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Si el Espíritu habita en ustedes, el Padre les dará vida. Homilía del 26 de marzo

“Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. En cambio, si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios”.

¿Quienes están muertos en vida en nuestra sociedad? Todos aquellos que han dejado de lado la atención de su propio espíritu, y por tanto solo atienden a las necesidades de su cuerpo. Situación que se percibe lamentablemente en los que sufren depresión, o están esclavizados por las adicciones, o por las pasiones de manera desordenada.

A ellos y a todos quienes se sienten tristes sea por sí mismos, o por ver a seres queridos atrapados y aparentemente sin salida de sus situaciones, hoy les habla el Señor, mediante el Profeta Ezequiel: “Cuando abra sus sepulcros y y los saque de ellos… Entonces les infundiré a ustedes mi espíritu y vivirán, los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí”.

Por eso respondimos a la voz del profeta cantando: “Perdónanos, Señor, y viviremos”.

San Pablo nos recordó en la segunda lectura: “Hermanos: Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes”.

Y continuó afirmando de manera contundente para gozo y esperanza nuestra: “Si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios. Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales por obra de su Espíritu, que habita en ustedes”.

De esto dio cuenta el Evangelio de San Juan al narrar la Resurrección de Lázaro que admirablemente realizó Jesús en su vida mortal. Cuando sufrimos una pérdida no esperada de un ser querido, muchas veces nuestra reacción es parecida a la de Marta y María, que a la llegada de Jesús ante el fallecimiento de su hermano Lázaro le expresan su tristeza, diciendo:

“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Ya sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? Ella le contestó: Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

También nosotros en circunstancias parecidas nos dirigimos a Dios diciéndole: por qué Dios mío te llevaste a mi abuela, a mi esposo, a mi hijo, a mi hermana, a mi nieta, etc. Al vivir estas situaciones dolorosas es muy consolador recordar, que la muerte de nuestro cuerpo es un indispensable tránsito a la eternidad.

Este pasaje nos invita, en estos días que restan para la Semana Santa, a renovar nuestra convicción en la Resurrección de la carne después de nuestra muerte, como lo hicieron Marta y María hermanas de Lázaro, y muchos otros ahí presentes.

Pero probablemente también surja la pregunta, ¿por qué Dios, nuestro Padre, lo ha programado así?

San Ireneo en el Siglo II proporciona la respuesta al afirmar: La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios.

La muerte física del ser humano entra en el proyecto de Dios, para que asumamos en la fe, que esta vida terrena tiene la finalidad de una preparación para ejercitarnos en el amor con pleno conocimiento y con plena libertad.

Esta sorprendente y elocuente intervención de Dios, realizada por su Hijo Jesucristo para resucitar a Lázaro, tiene la finalidad de manifestar que el Dios revelado por Jesús de Nazaret es el Dios de la vida, el Dueño y Señor de la Creación.

Con esta intervención preparaba y garantizaba ya la Resurrección del mismo Jesús, ante la muerte sufrida en la Cruz, con la enorme diferencia que esta vez, la resurrección de Jesús sería definitiva, ya no moriría jamás, convirtiéndose en la esperanza fundada para todos nosotros, esperanza que celebraremos en la próxima Vigilia Pascual de la Semana Santa.

Fortalezcamos en esta Cuaresma nuestra fe, recordando que la vida divina es el amor gratuito de generosa donación y de servicio vivido en comunión, y que Dios Padre nos ha enviado al Espíritu Santo para que bajo su conducción, sigamos las enseñanzas y el testimonio de su Hijo Jesús, ejercitándonos en el verdadero amor gratuito, que es la naturaleza de Dios Trinidad.

Renovemos nuestra convicción en el poder de Dios para conducirnos en esta vida y al término de ella, resucitarnos a la vida eterna. Hagamos nuestras las palabras de San Pablo: “Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales por obra de su Espíritu, que habita en ustedes”.

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