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  • Tres condiciones para recibir la bendición de Dios. Homilía del 1 de enero de 2023

    “El Señor habló a Moisés y le dijo: Dí a Aarón y a sus hijos: De esta manera bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”.

    ¿Qué necesitamos para recibir la bendición de Dios?

    Hay tres características fundamentales: la primera es la conciencia de recibir con la bendición, la protección de Dios para conducirnos en la vida, en nuestra peregrinación terrestre.

    La segunda, consiste en decidir nuestras actividades, según la voluntad de Dios, esclarecida en el cotidiano proceso de discernimiento espiritual para descubrir lo que Dios nos pide, y no simplemente actuar según mi voluntad y mi querer.

    La tercera es desarrollar la confianza en la benevolencia de Dios, así Él nos transmitirá la paz interior, que será la clara señal, de que hemos obrado en consonancia con la voluntad divina; es decir, hemos hecho lo que esperaba Dios que hiciéramos; y por esta razón lo que hagamos tendrá consecuencias muy positivas, y muchas veces de manera inesperada y sorprendente.

    “En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre”. Los pastores supieron responder a la bendición de Dios, que mediante el ángel recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús; fueron a todo prisa a buscarlo, y encontraron al niño recostado en un pesebre, acompañado de María y de José. Ellos, a su vez, se convirtieron en transmisores de lo que habían visto y oído:

    “Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados”. Al recibir conscientemente la bendición de Dios podremos, como los pastores, convertirnos en discípulos misioneros, capaces a nuestra vez, de transmitir la presencia de Dios, la paz interior, que solo Dios sabe regalar.

    Siguiendo este ejemplo de los pastores, la Iglesia será una comunidad de discípulos, que transmiten la bendición de Dios a sus prójimos, y transforma las relaciones personales y sociales, fortaleciendo a las instituciones, que garantizan el orden y la paz social.

    La Iglesia cumplirá así su misión de ser factor de la anhelada paz al interior de una nación, y entre las naciones, superando los conflictos y las guerras, que siempre son producto de intereses egoístas y parciales, que propician el olvido y abandono de la conciencia de ser habitantes peregrinos, que vivimos en una misma Casa Común, que es la Tierra, nuestro planeta.

    A este respecto una vez más, el Papa Francisco, nos alienta en el mensaje, enviado a toda la Iglesia y a los hombres de Buena Voluntad, con motivo de la quincuagésima sexta Jornada Mundial por la Paz en el Mundo: “¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico.

    Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común”.

    Con la llegada de Jesucristo ha llegado la plenitud de los tiempos, como lo recuerda San Pablo: “Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Es decir con Jesucristo, que es la bendición de Dios en persona, hemos recibido la capacidad y hemos conocido el camino para lograr reconocernos hermanos e hijos de un mismo Dios y Padre.

    Pero, debemos advertir que no alcanzaremos la plenitud absoluta en este peregrinaje hacia la Casa del Padre, pues aunque ya Dios ha hecho lo que tenía que hacer, depende de cada generación lograrlo. Queda a nuestra disposición y libertad recorrer ese camino, depende de la libertad de cada ser humano y de la conjugación de los esfuerzos puestos en comunión.

    El Papa Francisco en su mensaje, citando a San Pablo, permite culminar nuestra reflexión de manera esperanzadora: “Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente, que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche” (1 carta a los Tesalonicenses 5,1-2).

    Con estas palabras, el apóstol Pablo invitaba a la comunidad de Tesalónica, mientras esperaban su encuentro con el Señor, a permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra, con capacidad de una mirada atenta a la realidad y a los acontecimientos de la historia.

    Por eso, aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, orienta
    nuestro camino. Con este ánimo san Pablo exhorta constantemente a la comunidad a estar vigilante, buscando el bien, la justicia y la verdad: «No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (5,6). Es una invitación a permanecer despiertos, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino a ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras.

    Este primer día del 2023, a los 8 días de la Navidad, celebramos la festividad de Santa Maria, Madre de Dios. A ella acudamos como Madre nuestra y Madre de la Iglesia que nos acompañe y auxilie para seamos la Iglesia discípula y misionera, como ella lo ha sido.

  • Homilía – ¿Por qué Jesús es a la vez cordero y pastor?- 8/05/22

    Homilía – ¿Por qué Jesús es a la vez cordero y pastor?- 8/05/22

    «El cordero que está en el trono será su pastor, y los conducirá a las fuentes del agua de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima» (Apocalipsis 7, 15-17).

    Esta visión se ha cumplido cuando Jesús afirma su rol de Pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo les doy la vida eterna”. ¿Por qué Jesús es a la vez cordero y pastor? El pastor es el que cuida el rebaño, lo acompaña, lo defiende, lo protege, lo cura, lo guía, lo va acompañando en el camino, lo lleva a buenos pastos. El cordero es un miembro del rebaño, es una experiencia distinta, es aquel que va atravesando por las mismas dificultades y por las mismas alegrías que va viviendo el rebaño.

    Es importante distinguir los perfiles y descubrir la complementariedad de ambos roles. Jesús los realiza a la perfección y por ello se convierte en camino, verdad y vida, y además lo ofrece a todos sus discípulos.

    Jesús es el pastor porque él es el maestro, que conoce al Padre y el único que lo puede revelar, por eso es el maestro perfecto. No nos transmite solamente doctrina, como un perito en una especialidad concreta, es algo más que eso, ya que la enseñanza la ha puesto en práctica existencialmente, él mismo la ha vivido con ejemplar coherencia. Por tanto atrae, enseña, y convence más con el testimonio por ser el Cordero de Dios, que con el discurso y la exposición de conceptos.

    Jesús es el pastor-maestro, porque ha asumido la misión del Padre de venir a ser cordero, y en ese trance de ser cordero, de atravesar por la vida humana, ha sido acompañado por el Espíritu Santo como cordero, y esa es la vocación de todos nosotros, ser corderos, teniendo siempre nuestros oídos abiertos a la voz de nuestro pastor, y ser conducidos por el Espíritu del Señor.

    Un cordero, una oveja no deben dispersarse y andar solos porque ignoran el camino y cómo superar los peligros. No podrán salir adelante, al ser atacados por el lobo, figura que representa el mal en todas sus seducciones del poder, del tener y de la búsqueda insaciable del placer.

    Por ello, necesitamos de estar unidos al rebaño, que es la familia, la comunidad, la iglesia para afrontar y superar la tendencia de ejercer la libertad por encima del bien común, tendencia que propicia el individualismo y conduce fácilmente al libertinaje, consistente en libertad absoluta y sin límites para que cada quien haga de su vida lo que quiera, sin entenderse de los demás, y que está enraizándose intensa y aceleradamente en la sociedad; y lamentablemente su consecuencia es la angustia existencial en sus múltiples modalidades.

    En la noche de la vida, en la oscuridad y la soledad estéril es más indispensable la compañía del Pastor y de la comunidad. De ahí que haya que evitar el aislamiento y la soledad buscada como evasión de los demás. La noche es momento de compartir la intimidad espiritual del Pastor con su rebaño, y los corderos entre sí, con la mirada en el nuevo amanecer, que suscita la esperanza. Hay tantos cristianos que se alejan cuando más necesitan del compartir la escucha y la puesta en común de lo acaecido.

    Jesús atravesó por todas la dificultades de la vida, como también vivieron sus primeros discípulos, predican, enseñan y dan testimonio en qué consiste ser cordero, discípulo de Jesús y con su testimonio de vida generan conflicto ante los instalados en sus interpretaciones egoístas, que defienden a toda costa sus intereses, sus seguridades, y no toleran que se les cuestione su estilo de vida. Así los Escribas y Fariseos se molestan movidos por el celo y la envidia de ver que los discípulos de Jesús empiezan a tener éxito y a ser seguidos, como lo narra la primera lectura de hoy.

    Seguir a Jesús pastor y cordero es nuestra vocación, esa es la vocación que hoy la Iglesia está tratando de renovar en la conciencia de todos los fieles, ser discípulos de Jesucristo, miembros de la comunidad de los discípulos, porque somos corderos y necesitamos unos de los otros para formar el Pueblo de Dios, es decir, para integrar la familia de Dios.

    Preguntémonos por tanto, si reconozco y valoro la importancia de la comunión y de la unidad en la Iglesia. Pues aunque seamos discípulos-corderos llamados a ser evangelizadores de nuestros prójimos, especialmente de los más alejados, es una tarea que no podemos hacerla aisladamente. Sólo Jesús, porque era quien conocía al Padre, y era acompañado por el Espíritu Santo, puede ser el pastor-cordero, como dice el texto del Apocalipsis, que está en el trono y los conducirá a las fuentes de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima.

    Por eso es conveniente cuestionarnos con frecuencia: ¿Descubro en mi experiencia a Jesús como la Puerta, y como mi guardián y guía, en mi vida? ¿Lo percibo a través de mis padres, de los sacerdotes, de mis mayores?

    El tener una libertad que no va unida con la decisión de un compromiso, me pone en grave riesgo de ser atado irremediablemente a dar satisfacción sin ningún control de mis pasiones. De ahí la importancia de descubrir la vocación que me permitirá descubrir para qué me ha concedido Dios la vida. Habitualmente se le tiene miedo a un compromiso y a una responsabilidad definitivas, cuando es precisamente el camino para desarrollar en plenitud las capacidades y habilidades de cada ser humano.

    Hoy celebramos la 59 Jornada Mundial de la Vocaciones, tomemos conciencia de la necesidad de orar, para que todos descubramos nuestra vocación y la misión que Dios suscita en medio de mis circunstancias.

    De manera específica oremos por los adolescentes y jóvenes para que encuentren la ayuda necesaria y asuman un camino fecundo de discernimiento vocacional, que los lleve a las decisiones maduras y responsables, que les sean fuente de alegría y esperanza, al descubrir, asumir y vivir la misión, que Dios les confía.

    Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quién mejor que ella nos ayudará para seguir su ejemplo, y poder decirle a Dios, Nuestro Padre como ella lo hizo: He aquí la esclava del Señor, que se cumpla en mi tu palabra.

    Oración

    Madre Nuestra, María de Guadalupe, la Iglesia en camino hacia el Sínodo 2023 dirige su mirada a todos los jóvenes del mundo.

    Te pedimos para que con audacia se hagan cargo de la propia vida, vean las cosas más hermosas y profundas y conserven siempre el corazón libre.

    Acompañados por guías sapientes y generosos, ayúdalos a responder a la llamada que tu Hijo Jesús ha dirigido a cada uno de ellos, para realizar el propio proyecto de vida y alcanzar la auténtica felicidad.

    Mantén abiertos sus corazones a los grandes sueños y haz que estén atentos al bien de los hermanos.

    Ayúdanos para que estén también ellos al pie de la Cruz, y como Juan el Discípulo amado, formen parte de la Iglesia, recíbelos y anímalos como tu Hijo te encomendó desde la Cruz, para que sean testigos de la Resurrección, y sepan reconocerlo y anunciar su presencia en medio de nosotros.

    Amén.

  • Homilía- El mejor vino que alcanza para todos- 16/01/22

    Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús fue también invitado a la boda con sus discípulos”.

    El evangelista Juan abre la actividad pública de Jesús con las Bodas de Caná, acompañado de su Madre María y de sus discípulos. Las Bodas expresan la relación entre Dios y su pueblo elegido, una figura que simboliza y recuerda la alianza en la que Dios y su pueblo se comprometieron a una mutua fidelidad.

    Por esta fidelidad de Dios con su pueblo hemos escuchado expresar al profeta Isaías, siglos antes de la llegada de Jesús: “Por amor a Sión no me callaré y por amor a Jerusalén no me daré reposo, hasta que surja en ella esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha”.

    El amor es la clave no solo para descubrir la vida como regalo de Dios, y experimentar su inconmensurable amor a nosotros, sus creaturas, sino especialmente para desarrollar en nosotros la imagen y semejanza de ese amor divino, aprendiendo a amar, al estilo de Dios; es decir procurar siempre el bien de mi prójimo, y de la comunidad, en la que me muevo y actúo.

    Ese camino para el que fuimos creados será posible recorrerlo si Jesús está presente en nuestra vida, y si somos conscientes de pertenecer a la comunidad de sus discípulos, de pertenecer a la Iglesia, descubriendo nuestros propios carismas y capacidades, nuestras habilidades y conocimientos para ponerlos al servicio y bienestar de mi familia, de mis amigos y vecinos, de los demás creyentes y no creyentes.

    Por eso es fundamental tener en cuenta la afirmación de San Pablo: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. El arte está en conocerme a mí mismo, y descubrir mis capacidades y mis limitaciones.

    Al descubrir mis propias capacidades, desde ellas, puedo colaborar para el bien común, y al reconocer mis propias limitaciones podré valorar y aceptar la capacidades de los demás, comprendiendo que en el conjunto de los dones que existen en todos y cada uno de los miembros de la comunidad está la riqueza de una sociedad.

    Así será más fácil superar las envidias, los celos y las rivalidades, y aprenderemos a valorar y agradecer a Dios, lo que nos regala en cada uno de nuestros prójimos. Éste es el camino, que muestra la escena del Evangelio, para integrar una sociedad fraterna y solidaria. Cuando obedecemos la voz de Dios y cumplimos su voluntad se da el milagro del mejor vino que alcanza para todos.

    En efecto, si la respuesta del hombre (personal) y del pueblo (comunitaria) son como la de María y la de los discípulos, seremos testigos y promotores de las intervenciones de Dios en favor del hombre. Así es como lograremos las intervenciones salvíficas y redentoras de Dios en favor de la Humanidad.

    Hay que subrayar la necesidad de las tinajas y del agua para que se dé la conversión del vino. Es decir, para que Jesucristo intervenga necesita disponer de lo que somos y tenemos.

    Por eso, nosotros debemos cumplir como el mayordomo, haciendo lo que tenemos que hacer, obedeciendo a Jesús como indica María: Hagan lo que él les diga. Así saborearemos el vino de la alegría, que no se agota y le da sentido a nuestra vida, sean cual sean nuestras circunstancias.

    Es pues muy conveniente preguntarnos: ¿Seré yo como los comensales del banquete que no se dieron cuenta del milagro, o seré como los discípulos que conocieron lo que Jesús hizo, creyeron en él, y se mantuvieron con él?

    Si me mantengo en la comunión y conservo mi identidad como miembro de la Iglesia, sin duda, seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y capaz de reconocer las intervenciones del Espíritu Santo, en la vida de los que me rodean. Así seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y podré transmitir mi experiencia con plena convicción que Cristo vive en medio y a través de nosotros.

    Reconoceré como el Mayordomo: “Todos ofrecen primero el vino mejor, y cuando ya están bebidos dan otro peor. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino hasta ahora”. Experimentaré así la gradualidad creciente de mi espiritualidad, ofreciendo a los demás un mejor vino cada día; es decir desarrollaré mi persona con una capacidad de servir y auxiliar a mi prójimo, dando un testimonio creíble y atractivo de una persona que cree y que ama.

    Cuando la Iglesia cumpla su misión viviendo la obediencia a Dios, como lo expresa la narración de las bodas en Caná, será cuando veamos cumplida la profecía de Isaías: “Entonces las naciones verán tu justicia, y tu gloria todos los reyes. Te llamarán con un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona de gloria en la mano del Señor y diadema real en la palma de su mano. Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra, “Desolada”; a ti te llamarán “Mi complacencia” y a tu tierra, “Desposada”, porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra”.

    Agradezcamos a María su ejemplar actitud de acudir a su Hijo en favor nuestro, y asumamos la clara indicación: ¡Hagan lo que él les diga! para que intervenga Jesucristo en nuestras vidas y podamos juntos dar el testimonio, que nuestra sociedad necesita y espera, de quienes somos discípulos de Jesucristo. Así es como mantendremos la alianza entre Dios y la humanidad, mediante la fidelidad de la Iglesia al anuncio de Jesús de Nazaret: ¡Conviértanse y crean: el Reino de Dios ha llegado!

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta después de esta prueba mundial de la Pandemia.

    Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que Jesús nos diga, Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para que descubriéramos, que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía en la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe- 12/12/21

    Homilía en la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe- 12/12/21

    “Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí”.

    La sabiduría es como un árbol de hermosos y atractivos frutos, sacia y agrada, invita y ofrece, y quien los prueba y saborea queda satisfecho, pero a la vez surge la atracción para seguir acudiendo a esos frutos, que produce el árbol.

    La dialéctica de la sabiduría es saciar y producir hambre; es decir, genera satisfacción, pero también surge el gusto y apetito por continuar recibiendo ese alimento. Es un deseo satisfecho, pero a la vez insaciable. Lo cual significa que es un camino de constante crecimiento, que en esta vida no quedará plenamente saciado, pero cada paso dado para adquirir la sabiduría va satisfaciendo y conduciendo a continuar cada vez con mayor convicción del beneficio recibido. Es un camino de gradual y eterno crecimiento, que da satisfacción y nuevo apetito para seguirla buscando.

    La creación misma mediante el conocimiento de la ecología sustentable, que produce fruto y al mismo tiempo que se consume, no se agota, y sigue produciendo debido a la interconexión de una vida que da fruto y una muerte que renace permanentemente. Eso sí, mientras se respetan los ciclos de la naturaleza. Es una expresión de la vida eterna y un testimonio de la sabiduría de Dios Creador del Universo.

    Es bueno preguntarnos hoy, en esta noche, ¿cómo puedo encontrar el árbol de la sabiduría, caminar alimentado por sus frutos, y conocer al verdadero Dios, por quien se vive?

    La Virgen María aprendió de su Hijo Jesucristo, a descubrir en Él la fuente y expresión de la Sabiduría. Como buena discípula vivió lo que contempló en su hijo y se convirtió en la primera criatura en ser también como Él, expresión de la sabiduría, y lo transmite a través de la ternura y el amor de Madre.

    De ella podemos expresar, que manifiesta la afirmación: “Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud”.

    Así comprenderemos mejor por qué vino como misionera de su Hijo Jesús a manifestarse a los pueblos originarios, que estaban sumidos en las sombras, que vivían por la conquista y por la consecuente pérdida de su autonomía, que generó la decepción y frustración de sus creencias religiosas.

    Con el testimonio de San Juan Diego recuperaron su propia dignidad al conocer las palabras de María: “Escucha, ponlo en tu corazón hijo mío el menor, que no es nada lo que espantó, lo que te afligió, que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?

    Quienes escuchan el testimonio de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, y se acercan a ella, expresándole sus tristezas y angustias experimentarán a través del amor y la ternura de María de Guadalupe, las palabras de la primera lectura: “Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales”.

    Así nos reconoceremos como hijos, al ser amados entrañablemente por ella, y comprenderemos la afirmación: “los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna”.

    En efecto, como afirma San Pablo en la segunda lectura: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos

    El amor que se alcanza mediante la sabiduría, libera al ser humano de sentir como una carga o una presión moral, que condiciona el cumplimiento de la ley, de los diez mandamientos, y de las leyes de la Iglesia. Porque estas leyes son indicadores de lo que debemos hacer, pero la fortaleza que ayuda a nuestra voluntad para cumplirlas es el amor, y el camino para alcanzar el amor es la sabiduría, que viene de la relación con quien me ama.

    De aquí procede la necesidad de la oración, concebida como la practicó Jesucristo, momento para relacionarse con Dios Padre, para descubrir su voluntad, y para pedirle nos conceda la gracia necesaria para cumplirla.

    Para generar esa confianza con Dios Padre, hagamos nuestra la afirmación de San Pablo: “Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá¡, es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”.

    Por este camino de oración a Dios Padre seremos capaces de expresar ante el auxilio divino la afirmación de la Virgen María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

    Si alguno tiene dudas sobre su capacidad para transformarse en discípulo de Jesús y unirse a la comunidad de discípulos, que es la Iglesia, para ser su apóstol y mensajero en su contexto de vida, diríjase a Nuestra querida Madre, María de Guadalupe, y escuchará en su interior: “que no se perturbe tu rostro, tu corazón: ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre?”.

    En un breve momento de silencio, ¡abramos nuestro corazón a nuestra madre!

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, ayúdanos a ser conscientes de que nuestra casa común no sólo nos pertenece a nosotros, sino también a todas las criaturas y a todas las generaciones futuras, y que es nuestra responsabilidad preservarla.

    Mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita. Hazte presente entre los necesitados en estos tiempos difíciles, especialmente los más pobres y los que corren más riesgo de ser abandonados.

    Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Superar el apego a las riquezas materiales- 10/10/21

    Homilía- Superar el apego a las riquezas materiales- 10/10/21

    La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel, a quien debemos rendir cuentas”.

    La Palabra de Dios es viva y está personalizada por Jesucristo, Él es la voz de Dios Padre, es la voz que necesitamos escuchar, si queremos reconocernos como discípulos de Jesucristo, caminar en la verdad y obtener la vida eterna. Hay dos instancias para escuchar la Voz de Dios, una es la Sagrada Escritura, es decir la Biblia, y especialmente los Evangelios, que son el faro de luz para interpretar el resto de los libros bíblicos, especialmente los del Antiguo Testamento. La segunda instancia son los Signos de los Tiempos, es decir, a partir de lo que sucede, interpretar los acontecimientos para descubrir, con la ayuda de los Evangelios, qué nos dice Dios a través de los hechos.

    Una vez escuchada la voz de Dios y sus repercusiones en nuestro interior, hay que compartirlos con otros discípulos de Cristo, en la propia familia, en algún grupo parroquial o movimiento apostólico. Es un paso crucial para realizar un buen discernimiento, y llegar a decisiones y proyectos de vida en obediencia a la voz de Dios.

    Este camino eclesial conduce ágilmente y con gran alegría, a la puesta en práctica de las decisiones. La persona se ve motivada y acompañada no solo con quienes ha compartido el discernimiento, sino especialmente por sentir la fuerza del Espíritu Santo en la puesta en práctica de sus decisiones y en los resultados de su experiencia de vida.

    En realidad éste es el camino de la sinodalidad, que con gran insistencia ha señalado el Papa Francisco, para que lo promovamos en todos los niveles de la Iglesia. Sin ninguna duda este proceso sinodal renovará a la Iglesia para hacerla atractiva y convincente, mediante el testimonio de los fieles cristianos que desarrollarán un excelente camino espiritual.

    ¿Cuál puede ser el detonante para que nosotros nos veamos atraídos y de manera firme y constante llevemos a cabo este recorrido? El evangelio de hoy ofrece una respuesta en el diálogo entre el joven rico y Jesús. La misma narración presenta a un joven, que desde niño ha sido formado en el conocimiento de la Ley de Dios y sus mandamientos que ha cumplido cabalmente, y que ahora se ha sentido atraído por la persona de Jesús y por ello le expresa su inquietud.

    Con esta información suponemos que el joven no se sentía del todo pleno en su vida y quería saber qué más hacer. Cuando Jesús le propone que deje todo y lo siga, el joven declinó la invitación, pues era muy rico y seguramente pensaba que esas riquezas le garantizaban su bienestar. Finalmente el joven se alejó y decidió no seguir a Jesús.

    Jesús no oculta su tristeza ante la renuncia del joven rico, y expresa abiertamente la dificultad tan grande de superar el apego a las riquezas materiales: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!”.

    El joven rico conocía desde niño los 10 mandamientos, y normaba su conducta para cumplir con ellos. A este proceso lo llamamos Conversión personal, que consiste en la adecuación de la conducta a los Mandamientos de la ley de Dios. Pero hoy la Iglesia señala con diáfana claridad que necesitamos además la Conversión pastoral; es decir, creer que Jesús es la presencia del Reino de Dios, y por esta razón aceptarlo como Maestro y decidir ser su discípulo, para tener en cuenta su modo de vivir y practicar su doctrina en comunión y unidad con la Iglesia, comunidad de discípulos y cuerpo de Cristo.

    La Conversión pastoral nos conduce para descubrir la importancia y la manera de poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida. Por este sendero obtendremos la plenitud anhelada de encontrarnos con Dios, Nuestro Padre misericordioso, que nos creó y nos ama entrañablemente.

    Es ésta la manera para obtener la sabiduría que hoy exalta la primera lectura como la riqueza mayor que puede adquirir el ser humano, como la piedra preciosa que sobrepasa con creces a todos los demás bienes:

    Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza. No se puede comparar con la piedra más preciosa, porque todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo en su presencia. La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables.”.

    Esta mañana el Santo Padre ha celebrado la apertura de los procesos sinodales diocesanos hacia el Sínodo a celebrarse en octubre de 2023 en el Vaticano. El próximo domingo, 17 de octubre, cada Obispo celebrará en su Diócesis el inicio de dicho proceso sinodal.

    La primera fase consiste en ponernos a la escucha de todo el Pueblo de Dios, sin excluir a nadie, y con particular atención para involucrar también a los más alejados y que son consultados con mayor dificultad. Pero que ciertamente hemos conocido sus críticas o sus objeciones sobre el proceder de la Iglesia y que debemos recoger esos pareceres para discernir a la luz de la Palabra de Dios, lo que tenemos que corregir en nuestras actitudes y manera de relacionarnos con los demás.

    Confiemos en Dios y pidámosle que este proceso sinodal, en un sentido de renovada comunión, ayude a todas las Diócesis del mundo para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo. Pongamos en manos de nuestra Madre, María de Guadalupe esta súplica en beneficio de todos sus hijos que integramos la Iglesia.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser misioneros como tú lo has sido con nosotros.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilía- Inicio de la Visita Pastoral- 03/10/21

    El Señor Dios formó de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y los llevó ante Adán para que les pusiera nombre y así todo ser viviente tuviera el nombre puesto por Adán”.

    El ser humano es quien tiene delegada, por Dios Creador, la administración de la Naturaleza, el cuidado de la Casa Común. A los animales los creó dándoles instintos pero no inteligencia, a los vegetales y a los minerales les dejó funciones perfectas para que cumplieran cabalmente su función, y así la Creación entera por sí misma tuviera garantizada la indispensable sustentabilidad.

    Pero no solamente acompañan al hombre los animales y la naturaleza de los campos y de los bosques, de los mares y de los ríos, con toda su fecundidad, sino quizo que el ser humano tuviera alguien que compartiera de manera horizontal y en las mismas condiciones de relación y entendimiento, la administración de la Casa común; así decidió crear a la mujer: “De la costilla que le había sacado al hombre, Dios formó una mujer… Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa, serán los dos una sola carne”.

    De aquí se desprende la misma dignidad para el varón y la mujer para juntos compartir la intimidad sexual unida a la procreación, como expresión del amor y la entrega del uno al otro, cuyo fruto son los hijos, para generar una relación creciente sustentada en el amor, para dar testimonio de una fraternidad solidaria a los demás miembros de la familia, a los vecinos, compañeros de estudios y de trabajo, y en general a los demás conciudadanos.

    Solo los seres humanos tenemos la inteligencia para administrar los bienes que Dios ha creado; es decir, es nuestra la gran responsabilidad de cuidar la Creación, con nuestras conductas la conservamos o la dañamos, cada generación debe asumir la responsabilidad de transmitir a la siguiente generación la Casa Común en buenas condiciones. ¿Cómo hemos cuidado y cómo protegeremos esta casa común? Para esta tarea es indispensable conjugar los esfuerzos de todos los pueblos.

    ¿Cuál ha sido el plan de Dios? Dios es Trinidad de personas, que integran una comunidad, viviendo en unidad y en comunión plena, compartiéndolo todo. Por eso el proyecto de la creación de la humanidad, lo diseñó Dios poniendo al centro al ser humano, varón y mujer, con la capacidad procreadora para que compartiendo su ser en la intimidad, y sus dones: hijos, bienes, capacidades y habilidades, formaran una familia, a semejanza de la vida divina, de la vida de Dios Trinidad.

    SI desde niños aprendemos a experimentar el amor de nuestros padres y a cuidar el propio hogar, en lo material y especialmente en la generación de una ambiente de relación fraterna y solidaria, sin duda alguna seremos capaces de lograr el ideal del proyecto divino, de ser imagen y semejanza de Dios Trinidad. Si Jesús, siendo el Hijo de Dios, asumió nuestra condición humana, con cuanta mayor razón debemos nosotros, sus discípulos, reconocer todo ser humano como un hermano. Somos seres en y para la relación. Así las familias mediante la experiencia de vida en armonía,

    concordia y solidaridad fraterna construye día a día la Paz, propiciando el auxilio a nuestros prójimos, saliendo al encuentro de los más necesitados, y fortaleciendo nuestro espíritu y nuestras convicciones de fe.

    Precisamente para entrar en relación y darnos la mano en nuestras tareas, conociendo nuestras realidades y compartiéndolas para auxiliarnos mutuamente, en la Arquidiócesis de Mexico, iniciamos hoy la Visita Pastoral a las Parroquias y sus ambientes. Para este fin los párrocos han preparado con sus agentes de pastoral y sus habituales fieles una puesta en común sobre sus realidades, necesidades, y proyectos. Iremos los seis Obispos a las parroquias, para expresar y animar a ser una Iglesia en Salida, Misionera, Fraterna, y Solidaria, siguiendo la orientación del Papa Francisco.

    Este Domingo declaramos el Inicio formal de la Visita Pastoral a las Parroquias de la APM, que iniciaremos el próximo martes en la VII Zona Pastoral, ubicada en las Alcaldías de Alvaro Obregón y de Cuajimalpa. En ella escucharemos las necesidades que han percibido y compartido en las comunidades, mediante la Asamblea Parroquial; ejercitando la Sinodalidad, para caminar juntos, Pastores y Pueblo de Dios, experimentando la riqueza espiritual de la comunión eclesial.

    Cuando abrimos nuestros corazones a la Palabra de Dios, cuando compartimos situaciones y anhelos, se mueve el corazón para sumarse, apoyarse, y fortalecerse como comunidad, como familia, reconociéndonos como hermanos en la fe. Así se genera la esperanza y se inicia el camino de colaboración, que tanto le agrada a Dios, Nuestro Padre, y quien no se queda cruzado de manos, sino que da seguimiento y acompañamiento, mediante la asistencia del Espíritu Santo para afrontar con fe las adversidades, y para aprovechar las potencialidades en bien de todos los miembros de la comunidad parroquial y diocesana.

    ¿En dónde se fundamenta nuestra confianza de que alcanzaremos los bienes de la solidaridad y subsidiaridad en la cotidianidad de nuestra vida? Hoy lo ha recordado en la segunda lectura el autor de la Carta a los Hebreos: “Es verdad que ahora todavía no vemos el universo entero sometido al hombre; pero sí vemos ya al que por un momento Dios hizo inferior a los ángeles, a Jesús, que por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y honor. Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió redunda en bien de todos…El Santificador y los santificados tienen la misma condición humana, por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”.

    Con esta confianza en la misericordia y el amor de Dios, nuestro Padre, que envió a su Hijo para que asumiera nuestra condición humana y nos mostrara la manera de afrontar la vida y como conducirla, respondamos generosamente, participando en la vida parroquial a la que pertenezco.

    A este propósito, invito a todos los fieles a orar no solo por nuestra Arquidiócesis, sino por todas las Diócesis del mundo, para que sea muy fecundo el proceso sinodal que ha pedido explícitamente el Papa Francisco.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Al iniciar hoy la Visita Pastoral a las Parroquias en la APM la ponemos en tus manos para que animes la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, la constancia en la oración, y sepamos, fieles y pastores, descubrir a tu Hijo Jesucristo, que vive en medio de nosotros.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilía – 3 pasos para ser buen discípulo de Cristo- 19/09/21

    Homilía – 3 pasos para ser buen discípulo de Cristo- 19/09/21

    Los malvados dijeron entre sí: Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.

    Hablar con la verdad casi siempre molesta a los demás, porque pone de manifiesto los errores y las equivocaciones, las faltas a las normas, o las conductas desviadas, imprudentes o injustas. Si somos honestos y flexibles podemos superar la inicial reacción de los señalamientos, pero si somos autoritarios o soberbios reaccionaremos con facilidad a criticar y a descalificar las opiniones e indicaciones sobre nuestra manera de proceder; y aún peor, es posible desear y promover el castigo o la muerte, a quien ha dirigido las afirmaciones y opiniones que no aceptamos.

    Ésta es precisamente la reflexión del libro de la Sabiduría, siglos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, quien sufrió en carne propia lo que expresa el texto sagrado de la Sabiduría: “Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué le pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él”.

    El Apóstol Santiago profundiza en su carta, las raíces de esta negativa actitud, con frecuencia presente en la historia: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra”.

    Así advierte, que debemos aprender de Jesús a conducir nuestra vida conforme los criterios y valores de la fe católica, con que hemos sido educados, y confiando plenamente en la ayuda divina para afrontar las críticas injustas y acusaciones sin sustento en la verdad, que pudiéramos recibir en el transcurso de la vida.

    Tres son los elementos que ofrece el Apóstol para prepararnos a seguir el camino de todo buen discípulo de Cristo y colaborar cordial y eficazmente en nuestras relaciones con los demás.

    -Lo primero es reconocer y aceptar que cada uno libramos una batalla interna ante las seducciones y atracciones del mal.

    -Segundo, descubrir nuestras ambiciones y codicias para identificarlas.

    -Tercero, renunciar a todo aquello que supere mis fuerzas y posibilidades, a todo lo que de entrada me sea imposible obtener por caminos honestos, y renunciar a dañar y perjudicar a mi prójimo.

    Al inicio no somos capaces de entender cómo recibiremos la ayuda divina ante la injusticia, pero a medida que avanzamos en la vida, siguiendo las enseñanzas de Jesús, experimentamos cercana la presencia y el auxilio del Espíritu Santo, que nos fortalece y nos hace capaces de afrontar las adversidades.

    Así le pasó a los discípulos, según narra el Evangelio de hoy: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones”. Jesús percibió su ignorancia y su temor a preguntar y los confrontó: “Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutían por el camino? Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

    El servicio y la mirada puesta en ayudar a nuestros semejantes es la clave para adquirir la confianza y la fortaleza espiritual. ¿Cómo podemos ser servidor de todos? Para dar respuesta a esta pregunta y facilitar nuestra disposición y colaboración de servicio, la Iglesia propone una institución diocesana y parroquial a través de Caritas, para coordinar los servicios necesarios para los necesitados, en el entorno de nuestras colonias y barrios. Es bueno recordar que el ejercicio de la Caridad también auxilia nuestro desarrollo solidario y fraterno al descubrir la transparencia de nuestras aspiraciones, percepciones y sueños.

    Por eso Jesús recomienda, que debemos aprender a compartirlos como lo hacen los niños, por eso pone en el centro a uno de ellos y señala la obligación de cuidarlos y protegerlos: “Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”. Ésta es una entre otras muchas razones, del señalamiento que constantemente hace la Iglesia de cuidar a los menores, y de promover la responsabilidad de los Padres y de la familia para orientar y educar a los niños, en estos valores que Jesús expresó.

    A la luz de esta Palabra de Dios, conviene preguntarnos, si he expresado alguna vez a mis padres, hermanos, familiares y amigos, mi gratitud por el cuidado, que tuvieron en mi infancia, la educación que me ofrecieron en mi adolescencia y juventud, y el testimonio de sus vidas cristianas para consolidar los valores humanos y espirituales de nuestra fe. De la misma manera es provechoso revisar, mediante un examen de conciencia y de oración, mis propias actitudes y criterios, conforme a los cuales he orientado mi vida, y agradecer a Dios, Padre de toda bondad, cuando haya vivido situaciones ante adversidades injustas y acusaciones sin fundamento en la verdad, y en ellas hubiera yo percibido la intervención del Espíritu Santo.

    Si acaso me encuentro actualmente en una dura experiencia, hagamos nuestra las expresiones del salmo, que hoy hemos cantado: “Sálvame, Dios mío, por tu nombre; con tu poder defiéndeme. Escucha, Señor, mi oración y a mis palabras atiende. Gente arrogante y violenta contra mí se ha levantado. Andan queriendo matarme. ¡Dios los tiene sin cuidado! Pero el Señor Dios es mi ayuda, él, quien me mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio, y te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo. El Señor es quien me ayuda”.

    Y claro, que crezca nuestra devoción a María, quien con San José supo cuidar a su hijo en su infancia, y acompañarlo en su adolescencia y juventud, y especialmente en los momentos difíciles de la Pasión y Crucifixión de Jesús.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilía-¿Qué sembramos en nuestra vida?- 13/06/2021

    Homilía-¿Qué sembramos en nuestra vida?- 13/06/2021

    «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

    La complementariedad entre el trabajo del agricultor y la respuesta de la tierra nos hacen ver la necesidad de ambos para obtener el beneficio de la cosecha. Una interpretación de esta parábola es identificar al sembrador en cada ser humano, y considerar como su tierra: su contexto familiar, laboral y social. Si siembra bondad, generosidad, comprensión, colaboración, confianza, ciertamente cosechará felicidad, alegría, esperanza, y en sus necesidades obtendrá ayuda y cooperación.

    ¿Por ello es oportuno preguntarnos cada día al caer la tarde, qué he sembrado hoy en mi contexto de vida? Y dormir tranquilamente si nuestra siembra ha sido buena semilla. De lo contrario, deberemos tomar conciencia para al amanecer de un nuevo día, corregir y rectificar mi actitud y mi conducta.

    Nunca debe desanimarnos que tarde la cosecha, los tiempos de espera son siempre diferentes, como la tierra en que se siembra depende de la colaboración del sol y de la lluvia, que son indispensables. Así también la respuesta de cada uno de nuestros semejantes no será al mismo tiempo ni de la misma manera. Recordemos que hay cosechas abundantes y otras escasas, incluso algunas perdidas.

    Otras veces nos acontecerá que de un pequeño esfuerzo personal o comunitario, obtendremos respuestas contundentes y rápidas, que nos sorprenderán alegremente. En esas ocasiones se cumplirá la otra Parábola, que hemos escuchado de labios de Jesús: «El Reino de Dios es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

    Estas Parábolas y su permanente enseñanza manifiestan además la importancia de la relación de las creaturas con la Naturaleza. Por ello invito a todos asumir el compromiso de leer y reflexionar la Carta Encíclica del Papa Francisco “Laudato Si´”. En ella nos invita a retomar la permanente observación de la naturaleza y descubrir en su orden y en sus recursos indispensables para la vida humana, la importancia de cuidarla y protegerla, y especialmente a descubrir nuestra sacralidad.

    Afirma el Papa Francisco: Además la contemplación de lo creado nos permitirá descubrir alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa». Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la Sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche». Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al  intentar  descifrar  la  del  mundo» (LS No. 85).

    En general en la vida de las ciudades se ha perdido esta habitual observación y aprendizaje que ofrece la naturaleza en sus diferentes ámbitos. Sin embargo las nuevas generaciones han manifestado una gran sensibilidad e interés por la ecología, que debemos acompañar y apoyar; ya que mediante la observación y el respeto al orden de la Creación para la sustentabilidad de nuestra Casa Común, descubriremos la responsabilidad propia del ser humano como administradores que  cuidan y  protegen nuestro planeta; y obtendremos la convicción de hacerlo al constatar los beneficios de dichos cuidados.

    Pero además podremos afrontar el gran desafío de transmitir la fe en Dios Creador que se manifiesta en la complementariedad y en el magnífico y admirable orden que guarda la naturaleza en sí misma. Los llamo pues, a considerar la necesidad de una conversión ecológica como lo indica también el Papa Francisco: los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores», la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior… hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (LS No. 217).

    Incluso el adentrarnos en el orden de la Creación y en la responsabilidad común de cuidar la sustentabilidad de nuestra Casa Común, será un caminar en la esperanza, al adquirir elementos de la experiencia humana, que mostrarán la ternura y generosidad del Creador, con lo que crecerá nuestra confianza en una vida futura insospechadamente gloriosa, para dejarnos conducir guiados por la fe, obteniendo la experiencia que hoy escuchamos de San Pablo: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”.

    Aprenderemos así a tomar conciencia de nuestro paso terrenal, asumiendo nuestras responsabilidades cotidianas, y avizorando nuestro feliz destino para el que fuimos creados: una vida sin fin, compartiendo la vida de Dios, que es el Amor. Y podremos superar el desafío de encontrar los caminos para transmitir a las nuevas generaciones, el sentido de la vida temporal, y la fortaleza para afrontar adversidades y conflictos de manera positiva, descubriendo que no vamos solos, y mucho menos que estamos abandonados a nuestra suerte, sino siempre acompañados, de quien nos ha dado la vida, y nos espera con inmenso gozo para compartirnos su casa eternamente.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que aprendamos de ella, tanto la confianza que tuvo en la Palabra de Dios, como en asumir en plena obediencia su proyecto salvador.

    Oración

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a  todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Enséñanos a orar con los salmos, como tú lo hacías, proclamando las maravillas del Señor: ¡Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo, y celebrar tu nombre, pregonando tu amor cada mañana y tu fidelidad, todas las noches!

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía-¿Por qué Dios dio al humano tanto poder?-30/05/21

    Homilía-¿Por qué Dios dio al humano tanto poder?-30/05/21

    Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

    Padre, Hijo y Espíritu Santo tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El ser humano de todos los tiempos, no puede ni podría por sus solas fuerzas e inteligencia llegar a considerar la existencia de un Dios Trinidad. Hubo necesidad, que Dios mismo revelara su naturaleza divina, y la comunicara a la humanidad, mediante el mismo lenguaje del ser humano. De ahí la decisión de Dios Padre de enviar al Hijo, para que se encarnara y diera a conocer al verdadero Dios, por quien se vive.

    Este momento sublime de la Encarnación del Hijo de Dios, fue preparado aproximadamente durante 18 siglos, iniciando con los Patriarcas Abraham, Isaac, y Jacob, y continuado por Moisés, y por los profetas y reyes de Israel, a quienes les hizo conocer mediante diversas pruebas su voluntad y su destino como lo afirma Moisés en la primera lectura: “¿Qué pueblo ha oído, sin perecer, que Dios le hable desde el fuego, como tú lo has oído? ¿Hubo algún dios que haya ido a buscarse un pueblo en medio de otro pueblo, a fuerza de pruebas, de milagros y de guerras, con mano fuerte y brazo poderoso?”. Finalmente el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María y llevó al culmen la revelación del verdadero y único Dios. Tres personas distintas, pero un solo Dios, que vive en plena comunión y concordia, ya que su naturaleza es el amor.

    La Creación entera manifiesta el orden y la complementariedad en todas sus funciones. La humanidad ha llegado a reconocer mediante la ciencia, la maravilla de los ecosistemas en nuestro planeta y la relación con los demás astros. Todo funciona en relación al conjunto, y las fuerzas están organizadas para cumplir su tarea en favor de las otras para mantener la Casa Común. Las especies vivas se sostienen unas a otras, y cumplen su finalidad por instinto para la sobrevivencia. Solamente hay una especie, la humana, que tiene la inteligencia y la libertad para colaborar, o para romper los ritmos establecidos por Dios Creador.

    Desde hace años a causa de la explotación abusiva de los recursos naturales han provocado graves procesos de degradación, que si no los detenemos, llevará irremediablemente hacia el final de nuestra Casa Común. Por eso el Papa Francisco lanzó, la señal de alarma a las autoridades, empresarios y población en general, el documento “Querida Amazonia”, y el pasado martes presentó una plataforma digital para sumar esfuerzos en la recuperación del planeta.

    ¿Por qué Dios le dio al ser humano tanto poder sobre la Creación? Porque eligió a la especie humana para que pueda aprender a descubrir y ejercitarse en el amor, preparándose así para compartir la vida eterna con el mismo Dios; y para aprender a amar es indispensable la libertad.

    Por tanto, el gran desafío de todo ser humano consiste en aprender a usar la libertad para elegir el bien y no el mal; y dando este primer paso, es necesario avanzar, capacitándose a elegir, de entre los bienes que tenga a la mano, aquellos que le permitan servir a los demás, y ofrecer sus habilidades y capacidades para que también los demás sigan ese camino. En otras palabras, el amor divino consiste en actuar siempre por el bien de los demás. Por esta razón es necesario aprender a superar la tendencia natural del egoísmo, y descubrirnos como seres en relación; es decir que nuestra felicidad y nuestra paz dependerá de edificar relaciones de amistad y colaboración con los semejantes, con quienes nos toque convivir.

    Así también, es indispensable el proceso educativo para aprender a ser responsable de mi conducta, y saber ordenar mis tendencias y pasiones para el bien propio y de los demás. En este campo en nuestros tiempos ha crecido el desafío de asumir con plena conciencia que el amor no es la atracción sexual, ni el ejercicio de la sexualidad es la expresión de la plenitud del amor, la sexualidad es solo un camino, un primer paso, para romper la centralidad de la vida en la propia persona.

    La sexualidad es una ayuda que Dios ha dado a todo ser humano para abrirse necesariamente a la relación con los demás, y encontrar, en la intimidad, la complementariedad del varón y la mujer, no solo para generar la vida de los hijos, sino para crecer en la capacidad de amar, en la donación y servicio al otro, con quien he intimado, con los hijos, y con los demás miembros de ambas familias. Así, el sostén para seguir amando y sirviendo al prójimo en general es la relación que se establece en la propia familia. Cuando se alcanza este ideal de la familia, ella se convierte en una célula de la sociedad, muy positiva y promotora de buenos ciudadanos.

    Pero además la familia transmitirá con mucha facilidad, y casi espontáneamente, la importancia de la relación con Dios, que es amor, y nos acompaña para fortalecernos en nuestro desarrollo y aprendizaje del amor divino. Por esta razón afirma San Pablo: “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. No han recibido ustedes un espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”.

    ¿Y cómo podemos ser guiados por el Espíritu Santo? Siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo, el Hijo de Dios, que al encarnarse en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, creció y se desarrolló en familia, acompañado por Ella y su Padre adoptivo, San José. Así, nuestro propio espíritu crece y se fortalece cuando escuchamos y practicamos los Evangelios, y los demás escritos bíblicos, ya que, como expresa San Pablo, el Espíritu Santo se une al nuestro: “El mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios”.

    Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe como lo hizo con su Hijo Jesús, y nos siga mostrando su ternura y amor para aprender a imitarla en la relación con los demás, y edificar la civilización del amor, que aprecie y respete los procesos de la Creación entera, y genere una sociedad fraterna y solidaria.

    Oración a la Virgen de Guadalupe por las elecciones 2021 en México

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Te pedimos nos ayudes a respetarnos unos a los otros para que el próximo Domingo participemos responsablemente los ciudadanos de México, y vivamos una jornada cívica ejemplar, que exprese nuestro anhelo de edificar una sociedad fraterna y solidaria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo  de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- Por las madres y los afectados de la Línea 12 del Metro- 09/05/21

    Homilía- Por las madres y los afectados de la Línea 12 del Metro- 09/05/21

    Estas cosas se las he dicho para que mi alegría esté en ustedes y para que su alegría sea plena”.

    ¿Cuáles cosas nos ha dicho Jesús, para que nuestra alegría sea plena? Jesús había anunciado a sus discípulos, que Dios Padre enviaría en su nombre, al Espíritu Santo, Consolador, que él les enseñaría todo y les recordaría todas las enseñanzas (Jn 14,26). Es decir, que al volver Jesús de nuevo a la Casa del Padre, sus discípulos no quedarían abandonados en esta peregrinación en la tierra.

    Sin embargo advirtió que deberíamos permanecer unidos a él, guardando sus mandamientos, como lo hemos recordado el domingo pasado, a propósito de la parábola de la Vid y los Sarmientos. Y en el Evangelio de hoy ha expresado claramente: “Éste es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado”.

    Por esta razón, la relación con el Espíritu Santo es indispensable para vivir y evitar la muerte en vida, como comprobamos con todos los que lamentablemente pierden el sentido de su existencia, y van camino a la muerte eterna; en cambio si invocamos y nos relacionamos bajo su guía, nos hará fecundos y desarrollaremos una amistad permanente y creciente, que nos llenará de alegría.

    Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que me ha dicho mi Padre. No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, y un fruto que permanezca”.

    Quien practica y vive el mandamiento del amor, podrá percibir y agradecer las maravillas que obra el Espíritu Santo como vemos en la escena de la primera lectura sobre la evangelización del apóstol Pedro: “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes judíos que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos”.

    En efecto, Dios se manifiesta de múltiples formas para llegar al corazón de todos sus hijos, independientemente de su raza, condición, lengua, nación, e incluso de su opción como creyentes en otras religiones o en la no creencia. Siempre el Espíritu Santo ofrece la oportunidad y propicia la ocasión para manifestar a través de los discípulos de Jesucristo, el amor y la misericordia de Dios Padre.

    Por esto es tan importante servir y auxiliar a cualquier prójimo necesitado, o a cualquier comunidad y pueblo independientemente de su religión y creencias. Esta actitud y práctica del amor, la ha concretado, desde su gran responsabilidad, el Papa Francisco con múltiples gestos y servicios, como el viaje que el pasado mes de marzo realizó a Irak para animar y consolar a las víctimas del terrorismo y de los largos conflictos vividos en ese país.

    Con gestos así el Papa ha mostrado el camino a recorrer para hacer de la crisis mundial ante la Pandemia una oportunidad para crecer y convertirnos en mejores personas, responsables y solidarias, capaces de superar la mirada miope de solo velar por los que tengo cerca, y levantar la mirada para asumir en corresponsabilidad actitudes y decisiones para edificar la civilización del amor; ya que como bien lo advirtió el Papa Francisco desde el año pasado, de esta crisis saldremos mejores o peores personas, pero ciertamente no saldremos igual que antes de la pandemia.

    Reconociendo el fuerte testimonio que ha mostrado el Papa Francisco ante la emergencia mundial de la Pandemia Covid, hemos seguido su ejemplo como Iglesia en México, replicando en todas las Diócesis del país, acciones de ayuda solidaria a los más afectados, a través de Caritas Mexicana, y en colaboración de muchas instituciones y personas de buena voluntad, uniendo esfuerzos y recursos para llevar el auxilio, la ayuda material, psicológica, y espiritual a quienes sufren.

    De la misma manera y sirviendo a nuestra ciudad, la Institución Caritas México y de la Pastoral Social en coordinación con los servicios sociales de instituciones católicas presentes en esta Arquidiócesis, hemos hecho acto de presencia y de auxilio en diversas formas, tanto a quienes carecen de lo necesario para sobrevivir, como a quienes afectados por el confinamiento social, o por las situaciones dolorosas de familiares infectados por Covid, o por lamentables heridos, fallecidos o por familias que quedan en doloroso duelo ante la tragedia, como la que acaba de acontecer en nuestra diócesis hermana de Xochimilco.

    En estas situaciones experimentar la ayuda solidaria y vivir la fe, levanta el ánimo, y con la presencia de la ayuda recibida se descubre la mano de Dios, y se encuentra el consuelo y la esperanza para seguir viviendo. De esta manera hacemos vida lo que ha recordado el apóstol San Juan en la segunda lectura: “Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor”.

    En la experiencia familiar es frecuente y constante descubrir el amor incondicional que muestran las mujeres madres por sus hijos, este amor fortalece y ayuda a superar muchas pruebas y situaciones difíciles, que toda persona afronta a lo largo de su vida. Pidamos por todas las mujeres madres en la víspera de este 10 de mayo.

    Quizá por eso Dios Padre nos ha enviado a Nuestra Madre, María de Guadalupe para que experimentemos su amor y ternura, y provoque en nosotros una fuerza interior suficiente para superar el egoísmo, que siempre se hace presente en la cotidianidad de nuestra existencia. Por eso los invito a un momento de silencio para invocarla en nuestro auxilio como una sola familia, de la que ella es Madre.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Te pedimos por todos los afectados por el descarrilamiento del Metro de nuestra ciudad, tanto por la salud de los heridos como por el eterno descanso de los fallecidos. Y haz llegar tu ternura y consuelo a los familiares, que han padecido tan doloroso acontecimiento.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.