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Homilía Ordenaciones Sacerdotales 2023

“La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y caminaron hasta la esquina de la calle y de pronto el ángel desapareció.”

De esta manera, Pedro se ve liberado de la injusta pena de ser encarcelado. En la vida cotidiana siempre afrontaremos situaciones adversas, que no corresponden a la justicia. Es constante en la experiencia humana verificar, que todos en algún momento vivimos esas situaciones adversas que habitualmente, si no tenemos fe y si no tenemos tampoco, quien nos acompañe en esa situación, nos deprimimos, entramos en una situación lamentable.

Los Hechos de los Apóstoles, en esta primera lectura expresa con toda claridad, que Pedro estando encarcelado, oraba la comunidad por él. La comunidad era su familia, su familia en la fe. Aquellos que ya habían aceptado, que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y de esa manera, en la oración, fortalecían el corazón de Pedro y sus acompañantes. Este proceso, que hoy narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, de distintas formas y maneras se vive en la vida humana de todos nosotros. La diferencia puede estar en si estamos o no siendo partícipes de una comunidad, la cual debiera de ser, en primera instancia, la familia.

Hoy conocemos las divisiones constantes de familias cuyos padres se separan por motivos de conflicto entre sí, y que no tienen en cuenta el desarrollo de sus hijos. La relación de la familia es el primer momento en que el ser humano puede percibir el acompañamiento, el apoyo, la ayuda ante cualquier adversidad, aunque sea mínima. Y de esa manera, también a la par, si se acompaña de la fe, entonces seremos hombres capaces y fuertes para afrontar cualquier adversidad. Pero si estamos solos, si estamos separados, si estamos desunidos, si no nos une la fe en el Señor, todo se hace más difícil.

Por eso vemos hoy, tristemente, en nuestra ciudad y en el mundo entero, no solamente los suicidios, sino aquellos que pierden el sentido de la vida. Estos desafíos son, a los que ustedes seis Neo-presbíteros están decididos a afrontar para fomentar en nuestra comunidad cristiana esa relación de comunión, de oración de unos por otros, y de sentirnos familia, la familia de Dios.

Por ello, es interesante recordar cómo en la segunda lectura el apóstol Pablo le cuenta a su discípulo Timoteo lo siguiente: “Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que por mi medio se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos”.

Esta experiencia de Pablo expresa una fortaleza interior increíble. Cómo asumir con inmensa confianza la injusta situación de abandono, y cómo a partir de ella él fortalece su interior, y le abre camino a los demás. Afirma Pablo: “El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará sano y salvo a su Reino celestial”.

El final del Salmo, que escuchábamos como respuesta a esta Palabra de Dios expresa: “Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres, y los libra de todas sus angustias”. Y termina diciendo, “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Dichoso el hombre que se refugia en Él”.

¿Cómo hacer para que ustedes seis tengan esa fortaleza interior y no solamente estén fuertes para afrontar los desafíos en lo personal, sino como pastores al frente de una comunidad? El punto clave lo señala muy bien Jesús en el Evangelio, cuando les pregunta a sus discípulos, ¿y según ustedes quién soy yo?

Ahora yo les pregunto a ustedes seis: ¿Y ustedes quién dicen que es Jesucristo? Para tí, ¿Quién es Jesús? ¿Qué ha representado en mi vida, en el camino de formación? Ya que si aceptamos una relación, debemos crecer en ella. Entonces, responderemos como Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”

El sacerdote no solamente tendrá en sus manos la Biblia para explicarla al pueblo de Dios, sino al mismo Cristo en el pan de vida. Ustedes consagrarán el pan y el vino para que sean presencia del Señor Jesús. ¿Quién es Jesús para ustedes?No olviden hacerse la pregunta: ¿dónde ha estado Jesús este día conmigo, en mi ministerio?

Cuando escuchen las situaciones de sus fieles en la penitencia, en el sacramento de la confesión, donde los presbíteros, tienen esta oportunidad de tocar en nombre de Dios, el corazón del penitente, para escuchar lo que el otro está viviendo en su interior, y detectar la sed que necesita de Jesús.

¿Quién es Jesús para mí? Y con esa fuerza se adquiere la confianza de saber que somos acompañados, bajo la sombra del misterio. No esperen que se les aparezca Jesús y les diga: aquí estoy yo. Es bajo la sombra del misterio, es por la fe, que creemos en aquello que no vemos, ni tocamos, pero que es una realidad que existe, porque voy descubriendo que el Señor me acompaña en la cotidianidad de mi ministerio.

Y, para eso es la oración, a veces se nos va el tiempo en pedirle cosas a Dios, déjenselo a Él, que Él nos dé lo que necesitamos; en cambio descubran como Él va interviniendo en el ministerio de pastorear a sus ovejas, de ser pastores y de orientar a los feligreses.

Si así lo es, que así lo espero, porque han tenido todos estos años de formación, y recientemente su ministerio diaconal, yo les digo en nombre de Jesús: “Dichosos ustedes porque esto no se los ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos”. Y yo les digo a ustedes que, sobre estas piedras, que son ustedes, sobre ésta sólida fe, que los ha hecho seguir la vocación y llegar al ministerio sacerdotal, sí sobre esta piedra, el Señor seguirá construyendo su Iglesia, en nuestra comunidad Arquidiocesana de México. ¡Que así sea!

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