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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía.

¿Para qué me ha dado la vida Dios? Homilía del 5 de febrero de 2023

“Cuando les hablé y les prediqué el Evangelio, no quise convencerlos con palabras de hombre sabio; al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios, a fin de que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres”.

Estas palabras del Apóstol San Pablo son un testimonio muy oportuno a tener en cuenta, como criterio para los procesos evangelizadores de nuestro tiempo. Dado que la buena nueva de Jesucristo consiste en el anuncio, a través de su persona, de la presencia Dios que nos acompaña y vive en medio de nosotros, mediante la asistencia del Espíritu Santo; por tanto es indispensable aprender a descubrir esa presencia y a dejarnos conducir por Él.

Hay que reconocer que es indispensable el ejercicio cotidiano de la oración para invocar el auxilio divino y descubrir con su ayuda, la voluntad de Dios Padre: ¿Qué me pide en mi actual contexto de vida? Iniciando con la búsqueda de mi vocación, y su periódica valoración: ¡A qué estoy llamado por Él, para que me ha dado la vida hoy!

El siguiente paso es el desarrollo mi espiritualidad. Hay dos elementos fundamentales que son la lectura y meditación de los Evangelios, y la participación en la vida litúrgica y sacramental de mi comunidad parroquial; para lo cual necesito ser auxiliado por quienes me han precedido: Nuestros Padres, la familia, la escuela, y la relación cotidiana con los demás fieles.

En este proceso aprenderé a dejarme conducir por el Espíritu Santo, y obtener así la capacidad de vivir bajo la sombra del misterio; es decir, no se trata simplemente de realizar un plan o proyecto que deba realizar, sino una constante vigilancia, para aprender a interpretar la Voz de Dios en los acontecimientos de mi vida y responder a esa voz desde mis actuales contextos socio-culturales.

El Profeta Isaías presenta hoy en la primera lectura varias pistas del camino a recorrer, respecto a mis actitudes y actividades: “Esto dice el Señor: «Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano”.

Esta misión es para todo bautizado, para todo discípulo de Cristo, y hay que desarrollarla especialmente en la familia, en esta comunidad célula, ahí se plenifica, se intensifica, y es de gran auxilio para la misión de la Iglesia. De aquí la importancia de toda comunidad de los discípulos de Jesucristo, de seguir practicando el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados.

Y para esto, el profeta nos motiva, expresando lo que sucederá al practicar dichas acciones: “Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”.

La acción de la caridad con el prójimo necesitado, que está cerca de nosotros, si miramos por él y le ayudamos, ése es el camino. No sólo para la persona que se le brinda esa ayuda, sino para nosotros mismos, cuando el Profeta anuncia que seremos luz; también seremos beneficiados, al decir: “cicatrizará de prisa tus heridas”. Ayudando al otro, nos ayudamos a nosotros mismos.

De esta manera, seremos capaces de hacer realidad el llamado, que Jesús hace a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra”. Aunque claramente nos advierte: “Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente”.

Esto es precisamente a lo que se refiere San Pablo cuando afirma: “Hermanos: Cuando llegué a la ciudad de ustedes para anunciarles el Evangelio, no busqué hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que resolví no hablarles sino de Jesucristo, más aún, de Jesucristo crucificado”.

Actualmente estamos viviendo en un mundo, donde con frecuencia encontramos personas que sufren depresión, otras que han sido maltratadas y han sido objeto de robos, asaltos, y secuestros, situaciones que dejan una experiencia no fácil de superar. Pero, de la misma manera que las malas experiencias de dolor y sufrimiento dejan heridas difíciles de sanar, están las acciones, que propone el Profeta Isaías y el mismo Jesús, que devuelven el aliento, dan comprensión, confortan y hacen surgir la esperanza y la confianza para reiniciar con ánimo el camino de la vida.

Necesitamos encontrarnos con el “verdadero Dios por quien se vive”, de quien hemos recibido la vida y quien otorga la asistencia del Espíritu Santo para que nuestra conducta refleje las enseñanzas de Jesús.

Así cumpliremos la recomendación de Jesús en el Evangelio de Hoy: “Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”. Es así como haremos realidad la afirmación de Jesús: “ustedes son la luz del mundo”.

Esta misión de ser sal y luz, de darle sabor a la vida humana y de iluminar el camino para que esa vida humana sea satisfactoria y plena es tarea para todos los discípulos de Cristo, y de manera especial de todos los miembros de la Vida Consagrada, quienes con diferentes carismas ejercitan la Caridad, en favor de sus hermanos.

Y justamente para eso ha venido Nuestra Madre, María de Guadalupe, a manifestarnos el amor en medio de nuestras situaciones, especialmente las difíciles, y a orientarnos hacia su Hijo, quien dió la vida hasta la muerte y muerte de Cruz, y de lo cual ella fue testigo, al estar presente en el Calvario, sufriendo al ver la injusta condena y la consecuente pasión de su Hijo Jesús. Abramos pues nuestro corazón y presentémosle nuestras necesidades y anhelos de ser buenos discípulos de Jesucristo, Nuestro Señor.

Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.

Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a manifestar a través de nuestras vidas que Cristo, tu Hijo Jesús, vive en medio de nosotros, y nos convirtamos así en sus discípulos y misioneros en el tiempo actual.

Hoy te pedimos que acompañes a tus queridos hijos e hijas, que han consagrado su vida, siguiendo uno de tantos carismas, que el Espíritu Santo ha derramado en favor de la Iglesia. Muchos de ellos hoy aquí presentes.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
Guadalupe! Amén.

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