mayores, que han caminado en la vida positivamente, y a quienes les tenga confianza para abrir mi interior. Tener a la mano personas, que me indiquen a quien acudir es un gran auxilio.

    En el Evangelio de hoy escuchamos cómo Juan Bautista cumplió la misión de indicar a dos de sus discípulos, quién era Jesús: “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús”. Ellos por su parte siguieron la indicación y su experiencia fue maravillosa: “Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le contestaron: ¿Dónde vives, Rabí? Él les dijo: Vengan a ver. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.

    La experiencia los llenó de tanta alegría y entusiasmo, que el discípulo Andrés inmediatamente compartió con su hermano Simón: “El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías. Lo llevó a donde estaba Jesús y éste fijando en él la mirada, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás, que significa Pedro”.

    Vemos la importancia de compartir con los más cercanos, las experiencias que atraen y sorprenden por inesperadas, y por descubrir caminos insospechados, como lo fue para estos dos hermanos, y lo ha sido para tantos en la historia, que se han dejado seducir por la presencia del Espíritu de Dios que interviene y se manifiesta en la vida terrena. Porque como bien afirma San Pablo: “¿No saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él… ¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes?”.

    En efecto, descubrir la propia vocación y seguirla para responder al llamado de Dios fortalece y dinamiza a toda persona, porque se le concede corresponder a la acción divina del Espíritu Santo.

    Sin embargo, ante tanta belleza y encanto, que provoca a quienes deciden responder vocacionalmente a Dios, Nuestro Padre; también constatamos tantos jóvenes, que hoy caminan sin rumbo en la vida, que se dejan seducir por el placer, el poder, o la acumulación de riquezas, y al primer tropezón se derrumban, y son víctimas de la desesperación, a tal grado, que lamentablemente en nuestro tiempo se han vuelto recurrentes los suicidios entre los jóvenes.

    Es urgente acercarnos a ellos y ofrecerles ayuda, especialmente cuando están deprimidos, o se sienten fracasados o derrotados, de aquí la importancia de la Pastoral Juvenil-Vocacional, que debemos fortalecer en nuestra Arquidiócesis.

    Especialmente hago un llamado a los jóvenes que ya han encontrado un buen camino vocacional, para que se sumen a esta urgencia de acompañamiento a las nuevas generaciones.

    Pidamos a nuestra Madre, María de Guadalupe, nos auxilie, y acompañe nuestros esfuerzos pastorales en general, y especialmente en la atención de adolescentes y jóvenes.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    “El Señor dijo a Abram: Ese no será tu heredero, sino uno que saldrá de tus entrañas. Y haciéndolo salir de la casa, le dijo: Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Luego añadió: Así será tu descendencia. Abram creyó lo que el Señor le decía, y por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”.

    Abraham ha sido llamado Padre de la fe, porque creyó en la voz y promesa de Dios, de hacerlo padre de una gran descendencia, sin tener alguna evidencia que le mostrara la viabilidad de la promesa divina. Creer sin ver, confiar ante la imposibilidad presente, mantenerse en todo momento fiel a la Palabra de Dios, son las características de nuestro Padre en la fe.

    Este Domingo, posterior a la Navidad, celebramos la festividad de la Sagrada Familia, miramos a José y María caminar como Abraham, en la oscuridad de la promesa, pero creyendo en la Palabra de Dios. José para aceptar a su esposa embarazada de un hijo que no sabía su procedencia, María para aceptar el misterio de ser madre en la virginidad, y sin saber la misión que su hijo debía cumplir. Sorprendente misterio, que vivieron en la plenitud de la obediencia a la fe.

    Como cristianos, discípulos de Jesús, estamos llamados a mirar el futuro a la luz de la fe, creyendo en la Palabra de Dios como lo hizo Abraham: “Por su fe, Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la tierra que habría de recibir como herencia”.

    Y de la misma manera como lo hicieron María y José, que no obstante las palabras proféticas de Simeón, no tuvieron miedo y afrontaron la misión para la que Dios los había elegido. Así lo hemos escuchado hoy en el Evangelio: “Simeón, varón justo y temeroso de Dios,…Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús,…Simeón lo tomó en brazos y …los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

    Hoy vivimos una gravísima crisis de la familia, generada por varios factores: fractura cultural sobre el consenso de los valores cristianos, originando la dificultad de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones; confusión y rechazo al proyecto de familia instituido por Dios mediante las leyes de la naturaleza; violencia intrafamiliar en lugar de ser cuna del amor; temor y evasión al compromiso de procrear hijos, debido, entre otras causas, a la distorsión de la sexualidad humana considerada más para el mero placer, que para la intimidad y plenitud del amor.

    Lamentablemente la discusión para clarificar estos aspectos se ha vuelto ideológica, y se deja de lado la posibilidad de un diálogo sereno y de recíproca escucha para plantear la actual situación social y redescubrir la indispensable misión de la familia, como la célula básica de una sociedad que prepara y educa la niñez y la adolescencia para lograr nuevas generaciones, que valoren la fraternidad, la solidaridad y la subsidiaridad, superando las diferencias de clases económicas y sociales.

    Dios, nuestro Padre, conocedor de las resistencias a su proyecto creador, que siempre se han dado a lo largo de la historia; se dirige a nosotros los discípulos de Jesús, y nos invita a prolongar la misión de su Hijo Jesús, afrontando las contradicciones y asumiendo los sufrimientos que conlleva ser fieles a la Palabra de Dios.

    Pero debemos advertir que Dios nos pide siempre buscar el diálogo constructivo, dejando en libertad, con la tolerancia necesaria, a quienes no aceptan el mensaje de Jesucristo; ya que nosotros no debemos ser jueces de los demás, sino promotores de la verdad con el respeto de la libre elección con la que cada persona debe decidir.

    La Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesucristo, debe como Abraham, como María y José, dar testimonio de la belleza del proyecto divino de la familia, y transmitir la inmensa alegría, de quienes viven fieles al compromiso propio de esposo y de esposa, de padres y de hijos, de nietos y de miembros de una familia. Recordemos siempre que el testimonio es más elocuente y convincente que el discurso conceptual.

    Mirando hacia el futuro incierto, y bajo las sombras actuales de la grave crisis actual de la familia, los cristianos debemos caminar en la obediencia, guiados por la luz de la fe, recordando la promesa del Señor dirigida a Abraham: “No temas, Abram. Yo soy tu protector y tu recompensa será muy grande”. Y como María podremos experimentar las maravillas que hace Dios en la familia que es fiel y mantiene en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en los triunfos y en los fracasos, su fidelidad a la promesa de nuestro Padre Dios.

    Seguramente Ustedes como yo, hemos escuchado en distintas ocasiones los conmovedores testimonios de muchos, que han vivido los padecimientos del COVID, y de quienes por la misma contingencia han perdido a uno o a más seres queridos, cómo han crecido en la fe; ellos afirman cómo han aprendido a descubrir la intervención divina, cuando se vive un drama y una tribulación inesperada.

    Por eso los invito a dirigir nuestra súplica confiada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que conociendo en carne propia el sufrimiento, decidió presentarse y quedarse con nosotros, dejándonos su bendita imagen para animar, consolar y manifestar su ternura maternal a todos sus hijos, y mostrándonos el camino a seguir para afrontar la grave crisis de la familia, que se va extendiendo no solo en nuestra Patria, sino también intensamente en los países de tradición cristiana.

    Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos llene de esperanza y nos ayude en dar, como ella lo hizo con su esposo José y con su hijo Jesús, el testimonio de vida familiar que necesitamos seguir, para resolver la grave crisis, que atraviesan las familias de nuestro tiempo:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

     

  • La causa de nuestra alegría en Navidad- Homilía- 25/12/20- Misa de Navidad

    La causa de nuestra alegría en Navidad- Homilía- 25/12/20- Misa de Navidad

    “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, al mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: “Tu Dios es rey!”

    Durante el Adviento hemos reflexionado sobre la figura de Juan Bautista, de quien dijo Jesús que no había una persona más grande que él. La alegría del Profeta Isaías exclamando: “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: “Tu Dios es rey!”, transmite una enorme esperanza: saber que la Buena Nueva está llegando. Ahora nosotros identificamos que dicho anuncio del Profeta, se concretó en Juan Bautista, quien señaló la llegada del Mesías, y lo manifestó solemnemente en el bautismo de Jesús, portador de la presencia de Dios en medio de nosotros.

    Tanto el profeta Isaías como el mismo Juan Bautista, se quedaron cortos en sus proclamaciones, porque jamás imaginaron que el Mesías, mensajero del Padre, fuera a ser el mismísimo Hijo de Dios, asumiendo la carne mortal del ser humano para manifestar el inmenso amor, que Dios tiene por su criatura predilecta el hombre.

    La Buena Nueva, que en griego se dice Evangelio, fue preparada durante siglos como lo afirma la segunda lectura de hoy: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo”.

    La misma obra creadora, que no deja de sorprender al hombre, descubriendo lentamente la compleja relación del Universo para generar la Tierra, nuestra Casa Común, creada para desarrollarse, sostenerse y mantenerse así misma, sin ninguna intervención de la creatura, fue la primera manera de hacerse presente Dios con la humanidad, por espacio de muchos siglos.

    Solamente hacia el siglo V antes de Cristo, el ser humano entre tumbos y hierros, entre reflexiones compartidas y consideraciones de las relaciones humanas, inició el proceso de reconocer que la Creación en sí misma es la primera mensajera que manifiesta la existencia de un solo Dios. De esto da cuenta el Libro del Génesis en los primeros capítulos, fruto de la reflexión de los hombres creyentes y humildes, investigadores y estudiosos de esos siglos previos al nacimiento de Cristo.

    La obra creadora debería haber sido y ser siempre el camino universal para descubrir a Dios. Como bien lo confiesa San Agustín en su búsqueda de Dios: “Pregunté a la tierra y me dijo: ‘No soy yo’; y todas las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: ‘No somos tu Dios; búscale sobre nosotros’. Interrogué a los vientos que soplan y el aire todo, con sus moradores, me dijo: ‘Se engaña Anaxímenes: yo no soy tu Dios’. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. ‘Tampoco somos nosotros el Dios que buscas’, me respondieron. Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él’. Y exclamaron todas con grande voz: Él nos ha hecho”.

    La Creación y todas sus creaturas con su armónica función es el más contundente testimonio del Dios Creador, ellas son la luz que refleja su existencia. Sin embargo como afirma San Juan hoy en el Evangelio: “Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció”.

    Aquí tenemos el motivo del por qué Dios Padre decidió la Encarnación de su Hijo, mostrar, hasta el extremo de la muerte en cruz, el infinito amor misericordioso, que tiene por su creatura predilecta, el ser humano. Por eso, el eje de todas las celebraciones litúrgicas se centra en la Navidad y la Semana Santa; expresando así que la Encarnación del Hijo tiene la finalidad de la Redención del hombre.

    Una y otra vez, durante todo el año, la Iglesia recuerda estos dos misterios que están estrechamente unidos: la Encarnación y la Redención con la esperanza de atraer a todos y cada uno para conducirnos a la vida eterna, donde participaremos de la misma naturaleza de Dios Trinidad.

    Por eso a pesar de la necia resistencia del ser humano para aceptar el inconcebible y maravilloso destino para el que fuimos creados, Dios Padre envió a su Hijo como afirma el apóstol San Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios. Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”.

    En Cristo hemos ido conociendo y develando el misterio del verdadero Dios, por quien se vive, que perdona y levanta, que reconcilia y da vida. Por eso afirma la carta a los Hebreos: “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa. Él mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios”; lo que de manera contundente expresa San Juan en el Evangelio: “la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado”.

    Ésta es la inmensa causa de nuestra alegría, que se enciende y alimenta con la Navidad; no es simplemente una memoria del pasado que recordamos, es una realidad que vivimos, quienes, como discípulos de Jesucristo, hemos puesto nuestra voluntad al servicio de la Evangelización. Por eso los cristianos cantamos con gran emoción: ¡Gloria Dios en el Cielo y Paz en la Tierra a los hombres de Buena Voluntad!

    Agradezcamos a San José y a su esposa María, Nuestra Madre, quienes, con su colaboración sincera y obediente al plan de Dios, hicieron realidad la gracia más grande que ha recibido la humanidad: conocer el misterio del verdadero y único Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuya naturaleza es el Amor en plenitud.

    Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos aliente y nos conforte en las situaciones y dificultades que hemos afrontado a través de este año 2020, y pidámosle interceda con su Hijo Jesucristo para que tengamos un buen año 2021:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • La libertad y la obediencia van de la mano- Homilía- 20/12/20- Domingo IV de Adviento

    La libertad y la obediencia van de la mano- Homilía- 20/12/20- Domingo IV de Adviento

    “¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella? Yo te saqué de los apriscos y de andar tras las ovejas, para que fueras el jefe de mi pueblo, Israel”.

    Esta advertencia del Profeta al Rey David descubre la gran tentación, que se presenta a todo aquel, que ha procedido conforme a la voluntad de Dios y le ha ido muy bien. ¿Cuál es la tentación? Generar la conciencia de considerar, que tiene el poder en sus manos para realizar todos sus sueños, y que basta que él lo quiera para cumplirlos; aun cuando dichos proyectos sean buenos, conduce sutilmente a su conciencia pensar que todo lo puede, y se desarrolla así la conciencia del hombre poderoso que se considera capaz de lograr todo lo que quiera. Al caer en esta tentación iniciaría su ruina, pues se abre la puerta a la soberbia, que ciega la capacidad de escucha y de atender y sopesar las opiniones de los demás.

    David ha procedido bien al consultar al Profeta para que le diera su parecer, que en un principio le responde afirmativamente, pero que el mismo Profeta en oración descubre la voz de Dios, y comunica lo que realmente quiere Dios del Rey David, quien a su vez la escucha y obedece; dejando a su Hijo Salomón la construcción del templo que anhelaba ver.

    En consecuencia, Dios cumple su promesa y engrandece el final del reinado de David y el de su dinastía: “Yo estaré contigo en todo lo que emprendas…y te haré tan famoso como los hombres más famosos de la tierra. Le asignaré un lugar a mi pueblo, Israel; … … Y a ti, David, te haré descansar de todos tus enemigos. … te daré una dinastía; y cuando tus días se hayan cumplido,… engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”.

    Así, el Rey David superó la tentación y Dios cumplió su promesa, fortaleciendo el Reino de Salomón, quien edificó la construcción del Templo de Jerusalén. El Rey David cometió graves pecados, como el adulterio y el posterior homicidio de Urías para desposar a Betsabé; sin embargo, siempre humildemente aceptó su culpabilidad. Qué grande lección dejó en herencia a su Pueblo, eso le valió que de su dinastía naciera el Hijo de María, y quedará como un personaje central de la Historia de Israel y de la Historia de la Salvación.

    En este cuarto y último Domingo de Adviento, la Palabra de Dios, al recordar la figura del Rey David, nos invita a no tener miedo por nuestras fallas y pecados cometidos, siempre el Señor, como buen Padre de sus Hijos, misericordiosamente nos concederá el perdón y nos otorgará la gracia para fortalecer nuestro espíritu. Este es el primer paso para prepararnos a la Navidad, y el segundo es descubrir la voluntad de Dios en mi vida, interrogarme sobre lo que Dios espera de mí, ante el cumplimiento de mis responsabilidades.

    Si en esta tarea descubrimos que la propuesta supera mis fuerzas, debo preguntarme como María: ¿Cómo podrá ser esto?, debo compartir mis alternativas con mi familia, con mi grupo de apostolado, con mis amigos fieles, que también quieren responder a la voluntad de Dios, y discernir mis decisiones para presentarlas con fe y esperanza a Dios mi Padre, y mejor aún, traerlas a la Eucaristía para unirlas al Sacrificio de Cristo, y recibir el Pan de la Vida, y con él, la fortaleza del Espíritu Santo, que me acompañará a realizar mis decisiones.

    Nuestra Madre María, respondió positivamente al mensaje del ángel Gabriel, sin saber todo lo que le esperaba vivir: alegrías y tristezas, gozos y sufrimientos, llegando al extremo de ver morir crucificado a su Hijo, condenado injustamente, y además penalizado como si fuera un impostor, seductor, y blasfemo. Estas fueron las acusaciones presentadas a las autoridades romanas con falsos testigos y componendas políticas. Sin embargo, María se mantuvo firme hasta el final, viviendo bajo el misterio, conducida por la fe, pues desconocía como sería el desarrollo del Plan de Salvación para la humanidad, que Dios Padre, tenía reservado para que su Hijo Encarnado lo cumpliera.

    Conocemos ya la finalidad del Plan divino: Manifestar hasta el extremo, el amor misericordioso por sus creaturas, para que, descubriendo ese amor, se descubrieran todos como hijos muy amados. Si María aceptó sin saber el plan ni su finalidad, y aprendió a vivir su generosa entrega bajo la conducción misteriosa del Espíritu Santo, nosotros deberíamos aceptar, sin temor alguno con plena confianza, las propuestas de Dios: ¡No tengamos miedo a ser obedientes de la fe, aprendemos como ella lo fue!

    En nuestros tiempos proclamamos la libertad como el máximo don y derecho del hombre, lo cual es verdad, Dios mismo la concedió y la respeta. Pero debemos entender que la libertad y la obediencia no están contrapuestas, sino que son complementarias y van de la mano. Dios nos ha creado para el amor, lo cual exige el ejercicio pleno de la libertad, pero cualquier decisión tomada, sea buena o mala, impone un determinado camino con ciertas exigencias para alcanzar el objetivo; por tanto, debemos cumplir esas condiciones. En esto consiste la obediencia.

    En cuanto a la relación con Dios, debemos con plena libertad decidir si aceptamos o no su Voluntad, y habiéndola aceptado debemos como lo hizo María expresar nuestra obediencia a la voluntad del Padre: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. De esta manera recibiremos el Espíritu del Señor, y aprenderemos a ser obedientes de la fe, con la plena confianza en el amor de Dios, Nuestro Padre.

    Este proceso nos conducirá a exclamar, como San Pablo, llenos de alegría: “Hermanos: A aquel que puede darles fuerzas para cumplir el Evangelio que yo he proclamado, predicando a Cristo, conforme a la revelación del misterio, que…en cumplimiento del designio eterno de Dios, ha quedado manifestado por las Sagradas Escrituras, para atraer a todas las naciones a la obediencia de la fe, al Dios único, infinitamente sabio, démosle gloria, por Jesucristo, para siempre”.

    Invoquemos pues a Nuestra Madre, María de Guadalupe, para que seamos obedientes de la fe, y así, lleguemos también a proclamar como ella, las maravillas que hace Dios a través de nosotros.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Es hora de ser como Juan Bautista- Homilía- 13/12/20- Domingo III de Adviento

    Es hora de ser como Juan Bautista- Homilía- 13/12/20- Domingo III de Adviento

    “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”.

    En este tiempo del Adviento, la Liturgia propone la figura de Juan Bautista, como maestro para señalar lo que debemos hacer, en vista de capacitarnos para reconocer la presencia de Dios en el mundo, y aprender a descubrir la luz, que oriente nuestra vida, para lograr el destino al que hemos sido llamados.

    Los textos de hoy presentan varios aspectos fundamentales de la enseñanza de Juan Bautista; el primero que debemos imitar es la claridad de su identidad y la humildad de reconocerse servidor, su misión es preparar la llegada del Mesías. Por eso afirma contundentemente: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor, como anunció el profeta Isaías”.

    Pero, ¿cómo vamos a enderezar el camino del Señor? Este es el segundo aspecto de la enseñanza de Juan señalar la manera de prepararse a la inminente llegada del Mesías para lo cual indica el indispensable arrepentimiento de los pecados cometidos; y quienes aceptan adecuar su conducta a los mandamientos de la ley de Dios, los bautiza con agua. En la época de Jesús se mantenía la tradición de considerar que los pecados los perdonaba solo Dios, y ningún hombre podía absolverlos en su nombre. Por ello, los emisarios de los fariseos lo interpelan diciendo: Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?

    La pregunta le permite a Juan expresar el tercer aspecto de su enseñanza y cumplir su misión, de anunciar la llegada del Mesías al afirmar: Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. El anuncio de la inminente llegada del Mesías excedió las expectativas del pueblo, y se incrementó el número de quienes abrieron su corazón y pidieron ser bautizados por Juan.

    Cuántos en este Adviento escucharán la voz de la Iglesia que clama en el desierto actual del aislamiento, ahora que se ha incrementado la soledad, la angustia, la incertidumbre, el sufrimiento, y la muerte en el mundo. El Papa Francisco ha declarado que de esta pandemia no saldremos igual que antes, saldremos mejores o peores, y tiene mucha razón porque la experiencia humana manifiesta que de la vivencia de una situación dramática, trágica o de grave injusticia, nunca se sale igual, afecta profundamente el interior del hombre.

    Es necesario un acompañamiento adecuado, sea durante la misma experiencia o inmediatamente después, para salir transformado en un ser que descubre la razón de su vida y de la importancia de vivir de manera fraterna y solidaria. De lo contrario, en el aislamiento durante y después de la trágica situación vivida, esa persona sale traumada, desconsolada y con relativa facilidad abre su corazón al odio y la venganza contra quien resultare responsable y contra quien por cualquier motivo lo cuestionara.

    Así, una familia, una comunidad, un pueblo o una nación padece esta misma experiencia dramática de forma generalizada queda profundamente afectada y debe ser atendida para sanar su corazón, sus sentimientos, su interior. Con mayor razón está aconteciendo con la actual pandemia mundial. ¿Saldremos mejores o saldremos peores? De nosotros depende.

    ¿En cuántos cristianos y no cristianos se moverá el corazón, buscando y esperando un consuelo y una esperanza de vida? Es la hora sin duda de ser como Juan Bautista, testigos de la luz, orientadores del camino que lleva a la vida. Es la hora de dar a conocer, que Dios no nos ha abandonado, sino que ha estado a nuestro lado. Esta experiencia queda en nuestras manos promoverla, extendiendo nuestra mano solidaria en favor de los afectados.

    Hoy, no solo podemos enderezar nuestra vida para preparar la Navidad, sino que está en nuestras manos recibir, también y sobretodo, el beneficio de la venida de Jesucristo al mundo. ¿Qué hace falta en el mundo de hoy para que el Espíritu Santo nos conduzca, nos acompañe y nos fortalezca como Iglesia, para acompañar a nuestra sociedad, con la serenidad propia de los discípulos de Jesucristo?

    La primera lectura recuerda el contenido del mensaje de Isaías, que Jesucristo al iniciar su ministerio pronunciara en la Sinagoga de Nazaret, afirmando que en él se ha cumplido la profecía de Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”. Después de 21 siglos contamos con la experiencia vivida con tantos cristianos que han creído en Jesucristo y han recibido el Espíritu Santo y sus siete dones, asumiendo así el mismo acompañante que tuvo Jesús en su vida terrestre.

    Vivimos de manera sorprendente cuando dejamos que nos conduzca el Espíritu Santo en nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre. Por tanto la mejor preparación es dejarnos conducir por el Espíritu Santo, y anunciar su presencia en medio de nosotros, con un estilo de vida solidario, fraterno, y dispuesto siempre a la caridad con el prójimo, que encontramos en el camino de la vida.

    Así viviremos la misma experiencia que describe el Apóstol Pablo a los tesalonicences: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús. No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía; pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal”.

    De esta manera construiremos la casita sagrada, que desea Nuestra Madre, María de Guadalupe para todos sus hijos. Comprometámonos con ella, y asumamos nuestro mejor esfuerzo para salir de esta Pandemia mejores personas, y logremos ser una mejor sociedad. Pidámoslo de corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.