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  • Homilía- ¿Existe todavía idolatría en nuestro tiempo?- 25/10/20

    Homilía- ¿Existe todavía idolatría en nuestro tiempo?- 25/10/20

    “Ellos mismos cuentan de qué manera tan favorable nos acogieron ustedes y cómo, abandonando los ídolos, se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo, esperando que venga desde el cielo su Hijo, Jesús, a quien Él resucitó de entre los muertos, y es quien nos libra del castigo venidero” ( 1Tes. 1, 9-10).

    Para seguir a Jesucristo y servirlo es indispensable abandonar a los ídolos; pero, ¿acaso existen todavía ídolos en nuestro tiempo? ¿Hay idolatría actualmente en nuestro mundo, tan avanzado en los descubrimientos científicos y tan desarrollado en las impresionantes tecnologías? Aclaremos primero, ¿qué entendemos por idolatría, en qué consiste, y cuáles son sus expresiones?

    Inicialmente consistió en divinizar y ofrecer culto religioso a la personificación de las fuerzas de la naturaleza, a personajes mitológicos, o a esculturas mágicas. Posteriormente como lo testimonia el libro de la Sabiduría (13-14), y diversos pasajes del Nuevo Testamento, entre ellos San Pablo en la carta a los Romanos (1,18-32); ahí expresa que la idolatría es el pecado universal de los hombres que, en lugar de reconocer al Creador a través de su creación, cambiaron la gloria del Dios Incorruptible por una representación de sus criaturas, trayendo como consecuencia la decadente esclavitud en todas las dimensiones de la vida humana.

    La idolatría en nuestro tiempo la genera el ser humano cuando centra su vida y toda su pasión e inteligencia en adquirir dinero, poder, o placer para poseer, controlar y obtener el dominio sobre los demás a su arbitrio, para dar satisfacción a su ambición, codicia, o pasiones desordenadas, dejando de lado su destino final, desconociendo la común dignidad de todo ser humano y, atropellando los derechos de los demás, con tal de obtener los beneficios que se ha propuesto, para su beneficio egoísta.

    ¿Cuál es el remedio para superar las idolatrías? Descubrir al único y verdadero Dios Creador y Redentor a través de Jesucristo, manifestado en su vida al encarnarse en el seno de la Virgen María, y enviado por Dios Padre para expresar a todo ser humano su amor y misericordia, y mostrar en su único Hijo el camino, la verdad y la vida para quien quiera seguirlo. Porque Dios es amor y misericordia, fuente de la vida.

    La respuesta de Jesús al Doctor de la ley es muy clara y contundente: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.

    La manera de mantenerse en el verdadero culto, y practicar con fruto la religión, se logra, centrando nuestra vida en la oración y la liturgia para la relación personal con Dios, y ejercitándonos en el amor al prójimo. En ambos casos las celebraciones litúrgicas, y los servicios pastorales propiciarán el indispensable encuentro con los demás cristianos, favoreciendo organizaciones, que faciliten el auxilio y la ayuda a los pobres y necesitados.

    ¿Cómo educar para el amor y desarrollar las cualidades y capacidades para afrontar las situaciones adversas y los testimonios contrarios de odio, rivalidad, discordia, pleitos e injusticias? En la primera lectura del libro del Exodo, hemos escuchado algunas indicaciones muy precisas sobre cómo practicar el amor al prójimo:

    – No hagas sufrir ni oprimas al extranjero,… – No explotes a las viudas ni a los huérfanos, … – Cuando prestes dinero … no te portes con él como usurero, cargándole intereses…- Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes de que se ponga el sol…

    Sin duda hay aún muchas más formas de expresar y testimoniar el amor al prójimo, cada quien en sus propios contextos los encontrará a diario. Al ver las necesidades de los demás, recordemos que es una invitación de parte de Dios para que ayudemos al pobre, y de esta manera, Dios nos hará participe de su ser, aprenderemos a ser como  Él, como lo expresa la primera lectura: Cuando él clame a mí, yo lo escucharé, porque soy misericordioso”.

    Esta imitación de la manera de ser de Dios Padre, está al alcance de todo ser humano, ya que cuenta con inteligencia, sensibilidad, y está creado para amar. Así fue según narra San Pablo su experiencia con la comunidad de Tesalónica: “Ustedes, por su parte, se hicieron imitadores nuestros y del Señor, pues en medio de muchas tribulaciones y con la alegría que da el Espíritu Santo, han aceptado la Palabra de Dios en tal forma, que han llegado a ser ejemplo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya, porque de ustedes partió y se ha difundido la palabra del Señor; y su fe en Dios ha llegado a ser conocida, no solo en Macedonia y Acaya, sino en todas partes”.

    Es oportuno recordar que este camino propuesto por Dios, de abandonar los ídolos y centrarnos en Él y en nuestros prójimos, como razón de nuestra vida, es necesario vivirlo y animarlo en comunidad. Solos no podremos; ante tantos problemas cada vez más complejos, cunde el desánimo, y se manifiesta el desaliento y la desesperanza. Pero cuando vamos juntos como Iglesia, entonces nos fortalecemos y somos capaces de llevar a cabo no solo lo propuesto, sino incluso descubriremos más opciones y alternativas para prestar auxilio al necesitado.

    Para este propósito hemos lanzado la experiencia de la Megamisión 2020, para auxiliarnos y fortalecernos en esta tarea, para encontrarnos con el verdadero Dios, y compartir las maravillas que Dios hace mediante la pequeñez de nuestras acciones. No dejes de participar, hay muchas y diversas formas de hacerlo: promoviendo la vida y la familia, auxiliando a los enfermos, acompañando a los discapacitados, a los huérfanos y desamparados, a los indigentes, a los reclusos, generando actitudes ecológicas en favor del ambiente; participando desde tus posibilidades.

    Animados por la ternura y el amor de Nuestra Madre, María de Guadalupe, que hemos experimentado de distintas circunstancias, y siguiendo su excelente testimonio, como discípula y misionera, participemos en la misión. Pidámosle nos acompañe y auxilie:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para
    hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía – Misa de envío a la Megamisión 2020 – 18/10/20

    Homilía – Misa de envío a la Megamisión 2020 – 18/10/20

    “Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios” (1a. Tim. 2, 3-4).

    Con qué claridad San Pablo expresa la raíz del Ecumenismo y la indispensable conveniencia de una buena relación entre todas las religiones: “No hay sino un solo Dios”, por tanto, la manera como busquemos a Dios y como desarrollemos nuestra relación con Él es secundaria. Unas religiones ayudan más, tienen más historia recorrida, más experiencia, otras tienen más herramientas para acrecentar la espiritualidad de la persona, mejor pedagogía, pero todas las búsquedas sinceras de Dios, de una u otra forma llevarán al único Dios Creador.

    Segundo aspecto, san Pablo al declarar que Dios es único y que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, está afirmando que Dios quiere que toda religión, que busca a Dios se convierta en un camino, que finalmente conduzca al verdadero y único Dios. Por tanto, como Iglesias y religiones debemos establecer relaciones positivas, cordiales, y propositivas, que ayuden a la humanidad a entender que creer en Dios, es lo mejor que nos puede pasar en la vida.

    El sustrato que descubrimos de estas afirmaciones, conduce a la confirmación del diálogo como el camino, que debe aprender y vivir en la cotidianidad toda sociedad. Cuando el diálogo es la escucha del otro en reciprocidad, no solamente facilita entender las posiciones del otro, sino completa y enriquece la visión y concepción del mundo y de la vida humana; cuando el diálogo es sobre la experiencia de Dios, él interviene para conducir más temprano que tarde a la comunión.

    Además, el Profeta Isaías anuncia que Dios está en la mejor disposición de actuar en favor de la humanidad, está esperando que nosotros expresemos la necesidad de su ayuda, y señala cómo debemos prepararnos: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”.

    Él entrará en acción si nosotros cuidamos que se respeten los derechos de los demás, y practicamos la justicia, estas dos condiciones pide Dios para intervenir en favor de la humanidad. Por eso afirma el Profeta Isaías en nombre de Dios: “mi templo será la casa de oración para todos los pueblos”. Y por Jesucristo, sabemos que el verdadero templo de Dios somos nosotros, los que formamos su cuerpo y Él es nuestra cabeza.

    La Iglesia católica en el tiempo contemporáneo, particularmente desde el Concilio Vaticano II (1962-1965) al día de hoy, viene afirmando la necesidad del Ecumenismo (diálogo entre las distintas Iglesias que creemos en la Revelación de Jesucristo) y del diálogo interreligioso (diálogo con todas las religiones). El mismo Concilio definió a la Iglesia peregrinante, es decir a la Iglesia que integra cada generación en esta vida terrena, afirmando que por su propia naturaleza está fundada para transmitir lo que de Dios ha recibido; tiene su razón de ser en y para la misión.

    Así lo define el Decreto “Ad Gentes”: La Iglesia peregrina es por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre (No. 2).

    Entonces, si la Iglesia está llamada a promover las buenas relaciones con las demás religiones, ¿cuál es la razón de la misión definida en el mismo Concilio como parte integrante de la naturaleza de la iglesia católica? ¿Qué tipo de misión debe promover?

    Convencidos por la fe y la experiencia desarrollada a través de la Historia y actualmente a través de los actuales cristianos, que el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados es la mejor manera para intensificar nuestra experiencia de relación con Dios, la misión debe desarrollarse por el testimonio. Al preocuparnos y dar una mano al pobre, al que sufre por enfermedad, por discapacidad, por marginación, por reclusión, por discriminación daremos no solamente una ayuda, sino un testimonio del amor de Dios a través de nosotros.

    Envío a la Megamisión

    Hoy que celebramos el Domingo Mundial de la Misión, y que inauguramos la experiencia de la Megamisión 2020 de la Arquidiócesis Primada de México, es conveniente clarificar su razón de ser y entender su necesidad.

    En primer lugar es fundamental orar por el éxito de la misión, así preparamos nuestro corazón y disponemos nuestra voluntad, por eso san Pablo recomienda a Timoteo: “Te ruego, hermano, que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido”.

    La experiencia de misión promueve el bien de la sociedad y además fortalece ciertamente nuestro espíritu, por que al entrar en contacto con el prójimo necesitado, descubrimos más fácil y rápidamente la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Las experiencias de misión permiten evangelizar con acciones, dejando las ideas y los conceptos sobre Dios en el silencio.

    El desarrollo de los conceptos tienen su tiempo y su lugar en la educación del cristiano, y siempre serán indispensable ayuda para comprender mejor los designios de Dios. Pero debemos evitar que sean objeto de discusiones inútiles, que enfrentan y dividen, que radicalizan las posiciones y polarizan las relaciones. Solo debemos dar cuenta de la doctrina, a quienes se interesan por conocer al Dios revelado por Jesucristo.

    De esta manera llevaremos a cabo una experiencia misionera que superará cualquier tentación de proselitismo, y será fuerte testimonio, capaz de generar una atracción al bien. Confiemos en la palabra de Jesús: “sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien con su vida, más que con palabras, dio el testimonio y ejemplo de cómo ser discípula y misionera del amor de Dios.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilía – ¿Qué es la Eucaristía? – 11/10/2020

    Homilía – ¿Qué es la Eucaristía? – 11/10/2020

    “El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo” (Mt.22, 2).

    La Parábola es una invitación a participar en el banquete del Reino de Dios. Jesús comenzó su misión anunciando: El Reino de Dios ha llegado, conviértanse y crean en
    esta buena nueva” (Mc. 1, 15).

    Con la llegada de Jesucristo ha iniciado el Reino de Dios en esta vida terrena, porque Él es Hijo de Dios, que al encarnarse asumiendo la condición humana hace presente a
    Dios en medio de la humanidad, en medio de nosotros.

    La Parábola está dirigida a los Sumos Sacerdotes y a los Ancianos del pueblo para advertirles que al iniciar el Reino de Dios, ellos eran los primeros destinatarios para participar en el banquete de bodas, sin embargo al rechazar a Jesús, están rechazando a Dios mismo, y por ello la sentencia es tajante y firme en la narración: “La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos”.

    Lo mismo sucederá con todos aquellos que acepten la invitación pero no lleven el traje de fiesta para el banquete: “Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?’. Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ‘Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, … Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Por eso es tan importante entender y meditar esta Parábola, ya que nosotros hemos recibido la invitación y debemos participar con traje de fiesta.

    Los beneficios de participar en el banquete

    La profecía de Isaías (Is 25,6-10), ofrece los elementos necesarios para ubicar dónde y cómo se realiza el banquete, y cuáles son los beneficios que recibiremos al participar:

    1) Lo primero es recordar que la invitación es general, todos están invitados: “En aquel día, el Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos”.

    2) ¿Cuál es el monte sobre el cual se ha preparado el banquete? Dios nuestro Padre, conociendo nuestra frágil condición humana, ha preparado un banquete impensable y sorprendente en el monte Calvario, donde con su muerte Jesús nos redimió, y entregando su vida, se ofreció a sí mismo, siendo obediente a su Padre, hasta la muerte y muerte en cruz.

    3) La Eucaristía actualiza la Muerte y Resurrección de Jesucristo, se celebra sobre el altar, memorial del monte calvario, y transmite los beneficios de la Redención de N.S. Jesucristo. Por eso, la Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana. La Eucaristía es el banquete que ofrece a todo el que participa en ella, platillos suculentos: vino exquisito y manjar sustancioso. El Pan de la vida, alimento para fortaleza del espíritu, vigoriza el cuerpo de cada discípulo para aceptar y cumplir la concreta misión recibida de Dios Padre.

    4) La Eucaristía, con la proclamación de la Palabra de Dios y con la presencia real de Jesucristo en la hostia consagrada, proporciona la luz para descubrir qué hay más allá de la muerte, y para recibir el consuelo ante cualquier sufrimiento, adversidad, enfermedad o tragedia. Como lo anuncia el profeta Isaías: “Él arrancará en este monte el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo”.

    5) La Eucaristía es presencia misteriosa y sacramental, pero presencia real de Jesucristo, el Hijo de Dios, con lo cual se cumple la profecía de Isaías: “En aquel  día se dirá: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara”.

    6) ¿Y, cuál es el vestido de fiesta que debo llevar, para participar en el banquete de la Eucaristía? La disposición de entregar generosamente mi vida en el cumplimiento de la Voluntad de Dios Padre, y ofrecerla junto al sacrificio de Jesús en la cruz.

    7) Finalmente, con estos elementos descritos, quien participa en la Eucaristía, no solo con presencia física, sino con la propia ofrenda existencial como lo hizo Jesús, experimentará una inmensa felicidad y transmitirá en su entorno familiar, social, laboral el anuncio del Profeta: “Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae, porque la mano del Señor reposará en este monte”.

    En síntesis: La Profecía de Isaías se ha cumplido en plenitud en la persona de Jesucristo, y se actualiza en cada Eucaristía para los fieles que en ella participan, ofreciendo junto con el pan y con el vino, su voluntad para cumplir la vocación y misión personal y comunitaria.

    Por eso es indispensable para la vida cristiana, participar al menos cada domingo en la Eucaristía. No es un simple mandamiento, es una necesidad y un auxilio para ser fiel y leal discípulo de Jesucristo, y colaborar en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, y en la contribución para construir una sociedad fraterna y solidaria. Además descubriremos la acción del Espíritu Santo en nuestra propia persona y en los demás: con lo que desarrollaremos una experiencia viva de nuestra relación con Dios.

    Así da testimonio San Pablo: “Hermanos, yo sé lo que es vivir en pobreza y también lo que es tener de sobra. Estoy acostumbrado a todo, lo mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza”. Por eso expresa con firme convicción a su querida comunidad de los filipenses: “Mi Dios, por su parte, con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas las necesidades de ustedes, por medio de Cristo Jesús” (Fil. 4,12-14 y 19).

    Estamos invitados no solo a participar sino a dar testimonio de lo que Dios hace a través de nosotros. En esto consiste la misión de la Iglesia, esto explica por qué María de Guadalupe vino a nuestras tierras a dar testimonio de la generosa y dolorosa entrega que hizo de su Hijo querido al pie del Calvario. Pidámosle a ella, que interceda para que también nosotros seamos generosos misioneros del amor de Dios.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

     

  • Homilía – Aprendamos de san Francisco de Asís – 04/10/2020

    Homilía – Aprendamos de san Francisco de Asís – 04/10/2020

    “Voy a cantar, en nombre de mi amado, una canción a su viña” (Is. 5,1).

    El poema sobre la Viña que escuchamos del Profeta Isaías y la Parábola que hoy Jesús propone para nuestra reflexión, conviene interpretarlas a partir del amor de Dios por su pueblo, y que a pesar de la pésima correspondencia que históricamente ha recibido Él mantiene su infinito amor. Sin duda por ello, el mismo Jesús, alude a Isaías, para relacionar el poema y su Parábola.

    La relevancia del mensaje a través de la Parábola es el envío del Hijo a cuidar y proteger la Viña, es decir, el pueblo de Israel, el pueblo elegido para rendir fruto, para dar testimonio del amor que Dios tiene por su Viña amada, por su pueblo elegido.

    Jesús pretende manifestar que Él es el enviado del Padre, y que su misión es cuidar de la Viña. El Padre lo ha decidido porque los viñadores, que deberían haber cumplido su misión, han fallado y se han aprovechado, haciendo suyos los beneficios, y explotando a quien deberían cuidar y ayudar a dar fruto. Por eso las duras palabras de Jesús dirigidas a los Sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

    A pesar de los malos viñadores y de la muerte del propio Hijo, la viña seguirá, el Señor llamará a otros viñadores, y continuará dando frutos, testimoniando el amor de Dios, pero dependiendo de la fidelidad de los viñadores.

    Esta parábola ofrece la posibilidad de dos interpretaciones muy importantes y oportunas para la vida de la Iglesia:

    Una sobre la responsabilidad de los viñadores de cuidar los vides para que den fruto, y en su tiempo rendir buenas cuentas al dueño de la vid, por eso advierte: “¿Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?. Ellos le respondieron: Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.

    La otra sobre los viñedos mismos, cuya responsabilidad es dar uvas maduras y sabrosas, y no uvas agrias, que no tienen buen sabor, al contrario destemplan los dientes: “Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio uvas agrias”.

    La primera interpretación la refiero a los pastores, conductores de la comunidad eclesial: Obispos, Presbíteros, Consagrados, Diáconos y Agentes de Pastoral, que en su nivel de servicio, cumplimos nuestra misión, cuidando la Viña del Señor, y cultivándola para que dé los mejores frutos posibles. Para ello es indispensable ofrecer todos los elementos que necesita cada persona y cada comunidad parroquial para rendir buenas cuentas al Dueño de la Viña, es decir, lograr que conozcan y descubran el gran amor que nos tiene Dios Padre, y corresponder a ese amor de la mejor manera, que es reconocer y aceptar al prójimo como mi hermano, miembro de la familia de Dios.

    Pidamos por esta razón con insistencia por los nuevos viñadores que somos nosotros los pastores del Pueblo de Dios. Desde el Papa hasta los Obispos, sacerdotes, consagrados, y agentes de pastoral que colaboran en la Viña del Señor. Para que lleguemos a ser como el apóstol Pablo, testimonio convincente y apasionado, que promueva mucho fruto en bien de la misma comunidad eclesial y de la sociedad en general: “Hermanos aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio”.

    La segunda interpretación la refiero a todos los bautizados, cada uno es una vid que debe producir uvas, de la que se obtenga el buen vino que alegra el corazón del hombre; es decir, engendrar y formar personas, que descubriendo su propia vocación cumplan sus responsabilidades, de manera que generen ambientes de vida fraternos y solidarios, que den sentido y razón de ser al gran don de la vida, que hagamos lo que hagamos procuremos siempre el bien de los demás, haciendo caso a la recomendación de San Pablo: “No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”.

    Preguntémonos pues, cada uno desde su propia responsabilidad, si hemos cuidado la viña del Señor y hemos dado fruto de uvas dulces y maduras. En otras palabras, conviene revisar, ¿cuáles son las obras buenas que con mi actitud y mis acciones he promovido y cuáles los frutos que se han generado?

    Hoy por ser domingo no hemos celebrado la fiesta de San Francisco, pero si podemos recordarlo, pidiendo su intercesión para seguir su ejemplo. Aprendamos de la sencillez y la humildad de San Francisco, para reconocer a todo prójimo como hermano, como hoy nos motiva el Papa Francisco al ofrecer en este día la Encíclica “Fratelli tutti» “todos hermanos”. Los invito a leer y reflexionar su contenido para luego ponerlo en práctica. Construyamos así un mundo que reconozca la común dignidad de toda persona.

    San Francisco se caracterizó por vivir y dar una gran testimonio de la Creación como huellas que nos conducen al Creador, camino que todo ser humano tiene a su alcance para descubrir la necesidad de una Inteligencia superior al hombre, ante la grandeza inmensa y la perfección del Universo y de nuestra Casa Común, la Tierra.

    Hoy se presenta una gran oportunidad al concluir este domingo la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, convocada por el Papa Francisco, ahora nos corresponde pasar de la oración a la acción, promoviendo con entusiasmo la ecología integral, y recordando el principio fundamental de la Ecología: Somos los administradores de la Creación y no los dueños.

    Hagamos lo que nos corresponde, y el Señor hará maravillas de nuestras pequeñas acciones; Así podremos exclamar y dar testimonio, como Nuestra Madre, María de Guadalupe: El Señor, nuestro Dios, ha estado grande con nosotros, y estamos alegres, porque ha hecho maravillas a través de nuestra pequeñez.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

     Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.