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  • La presencia viva de Dios entre nosotros- Homilía en Corpus Christi 2022

    La presencia viva de Dios entre nosotros- Homilía en Corpus Christi 2022

    “Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.

    “Hagan esto en memoria mía”. De ordinario restringimos esta expresión a la celebración litúrgica del Sacramento de la Eucaristía; sin embargo nuestra consideración y visión debe ser mas amplia; ya que la explicación teológica del Sacramento indica que uniéndonos a Jesucristo en el Pan Eucarístico, no solo nutrimos nuestra fe y fortalecemos nuestro espíritu para vivir como Jesús, y dar testimonio de sus enseñanzas a través de nuestra conducta, viviendo la espiritualidad de la comunión con los demás cristianos; sino también, al unirnos a Jesucristo en la Eucaristía, nos unimos a todos los cristianos que participan de ella, y expresamos así, como Cuerpo Místico de Cristo la presencia del Misterio de Dios Encarnado, es decir la presencia viva y actual del Reino de Dios entre nosotros y a través de nosotros.

    En efecto, prolongamos así la Encarnación de Dios Trinidad en nuestras vidas, siguiendo el modelo de vida de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia. Es decir, aceptando como ella la Voluntad del Padre: “Hágase en mí según tu palabra” y recibiendo como ella el Espíritu Santo para engendrar al Hijo de Dios en su seno: “El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”; María es la primera criatura en la que inhabitó Dios Trinidad, mediante la concepción del Hijo de Dios en su seno, porque donde está el Hijo, está el Padre y el Espíritu Santo. Nosotros estamos llamados a prolongar esa Encarnación del Hijo de Dios realizada en María, a quien con pleno rigor llamamos Madre de la Iglesia.

    Por tanto, ésta es nuestra vocación como Iglesia, prolongar la presencia de Dios Trinidad en el mundo de hoy. Esta vocación es imposible cumplirla individualmente, solo es posible, como Iglesia en comunión. Debemos seguir el ejemplo de Nuestra Madre María: la aceptación de la Voluntad del Padre y no la mía, confiar en la asistencia del Espíritu Santo, y asumir nuestra propia cruz.

    Por eso, la presencia constante y continua de Jesús, el Hijo de Dios en el Pan Eucarístico es el centro y sustento de nuestra fe. En efecto, después de la palabras de la Consagración el Presbítero aclama: “Este es el misterio de la Fe”. Prolongar el Misterio de Dios Trinidad Encarnado en la Historia de la Humanidad es el mandato de Jesús a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía”.

    La Eucaristía es el centro y culmen de nuestra fe y de nuestro caminar como comunidad de discípulos, como Iglesia. Sin embargo, ante la maravilla de vivir la comunión con Dios y con nuestros hermanos, somos siempre conscientes de nuestra frágil condición humana. Por ello, aunque la Redención y su consecuencia salvífica de rescatarnos del mal se efectuó una sola vez y para siempre, en la crucifixión y muerte de Jesucristo, su aplicación en cada uno de nosotros, depende de nuestra ofrenda existencial de aceptar nuestra propia cruz y seguir a Jesucristo.

    Aquí viene muy bien el relato del Evangelio de hoy: “No tenemos más que 5 panes y dos pescados”. Esta expresión muestra nuestra pobreza y limitación para resolver las necesidades materiales, humanas, y espirituales que encontramos en nuestro prójimos y en nosotros mismos. Esta situación de limitación y pobreza personal permite descubrir que debemos actuar unidos solidariamente, superando cualquier tendencia al protagonismo y búsqueda de reconocimiento por el bien que pretendamos realizar en favor de los pobres y necesitados. Debemos poner nuestros 5 panes y dos pescados, es decir, lo que podamos ofrecer. Así interviene la acción del Espíritu Santo para proveer lo necesario, a corto, mediano o largo plazo, según la Divina Providencia lo decida.

    En efecto, testimoniar nuestra condición, como comunidad de discípulos de Cristo, nos desborda. Transformar la sociedad en una comunidad de hermanos es imposible para nuestras fuerzas, pero si damos lo poco o mucho que tengamos, que siempre será poco para la finalidad requerida, sin embargo desde la pobreza de nuestro aporte, el Espíritu Santo lo multiplicará abundantemente.

    Por lo anterior, es de suma importancia mantenernos fieles, confiando en la mano providente de Dios. Ante la fragilidad de nuestra condición humana, que hoy pensamos en grande y mañana al enfrentar la realidad cunde el desánimo, que apaga el fuego que se había encendido en nuestro corazón, la Providencia Divina nos ofrece el Sacramento de la Eucaristía

    Así al escuchar la Palabra de Dios se enciende el corazón, y al recibir el pan de la vida recibimos a Jesucristo, quien nos acompaña para fortalecer nuestro espíritu. Por eso es indispensable habitualmente frecuentar la participación en la Celebración de la Eucaristía, al menos cada Domingo, para vivir el Misterio de la Fe, y encontrarnos con los demás cristianos en el banquete Eucarístico. Es así que será posible dar un testimonio atractivo y convincente en la vida social, de la presencia del Reino de Dios en las relaciones con todo tipo de personas.

    Ante esta reflexión comprenderemos a profundidad, la necesidad e importancia vital del Ministerio Sacerdotal para ofrecer la Eucaristía a las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo.

    Hoy Jueves de Corpus Christi es una hermosa ocasión de juntos agradecer a Dios su Providencia por regalarnos el inconmensurable don del Sacramento de la Eucaristía, por nuestros actuales Presbíteros, y por el llamado que ha hecho a nuestros jóvenes para ser Presbíteros al servicio de la Iglesia. Oren siempre por nosotros sus ministros.

    A la luz del Misterio Eucarístico comprenderemos mejor el lema de la Visita Pastoral a las Parroquias: ¡Cristo Vive! ¡En medio de nosotros!

  • Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi – 03/06/21

    Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi – 03/06/21

    “Cristo es el mediador de una Alianza Nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la Antigua Alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que él les había prometido”.

    Una alianza es un pacto entre dos partes, que aceptan y se comprometen a cumplir cada parte lo acordado. Aproximadamente en el siglo XII antes de Cristo, Moisés con la ayuda de Dios y enviado por El, liberó de la esclavitud que sufrían en Egipto los descendientes de los Patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob. Los condujo al Monte sagrado del Sinaí, y ahí en presencia del pueblo, que reconocía la mano de Dios por los prodigios realizados para salir de Egipto, fue el mediador entre Dios y el pueblo liberado para pactar una alianza consistente en el compromiso, de todos los miembros del pueblo y de sus futuros descendientes, de cumplir los diez mandamientos; y Dios, por su parte, cuidaría y protegería a su pueblo.

    Así narra el libro del Éxodo: “Moisés bajó del monte Sinaí y refirió al pueblo todo lo que el Señor le había dicho y los mandamientos que le había dado. Y el pueblo contestó a una voz: Haremos todo lo que dice el Señor”.

    La observancia del Pacto por parte del pueblo se renovaba cada año con la fiesta de la Pascua, se ofrecía el sacrificio de un cordero por cada familia y se procuraba asistir al Templo de Jerusalén. A esta celebración a lo largo de los años se sumaron otros sacrificios de animales, que durante el año los miembros del pueblo ofrecían a Dios para renovar su fidelidad y recibir la ayuda divina. Por tanto, la relación con Dios para renovar la alianza y ser perdonados por el incumplimiento de los mandamientos era mediante el sacrificio de una ofrenda.

    Así, antes de la venida de Jesucristo, la experiencia del hombre con Dios se concretó en base a ritos religiosos de ofrendas para agradar a Dios y obtener su ayuda. Así preparó Dios mismo al pueblo de Israel, orientando sus ritos, acompañados de enseñanzas de los Patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob, de líderes como Moisés, de jueces y Reyes como David, y especialmente de muchos profetas, que orientaron al pueblo, a no solamente ofrecer sacrificios a Dios, sino a conocer sus mandamientos y su doctrina que debían practicar en la vida diaria.

    ¿En qué consiste la novedad de la Alianza que ha realizado Jesucristo, en favor nuestro, para facilitar y llevar a plenitud la relación de todo ser humano con Dios vivo?

    Jesús siendo el Hijo de Dios, no solo representa al Padre y al Espíritu Santo, sino Él mismo es Dios. Tiene en su persona dos naturalezas, la divina como Hijo de Dios, y la humana, que asumió al encarnarse en el seno de la Virgen María; por tanto, Cristo en su persona unió lo divino con lo humano. Pero además como Hijo, habla en nombre de su Padre, como lo explicita san Juan en su Evangelio. El es la Palabra del Padre, y como hombre expresa con su vida la manera de corresponder a esa Palabra del Padre.

    Pero no solamente eso, sino además con su ofrenda existencial, llevada hasta el extremo de la muerte en cruz por amor, obtenemos el perdón de nuestros pecados; y nos otorga el acompañamiento del Espíritu Santo para que podamos seguir su ejemplo y aprendamos a perdonar, reconciliar y amar a la manera como Dios nos ama.

    Finalmente, nos ha dejado su presencia en este Sacramento de la Eucaristía: “Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua… Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen: esto es mi cuerpo. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos”.

    En la participación de la Eucaristía nutrimos nuestra inteligencia y nuestra voluntad, escuchando reiteradamente la Palabra de Dios, especialmente con la lectura del Evangelio; y alimentamos nuestro espíritu con su presencia, misteriosa pero real, en el pan y vino consagrado, por mandato explícito de Jesús, para obtener la fortaleza necesaria y seguir sus huellas. La Eucaristía al reunirnos como comunidad de discípulos suyos, propicia la comunión fraterna, y la edificación de la civilización del amor.

    Por eso, Jesucristo es mediador de una alianza nueva y perfecta, que manifiesta la infinita misericordia, que Dios Padre tiene por la Humanidad entera. Dios es espíritu puro y eterno, nosotros somos creaturas de Dios, favorecidas con un espíritu para tener vida temporal, transitoria, pero destinadas para compartir la eternidad con Dios. Por tanto la relación entre Dios y sus creaturas es desigual y por tanto difícil de alcanzar.

    Solamente con la ayuda de Jesucristo y del Espíritu Santo podremos desarrollar nuestro propio espíritu, descubriendo el instinto innato para descubrir nuestra propia persona, su origen, y su destino; y una vez descubierta nuestra contingencia y fragilidad, buscar el auxilio de quien me creó.

    Aquí la experiencia de relación con nuestros progenitores, con la familia propia, y con los demás contemporáneos, participando en la Eucaristía, al menos dominical, tomaremos conciencia de manera espontánea, de la necesidad del auxilio y la ayuda, en quienes descubrimos el testimonio del seguimiento de Jesucristo, y así recibiremos el consejo para descubrir la Voluntad de Dios, y asumirla en obediencia a Dios Padre.

    De esta positiva experiencia de relación humana, personal y comunitaria, experimentaremos con mayor facilidad, la bondad y el amor, y generalmente propiciaremos el surgimiento de la relación con Dios Trinidad, y mantendremos nuestro hábito de dirigirnos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la oración. ¡Que así sea!