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Hemos venido en Peregrinación Arquidiocesana ante nuestra Madre de Guadalupe. Homilía 21 de enero 2023

Porque si la sangre de los machos cabríos y de los becerros y las cenizas de una ternera, cuando se esparcían sobre los impuros, eran capaces de conferir a los israelitas una pureza legal, meramente exterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que demos culto al Dios vivo, ya que a impulsos del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios, y así podrá purificar nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo!”
La contundente afirmación del autor de la carta a los Hebreos, deja en claro que el cumplimiento de toda normatividad no garantiza la pureza de nuestra conciencia. Y a la vez señala que el lugar santo; es decir, el lugar para recibir la santidad, que nos ofrece Dios, es el interior de cada persona.

La normas y mandamientos son ayuda, una indicación sobre el proceder de nuestra conducta, pero el lugar donde el Espíritu Santo siembra las inquietudes que debemos desarrollar, y donde nos acompaña, ofreciendo la gracia y la fortaleza para ponerlas en práctica, es nuestro corazón, es nuestro interior. Es por tanto, nuestra privacidad donde cada uno conoce lo que pensamos y somos. Ahí precisamente se hace presente el Espíritu Santo, auxiliándonos para orientar, decidir, y fortalecer lo que Dios quiere que hagamos.

Por eso recuerda el autor que, “Cristo cuando se presentó como sumo sacerdote que nos obtiene los bienes definitivos, penetró una sola vez y para siempre en el «lugar santísimo», a través de una tienda, que no estaba hecha por mano de hombre, ni pertenecía a esta creación. No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna”. Es decir, fue la entrega de su propia persona, la que ofreció con plena libertad, al dirigirse a Dios Padre en el huerto de Getsemaní: “Padre, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Queda claro, que a Dios lo que le agrada no son las ofrendas materiales, externas a nuestro ser; sino la ofrenda existencial de nuestra propia persona. Nuestra vida se convierte en ofrenda a Dios, cada vez que, a pesar de nuestras circunstancias y contextos muchas veces difíciles y adversos, discernimos la voluntad de Dios Padre, y la ponemos en práctica.
¿Cómo lograremos ayudarnos para que aprendamos a descubrir nuestro interior, y sepamos compartir de forma sinodal, mediante: la escucha recíproca, el discernimiento eclesial, y la clarificación de propuestas que beneficien nuestro contexto socio-cultural?
Recordando que nadie se salva solo, necesitamos de los demás para ayudarnos en el desarrollo de nuestra espiritualidad, superando cualquier tentación de intimísmo o aislamiento. Necesitamos desarrollar nuestra conciencia de familia de Dios, del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. El Papa Benedicto XVI, de feliz memoria, en la inauguración de la 5a Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en

Aparecida, Brasil, afirmó: “Hay que educar al pueblo en la lectura y meditación de la palabra de Dios: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6, 63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la palabra de Dios”.

Por ello, debemos promover la formación de pequeñas comunidades eclesiales, que se reúnan habitualmente en torno de la Palabra de Dios para escucharla y meditarla, compartiendo, lo que el Espíritu Santo siembre y mueva en cada uno de los miembros que integran la pequeña comunidad. Esta dinámica facilitará la intervención del Espíritu Santo en nuestro interior, y viviremos la hermosa y determinante experiencia de una “conversión de corazón”, que irá, sin duda alguna, transformando nuestro pensamiento, nuestra visión y nuestras convicciones, sintonizándolas con el Corazón de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.

Además de cumplir la voluntad de Dios Padre, y concretarla en nuestra ofrenda, la llevaremos a la plenitud, compartiendo nuestra experiencia religiosa y espiritual en familia, con nuestro grupo o comunidad de vida, con nuestros amigos y demás fieles. Así nos convertimos en “discípulos”, al aplicar las enseñanzas de Jesús en nuestra vida, y en “misioneros” al dar a conocer nuestra experiencia de Dios a los demás.

De esta manera contaremos siempre con el auxilio divino, que nos fortalecerá para actuar y vivir acordes a nuestro discernimiento; y Dios intervendrá para hacer más fecunda y provechosa nuestra acción. Por eso, cuando sucede una “conversión de corazón” nuestra vida cambia tan intensamente, que surge espontánea la sorpresa de los demás y los comentarios de extrañamiento por la radical transformación de nuestra persona.

Viviendo esa experiencia comprenderemos la escena que hoy narra el Evangelista Marcos: “En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco”. Así pues no faltara, quien conociendo nuestra conducta anterior, le parezca inexplicable el cambio tan fuerte, que se realiza cuando aprendemos a ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo.

Hemos venido en Peregrinación Arquidiocesana, al inicio de este año 2023, en que con el favor de Dios, culminaremos la Visita Pastoral a las Parroquias, pidámosle a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos ayude a centrar nuestra vida en Jesucristo, su hijo amado, mediante la lectura y meditación de la Palabra de Dios en comunidad. Si así lo hacemos, cambiará favorablemente nuestra vida, y también nuestra sociedad, tan herida por la violencia y la inseguridad; porque mediante nuestra vida se manifestará Cristo en medio de nosotros. ¡Cristo Vive, en medio de nosotros!

Digámosle a nuestra Madre, nuestra disposición para ser discípulos y misioneros de su Hijo Jesús, como Ella lo ha sido:
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión del mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, que nos acompaña con ternura, que nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.

Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a manifestar a través de nuestras vidas que Cristo, tu Hijo Jesús, vive en medio de nosotros, y nos convirtamos así en sus discípulos y misioneros en el tiempo actual.

Tú expresaste a San Juan Diego que aquí en el Tepeyac, deseabas edificar la casita sagrada donde mostrar tu amor y misericordia, ayúdanos para que la Arquidiócesis de México, sea testimonio vivo de tu presencia maternal.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
Guadalupe! Amén.

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