Etiqueta: arquidiócesis de méxico

  • Homilía- El hábito de la oración/ Inicio de la Megamisión 2021- 24/10/21

    Homilía- El hábito de la oración/ Inicio de la Megamisión 2021- 24/10/21

    Dios, nuestro Salvador,… quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre él también, que se entregó como rescate por todos”.

    San Pablo fue el apóstol de los gentiles, es decir el que abrió la iglesia naciente a todos los que no pertenecían al pueblo judío. Con una preclara inteligencia entendió que la misión de Jesús era universal. Por ello, señala que Israel era el pueblo elegido por Dios, había sido llamado para ser el primero y el que recibiría al Mesías esperado, para eso lo había preparado Dios Padre, para el momento histórico de la Encarnación de Dios Hijo; sin embargo la elección de un pueblo no era para privilegiarlo por encima de los demás, sino para que transmitiera el mensaje salvífico a toda la humanidad, como lo habían anunciado varios de los Profetas del Antiguo Testamento.

    Por eso San Pablo recuerda a su discípulo Timoteo: “Él dio testimonio de esto a su debido tiempo y de esto yo he sido constituido, digo la verdad y no miento, pregonero y apóstol para enseñar la fe y la verdad. Quiero, pues, que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración dondequiera que se encuentren, levantando al cielo sus manos puras”.

    San Pablo recomienda a su discípulo la necesidad de la oración para toda actividad apostólica, y señala que debemos pedir por todos e invitar a todos a dirigirnos a Dios para recibir su ayuda en nuestras responsabilidades personales y comunitarias.

    El hombre de oración constante abre su corazón y su mente a Dios, y dispone su inteligencia y voluntad para hacer el bien. El hábito de la oración facilita descubrir la mano de Dios después de la actividad, y la fortaleza interior que va desarrollando en él, y obteniendo la luz necesaria para afrontar cualquier adversidad y para dar testimonio ante los demás del beneficio de la oración.

    El Evangelio de hoy narra cómo Jesús al caminar entre la gente, escucha y atiende a quien pide compasión, y necesita ayuda: “Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!…. Jesús se detuvo… y dijo: «Llámenlo». Y llamaron al ciego, diciéndole: ¡Ánimo! Levántate, porque él te llama. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: ¿Qué quieres que haga por ti?. El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: Vete; tu fe te ha salvado. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino”.

    Qué importante es salir, caminar, y pasar; y no quedarnos encerrados, en la comodidad del hogar. Jesús inició así una nueva manera de ser Rabí, de ser maestro, no se quedó ni en su hogar de Nazaret, ni limitó transmitir su enseñanza solo en la sinagoga; sus aulas fueron los caminos entre los pueblos, propiciando el encuentro. Encuentros para descubrir y conocer la situación de los más necesitados de ayuda, y a partir de esos encuentros enseñaba. Combinó así las enseñanzas y la puesta en práctica de esas enseñanzas. Con ello manifestó la manera mediante la cual Dios está presente en la vida diaria de cada uno de nosotros.

    Como discípulos de Jesús Maestro, estamos llamados a seguir su ejemplo. Hoy Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), iniciamos en la APM la Megamisión 2021 bajo el lema: “La caridad, el corazón de la Misión”, y concluirá el Domingo 21 de noviembre en la Solemnidad de Cristo Rey.

    Uniremos así las citas bíblicas elegidas por el Santo Padre, el Papa Francisco, en los respectivos mensajes para las Jornadas Mundiales por las Misiones: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hc 4,20), y el de la de la V Jornada Mundial por el Pobre: “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Jn 12,8). Señalada esta última para el Domingo 14 de noviembre.

    Invito especialmente a los jóvenes a participar en la Megamisión 2021, en el espíritu de la Jornada Mundial de la Juventud, la que ha pedido el Papa Francisco se prepare en cada Diócesis el Domingo 21 de noviembre, animándola con la cita bíblica: «¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto» (cf. Hch 26,16).

    De manera que misionando, ayudando al pobre, y participando los jóvenes, la Megamisión tendrá una triple motivación, que sin duda dejará una huella significativa en cada participante, al ayudar a quienes tienen sed de Dios y a quienes necesitan del pan para vivir dignamente.

    Será una oportuna ocasión para mostrarnos cercanos con los hermanos de nuestras propias comunidades parroquiales, que pasan por alguna necesidad y auxiliando a los grupos más sensibles: personas con capacidades diferentes, indigentes, y reclusos, o colaborando a dignificar los ambientes de salud, pobreza y ecología, y sensibilizando a nuestro pueblo en la responsabilidad de cuidar nuestra Casa común, nuestro planeta.

    Aprovechemos este tiempo especial de gracia para impulsar y vivir en comunión y sinodalidad la acción socio-caritativa; apoyados desde las Cáritas parroquiales y otras instancias pastorales, a fin de responder al amor de Dios.

    Las acciones de amor y caridad son una experiencia que toca el corazón tanto al que las practica, como al que recibe su beneficio. Al finalizar este mes de acción misional y socio-caritativa podremos exclamar como el Profeta Isaías: “Griten de alegría por Jacob, regocíjense por el mejor de los pueblos; proclamen, alaben y digan: ‘El Señor ha salvado a su pueblo, al grupo de los sobrevivientes de Israel”.

    Manifestemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestra disponibilidad sea para orar por los misioneros sea para participar entusiastamente en la Megamisión, como Iglesia en Salida, y pidámosle nos fortalezca recordando su testimonio de misionera, al haber venido a nuestras tierras para darnos a conocer a su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor, el verdadero Dios por quien se vive.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser misioneros como tú lo has sido con nosotros.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

  • Homilía- Misa Exequial de Mons. Abelardo Alvarado Alcántara- 5/07/21

    Homilía- Misa Exequial de Mons. Abelardo Alvarado Alcántara- 5/07/21

    “Yo sé bien que mi defensor está vivo y que al final se levantará en favor del humillado, de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios. Yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo contemplarán; ésta es la firme esperanza que tengo” (Job 19, 25-27).

    En esta confesión que hace Job cuando sufre la más dura tragedia de su vida expresa su confianza y su esperanza en Dios. Para poder llegar a esta experiencia siempre se necesita que durante la vida tengamos luz que me oriente. ¿Quién es esa luz que nos puede orientar definitivamente al término de nuestra vida terrenal, y así llegar, sabiendo lo que nos espera con la alegría de haber llegado a la meta, porque en ella descubriremos nuestro verdadero destino. Esa luz y salvación la encontramos en Jesucristo.

    Job no lo conoció, vivió antes de Jesús, de manera que tenemos todavía mayor capacidad y recursos quienes somos discípulos de Cristo, para caminar en esta vida, afrontando toda serie de dificultades.

    En estos últimos días, Monseñor Abelardo vivió el sufrimiento en sus máximas expresiones, pero en su corazón lo que vivió a lo largo de su vida, la entrega al Señor respondiendo a su vocación, sin lugar a duda le preparó para esperar este momento con alegría.

    En el Evangelio de San Juan, que hemos escuchado hoy, dice Jesús: “Todo lo que me ha dado el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera porque he bajado del Cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”(Juan 5, 19).

    Y luego expresa Jesús esa voluntad del Padre, dice: “Ésta es la voluntad de mi Padre, la que vengo yo a realizar, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Juan 5, 24).

    Ciertamente la separación de un ser querido, de un ser estimado, – todos los que conocimos a Monseñor Abelardo, siempre dispuesto a servir a la Iglesia y buscando los caminos para encontrar la mejor manera de que este servicio llegara a la sociedad- sin duda queremos alegrarnos por su encuentro con el Señor, dentro de lo que significa la separación física al morir, la fe supera ese temor a la muerte.

    Recuerda el apóstol San Pablo en la segunda lectura: “Nosotros somos ciudadanos del Cielo, de donde aguardamos un Salvador, el Señor Jesucristo, Él transformará nuestro cuerpo humilde”. Tan humilde como ahora se encuentran los restos de Monseñor Abelardo, hechos cenizas, sin embargo, afirma San Pablo, “Él transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso, de Jesucristo, el Señor, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp. 3, 20-21).

    Ésta es nuestra fe cristiana: esta vida es paso, para aprender a caminar en ella es indispensable tener siempre presente el sentido de la trascendencia, de que ésta no es nuestra morada eterna, la tenemos que trascender, pasar más allá, porque más allá está quien nos ha creado, generosamente nos ha otorgado la vida y nos espera para compartirnos la vida misma de Dios, que es el amor.

    Con estos sentimientos encontrados, humanamente el dolor, pero iluminados con las palabras y la vida de Jesucristo, entreguemos así a Monseñor Abelardo, y agradezcámosle a nuestro Padre Dios, la vida y el servicio que ha hecho, particularmente en esta Arquidiócesis de México, a la Conferencia del Episcopado Mexicano, y en general a la Iglesia.

    Que así sea.

  • Homilía- Todos estamos llamados a ser profetas- 04/07/21

    Homilía- Todos estamos llamados a ser profetas- 04/07/21

    El espíritu entró en mí, hizo que me pusiera en pie y oí una voz que me decía: Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra mí. Ellos y sus padres me han traicionado hasta el día de hoy. También sus hijos son testarudos y obstinados. A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.

    Estas palabras dirigidas al Profeta Ezequiel son una óptima ocasión para reflexionar sobre nuestra personal vocación de ser Profetas, misión que se nos ha encomendado desde nuestro Bautismo, porque en el, fuimos incorporados a Cristo Sacerdote, Profeta, y Rey. Es decir, todo bautizado en el nombre de Jesucristo, está llamado a ser profeta, transmitiendo de palabra y de obra las enseñanzas de Jesucristo, y llevando a cabo dicha tarea en comunión con su respectiva comunidad eclesial.

    La advertencia de Dios, al decir que el profeta debe transmitir el mensaje lo escuchen o no, es porque la respuesta de quien escucha debe ser libre, y si no escucha es su responsabilidad personal, pero el profeta no debe supeditar su misión excusándose que no le hacen caso.

    Dios conoce los corazones de sus hijos y sabe que unos son más testarudos y obstinados, otros soberbios y rebeldes, pero su paciencia no tiene límites, ya que somos sus hijos y nos ama por encima de nuestra conducta. Dios exige al profeta transmitir con ocasión y sin ella, lo escuchen o no, porque desea que no exista el pretexto y digan: No hubo un profeta que nos advirtiera nuestros errores.

    En este primer punto de las enseñanzas que hoy presenta la Palabra de Dios, es oportuno cuestionarnos con la siguientes interrogantes: ¿He ejercido mi misión de Profeta, he compartido mi experiencia como discípulo de Jesucristo? ¿Me han escuchado o me han rechazado? ¿Qué actitudes han surgido en mí ante los éxitos y ante los fracasos?

    Por lo que respecta a la segunda lectura, el Apóstol San Pablo advierte desde su propia experiencia, que la aceptación humilde del sufrimiento personal por alguna enfermedad, por dificultades insuperables, por burlas o insultos, por amenazas y persecuciones se convierte en fortaleza y desarrollo espiritual para afrontarlas, generando la sensibilidad para descubrir la intervención divina ante el rechazo explícito a la predicación de la Palabra de Dios: “Así pues, de buena gana prefiero gloriarme de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo. Por eso me alegro de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando soy más débil, soy más fuerte”.

    Esta experiencia de relativos fracasos y sufrimientos en la misión para transmitir la Buena Nueva es un magnífico auxilio para superar la soberbia, que espontáneamente surge ante los éxitos y reconocimientos recibidos y reconocidos por la Institución Eclesial.

    La soberbia es la gran tentación de todo ser humano, porque nuestro instinto y anhelo de superación, seduce a nuestro espíritu para asumir los éxitos como resultado exclusivo o preponderante de mi personalidad, y en esa ruta se desarrolla en mi una sordera para escuchar las opiniones de los demás, una ceguera para valorar las experiencia ajenas, y una intolerancia ante los propuestas diversas a mis puntos de vista.

    En este sentido es muy provechoso y oportuno escuchar la confesión de San Pablo: “Para que yo no me llene de soberbia por la sublimidad de las revelaciones que he tenido, llevo una espina clavada en mi carne, un enviado de Satanás, que me abofetea para humillarme. Tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto, pero él me ha respondido: Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”.

    Les propongo preguntarnos: ¿He sabido conducirme ante las tentaciones de la soberbia? ¿He desarrollado la necesaria humildad, confiando en la misericordia divina, cuando me he enfrentado al sufrimiento? ¿He aceptado mis debilidades y fragilidades o las descargo culpabilizando a otros de lo que me sucede?

    El Evangelio de hoy presenta las dudas de los nazarenos sobre la sabiduría expresada por Jesús, ejemplificando la frecuente dificultad de los más cercanos para aceptar el buen desarrollo de quienes lo conocieron antes: “Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: ¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y estaban desconcertados”.

    ¿De dónde le viene la sabiduría y las demás virtudes, a quien yo conozco desde niño? Con este cuestionamiento surgen los celos, la envidia y el rechazo al que desarrolla cualidades y habilidades que yo no tengo, a quien despunta por encima de los demás, y a quien a pesar de su menor edad puede superar a los mayores.

    ¿Cuál ha sido mi experiencia en mis relaciones con los demás, he dejado crecer la soberbia en mí o he reconocido mis propias cualidades y mis limitaciones y las de los demás? ¿Cuál ha sido mi actitud ante mis compañeros de escuela, en el campo laboral, e incluso en mi propia familia cuando percibo que me superan?

    Recordemos las palabras de Jesús “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos, imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos”. La incredulidad obstaculiza descubrir la acción de Dios en favor de nuestra persona o de la comunidad.

    Contemplemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pidámosle que aprendamos de ella a mirar con amor y misericordia a quien me acompaña, a quien se me acerca, a quien me solicita ayuda.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.