Etiqueta: Catedral Metropolitana de México

  • Homilía en la Misa Crismal- Las cercanías de los sacerdotes-14/04/22

    Homilía en la Misa Crismal- Las cercanías de los sacerdotes-14/04/22

    “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres”.

    San Pablo exhorta a Timoteo que es necesario mantener vivo el don de Dios que recibió por la imposición de sus manos, que no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad (cf. 2 Tm 1,6-7).

    El Papa Francisco el pasado 17 de febrero dirigió un mensaje a los sacerdotes, indicando 4 cercanías, que considero muy oportuno tener en cuenta para revitalizar nuestra espiritualidad sacerdotal: La cercanía con Dios, con el Obispo propio, entre los hermanos sacerdotes, y con el pueblo. Un sacerdote es invitado ante todo a cultivar esta primera cercanía, la intimidad con Dios, y de esta relación podrá obtener todas las fuerzas necesarias para su ministerio. La relación con Dios es, por decirlo así, el injerto que nos mantiene dentro de un vínculo fecundo. Sin una relación significativa con el Señor, nuestro ministerio está destinado a ser estéril.

    Un aspecto clave para desarrollar esta cercanía, señala el Papa: es aprender a “substituir el verbo “hacer” de Marta para aprender el “estar” de María. Es difícil aceptar dejar el activismo que es agotador, porque cuando uno deja de estar ocupado, la paz no llega inmediatamente al corazón, sino la desolación; y para no entrar en desolación, estamos dispuestos a no parar nunca. Es una distracción el trabajo, para no entrar en la desolación. Pero la desolación es un poco el punto de encuentro con Dios. Es precisamente la aceptación de la desolación que viene del silencio, del ayuno de activismo y de palabras, del valor de examinarnos con sinceridad, así todo adquiere una luz y una paz que no se apoyan en nuestras fuerzas y capacidades.

    La segunda cercanía con el Obispo, es vivir “la obediencia que no es un atributo disciplinar, sino la característica más profunda de los vínculos que nos unen en comunión. Obedecer significa aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad de Dios, y que ésta sólo puede entenderse a través del discernimiento. La obediencia, por tanto, es escuchar la voluntad de Dios, que se discierne precisamente en un vínculo. Esta actitud de escucha permite madurar la idea de que cada uno no es el principio y fundamento de la vida, sino que necesariamente debe confrontarse con otros”.

    Esto pide necesariamente que los sacerdotes recen por los obispos y se animen a expresar su parecer con respeto, valor y sinceridad. Pide también de los obispos, humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar. Si defendemos este vínculo, avanzaremos con seguridad en nuestro camino”.

    La tercera cercanía entre los sacerdotes la fundamenta el Papa diciendo: “Es precisamente a partir de la comunión con el obispo que se abre la tercera cercanía, que es la de la fraternidad. Jesús se manifiesta allí donde hay hermanos dispuestos a amarse: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos” (Mt 18,20). También la fraternidad como la obediencia no puede ser una imposición moral externa a nosotros. La fraternidad es escoger deliberadamente ser santos con los demás y no en soledad. Un proverbio africano dice: “Si quieres ir rápido tienes que ir solo, mientras que si quieres ir lejos tienes que ir con otros”.

    “Me atrevería a decir que ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal, la cercanía entre los sacerdotes, y hay lazos de auténtica amistad, también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato. El celibato es un don que la Iglesia latina custodia, pero es un don que para ser vivido como santificación requiere relaciones sanas, vínculos de auténtica estima y genuina bondad que encuentran su raíz en Cristo. Sin amigos y sin oración, el celibato puede convertirse en un peso insoportable y en un anti testimonio de la hermosura misma del sacerdocio”.

    Finalmente la cuarta cercanía con el pueblo es la que caracteriza a un buen pastor: “El amor fraterno para los presbíteros no queda encerrado en un pequeño grupo, sino que se orienta y vive mediante la caridad pastoral (cf. Pastores dabo vobis, 23), que impulsa a vivirlo concretamente en la misión. La relación con el Pueblo Santo de Dios no es para cada uno de nosotros un deber, sino una gracia. “El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios” (Evangelii gaudium, 272). El lugar de todo sacerdote está en medio de la gente, en una relación de cercanía con el pueblo”.

    “Una de las características cruciales de nuestra sociedad de “redes” es que abunda el sentimiento de orfandad. Conectados a todo y a todos, pero falta la experiencia de “pertenencia”, que es mucho más que una conexión. Con la “cercanía” del pastor, se puede convocar a la comunidad y ayudar a crecer el sentimiento de pertenencia; pertenecemos al Santo Pueblo fiel de Dios, que está llamado a ser signo de la irrupción del Reino de Dios en el hoy de la historia”.

    Viviendo estas cuatro cercanías revitalizaremos nuestra fe y nuestro ministerio. Así seremos dignos y eficientes discípulos de Jesucristo para cumplir la misión del ministerio sacerdotal en favor de nuestros fieles, y podremos decir como Jesús: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

    Además comprenderemos por qué es necesario “caminar juntos”, a Dios, al Obispo, a los demás sacerdotes y al Pueblo; y obtendremos la convicción necesaria para generar en nuestra Arquidiócesis un proceso sinodal, que sea expresión de la cercanía, de la compasión y de la ternura de Dios, que camina en medio de nosotros y a través de nosotros.

    Los exhorto a expresar la renovación de nuestros compromisos sacerdotales desde el corazón, lugar íntimo donde Dios habla y mueve a nuestro espíritu para descubrir su presencia y llegar a ser testigos fieles de Jesucristo y hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo y en nuestra querida Arquidiócesis Primada de México. ¡Que así sea!

  • Homilía- Domingo de Ramos- 10/04/22

    Homilía- Domingo de Ramos- 10/04/22

    “Los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey”.

    La Semana Santa la iniciamos, recordando la Pasión de Jesús, que sufrió como testimonio ejemplar, para anunciar que Dios no abandona jamás a sus hijos; pero que no evita que experimentemos el dolor, el sufrimiento, la injusticia o la misma muerte; porque en esas situaciones es cuando se fortalece el espíritu y se experimenta de una manera ciertamente inconcebible a los razonamientos humanos, la presencia del amor de Dios por sus hijos.

    Por eso San Pablo afirma: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de si mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”.

    El relato de la Pasión según San Lucas, con varios detalles narra por una parte la fortaleza espiritual de Jesús para afrontar la injusta sentencia de muerte y las calumnias, las burlas, y los tormentos; ya que a la autoridad, no le interesó la verdad y la justicia, sino el control y sometimiento del desbordamiento popular, y mantener la relación de poder entre el Imperio Romano y las autoridades locales.

    Ante lo cual, Jesús recurrió a Dios su Padre, poniendo en Él su confianza, para recibir la ayuda divina, que le diera fortaleza ante la adversidad, como ya lo había anunciado el profeta Isaías: “El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”.

    Además, Jesús vivió en carne propia la impotencia de los suyos para defenderlo, y el abandono de la muchedumbre, que en su ministerio y predicación lo habían admirado y se habían asombrado de las maravillas, que realizaba en favor de los enfermos, pobres y desamparados.

    Todo un conjunto de adversidad, que le generó la necesidad de invocar a Dios, con el Salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Al verme, se burlan de mí: Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere… me taladran las manos y los pies… Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme”.

    Estas situaciones tan extremas y dolorosas las ha vivido la humanidad, a lo largo de la Historia. Por eso, era necesario contar con la luz, que ilumina toda tragedia humana; para eso el Hijo de Dios se encarnó, le dio sentido al sufrimiento y al dolor, y alentó la esperanza, al clarificar que esta vida terrestre no es el final, sino solo tránsito a la vida verdadera, que proporciona la alegría y la felicidad eternamente.

    Estamos viviendo las consecuencias de la Pandemia covid, y a distancia el conflicto aterrador de la guerra en Ucrania, ante estos acontecimientos estamos despertando a la necesaria colaboración solidaria de la sociedad para superarlas.

    Revitalicemos nuestra fe en Cristo, crezcamos en la esperanza, y ante las injusticias y toda clase de violencia, sepamos siempre buscar la reconciliación y la paz, y expresar como Jesús con plena convicción: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

    Elevemos nuestra oración para que esta Semana Santa sea la ocasión oportuna que nos lleve a replantearnos las tendencias dominantes negativas de la cultura actual, y logremos rectificar el camino de la conducta personal y social de nuestro tiempo para alcanzar la anhelada Civilización del Amor.

  • Homilía- El regalo que Dios nos ha dado- Misa Navidad- 25/12/21

    Homilía- El regalo que Dios nos ha dado- Misa Navidad- 25/12/21

    Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

    Dios ya había hablado y se había comunicado con la humanidad a través de su obra creadora, y especialmente de la hermosa Casa Común que le preparó, y especialmente se dirigió a su pueblo elegido Israel, enviándole diversos mensajeros.

    Así lo hemos escuchado en la segunda lectura de la Carta a los Hebreos: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por medio del cual hizo el universo”.

    El Hijo de Dios es la Palabra que comunica, con la fuerza del Espíritu Santo, lo que escucha del Padre. El Hijo al encarnarse se ha hecho Palabra para establecer el diálogo permanente que generará vida y vida en abundancia, en todo aquel que la escuche y la ponga en práctica.

    La misma Carta afirma: “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa. Él mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios, en las alturas, tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más excelso es el nombre que, como herencia, le corresponde”.

    De ahora en adelante el hombre sabrá comunicarse con Dios, como un hijo se relaciona con su padre, y que teniendo semejante Padre tomará conciencia que ha nacido para la eternidad; y descubrirá que la gracia y la verdad son mayores dones que el conocimiento de la ley y de las normas, éstas son indicadores para señalar el camino de la vida, pero escuchar y dialogar con el Hijo es comunicarse con Dios Trinidad. Por eso Jesús se definió como el Camino, la Verdad, y la Vida.

    ¿Descubres que este camino se realiza como comunidad y no aisladamente ni individualmente? De ahí se desprende la necesidad de la Iglesia, como expresión de la experiencia comunitaria, lugar de encuentro con Dios y con los hermanos creyentes.

    El profeta Isaías con gran alegría anunció lo que en Jesús se concretó: “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, al mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»! Escucha: Tus centinelas alzan la voz y todos a una gritan alborozados, porque ven con sus propios ojos al Señor, que retorna a Sión”.

    El envío de un mensajero, Juan Bautista, quien anunció que él era solo testigo de la luz, tuvo buena respuesta, pero se quedó corta ante la llegada de la luz, que era la misma vida. La promesa que Dios había hecho a su pueblo de enviar un Mesías para establecer un Reino superior al de David, la ha cumplido de una manera tan sorprendente e inimaginable, que el propio pueblo preparado para recibirla, no supo reconocer la inmensa gracia de recibir al mismo Hijo de Dios.

    Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios”.

    Son dos aspectos indispensables a considerar para adentrarnos y valorar el gran don, con el que Dios Padre ha manifestado su inmenso e inconmensurable amor por todos los hombres: el cumplimiento de la promesa y la superación a la expectativa mesiánica del pueblo elegido.

    Dios ha asumido nuestra condición humana en la persona del Hijo, de Jesús de Nazaret: para enseñarnos a recorrer el camino de la vida, para aprender a disfrutar los gozos y esperanzas, y cómo afrontar las tristezas y angustias, los sufrimientos e injusticias. Esto es lo que con gran alegría celebramos en la Solemnidad de la Navidad.

    La maravilla no es solamente que ha llegado la vida misma, fuente de la luz que ilumina las tinieblas, sino que, quien la acepta nace de nuevo y es engendrado como hijo de Dios, y como tal está invitado a participar de la gloria de Dios, y a recibir la gracia y la verdad. En una palabra, como hijo verá a Dios y participará de su vida divina.

    Por eso la Navidad culmina con la Pascua. La encarnación del Hijo de Dios ha tenido la clara finalidad de redimir al hombre de sus extravíos y pecados, de sus angustias y ansiedades, de sus fallas y limitaciones para llevarnos a disfrutar de la auténtica alegría, que propicia el amor auténtico de saber, que quien nos regaló la vida lo ha hecho por el inmenso amor que nos tiene.

    ¿Comprendo la grandeza del regalo que Dios nos ha dado al enviarnos a su Hijo como Mesías, y al destino que nos ha preparado? ¿Te llena de confianza y de esperanza?

    Escuchando a Dios Hijo, la humanidad podrá caminar con la luz necesaria para superar las tinieblas del error, y convertirse en discípulo y miembro de la comunidad mesiánica, proyectada desde y para la eternidad.

    La Navidad se ha celebrado como fiesta familiar, una ocasión de encuentro entre quienes más viven y expresan el amor y se mantienen en él, convirtiéndose en células de la sociedad para fomentar y acrecentar la fraternidad y la solidaridad.

    Expresémosle a Dios, Nuestro Padre, nuestra gratitud por el gran don que hemos recibido en la persona de Jesús, y por sus Padres María y José, quienes aceptando la voluntad divina hicieron posible la Encarnación del Hijo de Dios. ¡Feliz Navidad!

  • Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi – 03/06/21

    Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi – 03/06/21

    “Cristo es el mediador de una Alianza Nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la Antigua Alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que él les había prometido”.

    Una alianza es un pacto entre dos partes, que aceptan y se comprometen a cumplir cada parte lo acordado. Aproximadamente en el siglo XII antes de Cristo, Moisés con la ayuda de Dios y enviado por El, liberó de la esclavitud que sufrían en Egipto los descendientes de los Patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob. Los condujo al Monte sagrado del Sinaí, y ahí en presencia del pueblo, que reconocía la mano de Dios por los prodigios realizados para salir de Egipto, fue el mediador entre Dios y el pueblo liberado para pactar una alianza consistente en el compromiso, de todos los miembros del pueblo y de sus futuros descendientes, de cumplir los diez mandamientos; y Dios, por su parte, cuidaría y protegería a su pueblo.

    Así narra el libro del Éxodo: “Moisés bajó del monte Sinaí y refirió al pueblo todo lo que el Señor le había dicho y los mandamientos que le había dado. Y el pueblo contestó a una voz: Haremos todo lo que dice el Señor”.

    La observancia del Pacto por parte del pueblo se renovaba cada año con la fiesta de la Pascua, se ofrecía el sacrificio de un cordero por cada familia y se procuraba asistir al Templo de Jerusalén. A esta celebración a lo largo de los años se sumaron otros sacrificios de animales, que durante el año los miembros del pueblo ofrecían a Dios para renovar su fidelidad y recibir la ayuda divina. Por tanto, la relación con Dios para renovar la alianza y ser perdonados por el incumplimiento de los mandamientos era mediante el sacrificio de una ofrenda.

    Así, antes de la venida de Jesucristo, la experiencia del hombre con Dios se concretó en base a ritos religiosos de ofrendas para agradar a Dios y obtener su ayuda. Así preparó Dios mismo al pueblo de Israel, orientando sus ritos, acompañados de enseñanzas de los Patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob, de líderes como Moisés, de jueces y Reyes como David, y especialmente de muchos profetas, que orientaron al pueblo, a no solamente ofrecer sacrificios a Dios, sino a conocer sus mandamientos y su doctrina que debían practicar en la vida diaria.

    ¿En qué consiste la novedad de la Alianza que ha realizado Jesucristo, en favor nuestro, para facilitar y llevar a plenitud la relación de todo ser humano con Dios vivo?

    Jesús siendo el Hijo de Dios, no solo representa al Padre y al Espíritu Santo, sino Él mismo es Dios. Tiene en su persona dos naturalezas, la divina como Hijo de Dios, y la humana, que asumió al encarnarse en el seno de la Virgen María; por tanto, Cristo en su persona unió lo divino con lo humano. Pero además como Hijo, habla en nombre de su Padre, como lo explicita san Juan en su Evangelio. El es la Palabra del Padre, y como hombre expresa con su vida la manera de corresponder a esa Palabra del Padre.

    Pero no solamente eso, sino además con su ofrenda existencial, llevada hasta el extremo de la muerte en cruz por amor, obtenemos el perdón de nuestros pecados; y nos otorga el acompañamiento del Espíritu Santo para que podamos seguir su ejemplo y aprendamos a perdonar, reconciliar y amar a la manera como Dios nos ama.

    Finalmente, nos ha dejado su presencia en este Sacramento de la Eucaristía: “Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua… Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen: esto es mi cuerpo. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos”.

    En la participación de la Eucaristía nutrimos nuestra inteligencia y nuestra voluntad, escuchando reiteradamente la Palabra de Dios, especialmente con la lectura del Evangelio; y alimentamos nuestro espíritu con su presencia, misteriosa pero real, en el pan y vino consagrado, por mandato explícito de Jesús, para obtener la fortaleza necesaria y seguir sus huellas. La Eucaristía al reunirnos como comunidad de discípulos suyos, propicia la comunión fraterna, y la edificación de la civilización del amor.

    Por eso, Jesucristo es mediador de una alianza nueva y perfecta, que manifiesta la infinita misericordia, que Dios Padre tiene por la Humanidad entera. Dios es espíritu puro y eterno, nosotros somos creaturas de Dios, favorecidas con un espíritu para tener vida temporal, transitoria, pero destinadas para compartir la eternidad con Dios. Por tanto la relación entre Dios y sus creaturas es desigual y por tanto difícil de alcanzar.

    Solamente con la ayuda de Jesucristo y del Espíritu Santo podremos desarrollar nuestro propio espíritu, descubriendo el instinto innato para descubrir nuestra propia persona, su origen, y su destino; y una vez descubierta nuestra contingencia y fragilidad, buscar el auxilio de quien me creó.

    Aquí la experiencia de relación con nuestros progenitores, con la familia propia, y con los demás contemporáneos, participando en la Eucaristía, al menos dominical, tomaremos conciencia de manera espontánea, de la necesidad del auxilio y la ayuda, en quienes descubrimos el testimonio del seguimiento de Jesucristo, y así recibiremos el consejo para descubrir la Voluntad de Dios, y asumirla en obediencia a Dios Padre.

    De esta positiva experiencia de relación humana, personal y comunitaria, experimentaremos con mayor facilidad, la bondad y el amor, y generalmente propiciaremos el surgimiento de la relación con Dios Trinidad, y mantendremos nuestro hábito de dirigirnos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la oración. ¡Que así sea!

  • Homilía- Aprovechemos estos días santos- Domingo de Ramos 2021

    El Señor me ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento. Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo”.

    El discípulo que aprenda del Maestro a experimentar la fortaleza al sufrir cualquier adversidad, especialmente una injusticia, adquiere una lengua experta para confortar al que sufre, al abatido y desolado, como tantos, que en este tiempo se han multiplicado.

    Jesús se convierte en el Maestro de maestros, precisamente al entregar su vida y sufrir la pasión, y muerte de cruz; y además por manifestar en carne propia el paso de la muerte a la vida con la resurrección.

    Este es el punto fundamental y central de la vida cristiana, la Pascua, el paso de la muerte a la vida ilumina toda circunstancia existencial, testimoniando así que la vida no termina con la muerte, y generando la esperanza que no defrauda: alcanzar la vida eterna.

    Porque como afirma San Pablo, si Cristo no resucitó vana es nuestra fe, se quedarían sin fundamento todas las enseñanzas de Jesús, quedarían consideradas como conceptos meramente humanos, como opiniones de un hombre sabio, razonables, pero sin garantizar con la evidencia de los hechos, la verdad que se proclama. Por ello llama la Iglesia a esta semana, la Semana Mayor, la Semana Santa.

    Pasemos ahora a retomar en esta misma línea de reflexión, el párrafo considerado el más antiguo texto del Nuevo Testamento, que formaba parte del Himno que recitaban los primeros cristianos después de la partida de Jesús a la Casa del Padre:

    Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz”.

    Estos dos textos son una excelente preparación para recitar y meditar en estos días santos, y vivir, iluminados por la fe, las celebraciones centrales del Triduo Pascual; ayudándonos a pasar, de la compasión que genera el recuerdo del Calvario vivido por Jesús en su Pasión y Muerte, a la gozosa y esperanzadora nueva vida del Espíritu que nos ofrece Jesús.

    Así confortados no perderemos el rumbo y la orientación en nuestra vida ante las adversidades, sufrimientos, injusticias y conflictos que van de la mano en toda experiencia humana, y que lamentablemente para muchos se han intensificado en este tiempo de la Pandemia.

    Podremos así exclamar, reconociendo la salvación que nos espera en la Casa del Padre, con inmensa alegría y convicción, como los primeros cristianos:

    Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.

    ¡Aprovechemos estos días santos, participando en las celebraciones litúrgicas y devocionales, y descubramos la riqueza espiritual de nuestra fe en Jesucristo, el Señor de la vida!