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  • Homilía- Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón- 7/08/22

    Homilía- Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón- 7/08/22

    La Fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven.”

    Este Domingo un eje transversal que ofrece la Palabra de Dios es el tema de la Fe, y en el Evangelio, Jesús instruye a sus discípulos sobre el verdadero tesoro, que debemos desarrollar en nuestro corazón.

    La Fe es el faro de luz que orienta nuestro caminar en esta peregrinación terrenal, la fe es la que anuncia nuestro destino y expresa las realidades celestiales, que están preparadas para toda la familia humana, y que conociéndolas animan e iluminan esta vida terrena.

    Desde el principio es fundamental la confianza en nuestros padres, nuestra familia, y nuestros amigos, que ya han ido experimentando el caminar a la luz de la Fe; su testimonio, sus consejos y exhortaciones son una ayuda, que al tiempo se valora y agradece por el resto de la vida.

    También para el crecimiento y desarrollo de la fe es indispensable aprender a confiar en los conceptos doctrinales, asumiéndolos cotidianamente en la experiencia personal. Pero además es necesario examinar con frecuencia la repercusión de nuestras acciones en nuestro interior, descubriendo las inquietudes, las satisfacciones, las tristezas y las alegrías, que voy viviendo, y constatar el estado de ánimo, que me produce vivir acorde a las verdades propuestas por la Fe en las enseñanzas de Jesucristo.

    De esta manera, la Fe se convierte en nuestra lámpara, que ilumina las realidades actuales a la luz de las venideras. Y un fruto que expresa la fortaleza de nuestra Fe es la confianza necesaria para afrontar sin temor las sombras y tinieblas ante nuestras incertidumbres.

    Cuando hemos asumido esas orientaciones y las evaluamos a lo largo de las distintas experiencias entonces nace, crece y se desarrolla la Fe.

    De ordinario, en nuestro país, la familia ha sido la principal transmisora de la fe cristiana, y de acuerdo a la confianza y el amor, que hayamos recibido de nuestros padres, hermanos y demás familiares se desarrolla la fe, aunque al inicio sea débil y muy dependiente del testimonio de nuestra familia, en la vivencia cotidiana de la fe.

    Por su Fe, Abraham, cuando Dios le puso una prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia.» Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro y se convirtió así en un signo profético”. Así la Fe de Abraham trascendió a Isaac, y a su vez a Jacob y a sus hijos.

    La Fe además de ser la Luz para conocer la Voluntad de Dios, Nuestro Padre, es la que genera la confianza y fortalece nuestra convicción, de que Dios nos ama entrañablemente. Revisemos nosotros, cómo hemos recibido la Fe, y agradezcamos a Dios y a quienes nos la han transmitido.

    Hoy también la Palabra de Dios presenta el surgimiento de la liturgia de la Pascua como una tradición en el pueblo de Israel, a partir de la fuerte experiencia de la liberación del yugo egipcio, que manifestó la intervención salvífica de Dios en el cumplimiento de las promesas, que en la Fe recibieron Abraham, Isaac y Jacob.

    La celebración litúrgica de la Pascua para el Pueblo de Israel, fue la confirmación de que Dios cumple sus promesas: “La noche de la liberación pascual los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.”

    Es oportuno recordar también, que nosotros los cristianos, a partir de la Encarnación del Hijo de Dios, y de la Vida, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo hemos alcanzado la Redención; es decir, hemos adquirido por el bautismo la condición de hijos adoptivos de Dios, y la capacidad de participar de la vida divina. Lo cual se realiza ya desde esta vida, como primicia de la vida eterna, en la Celebración de la Eucaristía.

    Para nosotros los cristianos la fe nos permite descubrir, que la Eucaristía es un regalo invaluable, cuyo beneficio es encontrarnos con Cristo mediante su Palabra y en el Pan Eucarístico, presencia misteriosa, pero real de Jesucristo. Con este doble alimento de la Palabra y del Pan Eucarístico podremos siempre vivir alertas y bien preparados para el día en que Dios, Nuestro Padre nos recoja para recibirnos en la Mansión celestial, donde viviremos por toda la eternidad.

    Finalmente, Jesús nos advierte, cual es la verdadera riqueza que debemos procurar: la constante vigilancia de nuestro corazón para que en él anide la voluntad de Dios Padre, por encima de cualquier atracción o seducción de la riqueza, y mantener la alerta constante del buen administrador de los bienes tanto terrenales como espirituales para que sirvan adecuadamente a cumplir la voluntad de Dios Padre, que quiere que todos los hombres, sus hijos se salven.

    Así Jesús nos previene para comprender a fondo la importancia de no apegarnos a los bienes terrenales, que siendo indispensables para mantener la vida, son simplemente herramientas para el camino y no objeto de ambición y poder: “No temas rebañito mío porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes, y den limosna; consigan bolsas que no se destruyan, y acumulen en el cielo un tesoro inagotable, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”.

    Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que obedeciendo en plenitud de su fe, aprendió a obtener un gran tesoro, la compañía eterna con su hijo Jesús:

    Oración

    A ti nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda.

    Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y llegar a la Casa del Padre.

    Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, en tu Hijo Jesucristo.

    Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la resurrección.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía en mi 25 aniversario episcopal- 29/06/22

    Homilía en mi 25 aniversario episcopal- 29/06/22

    «Y según ustedes, ¿quién soy yo?. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos!”.

    Hoy celebramos la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia. San Pedro por la confesión sobre la identidad de Jesús y por el seguimiento fiel y constante a su Maestro, y no obstante sus humanas fragilidades, recibió del mismo Jesús la plena autoridad sobre la comunidad de discípulos de Jesucristo, es decir sobre la Iglesia, con estas palabras: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

    Por su parte, San Pablo fue llamado por el mismo Jesucristo, a quien Pablo (Saulo) perseguía arrestando a sus discípulos, y al convertirse en su seguidor lo hizo de una manera tan ejemplar y decidida, entregando su vida a la causa de la evangelización, que se ha ganado el nombre del Apóstol de los gentiles, es decir de los no creyentes. Por eso escuchamos en la segunda lectura su afirmación, con franca sinceridad y autenticidad: “Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento”.

    Hoy hace 25 años, recibí la Ordenación Episcopal de manos del Cardenal Adolfo Suárez Rivera, entonces Arzobispo de Monterrey, quien por mandato del Papa San Juan Pablo II me nombró Obispo de Texcoco, convirtiéndome así en miembro del Colegio Apostólico, que integramos los Obispos. En estos años la obediencia al Sumo Pontífice, Sucesor de San Pedro, como Obispo de Roma, en las personas del Papa Juan Pablo II, Benedicto XVI, y actualmente el Papa Francisco ha sido para mí muy importante, descubrir las cualidades de San Pedro y de San Pablo, y asumirlas en mi responsabilidad como Obispo de Texcoco, como Arzobispo de Tlalnepantla, y ahora como Arzobispo de México.

    De San Pedro me ha fortalecido aprender, que a pesar de la frágil condición humana, el saber reconocer nuestras faltas y acudir a la misericordia divina, nos permite siempre avanzar en los objetivos propuestos; y descubrir que de las decisiones asumidas, buscando el bien de la Iglesia y de las personas, siempre se hace presente la intervención del Espíritu Santo; muchas veces con frutos inesperados que evidencian la fecundidad pastoral en bien de las comunidades parroquiales y de los presbíteros, indispensables colaboradores del Obispo.

    Así lo reconoce San Pedro una vez liberado de la cárcel: “Entonces, Pedro se dio cuenta de lo que pasaba y dijo: Ahora sí estoy seguro de que el Señor envió a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de todo cuanto el pueblo judío esperaba que me hicieran”.

    De San Pablo he aprendido su entrega generosa e incansable, recorriendo el mundo conocido de su tiempo, y dando un ejemplo de apertura al diálogo con todo tipo de personas, judíos y no judíos, y con todo tipo de ambientes y contextos socio- culturales. Predicó en las periferias de las ciudades y en la Sinagogas, en la Ciudad de Atenas, que se distinguía por su cultura y el arte; y en la misma Roma, a pesar de estar condicionado y en vigilancia, por haber apelado a la justicia del Emperador Romano ante las acusaciones injustas, que habían denunciado en su contra.

    Su fortaleza no provenía de los éxitos logrados, sino en la espiritualidad desarrollada bajo la asistencia del Espíritu Santo: “Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará sano y salvo a su Reino celestial”.

    San Pablo es un testimonio vivo de la Iglesia en salida, la Iglesia misionera que no se queda quieta y satisfecha con un grupo de creyentes, sino con la convicción, que la Salvación Redentora de Jesucristo debe ser ofrecida a toda la humanidad, pues el Hijo de Dios se encarnó para transmitir la buena nueva: Dios Creador camina con nosotros para acompañarnos siempre, y fortalecernos ante toda adversidad, conflicto, sufrimiento y muerte.

    San Pedro y San Pablo entregaron su vida hasta el martirio, y son por ello figuras ejemplares, especialmente para nosotros los Obispos, siguiendo sus huellas garantizaremos la buena marcha de la Iglesia en cumplimiento de su misión: Hacer presente el Reino de Dios en el mundo.

    Al cumplir 25 años de ministerio episcopal le agradezco a Dios Padre haberme traído a la Arquidiócesis de México, y poder celebrar habitualmente los domingos la Eucaristía a los pies de nuestra Madre, Maria de Guadalupe, de quien he experimentado su protección y ayuda. Con estos sentimientos los invito unirse desde su corazón a mi oración de acción de gracias con el Salmo, que hemos escuchado hoy:

    Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo.

    Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo. Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores.

    Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias.

    Junto a aquellos que temen al Señor, el ángel del Señor acampa y los protege. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

    Dichoso el hombre que se refugia en él.

    Amén

  • Homilía- Las exigencias del Espíritu Santo- 26/06/22

    “Los exhorto…., a que vivan de acuerdo con las exigencias del Espíritu; así no se dejarán arrastrar por el desorden egoísta del hombre. Este desorden está en contra del Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de ese desorden”.

    Cualquier institución plantea sus exigencias o requisitos para participar en ellas, sea para colaborar sea para recibir sus beneficios. El espíritu que integra nuestro ser y le da vida a nuestro cuerpo también tiene sus exigencias, asumiéndolas obtendremos el orden interno que nos proporcionará la paz interior. Con ella podremos afrontar las adversidades y sufrimientos, pero especialmente el desorden que procede del egoísmo.

    ¿Cómo podremos obtener la capacidad para vivir de acuerdo con las exigencias del Espíritu, y superar el desorden?

    Hoy tanto la primera lectura como el Evangelio narran relatos vocacionales: el Profeta Elías llama a Eliseo para que sea su sucesor y continúe la labor profética en favor del pueblo de Israel y le transmite su espiritualidad, que dará a Eliseo la sabiduría y la fortaleza para continuar la obra del Profeta Elías, a quien se le reconoce como Padre del Profetismo en Israel:

    “El Señor le dijo a Elías: Unge a Eliseo, el hijo de Safat, originario de Abel-Mejolá, para que sea profeta en lugar tuyo. Elías partió luego y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante de él trabajaban doce yuntas de bueyes y él trabajaba con la última. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto. Entonces Eliseo abandonó sus bueyes, corrió detrás de Elías”.

    Y Jesús de camino a Jerusalén encuentra a dos que quieren seguirlo y otro a quien en el camino lo invita como discípulo. Ninguno de los tres logran seguirlo dos ponen condiciones previas, y otro no se decide al escuchar la advertencia de Jesús: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.

    Vocación, respuesta, y seguimiento o discipulado son tres dimensiones fundamentales que desarrolladas, garantizan la capacidad para vivir de acuerdo con las exigencias del Espíritu.

    La Vocación o llamada de Dios consiste en descubrir mis potencialidades, habilidades, y capacidades; en una palabra es el conocimiento de sí mismo. A partir del conocerme y aceptar lo que soy y no simplemente soñar en lo que quisiera ser, garantizaré alcanzar la plenitud del desarrollo adecuado de mi persona, y percibiré la creciente satisfacción de realizar mis responsabilidades a pesar de los esfuerzos y renuncias que deba asumir.

    Decidiendo responder positivamente a la vocación que descubra y siendo fiel a ella, constataré con gratitud el don de la vida, y descubriré el amor de Dios Padre, quien me la regaló, y también de quienes fueron mis progenitores.

    Llevando a cabo este proceso de respuesta y siguiendo a Jesucristo, conociendo y meditando los Evangelios, y preguntándome con frecuencia, qué se mueve en mi interior a la luz de esos relatos, y confrontándolos con los acontecimientos, que me cuestionan o que me dan satisfacción interior y alegría, descubriré el acompañamiento de Dios y el fortalecimiento de mi voluntad para ordenar mis pasiones e instintos y sean acordes a las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia.

    Si además comparto mi proceso personal en la propia familia, en los círculos de amistad, en alguna asociación o movimiento apostólico de la Iglesia, evitaré caer en radicalismos y posicionamientos, que frenan la apertura y flexibilidad para el diálogo y me capacitaré para la relación positiva con todo tipo de personas.

    Entonces asumiré con plena convicción, lo afirmado por San Pablo: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Su vocación, hermanos, es la libertad. Pero cuiden de no tomarla como pretexto para satisfacer su egoísmo; antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque toda la ley se resume en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pues si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse”.

    Por tanto, siguiendo el testimonio de vida de Jesús y de sus enseñanzas aprenderemos a respetar a los demás, independientemente si sus respuestas son satisfactorias o contrarias a lo que esperábamos. Por eso en el Evangelio de hoy escuchamos cómo Jesús reprende a sus discípulos:

    “Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: «Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?» Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió”.

    Preguntémonos si he descubierto mi vocación y si he vivido acorde a ella, y qué experiencia considero he adquirido en mi manera de relacionarme con los demás. Para ser fiel a mi vocación y tener una experiencia positiva es indispensable la oración. Hoy el Salmo, después de la primera lectura expresaba esa necesidad al decir: “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré”.

    De manera ejemplar éste fue el camino que siguió, Nuestra Madre, María de Guadalupe, acudamos a ella con plena confianza, para que nos sostenga en nuestra respuesta vocacional con su amor y cariño, porque esa es la causa por la que desde hace 5 siglos ha venido al Tepeyac para acompañarnos en la misión de hacer presente a su Hijo Jesucristo en el mundo.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para colaborar y promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.

    Ayúdanos a fortalecer las familias para que compartiendo las características de la mujer y del varón, expresen la importancia de la complementariedad de los papás, y faciliten en los hijos la educación para adquirir los valores de la fraternidad y de la solidaridad, y sean faros de luz en nuestra sociedad.

    Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
    Guadalupe! Amén.

  • «Y según ustedes, ¿quién soy yo?»- Homilía- 19/06/22

    «Y según ustedes, ¿quién soy yo?»- Homilía- 19/06/22

    Jesús pregunta a sus discípulos: según ustedes, ¿quién soy yo? Si le preguntamos a las nuevas generaciones, ¿quién es Jesús y qué significa para ellos en su vida? Me atrevo a afirmar que serían muy pocos los que responderían como el apóstol Pedro: el Mesías de Dios; y menos aún encontraríamos quienes afirmaran, que son sus fieles discípulos, que practican cabalmente sus enseñanzas.

    ¿A qué se debe, que en nuestro país se conozca tan poco a Jesús, no obstante que los mexicanos en el pasado Censo del 2020 cerca del 80%, hemos declarado que somos católicos? ¿Por qué se alejan los jóvenes de la participación litúrgica de los sacramentos y de la práctica devocional de las tradiciones religiosas, si precisamente esa práctica proporciona la fortaleza y la sabiduría para recorrer el camino que conduce ya desde esta vida a la felicidad y la paz?

    Los factores de esta situación son varios, sin embargo hay dos muy importantes: primero la transmisión de la fe y de los valores humano-espirituales se ha fracturado aceleradamente en los últimos 30 años.

    La familia había sido por siglos, la principal transmisora, pero dada la creciente inconsistencia de los matrimonios y la consecuente debilidad de la vida familiar, van generando una ausencia de diálogo entre padres e hijos, que debilita su autoridad moral, y que va siendo sustituida por las nuevas tecnologías de la comunicación, cuya intensa presencia y facilidad de consulta, asumen, en la práctica, el tradicional papel educador, que tenía el núcleo familiar, especialmente de los Padres y los Abuelos con los hijos.

    Además lamentablemente hay que añadir la escasa presencia evangelizadora en las redes sociales. La poca que hay es frecuentemente devocional y cultual, lo cual ciertamente tiene influencia positiva en el ámbito de quienes ya están evangelizados y formados en la fe, que son al máximo un 20% de los católicos; pero el resto de creyentes necesita más bien una presencia digital, que transmita la espiritualidad cristiana de forma clara y pedagógica para auxiliar a las nuevas generaciones, facilitándoles las respuestas a sus angustias existenciales, que viven muchas veces en la soledad.

    El segundo factor es la consecuencia del Cambio de Época, éste ha provocado la fractura de la cultura, entendida como el estilo de la vida social. Es decir, la conducta social está fragmentada, ya no hay una referencia establecida en el proceder de las relaciones interpersonales y sociales; los comportamientos públicos han quedado al arbitrio de cada persona, propiciando con frecuencia enfrentamientos y conflictos, que violentan el respeto mutuo y la dignidad de las personas.

    ¿Y qué nos ofrece Jesús? Un testimonio contundente de dar la vida hasta el extremo de ser crucificado, en vista de mostrar el camino que lleva a la verdad y a la vida. Mirar al otro como hermano, a quien se ama, se respeta y auxilia como explica san Pablo en la segunda lectura: “Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo. Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, son también descendientes de Abraham y la herencia que Dios le prometió les corresponde a ustedes”.

    Ante la sed de Dios, hay que ofrecer los manantiales de agua viva. La satisfacción espiritual solamente la llena y alimenta el encuentro con Dios Vivo. ¿Qué nos hace falta promover en nuestro tiempo y en nuestra sociedad? Sin duda dar a conocer el proyecto de Dios, para el que fuimos creados. ¿Y cómo podemos ofrecerlo?

    Por ello es necesario responder, desde lo profundo del corazón a la pregunta planteada por Jesús a sus discípulos, y no simplemente como quien ha escuchado algo de la vida de Jesús, quien ha visto una película, una serie sobre acontecimientos de la vida de Jesús, eso sería conocer a Jesús de oídas, pero la pregunta para nosotros que somos sus discípulos, como lo recuerda San Pablo, que hemos sido bautizados en nombre de Jesús, es fundamental que respondamos, ¿quién es Jesús para mí?

    La vida no es sólo éxito material y bienestar, no consiste en que todas las cosas salgan bien. La libertad con quienes nos toca coexistir, y las decisiones de los demás, sea en la familia, en el barrio, en la ciudad, en un país, en el mundo, nos afectan para bien o para mal. Por ello hay que aprender a perdonar y a propiciar la reconciliación, como lo hizo Jesús.

    La falta de respeto a la dignidad humana de cualquier manera que se haya ejercido es precisamente una situación trágica, dramática y esas situaciones, que nos corresponde abordar, las tenemos que asumir, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Por eso advierte a sus discípulos: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.

    Si los discípulos de Jesucristo damos testimonio fidedigno, siguiendo su advertencia, será un camino, que ofrecerá vida y vida en abundancia, según la profecía del profeta Zacarías: «Derramaré sobre la descendencia de David y sobre los habitantes de Jerusalén, un espíritu de piedad y de compasión y ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza”.

    Confiemos en Nuestra Madre, María de Guadalupe, ustedes vienen con inmensa alegría a su casa, porque la reconocen como madre, tierna, compasiva, llena de piedad, que nos acompaña sea cuál sea la cruz que estemos viviendo, llorando si es necesario llorar, o cargándonos en sus brazos, como lo hizo al descendimiento de Jesús de la cruz, así estará siempre María a nuestro lado.

    Oración

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.

    Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • La presencia viva de Dios entre nosotros- Homilía en Corpus Christi 2022

    La presencia viva de Dios entre nosotros- Homilía en Corpus Christi 2022

    “Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.

    “Hagan esto en memoria mía”. De ordinario restringimos esta expresión a la celebración litúrgica del Sacramento de la Eucaristía; sin embargo nuestra consideración y visión debe ser mas amplia; ya que la explicación teológica del Sacramento indica que uniéndonos a Jesucristo en el Pan Eucarístico, no solo nutrimos nuestra fe y fortalecemos nuestro espíritu para vivir como Jesús, y dar testimonio de sus enseñanzas a través de nuestra conducta, viviendo la espiritualidad de la comunión con los demás cristianos; sino también, al unirnos a Jesucristo en la Eucaristía, nos unimos a todos los cristianos que participan de ella, y expresamos así, como Cuerpo Místico de Cristo la presencia del Misterio de Dios Encarnado, es decir la presencia viva y actual del Reino de Dios entre nosotros y a través de nosotros.

    En efecto, prolongamos así la Encarnación de Dios Trinidad en nuestras vidas, siguiendo el modelo de vida de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia. Es decir, aceptando como ella la Voluntad del Padre: “Hágase en mí según tu palabra” y recibiendo como ella el Espíritu Santo para engendrar al Hijo de Dios en su seno: “El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”; María es la primera criatura en la que inhabitó Dios Trinidad, mediante la concepción del Hijo de Dios en su seno, porque donde está el Hijo, está el Padre y el Espíritu Santo. Nosotros estamos llamados a prolongar esa Encarnación del Hijo de Dios realizada en María, a quien con pleno rigor llamamos Madre de la Iglesia.

    Por tanto, ésta es nuestra vocación como Iglesia, prolongar la presencia de Dios Trinidad en el mundo de hoy. Esta vocación es imposible cumplirla individualmente, solo es posible, como Iglesia en comunión. Debemos seguir el ejemplo de Nuestra Madre María: la aceptación de la Voluntad del Padre y no la mía, confiar en la asistencia del Espíritu Santo, y asumir nuestra propia cruz.

    Por eso, la presencia constante y continua de Jesús, el Hijo de Dios en el Pan Eucarístico es el centro y sustento de nuestra fe. En efecto, después de la palabras de la Consagración el Presbítero aclama: “Este es el misterio de la Fe”. Prolongar el Misterio de Dios Trinidad Encarnado en la Historia de la Humanidad es el mandato de Jesús a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía”.

    La Eucaristía es el centro y culmen de nuestra fe y de nuestro caminar como comunidad de discípulos, como Iglesia. Sin embargo, ante la maravilla de vivir la comunión con Dios y con nuestros hermanos, somos siempre conscientes de nuestra frágil condición humana. Por ello, aunque la Redención y su consecuencia salvífica de rescatarnos del mal se efectuó una sola vez y para siempre, en la crucifixión y muerte de Jesucristo, su aplicación en cada uno de nosotros, depende de nuestra ofrenda existencial de aceptar nuestra propia cruz y seguir a Jesucristo.

    Aquí viene muy bien el relato del Evangelio de hoy: “No tenemos más que 5 panes y dos pescados”. Esta expresión muestra nuestra pobreza y limitación para resolver las necesidades materiales, humanas, y espirituales que encontramos en nuestro prójimos y en nosotros mismos. Esta situación de limitación y pobreza personal permite descubrir que debemos actuar unidos solidariamente, superando cualquier tendencia al protagonismo y búsqueda de reconocimiento por el bien que pretendamos realizar en favor de los pobres y necesitados. Debemos poner nuestros 5 panes y dos pescados, es decir, lo que podamos ofrecer. Así interviene la acción del Espíritu Santo para proveer lo necesario, a corto, mediano o largo plazo, según la Divina Providencia lo decida.

    En efecto, testimoniar nuestra condición, como comunidad de discípulos de Cristo, nos desborda. Transformar la sociedad en una comunidad de hermanos es imposible para nuestras fuerzas, pero si damos lo poco o mucho que tengamos, que siempre será poco para la finalidad requerida, sin embargo desde la pobreza de nuestro aporte, el Espíritu Santo lo multiplicará abundantemente.

    Por lo anterior, es de suma importancia mantenernos fieles, confiando en la mano providente de Dios. Ante la fragilidad de nuestra condición humana, que hoy pensamos en grande y mañana al enfrentar la realidad cunde el desánimo, que apaga el fuego que se había encendido en nuestro corazón, la Providencia Divina nos ofrece el Sacramento de la Eucaristía

    Así al escuchar la Palabra de Dios se enciende el corazón, y al recibir el pan de la vida recibimos a Jesucristo, quien nos acompaña para fortalecer nuestro espíritu. Por eso es indispensable habitualmente frecuentar la participación en la Celebración de la Eucaristía, al menos cada Domingo, para vivir el Misterio de la Fe, y encontrarnos con los demás cristianos en el banquete Eucarístico. Es así que será posible dar un testimonio atractivo y convincente en la vida social, de la presencia del Reino de Dios en las relaciones con todo tipo de personas.

    Ante esta reflexión comprenderemos a profundidad, la necesidad e importancia vital del Ministerio Sacerdotal para ofrecer la Eucaristía a las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo.

    Hoy Jueves de Corpus Christi es una hermosa ocasión de juntos agradecer a Dios su Providencia por regalarnos el inconmensurable don del Sacramento de la Eucaristía, por nuestros actuales Presbíteros, y por el llamado que ha hecho a nuestros jóvenes para ser Presbíteros al servicio de la Iglesia. Oren siempre por nosotros sus ministros.

    A la luz del Misterio Eucarístico comprenderemos mejor el lema de la Visita Pastoral a las Parroquias: ¡Cristo Vive! ¡En medio de nosotros!

  • Homilía- Vivamos la semana Laudato si’- 22/05/22

    Homilía- Vivamos la semana Laudato si’- 22/05/22

    El Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.

    Hoy Jesús en el Evangelio, además de ofrecernos la promesa del Espíritu Santo, afirma también: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz, ni se acobarden”. Confiando en esta promesa de la asistencia del Espíritu Santo, obtendremos la fortaleza para colaborar a construir la ciudad santa, proyectada por Dios, como lo profetiza hoy el apóstol San Juan: “Un ángel,… me mostró a Jerusalén, la ciudad santa, que descendía del cielo, resplandeciente con la gloria de Dios”.

    Ahora bien, en nuestro tiempo estamos reconociendo que el modo y estilo de nuestra sociedad está dañando gravemente a la Tierra, nuestra Casa Común. Ninguno en particular, es capaz de afrontar este grave deterioro; necesitamos la participación de todas las personas, de todos los sectores sociales, y desde luego de los gobiernos. Es responsabilidad común colaborar para detener la degradación de nuestro planeta.

    Especialmente en las grandes metrópolis, como la nuestra, es urgente la toma de conciencia de todos los ciudadanos, sobre la necesidad de una ecología integral que garantice el uso de los recursos naturales, sin causar su deterioro y degradación. Por ello, los invito a responder a la solicitud del Papa Francisco de dedicar esta semana para leer, meditar y asumir la Carta Encíclica Laudato si’, y convencernos del indispensable compromiso de cuidar nuestra Casa Común.

    En el No. 93 el Papa afirma: “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos.

    Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»”.

    Éste es el camino para lograr una sociedad más justa, solidaria y fraterna, y garantizar que nuestra Casa Común sea el principio feliz de la Casa Eterna del Padre. Es decir, que el final de los tiempos sea glorioso su término, y se transforme gozosamente en la morada de Dios con los hombres. Como lo recuerda hoy Jesús mismo: «El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.

    Ciertamente es un enorme y urgente desafío detener el proceso de la actual degradación, y la habitual indolencia de muchos sectores sociales, que no se percatan de la emergencia o pretenden ignorarla.

    A pesar de las frecuentes voces, que con frecuencia escuchamos de considerar una dificultad insuperable, más el desaliento que provoca la violencia, las injusticias, y las contrariedades cotidianas, desatadas por la envidia, los celos, los desaires y las burlas ante las propuestas por el bien de la sociedad: La fe nos anima a afrontar con esperanza el gran desafío de hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo.

    En la mirada del amor de Dios Padre y en la confianza en su Palabra, el Hijo de Dios que nos prometió la asistencia del Espíritu Santo, sin duda encontraremos la fortaleza necesaria para afrontar las adversidades. El Papa Francisco expone en el No. 2 de la Encíclica Laudato si’ que:

    Esta hermana nuestra la madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla.

    La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22).

    Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.

    Ya que hemos sido bendecidos con el sol, el agua y la tierra, y las diversas especies de minerales, vegetales, y animales tan variablemente abundantes en fertilidad para que todos pudiéramos alcanzar una vida digna; abramos nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos responder al don de la creación.

    Depende de nosotros el destino de nuestra casa: hacerla morada de Dios con los hombres o llevarla a una degradación insospechada de escenarios catastróficos. Trabajemos por extender entre nuestros familiares, amigos, y vecinos, la conciencia de un nuevo estilo de vida, en base a una ecología integral, que sin duda las nuevas generaciones mucho lo agradecerán.

    Pidamos a Dios, nuestro Padre, por nuestras autoridades y por todos los que tienen posición de liderazgo para que, con el auxilio divino, colaboremos los ciudadanos a edificar, en nuestra Patria y en el mundo entero, la prometida ciudad santa.

    Los invito a que oremos a Dios, nuestro Padre que nos regaló esta tierra, y a María de Guadalupe, que como madre entiende la importancia de cuidar la casa de sus hijos y proveer todo lo que necesitan.

    Oración

    Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios para que nos ayuden a ser conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas y especialmente a las generaciones futuras.

    Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la creación. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente al don de la creación.

    Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

    Ahora, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, ayúdanos a ser capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres; para que que todos los actuales sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Enséñanos a ser valientes para acometer los cambios, que se necesitan en busca del bien común de toda la humanidad.

    Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ‘Ámense los unos a los otros como yo los he amado’- 15/05/22

    Homilía- ‘Ámense los unos a los otros como yo los he amado’- 15/05/22

    Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.

    La interpretación de este mandamiento nuevo se refiere a la relación entre las personas, que debe ser movida por el amor. Y el concepto se clarifica con el testimonio de Jesús “como yo los he amado”.  Jesús pasó haciendo el bien. Su persona no se centró en sí mismo, sino en el otro, cumpliendo la misión que el Padre le encomendó: manifestar la vida trinitaria, que es el amor incondicional que mira siempre el bien del otro por encima del propio.

    ¿Acudo a Jesús, para aprender de su ejemplo y fortalecer mi espíritu en vista de amar al prójimo como Él lo hizo? Porque amar al prójimo significa no solamente cuidar de la persona, sino de todo aquello que necesita para una vida digna: casa, vestido y sustento. Ciertamente nadie es capaz de resolver las necesidades de todos. La tarea es promover la colaboración de los demás para edificar una sociedad con espíritu solidario y subsidiario que ofrezca las condiciones favorables a todos sus miembros.

    ¿Cómo iniciar y desarrollar tan desafiante misión? Hoy la primera lectura recuerda que los primeros discípulos eran conscientes de afrontar las dificultades y para ello se animaban compartiendo sus experiencias: “Pablo y Bernabé… animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.

    Por tanto, lo primero es recordar con frecuencia, que la edificación de una sociedad, que manifieste en su estilo de vida la Civilización del Amor, es el proyecto que Dios quiere, y espera de la humanidad. El Auxilio Divino es la base y el sustento de nuestra esperanza para colaborar en dicho proyecto.

    En segundo lugar, y como consecuencia de confiar y experimentar la ayuda divina, es comprometernos a vivir en comunidad: familia, vecindad, colonia, ámbito laboral, y recreativo. Para lo cual es indispensable promover y testimoniar en la relación con los demás, el respeto a la dignidad de toda persona, desde los valores de la Justicia y la Verdad.

    La acción comunitaria y organizada es la gran labor a la que estamos llamados por Dios. Además, así encontraremos el sentido fundamental de nuestra vida. ¿Descubro, la importancia de promover el bien de la comunidad para vivir como buen cristiano? Para ello es indispensable dejarnos conducir por el Espíritu Santo, prometido por Jesús a su Iglesia, al Pueblo de Dios.

    ¿Y cómo realizamos ese aprendizaje? Como lo hacía la primitiva Iglesia: “reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe”.

    Con razón el Papa Francisco ha propuesto y solicitado a la Iglesia, que la Sinodalidad es la manera indicada. La cual consiste en caminar juntos, y para ello se requiere tres pasos fundamentales:

    Primero: Capacidad de dialogar en escucha recíproca.

    Segundo paso: Discernir en común para clarificar las situaciones, conflictos, y necesidades del Pueblo de Dios;

    Tercer paso: Proponer a las respectivas autoridades las acciones convenientes, con actitud y disposición corresponsable, para realizar de forma solidaria y subsidiaria, las que decida la autoridad competente.

    Estos tres pasos: capacidad de escucha recíproca, discernimiento eclesial, y acción en equipo, debe permear todas las estructuras e instancias de conducción y decisión pastoral para animar y realizar las actividades acordadas.

    Así aprenderemos a caminar juntos bajo la acción del Espíritu Santo, que nos proporcionará la sabiduría y la fortaleza necesaria para no bajar la guardia ante las adversidades, dificultades, e incluso discusiones y conflictos, que de ordinario aparecen en el proceso. Al realizar este camino sinodal haremos un aporte especialmente valioso a nuestra sociedad, ante los nuevos contextos socioculturales y políticos.

    Siempre los cambios de estilo en llevar la conducción social plantea enormes retos, y uno de ellos es superar la polarización que genera naturalmente lo nuevo, lo distinto. Nuestro País vive con frecuencia una polarización que enfrenta a los distintos sectores sociales, impidiendo el diálogo fecundo y creador, que conduzca a visualizar y promover las iniciativas convenientes, y la participación convencida para la ejecución. Es urgente por ello, generar caminos de reconciliación y entendimiento en todos los niveles de la sociedad.

    Para aprender la escucha recíproca que exige el auténtico diálogo, es indispensable la libertad de expresión en todas sus modalidades, solo así conoceremos los argumentos y opiniones de todos; y es la base para la conciliación de los distintos puntos de vista aun los contrastados; ya que escuchar al otro me ayuda a reconocer aspectos no considerados, máxime cuando se trata de confrontaciones en las mismas informaciones.

    La Iglesia tiene por misión servir a la sociedad, y para realizar esta tarea necesita generar entre los fieles una constante actitud de escucha y comprensión, ante quien piensa lo contrario. Toda comunidad eclesial debe estar siempre dispuesta a promover el diálogo para mediar y superar las polarizaciones, colaborando en la reconciliación, recordando que es el camino de la paz social.

    De esta manera colaboraremos adecuadamente para hacer realidad la visión de San Juan, y participar en ella: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva…Es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo”.

    Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ya participa en plenitud de la morada de Dios, para que nos auxilie en nuestro caminar hacia la Casa del Padre.

    Oración

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que toda persona cuente con Casa, Vestido y Sustento.

    Que podamos sentir ahora más que nunca, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón, que nos comprometa en colaborar en la integración del Pueblo de Dios.

    Te encomendamos a todos los educadores y maestros para que orienten y ayuden a las nuevas generaciones en asumir los valores espirituales humanos y cristianos para que sean capaces de edificar la anhelada civilización del amor en nuestra Patria.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía – ¿Por qué Jesús es a la vez cordero y pastor?- 8/05/22

    Homilía – ¿Por qué Jesús es a la vez cordero y pastor?- 8/05/22

    «El cordero que está en el trono será su pastor, y los conducirá a las fuentes del agua de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima» (Apocalipsis 7, 15-17).

    Esta visión se ha cumplido cuando Jesús afirma su rol de Pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo les doy la vida eterna”. ¿Por qué Jesús es a la vez cordero y pastor? El pastor es el que cuida el rebaño, lo acompaña, lo defiende, lo protege, lo cura, lo guía, lo va acompañando en el camino, lo lleva a buenos pastos. El cordero es un miembro del rebaño, es una experiencia distinta, es aquel que va atravesando por las mismas dificultades y por las mismas alegrías que va viviendo el rebaño.

    Es importante distinguir los perfiles y descubrir la complementariedad de ambos roles. Jesús los realiza a la perfección y por ello se convierte en camino, verdad y vida, y además lo ofrece a todos sus discípulos.

    Jesús es el pastor porque él es el maestro, que conoce al Padre y el único que lo puede revelar, por eso es el maestro perfecto. No nos transmite solamente doctrina, como un perito en una especialidad concreta, es algo más que eso, ya que la enseñanza la ha puesto en práctica existencialmente, él mismo la ha vivido con ejemplar coherencia. Por tanto atrae, enseña, y convence más con el testimonio por ser el Cordero de Dios, que con el discurso y la exposición de conceptos.

    Jesús es el pastor-maestro, porque ha asumido la misión del Padre de venir a ser cordero, y en ese trance de ser cordero, de atravesar por la vida humana, ha sido acompañado por el Espíritu Santo como cordero, y esa es la vocación de todos nosotros, ser corderos, teniendo siempre nuestros oídos abiertos a la voz de nuestro pastor, y ser conducidos por el Espíritu del Señor.

    Un cordero, una oveja no deben dispersarse y andar solos porque ignoran el camino y cómo superar los peligros. No podrán salir adelante, al ser atacados por el lobo, figura que representa el mal en todas sus seducciones del poder, del tener y de la búsqueda insaciable del placer.

    Por ello, necesitamos de estar unidos al rebaño, que es la familia, la comunidad, la iglesia para afrontar y superar la tendencia de ejercer la libertad por encima del bien común, tendencia que propicia el individualismo y conduce fácilmente al libertinaje, consistente en libertad absoluta y sin límites para que cada quien haga de su vida lo que quiera, sin entenderse de los demás, y que está enraizándose intensa y aceleradamente en la sociedad; y lamentablemente su consecuencia es la angustia existencial en sus múltiples modalidades.

    En la noche de la vida, en la oscuridad y la soledad estéril es más indispensable la compañía del Pastor y de la comunidad. De ahí que haya que evitar el aislamiento y la soledad buscada como evasión de los demás. La noche es momento de compartir la intimidad espiritual del Pastor con su rebaño, y los corderos entre sí, con la mirada en el nuevo amanecer, que suscita la esperanza. Hay tantos cristianos que se alejan cuando más necesitan del compartir la escucha y la puesta en común de lo acaecido.

    Jesús atravesó por todas la dificultades de la vida, como también vivieron sus primeros discípulos, predican, enseñan y dan testimonio en qué consiste ser cordero, discípulo de Jesús y con su testimonio de vida generan conflicto ante los instalados en sus interpretaciones egoístas, que defienden a toda costa sus intereses, sus seguridades, y no toleran que se les cuestione su estilo de vida. Así los Escribas y Fariseos se molestan movidos por el celo y la envidia de ver que los discípulos de Jesús empiezan a tener éxito y a ser seguidos, como lo narra la primera lectura de hoy.

    Seguir a Jesús pastor y cordero es nuestra vocación, esa es la vocación que hoy la Iglesia está tratando de renovar en la conciencia de todos los fieles, ser discípulos de Jesucristo, miembros de la comunidad de los discípulos, porque somos corderos y necesitamos unos de los otros para formar el Pueblo de Dios, es decir, para integrar la familia de Dios.

    Preguntémonos por tanto, si reconozco y valoro la importancia de la comunión y de la unidad en la Iglesia. Pues aunque seamos discípulos-corderos llamados a ser evangelizadores de nuestros prójimos, especialmente de los más alejados, es una tarea que no podemos hacerla aisladamente. Sólo Jesús, porque era quien conocía al Padre, y era acompañado por el Espíritu Santo, puede ser el pastor-cordero, como dice el texto del Apocalipsis, que está en el trono y los conducirá a las fuentes de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima.

    Por eso es conveniente cuestionarnos con frecuencia: ¿Descubro en mi experiencia a Jesús como la Puerta, y como mi guardián y guía, en mi vida? ¿Lo percibo a través de mis padres, de los sacerdotes, de mis mayores?

    El tener una libertad que no va unida con la decisión de un compromiso, me pone en grave riesgo de ser atado irremediablemente a dar satisfacción sin ningún control de mis pasiones. De ahí la importancia de descubrir la vocación que me permitirá descubrir para qué me ha concedido Dios la vida. Habitualmente se le tiene miedo a un compromiso y a una responsabilidad definitivas, cuando es precisamente el camino para desarrollar en plenitud las capacidades y habilidades de cada ser humano.

    Hoy celebramos la 59 Jornada Mundial de la Vocaciones, tomemos conciencia de la necesidad de orar, para que todos descubramos nuestra vocación y la misión que Dios suscita en medio de mis circunstancias.

    De manera específica oremos por los adolescentes y jóvenes para que encuentren la ayuda necesaria y asuman un camino fecundo de discernimiento vocacional, que los lleve a las decisiones maduras y responsables, que les sean fuente de alegría y esperanza, al descubrir, asumir y vivir la misión, que Dios les confía.

    Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quién mejor que ella nos ayudará para seguir su ejemplo, y poder decirle a Dios, Nuestro Padre como ella lo hizo: He aquí la esclava del Señor, que se cumpla en mi tu palabra.

    Oración

    Madre Nuestra, María de Guadalupe, la Iglesia en camino hacia el Sínodo 2023 dirige su mirada a todos los jóvenes del mundo.

    Te pedimos para que con audacia se hagan cargo de la propia vida, vean las cosas más hermosas y profundas y conserven siempre el corazón libre.

    Acompañados por guías sapientes y generosos, ayúdalos a responder a la llamada que tu Hijo Jesús ha dirigido a cada uno de ellos, para realizar el propio proyecto de vida y alcanzar la auténtica felicidad.

    Mantén abiertos sus corazones a los grandes sueños y haz que estén atentos al bien de los hermanos.

    Ayúdanos para que estén también ellos al pie de la Cruz, y como Juan el Discípulo amado, formen parte de la Iglesia, recíbelos y anímalos como tu Hijo te encomendó desde la Cruz, para que sean testigos de la Resurrección, y sepan reconocerlo y anunciar su presencia en medio de nosotros.

    Amén.

  • Homilía- La pesca milagrosa- 06/02/2022

    Homilía- La pesca milagrosa- 06/02/2022

    “¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”

    El profeta Isaías vive la pequeñez de su persona ante la grandiosidad y majestad divina, la indignidad de sus flaquezas y limitaciones ante la santidad de Dios. Pero la visión no era gratuita, la finalidad era un encuentro con Dios, quien lo llamaba para enviarlo como Profeta.

    Por ello, esa experiencia se convierte sorpresivamente en la ocasión de ser tocado, y purificado, recibiendo la indispensable pureza de corazón para estar en la presencia de Dios: “Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome: Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados.

    Así aconteció el cambio radical de sentirse poca cosa ante Dios, tomando conciencia de su propia pequeñez, de ser un humilde servidor para ser enviado como portavoz, y confiar que el éxito de su misión no dependería de él, sino de quien lo llamaba y enviaba: “Escuché entonces la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía? Yo le respondí: Aquí estoy, Señor, envíame”

    El Evangelio narra una experiencia semejante en la persona de Pedro ante la inexplicable pesca, que hace surgir la pregunta, ¿quién es éste que tiene la increíble cualidad de conocer exactamente donde abundan los peces, estando fuera del lago, en la orilla; mientras que nosotros, pescadores de oficio, hemos intentado pescar toda la noche sin encontrar un solo pez.

    La Pesca milagrosa, es una intervención divina, que al no tener explicación alguna de cómo pudo suceder, es manifestación de la Divinidad para atraernos, llamarnos, y encomendarnos una misión. ¿He vivido ya esta experiencia?¿Cómo la he interpretado y cómo he respondido? ¿He preferido mantenerme en la primera reacción de Pedro, y dejar de lado la inquietud sembrada por Dios en mi corazón? ¿O he aceptado la misión de transmitir la Buena Nueva, de la presencia de Dios en medio de nosotros, mediante el cumplimiento de mis responsabilidades?

    Muchas veces nuestra primera reacción es como la de Pedro: “Apártate de mí, que soy un pecador”: Sin embargo, Dios llama de múltiples formas, pues Él siempre insiste una y otra vez, de forma personal o grupal. No rechacemos la encomienda por miedo a nuestra indignidad e imperfección, a nuestra limitación y fragilidad. Confiemos como Isaías y como Pedro y respondamos: !Aquí estoy! ¡Cuenta conmigo! Seamos como ellos, Profetas en el mundo de hoy, y constataremos la nobleza de la causa y la fortaleza de nuestra persona al recibir la asistencia del Espíritu Santo.

    Una objeción frecuente en nuestro tiempo son los grandes desafíos que afrontamos. Es muy común escuchar, qué podemos hacer ante esto o aquello. En este sentido es oportuno el testimonio que ofrece San Pablo en la segunda lectura: ser fieles transmisores del Evangelio recibido, y confiar en la acción divina ante lo que parece imposible de lograr, una sociedad fraterna y solidaria: “Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron”.

    En el primer siglo se vivía un mundo paganizado y desenfrenado en todos los sentidos: un libertinaje pleno y desordenado de la sexualidad, la vigencia de la esclavitud con pérdida absoluta de la libertad, el ejercicio de un poder absoluto, que podía sentenciar a muerte, a voluntad de la autoridad. En ese ambiente social predicar las enseñanzas de Jesucristo, eran reconfortantes especialmente para los oprimidos; sin embargo fue indispensable el testimonio contundente de la trascendencia y de la vida después de la muerte, que manifestó Cristo al resucitar de entre los muertos.

    La fidelidad que mostró la Iglesia primitiva, en un contexto plenamente adverso y hostil, fue sin duda creer en la trascendencia posterior a esta vida, y en el destino que Dios nos ha comunicado para participar en la Casa del Padre por toda la eternidad. Esto se logró gracias al testimonio contundente de testigos, que vieron muerto al crucificado, y después lo volvieron a ver vivo, gloriosamente resucitado.

    En nuestro tiempo y en occidente en particular, estamos viviendo el tránsito de una cultura estable, que en buena parte estaba sostenida en los valores humano- cristianos, a una sociedad donde prevalece el individualismo y el ejercicio de la libertad sin límite, lo que genera, particularmente en las nuevas generaciones, una ausencia de un código de conducta social, que garantice la convivencia razonablemente respetuosa de los demás. Día a día constatamos conflictos, pleitos, agresiones verbales y con frecuencia golpes y maltrato; tanto en la calle, como en las redes digitales, e incluso lamentablemente en el interior de los hogares.

    Todo esto debe movernos de manera urgente para dar a conocer la Buena Nueva, Dios no nos ha abandonado, sino espera que reaccionemos favorablemente, abriendo el corazón a las inquietudes que siembra el Espíritu Santo en nosotros. Así daremos testimonio de que el amor es factible, y el camino es la sinodalidad, es decir: unir fuerzas y presencias, ejercer la caridad en favor de los necesitados, y testimoniar la autoridad como servicio.

    Preguntémonos ¿cuál es mi percepción sobre la realidad social que vivimos? y segundo, cuál es mi actitud: ¿miro con esperanza el futuro, o estoy despreocupado de lo que venga?

    Estamos aquí reunidos en torno a Cristo presente en esta Eucaristía, y a los pies de nuestra querida Madre, María de Guadalupe. Los invito a pedirle su ayuda para que descubramos, qué debemos promover en nuestros contextos y a través de nuestras responsabilidades.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Ayúdanos a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios quiere de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía- La fe, la esperanza y el amor- 30/01/22

    Homilía- La fe, la esperanza y el amor- 30/01/22

    Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones. Cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo que yo te mando. No temas, no titubees delante de ellos, para que yo no te quebrante”.

    Hoy la Palabra de Dios narra la misión del Profeta, desde distintas experiencias, de distintos tiempos, diferentes ambientes y personas. En la primera lectura escuchamos a Jeremías, a quien le tocó vivir los tiempos inmediatamente previos a la catástofre de la Destrucción de Jerusalén y del Templo, y el consecuente destierro de los israelitas a Babilonia, bajo la condición de esclavos. Jeremías cumplió su misión cabalmente, pero el pueblo no lo escuchó ni dió crédito a sus palabras. Al contrario, fue duramente perseguido y amedrentado por las autoridades. Sin embargo, fue siempre fiel a su misión, con frecuentes e insistentes intervenciones.

    En el Evangelio de hoy Jesús, desafiando el refrán: Ningún profeta es bien recibido en su tierra; se presenta para superar ese estigma popular. Lo hace en el lugar correcto, presentándose en la sinagoga, y precedido de una buena fama, ganada en el inicio de su ministerio en la Rivera del lago de Galilea.

    Jesús les advierte: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, que era de Siria”.

    Con estas desafiantes palabras, a pesar de la inicial favorable reacción de la comunidad, ésta enfurece al punto de intentar desbarrancarlo: “Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un barranco del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí”.

    La reacción negativa es consecuencia de sentirse heridos ante la advertencia de Jesús al considerar que la Rivera del lago de Galilea, como Cafarnaúm, siendo un lugar de paso de las caravanas de Egipto al norte y viceversa, considerada lugar de negocios y de vicios, si respondía a su predicación. Nazaret en cambio pequeña y de montaña, estaba alejada del comercio y de transeúntes, y permanecía fiel a las tradiciones.

    ¿Cómo pues, Jesús se atreve a expresar esas odiosas comparaciones?

    Una enseñanza es clara, jamás debemos exigir a Dios una intervención milagrosa. La podemos pedir, pero será siempre un regalo el concedérnosla. Además, debemos considerar que la gracia de Dios y sus intervenciones tienen el objetivo de atraer a los pecadores más rebeldes, y transformar su corazón, descubriendo el amor, que Dios tiene por todos sus hijos.

    Jesús al obtener para nosotros, mediante el Bautismo, la condición de Hijos Adoptivos de Dios nos ha llamado a ser profetas; por tanto a dar a conocer los proyectos de Dios y testimoniar con nuestras propias vidas el amor de Dios por todas sus creaturas.

    La misión del Profeta consiste en escuchar la voz de Dios, discernir a través de los acontecimientos personales y sociales los signos de los tiempos, mediante la luz de la Palabra de Dios en los Evangelios y demás escritos bíblicos, y una vez descubierta y clarificada la voluntad de Dios, transmitirla a través de nuestro testimonio y de nuestras relaciones de colaboración solidaria, o de la ayuda fraterna.

    Desde nuestro Bautismo recibimos la participación en el Sacerdocio común o también llamado sacerdocio de los fieles. Preguntémonos si he desarrollado en mí la conciencia de ser profeta, y la experiencia de transmitir la presencia de Dios que camina con nosotros, mediante la asistencia del Espíritu Santo.

    Para ser auténticos profetas, hoy San Pablo ha recordado el camino del amor, describiendo sus características: “El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites”.

    ¡Viviendo el amor seremos auténticos profetas! 

    Y para que no perdamos el rumbo ni nos desesperemos ante la injusticia, las calumnias, la violencia, el odio y las venganzas, también ha señalado: “El amor dura por siempre; … Ahora vemos como en un espejo y oscuramente, pero después será cara a cara. Ahora sólo conozco de una manera imperfecta, pero entonces conoceré a Dios como él me conoce a mí. Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres”.

    La fe consiste en tener la confianza y fidelidad de creer en la Palabra de Jesucristo, y en sus enseñanzas. La esperanza es mantener encendida la luz de dichas enseñanzas por encima de cualquier adversidad, conflicto, confrontación, sufrimiento, o incomprensión. Y el amor vendrá como consecuencia, al confirmar de diversas maneras, casi siempre inesperadas y sorpresivas, que Dios no te abandona nunca, y siempre mantiene firmemente sus promesas.

    Acudamos a María de Guadalupe, como Madre de la Iglesia, como Madre nuestra, quien, en su vida, fue ejemplar la confianza que depositó en la palabra, que el Arcángel Gabriel le transmitió en nombre de Dios, aunque parecía imposible lo que se le pedía; sin embargo su respuesta fue clara y contundente “Hágase en mí, según lo que me has dicho”. Vivió bajo la sombra del misterio, pero con fe y plena confianza en Dios.

    Pidámosle ser profetas como ella, lo fue. Que aprendamos a creer con fidelidad, a vivir siempre la esperanza con plena confianza, y a dar testimonio del amor mediante la comprensión, el servicio, y la humildad.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.

    A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.

    En ti confiamos, Madre del Divino Amor, para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

    Ayúdanos a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

    Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios quiere de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

    Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.