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El Arzobispo Carlos Aguiar Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía

Homilía-¿Qué sembramos en nuestra vida?- 13/06/2021

«El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

La complementariedad entre el trabajo del agricultor y la respuesta de la tierra nos hacen ver la necesidad de ambos para obtener el beneficio de la cosecha. Una interpretación de esta parábola es identificar al sembrador en cada ser humano, y considerar como su tierra: su contexto familiar, laboral y social. Si siembra bondad, generosidad, comprensión, colaboración, confianza, ciertamente cosechará felicidad, alegría, esperanza, y en sus necesidades obtendrá ayuda y cooperación.

¿Por ello es oportuno preguntarnos cada día al caer la tarde, qué he sembrado hoy en mi contexto de vida? Y dormir tranquilamente si nuestra siembra ha sido buena semilla. De lo contrario, deberemos tomar conciencia para al amanecer de un nuevo día, corregir y rectificar mi actitud y mi conducta.

Nunca debe desanimarnos que tarde la cosecha, los tiempos de espera son siempre diferentes, como la tierra en que se siembra depende de la colaboración del sol y de la lluvia, que son indispensables. Así también la respuesta de cada uno de nuestros semejantes no será al mismo tiempo ni de la misma manera. Recordemos que hay cosechas abundantes y otras escasas, incluso algunas perdidas.

Otras veces nos acontecerá que de un pequeño esfuerzo personal o comunitario, obtendremos respuestas contundentes y rápidas, que nos sorprenderán alegremente. En esas ocasiones se cumplirá la otra Parábola, que hemos escuchado de labios de Jesús: «El Reino de Dios es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Estas Parábolas y su permanente enseñanza manifiestan además la importancia de la relación de las creaturas con la Naturaleza. Por ello invito a todos asumir el compromiso de leer y reflexionar la Carta Encíclica del Papa Francisco “Laudato Si´”. En ella nos invita a retomar la permanente observación de la naturaleza y descubrir en su orden y en sus recursos indispensables para la vida humana, la importancia de cuidarla y protegerla, y especialmente a descubrir nuestra sacralidad.

Afirma el Papa Francisco: Además la contemplación de lo creado nos permitirá descubrir alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa». Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la Sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche». Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al  intentar  descifrar  la  del  mundo» (LS No. 85).

En general en la vida de las ciudades se ha perdido esta habitual observación y aprendizaje que ofrece la naturaleza en sus diferentes ámbitos. Sin embargo las nuevas generaciones han manifestado una gran sensibilidad e interés por la ecología, que debemos acompañar y apoyar; ya que mediante la observación y el respeto al orden de la Creación para la sustentabilidad de nuestra Casa Común, descubriremos la responsabilidad propia del ser humano como administradores que  cuidan y  protegen nuestro planeta; y obtendremos la convicción de hacerlo al constatar los beneficios de dichos cuidados.

Pero además podremos afrontar el gran desafío de transmitir la fe en Dios Creador que se manifiesta en la complementariedad y en el magnífico y admirable orden que guarda la naturaleza en sí misma. Los llamo pues, a considerar la necesidad de una conversión ecológica como lo indica también el Papa Francisco: los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores», la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior… hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (LS No. 217).

Incluso el adentrarnos en el orden de la Creación y en la responsabilidad común de cuidar la sustentabilidad de nuestra Casa Común, será un caminar en la esperanza, al adquirir elementos de la experiencia humana, que mostrarán la ternura y generosidad del Creador, con lo que crecerá nuestra confianza en una vida futura insospechadamente gloriosa, para dejarnos conducir guiados por la fe, obteniendo la experiencia que hoy escuchamos de San Pablo: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”.

Aprenderemos así a tomar conciencia de nuestro paso terrenal, asumiendo nuestras responsabilidades cotidianas, y avizorando nuestro feliz destino para el que fuimos creados: una vida sin fin, compartiendo la vida de Dios, que es el Amor. Y podremos superar el desafío de encontrar los caminos para transmitir a las nuevas generaciones, el sentido de la vida temporal, y la fortaleza para afrontar adversidades y conflictos de manera positiva, descubriendo que no vamos solos, y mucho menos que estamos abandonados a nuestra suerte, sino siempre acompañados, de quien nos ha dado la vida, y nos espera con inmenso gozo para compartirnos su casa eternamente.

Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que aprendamos de ella, tanto la confianza que tuvo en la Palabra de Dios, como en asumir en plena obediencia su proyecto salvador.

Oración

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a  todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Enséñanos a orar con los salmos, como tú lo hacías, proclamando las maravillas del Señor: ¡Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo, y celebrar tu nombre, pregonando tu amor cada mañana y tu fidelidad, todas las noches!

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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