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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía.

Primer domingo de Adviento: nuestra salvación se acerca – Homilía 27/11/22

“Hermanos: Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca, que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, la obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz”.

La característica transversal de este tiempo que hoy iniciamos es la Esperanza, la cual se fortalece, caminando juntos en el aprendizaje del amor recíproco y abierto a todos nuestros semejantes, con quienes convivimos.

Para que esa esperanza sea bien sostenida y siempre creciente es indispensable recordar y celebrar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, y tomar conciencia que el motivo de la Encarnación es la Redención de la Humanidad.

En efecto, la decisión de Dios Padre al enviar a su Hijo para que se encarnara, fue proporcionar el testimonio ejemplar de Jesucristo, manifestándonos como recorrer la senda de la vida, y garantizarnos que de la misma manera que El lo vivió, también nosotros seremos asistidos, por el Espíritu Santo, para afrontar positivamente todo tipo de circunstancias, incluso las más duras y difíciles de asumir como son los sufrimientos e injusticias.

En este sentido, el Adviento durante cuatro semanas nos exhorta y alienta a centrar nuestra mirada en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el Seno de María, nuestra querida Madre, primer ejemplo, de cómo seguir a Jesucristo para ser sus discípulos y apóstoles.

El Evangelio de hoy ofrece otro elemento indispensable para desarrollar la Esperanza, se trata de la toma de conciencia sobre la brevedad de la vida, de la ignorancia sobre el tiempo de nuestra existencia, y de los tiempos finales de la Humanidad: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y sé casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”.

De esta manera nos indica que mientras llega el final de los tiempos debemos estar alertas y recordar con frecuencia los elementos que debemos procurar en nuestra vida diaria.

En este sentido son de suma importancia las recomendaciones de Jesús: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.

Estas indicaciones no son para atemorizarnos, sino para motivar a no quedarnos con una mirada corta y miope, que solamente ve el futuro inmediato, y considera que la única vida es la de esta tierra. Por tanto, apoyados por nuestra fe, elevemos nuestra mirada y entendamos que hay una intima relación entre esta vida y la futura, que será eterna.

¿Tomo conciencia de por qué la Navidad es una fiesta familiar y de su mensaje, y de que necesitamos constantemente recordarla para fortalecer nuestra esperanza?

Es además una magnífica oportunidad de crecer en la indispensable transmisión a las nuevas generaciones de lo que creemos y vivimos. Esto puede incrementarse compartiendo juntos en oración sea en el templo como en torno de los nacimientos, que solemos cada año exponer en nuestros hogares, comercios, mercados y en los barrios.

Escuchemos al Apóstol San Pablo, quien advierte: “Comportémonos honestamente, como se hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias. Revístanse más bien, de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos deseos”. De esta manera evitaremos que la Navidad quede reducida como un tiempo de compra e intercambio de regalos, o de saborear juntos una buena cena.

Así desarrollaremos mejor la transmisión de una generación a otra, de las maneras en que debemos vivir nuestra Fe en el misterio de la Encarnación, que recordamos en la Solemnidad de la Navidad. Es oportuno recordar que no basta transmitir la Fe con la enseñanza de los conceptos doctrinales, es indispensable transitar al testimonio que siempre será el punto medular para arraigar y fortalecer la Fe; que dicho de manera sencilla y frecuentemente aludida, convencen más los hechos que las palabras, porque los hechos quedan pero las palabras se las lleva el viento.

La fe y la esperanza son indispensables para afrontar la cotidianidad de nuestra vida. Auxiliados por estas dos virtudes nos resultará más fácilmente transitar al ejercicio de la Caridad, que es la mejor expresión de que seguimos fielmente a Jesucristo, viviendo la solidaridad con los más necesitados.

El recuerdo anual que nos ofrece el tiempo del Adviento es ocasión de examinar si hemos seguido las orientaciones de Jesús, y valorar si hemos fortalecido nuestra experiencia sobre la virtud de la esperanza. Por eso San Pablo nos alerta: “Hermanos: Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca, que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, la obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz”.

Nuestra Madre, María de Guadalupe, lo aprendió y siguió a su Hijo Jesús, entregando su vida en plenitud, y por eso reina con él para toda la eternidad. Acudamos a ella para pedir su auxilio y seguir su ejemplo.

Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
Guadalupe! Amén.

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