Homilía- Las tinieblas son vencidas por la luz- Vigilia Pascual -03/04/21
“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen suya lo creó; hombre y mujer los creó”.
¿Por qué y para que fuimos creados, a semejanza divina? La respuesta correcta y central solo la encontramos en la persona de Jesucristo. El es la cabeza de toda la Creación, según lo revela San Pablo en la Carta a los Colosenses:
“Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas… todo lo ha creado Dios por él y para él. Cristo existe antes que todas las cosas, y todas tienen en él su consistencia… Dios en efecto tuvo a bien hacer habitar en él toda la plenitud y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas” (Col 1,15-17-19-20).
En una primera etapa Dios se preparó un pueblo para que fuera testigo de sus intervenciones, mediante las cuales una y otra vez liberaba a su pueblo elegido, mostrándoles su amor y misericordia, como hemos escuchado en la lectura del Éxodo, cuando los liberó de la esclavitud de los egipcios:
“El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y dividió las aguas. Los israelitas entraron en el mar y no se mojaban, mientras las aguas formaban una muralla a su derecha y a su izquierda”. Este paso atravesando el mar para llegar a la tierra prometida, quedó en la memoria hasta nuestros días, en la celebración de la Pascua.
Pero el pueblo elegido una y otra vez le fue infiel a Dios, después de varios siglos, Dios les anunció la renovación del hombre viejo al hombre nuevo con una transformación del corazón, que sería obra del Espíritu divino, como hemos escuchado en voz del Profeta Ezequiel:
“Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus inmundicias e idolatrías. Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y los haré vivir según mis preceptos y guardar y cumplir mis mandamientos. Habitarán en la tierra que di a sus padres; ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios”.
La transformación se ha realizado en nosotros con la incorporación a Cristo, mediante la gracia del Bautismo, como lo explica San Pablo:
“Hermanos: Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva”.
Busquemos a Jesús y superemos nuestro temores, así tendremos la más grata sorpresa de encontrarnos con Cristo:
“María Magdalena, María (la madre de Santiago) y Salomé,… se dirigieron al sepulcro. Por el camino se decían unas a otras: «¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?» Al llegar, vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca,… y se llenaron de miedo. Pero él les dijo: No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado”.
No busquemos a Cristo en la muerte, sino en la vida, no tengamos miedo de ver nuestras fallas, nuestros fracasos, nuestros sufrimientos y constatar una y otra vez nuestra fragilidad. En Cristo somos una y otra vez renovados y fortalecidos.
La resurrección y la vida lanza a la evangelización, a la transmisión de la Buena Nueva, porque la Vida Nueva hay que anunciarla para constatar con los frutos del anuncio, que la hemos recibido, por eso el ángel les indica a María Magdalena, a María, madre de Santiago, y a Salomé:
“Ahora vayan a decirles a sus discípulos y a Pedro: Él irá delante de ustedes a Galilea. Allá lo verán, como él les dijo”.
Ahora en lugar de buscar a Jesús en el sepulcro, debemos atender la indicación del ángel y buscarlo en Galilea, es decir, en la cotidianidad de nuestra vida: Galilea era la cotidianidad de Jesús, ahí es donde debemos dar testimonio y proclamar con nuestra vida que Cristo está vivo, que el Espíritu Santo nos acompaña, que la comunidad de discípulos de Cristo, somos prolongadores de la presencia de Dios en el mundo, para que el mundo se salve y tenga vida, y vida en abundancia.
Esta noche, es la noche para encender nuestro entusiasmo evangelizador, iluminando nuestra vida con la luz de Cristo; para eso hemos encendido el cirio pascual que simboliza la presencia de Jesús Resucitado.
Esta es la noche, en que hemos recordado la Historia de la Salvación, de la Intervención del Hijo de Dios, encarnándose y asumiendo la condición humana, para mostrarnos el amor misericordioso de Dios, nuestro Padre.
Esta es la noche para renovar nuestras promesas bautismales y recibir el rocío del agua bautismal, recordando nuestra condición de Hijos adoptivos de Dios.
Esta es la noche, en que las tinieblas son vencidas por la luz de Cristo resucitado, con gran entusiasmo, proclamemos nuestra fe y demos testimonio que ¡Cristo vive en medio de nosotros! Amén.