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  • ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    “Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”.

    El desánimo fácilmente puede invadirnos al tomar conciencia de los grandes desafíos sociales, como son la Desigualdad Social que separaba las distintas clases sociales, o la volatilidad del compromiso matrimonial, que deja a los hijos desprotegidos de un hogar, sin una cuna para aprender el amor recíproco y la ayuda solidaria, que debiera inspirar el testimonio cotidiano de papá y mamá. Así fácilmente surge la desesperanza y debilita la voluntad para emprender con ánimo y fortaleza la edificación de la civilización del amor, para la que nos ha creado Dios, Nuestro Padre, y nos ha revelado en carne propia, Jesucristo, el Señor: Camino, Verdad y Vida.

    El Profeta Isaías sigue alentando ante la ceguera y la sordera espiritual que siempre cunde en el pueblo de Dios por el desconcierto e incertidumbre ante lo que sucede y lo que acontecerá, por ello anuncia también generando la esperanza: “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

    Precisamente para esto ha enviado Dios Padre a su Hijo, para darnos la mano y caminar con nosotros, ofreciéndonos la asistencia constante del Espíritu Santo; así se ha cumplido el anuncio del Profeta Isaías: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón”.

    En nuestro contexto sociocultural actual, ¿a qué desierto podemos referir la acción ofrecida por Jesucristo de la asistencia del Espíritu Santo? Sin duda, al desierto del silencio y la soledad para encontrarse con uno mismo. Este es el camino indicado para descubrir que Dios me habla, sembrando en mi corazón las buenas inquietudes y proyectos para bien de mi comunidad.

    En nuestro tiempo existe una tendencia intensa y constante a propiciar la cultura de la imagen por encima de la auténtica cultura humana, que es la de compartir la vida y caminar juntos, la cultura sinodal, que nos ha recordado el Papa Francisco con insistencia.

    Esta experiencia redentora y salvífica, que con su vida ofrece Jesucristo, la hacemos nuestra y la experimentamos cuando seguimos, como buenos discípulos, sus enseñanzas y las ponemos en práctica a la par de nuestra familia, de nuestra
    comunidad parroquial, y de nuestra Madre la Iglesia.

    El consejo que hoy el apóstol Santiago ha recordado nos orienta para desarrollar la paciencia y la esperanza necesarias, y dejarnos conducir bajo la guía del Espíritu Santo: “Hermanos: Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”.
    La Paciencia y la Esperanza son la clave del caminar en la vida. Recordemos a los Profetas y todos los que nos han precedido, dejándonos el testimonio de su generosa entrega y caridad.

    Es decir que nuestra esperanza no esté condicionada por los hechos inmediatos de éxito, sino por la confianza en la Palabra de Dios, que nos conduce por tiempos de desierto e incertidumbre, pero mediante la constancia constataremos con frecuencia la bondad y el amor de Dios, que misericordiosamente nos consuela y alienta.

    Finalmente en el Evangelio San Mateo narra: “Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino”.

    Los Hechos son la prueba que da la certeza de que lo proclamado es verdad. Los hombres que miran como Juan, y actúan propiciando el bien de sus hermanos, seducen y atraen para reorientar las vidas de quienes andan extraviados. Por eso el
    camino a seguir motivados por la Fe que nos ilumina, y por la esperanza que enciende nuestro corazón, es la práctica de la Caridad.

    Nuestra recompensa inmediata es ser testigos de la alegría que causa al que sufre, recibir la ayuda necesaria; y nuestro corazón se inunda del amor de Cristo, ya que auxiliando a los más necesitados, es a él a quien encontramos. Con esta experiencia podemos hacer plenamente nuestro el canto del Salmo, que hoy hemos proclamado, respondiendo a la Palabra de Dios:

    “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente. Reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos. Ven señor a Salvarnos”.

    Y cuando nos invada el desánimo, es oportuno invocar el consuelo y la ayuda de Nuestra querida Madre, María de Guadalupe; e incluso venir para darle las gracias de su presencia en medio de nosotros.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús. Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y
    generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- La fe, la esperanza y el amor- 30/01/22

    Homilía- La fe, la esperanza y el amor- 30/01/22

    Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones. Cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo que yo te mando. No temas, no titubees delante de ellos, para que yo no te quebrante”.

    Hoy la Palabra de Dios narra la misión del Profeta, desde distintas experiencias, de distintos tiempos, diferentes ambientes y personas. En la primera lectura escuchamos a Jeremías, a quien le tocó vivir los tiempos inmediatamente previos a la catástofre de la Destrucción de Jerusalén y del Templo, y el consecuente destierro de los israelitas a Babilonia, bajo la condición de esclavos. Jeremías cumplió su misión cabalmente, pero el pueblo no lo escuchó ni dió crédito a sus palabras. Al contrario, fue duramente perseguido y amedrentado por las autoridades. Sin embargo, fue siempre fiel a su misión, con frecuentes e insistentes intervenciones.

    En el Evangelio de hoy Jesús, desafiando el refrán: Ningún profeta es bien recibido en su tierra; se presenta para superar ese estigma popular. Lo hace en el lugar correcto, presentándose en la sinagoga, y precedido de una buena fama, ganada en el inicio de su ministerio en la Rivera del lago de Galilea.

    Jesús les advierte: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, que era de Siria”.

    Con estas desafiantes palabras, a pesar de la inicial favorable reacción de la comunidad, ésta enfurece al punto de intentar desbarrancarlo: “Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un barranco del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí”.

    La reacción negativa es consecuencia de sentirse heridos ante la advertencia de Jesús al considerar que la Rivera del lago de Galilea, como Cafarnaúm, siendo un lugar de paso de las caravanas de Egipto al norte y viceversa, considerada lugar de negocios y de vicios, si respondía a su predicación. Nazaret en cambio pequeña y de montaña, estaba alejada del comercio y de transeúntes, y permanecía fiel a las tradiciones.

    ¿Cómo pues, Jesús se atreve a expresar esas odiosas comparaciones?

    Una enseñanza es clara, jamás debemos exigir a Dios una intervención milagrosa. La podemos pedir, pero será siempre un regalo el concedérnosla. Además, debemos considerar que la gracia de Dios y sus intervenciones tienen el objetivo de atraer a los pecadores más rebeldes, y transformar su corazón, descubriendo el amor, que Dios tiene por todos sus hijos.

    Jesús al obtener para nosotros, mediante el Bautismo, la condición de Hijos Adoptivos de Dios nos ha llamado a ser profetas; por tanto a dar a conocer los proyectos de Dios y testimoniar con nuestras propias vidas el amor de Dios por todas sus creaturas.

    La misión del Profeta consiste en escuchar la voz de Dios, discernir a través de los acontecimientos personales y sociales los signos de los tiempos, mediante la luz de la Palabra de Dios en los Evangelios y demás escritos bíblicos, y una vez descubierta y clarificada la voluntad de Dios, transmitirla a través de nuestro testimonio y de nuestras relaciones de colaboración solidaria, o de la ayuda fraterna.

    Desde nuestro Bautismo recibimos la participación en el Sacerdocio común o también llamado sacerdocio de los fieles. Preguntémonos si he desarrollado en mí la conciencia de ser profeta, y la experiencia de transmitir la presencia de Dios que camina con nosotros, mediante la asistencia del Espíritu Santo.

    Para ser auténticos profetas, hoy San Pablo ha recordado el camino del amor, describiendo sus características: “El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites”.

    ¡Viviendo el amor seremos auténticos profetas! 

    Y para que no perdamos el rumbo ni nos desesperemos ante la injusticia, las calumnias, la violencia, el odio y las venganzas, también ha señalado: “El amor dura por siempre; … Ahora vemos como en un espejo y oscuramente, pero después será cara a cara. Ahora sólo conozco de una manera imperfecta, pero entonces conoceré a Dios como él me conoce a mí. Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres”.

    La fe consiste en tener la confianza y fidelidad de creer en la Palabra de Jesucristo, y en sus enseñanzas. La esperanza es mantener encendida la luz de dichas enseñanzas por encima de cualquier adversidad, conflicto, confrontación, sufrimiento, o incomprensión. Y el amor vendrá como consecuencia, al confirmar de diversas maneras, casi siempre inesperadas y sorpresivas, que Dios no te abandona nunca, y siempre mantiene firmemente sus promesas.

    Acudamos a María de Guadalupe, como Madre de la Iglesia, como Madre nuestra, quien, en su vida, fue ejemplar la confianza que depositó en la palabra, que el Arcángel Gabriel le transmitió en nombre de Dios, aunque parecía imposible lo que se le pedía; sin embargo su respuesta fue clara y contundente “Hágase en mí, según lo que me has dicho”. Vivió bajo la sombra del misterio, pero con fe y plena confianza en Dios.

    Pidámosle ser profetas como ella, lo fue. Que aprendamos a creer con fidelidad, a vivir siempre la esperanza con plena confianza, y a dar testimonio del amor mediante la comprensión, el servicio, y la humildad.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Ayúdanos a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios quiere de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.