Categoría: Homilia 2022

  • Homilía de la Misa de las Rosas 2022

    “Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí; los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna”.

    Todos estos hermosos frutos, que el autor del libro del Eclesiástico refiere a la Sabiduría, los alcanzaremos si seguimos el ejemplo y las huellas, de quien los ha vivido en plenitud y los manifiesta con su vida. ¿De quién hablamos, a quien nos referimos?

    Indudablemente al contundente testimonio de Nuestra Madre, María de Guadalupe. En efecto cuando la Virgen María le fue anunciado, que sería la madre del Hijo de Dios, no lo entendió, y preguntó ¿Cómo será esto? La respuesta fue clara y al mismo tiempo misteriosa: “El Espíritu Santo vendrá sobre tí, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Ella sin entender a fondo aceptó: “Hágase en mí según tu palabra”. Y recibió el Espíritu Santo, así aprendió a caminar, y a dejarse conducir bajo la sombra del Espíritu Santo, obteniendo la Sabiduría.

    El Evangelio de hoy, narra cómo el Espíritu Santo se presenta a la vez en dos mujeres, que han abierto su corazón a la gracia, y comparten con alegría su experiencia eclesial. Dando un primer testimonio de la vocación y misión de la Iglesia Madre, llamada para ser espacio y promotora del encuentro entre quienes se dejan conducir bajo la sombra del Espíritu Santo.

    “María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel… Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!.. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. El Espíritu Santo en su actividad, lo que promueve en nosotros, es la generación de la característica fundamental de la naturaleza divina, que es la comunión; fruto del amor que mira siempre por el bien del otro.

    Dios es tres personas y un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ellos viven una comunión tan íntima, tan perfecta, que teniendo siempre cada uno todo el poder, siempre están de acuerdo. No hay competencia, no hay rivalidad, no hay actitudes en las que se pisa a uno para que el otro sobresalga. Es comunión que logra la unidad. En esto consiste la naturaleza divina. Y esa es la herencia que se nos promete, si seguimos el ejemplo de Nuestra Madre, la Virgen María.
    La naturaleza humana, no es herencia, porque ya se posee. En cambio la naturaleza divina es herencia prometida y ofrecida a todos sin distinción de personas, de pueblos y naciones. Dios la ofrece a toda la humanidad. Pero para adquirirla es indispensable caminar en la comunión. Esta gracia, se va desarrollando por obra del Espíritu Santo. Hay que aceptarlo y dejarnos conducir por Él.

    Ahora imaginemos que asumimos esta prometida herencia, ¿Qué sociedad habría? Quedaría superada la rivalidad, el celo, la envidia, el sometimiento de los otros; pues esa es la sociedad que Dios quiere. Por eso, decidió que esa misma Virgen María, que le dio carne a Jesús, viniera a México, entrara en nuestra historia, desde el origen de esta nación. Para dar esa mirada materna, que transmite ayuda y consuelo. Ella ha venido para que descubramos nuestra vocación de fraternidad y vivamos como hermanos.

    Ésta es la casita que Dios quiere y para la que ha enviado a María de Guadalupe. La casita de la única familia, la de los hijos de Dios que se reúnen entorno a su madre. De esta manera asumimos la herencia de la naturaleza divina. Por esta convicción, y con gran esperanza los Obispos de la Conferencia Episcopal de México, hemos acordado promover un novenario de años hacia el 2031, año en que se cumplen cinco siglos de la llegada de Nuestra Madre, María de Guadalupe al Tepeyac.

    Descubramos qué hay en el corazón de cada uno de nosotros, y de quienes reconocemos y compartimos a María de Guadalupe como nuestra madre. Ella es el alma de la religiosidad del pueblo mexicano. Es nuestro deber desarrollar este amor para que no se quede solamente en devoción personal, sino que sea acción transformadora; y así logremos la plenitud de los tiempos que quiere Dios. El ya hizo lo suyo, y nos ha dado el Espíritu Santo; pero cada persona tiene que aprender a relacionarse con el Espíritu de Dios, siguiendo el ejemplo de la Virgen María.

    El mejor ejercicio para aprender y dejarse conducir por el Espíritu de Dios es el discernimiento personal y comunitario para responder a la pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Para qué me ha creado? ¿Por qué me quiere como hijo? Y también: ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es la sociedad que Dios desea?

    En este sentido la vocación y misión de México es ser primicia de lo que Dios quiere para el resto de la Humanidad. Ante los constantes conflictos étnicos en el mundo, nuestro país ofrece una expresión del mestizaje, de la conjugación de dos
    razas, que han logrado ser una Nación, y una cultura que llamamos la mexicanidad, que tiene su origen en el “Acontecimiento Guadalupano”.

    Lo que desea Dios es la superación de las barreras étnicas, descubriendo las razas como riqueza y no como competencia. Esa es la tarea, Dios ya hizo lo suyo, ¿estamos dispuestos a hacer lo que nos corresponde para que se realice el proyecto de una humanidad fraterna y solidaria?

    Digámosle a María de Guadalupe, que ha estado en la historia de nuestro pueblo en estos ya casi cinco siglos, que continúe alentándonos y acompañándonos. Pidámosle que nos ayude a generar esta conciencia, y a transmitir nuestra experiencia de amor a ella, para que a través de este amor obtengamos, que México camine en la reconciliación, en la justicia y en la paz; y así superemos las polarizaciones y las confrontaciones, que nos dividen, y logremos edificar el México que ella desea, una sociedad que se reconoce como su familia, y convivamos como hermanos de una
    misma madre.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Acompáñanos en estos 9 años hacia el 2031, en que promoveremos tu mensaje y trabajaremos de la mano todas las Diócesis de México para que seas la Madre de este Pueblo Mexicano, que desea congregarse en torno tuyo, reconociéndonos como tus hijos, y por tanto como hermanos de una única familia.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    ¿Cómo nos habla Dios? Homilía del 11/12/22

    “Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”.

    El desánimo fácilmente puede invadirnos al tomar conciencia de los grandes desafíos sociales, como son la Desigualdad Social que separaba las distintas clases sociales, o la volatilidad del compromiso matrimonial, que deja a los hijos desprotegidos de un hogar, sin una cuna para aprender el amor recíproco y la ayuda solidaria, que debiera inspirar el testimonio cotidiano de papá y mamá. Así fácilmente surge la desesperanza y debilita la voluntad para emprender con ánimo y fortaleza la edificación de la civilización del amor, para la que nos ha creado Dios, Nuestro Padre, y nos ha revelado en carne propia, Jesucristo, el Señor: Camino, Verdad y Vida.

    El Profeta Isaías sigue alentando ante la ceguera y la sordera espiritual que siempre cunde en el pueblo de Dios por el desconcierto e incertidumbre ante lo que sucede y lo que acontecerá, por ello anuncia también generando la esperanza: “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

    Precisamente para esto ha enviado Dios Padre a su Hijo, para darnos la mano y caminar con nosotros, ofreciéndonos la asistencia constante del Espíritu Santo; así se ha cumplido el anuncio del Profeta Isaías: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón”.

    En nuestro contexto sociocultural actual, ¿a qué desierto podemos referir la acción ofrecida por Jesucristo de la asistencia del Espíritu Santo? Sin duda, al desierto del silencio y la soledad para encontrarse con uno mismo. Este es el camino indicado para descubrir que Dios me habla, sembrando en mi corazón las buenas inquietudes y proyectos para bien de mi comunidad.

    En nuestro tiempo existe una tendencia intensa y constante a propiciar la cultura de la imagen por encima de la auténtica cultura humana, que es la de compartir la vida y caminar juntos, la cultura sinodal, que nos ha recordado el Papa Francisco con insistencia.

    Esta experiencia redentora y salvífica, que con su vida ofrece Jesucristo, la hacemos nuestra y la experimentamos cuando seguimos, como buenos discípulos, sus enseñanzas y las ponemos en práctica a la par de nuestra familia, de nuestra
    comunidad parroquial, y de nuestra Madre la Iglesia.

    El consejo que hoy el apóstol Santiago ha recordado nos orienta para desarrollar la paciencia y la esperanza necesarias, y dejarnos conducir bajo la guía del Espíritu Santo: “Hermanos: Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”.
    La Paciencia y la Esperanza son la clave del caminar en la vida. Recordemos a los Profetas y todos los que nos han precedido, dejándonos el testimonio de su generosa entrega y caridad.

    Es decir que nuestra esperanza no esté condicionada por los hechos inmediatos de éxito, sino por la confianza en la Palabra de Dios, que nos conduce por tiempos de desierto e incertidumbre, pero mediante la constancia constataremos con frecuencia la bondad y el amor de Dios, que misericordiosamente nos consuela y alienta.

    Finalmente en el Evangelio San Mateo narra: “Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino”.

    Los Hechos son la prueba que da la certeza de que lo proclamado es verdad. Los hombres que miran como Juan, y actúan propiciando el bien de sus hermanos, seducen y atraen para reorientar las vidas de quienes andan extraviados. Por eso el
    camino a seguir motivados por la Fe que nos ilumina, y por la esperanza que enciende nuestro corazón, es la práctica de la Caridad.

    Nuestra recompensa inmediata es ser testigos de la alegría que causa al que sufre, recibir la ayuda necesaria; y nuestro corazón se inunda del amor de Cristo, ya que auxiliando a los más necesitados, es a él a quien encontramos. Con esta experiencia podemos hacer plenamente nuestro el canto del Salmo, que hoy hemos proclamado, respondiendo a la Palabra de Dios:

    “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente. Reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos. Ven señor a Salvarnos”.

    Y cuando nos invada el desánimo, es oportuno invocar el consuelo y la ayuda de Nuestra querida Madre, María de Guadalupe; e incluso venir para darle las gracias de su presencia en medio de nosotros.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús. Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y
    generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    ¿Qué sabemos del fin de los tiempos? — Homilía 13/11/22

    “Ya viene El día del Señor,… Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”.

    Los últimos domingos del año litúrgico, presentan textos alusivos al final de los tiempos. Este tema responde a una inquietud, generalizada a lo largo de los siglos, en todas las generaciones, sobre el fin del mundo y de la historia humana.

    El profeta Malaquías hace una importante aclaración, que sin duda tocará para bien, el corazón de todo creyente: el fin del mundo será muy distinto para quienes han sido fieles al Señor, Dios Creador, y que han creído en Él, pues será un día glorioso. Porque Jesucristo, es el Señor de la Historia, y traerá la salvación para todos sus discípulos.

    También en el Evangelio de hoy, le preguntan a Jesús, acerca del día del fin del mundo. Jesús advierte e invita a que no se dejen engañar. A lo largo de los siglos siempre habrá, quienes anuncien señales del fin del mundo: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

    En efecto, una y otra vez, en el ciclo de la Historia, se presentarán situaciones desfavorables, así cuando suceden catástrofes, son parte del ritmo de las leyes de la naturaleza. Las epidemias y el hambre son consecuencia combinada de esas leyes y de la conducta de los seres humanos. Por eso, Jesús llama para evitar la confusión: las adversidades, las catástrofes, y las epidemias, no son necesariamente signo ni señal del fin del mundo.

    Además, Jesús advierte con claridad y contundencia: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”; pero esas señales se han dado y se seguirán presentando a lo largo de los siglos, como hasta ahora lo hemos constatado.

    Si se revisa la historia de estos XXI siglos después de Jesucristo, esos eventos lamentables, han acontecido una y otra vez. Después vienen tiempos de reconciliación y de paz, dependiendo de nosotros, de las generaciones que en su momento les corresponde compartir la misma época.

    Sin embargo, las advertencias sobre el fin del mundo, nunca deben ser instrumento para amedrentar. Quienes tenemos fe en Jesucristo, nunca debemos tener miedo al fin del mundo, ya que será glorioso, como afirma el profeta Malaquías. En cambio, como bien advierte el profeta, para los soberbios y malvados, será terrible, ya que para ellos todo será exterminación y muerte, serán consumidos como termina la paja en un horno.

    De la misma manera, Jesús anuncia que sus discípulos en las distintas épocas serán atacados y perseguidos por profesar su fe: “Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí”.

    Aunque es conveniente aclarar que las persecuciones contra la Iglesia y sus fieles han sido, son, y serán siempre consecuencia de enfrentamientos ideológicos al interior de la sociedad y de las organizaciones e instituciones, tanto públicas como privadas.

    El Apóstol Pablo advierte a la comunidad de Tesalónica, que consideraba que el fin del mundo era inminente, y dejaron de trabajar, pensando que, si mañana se acabaría todo, que caso tenía trabajar, construir y edificar. Recordándoles su testimonio de vida los exhorta: “Hermanos: Ya saben cómo deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme, para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar”. Por eso, Pablo es durísimo, cuando manifiesta a la comunidad, que quienes no trabajan son unos holgazanes, que se entrometen en todo y no hacen nada: “El que no quiera trabajar, que no coma”.

    Mientras se tenga vida, condiciones de salud y de servicio a los demás, habrá quehaceres. Ésa es la tarea, en la que debemos ayudarnos unos a otros, para caminar juntos como comunidad. Hay que mantener siempre la disponibilidad para colaborar con lo que somos y con lo que tenemos: capacidades, habilidades y conocimientos. Así se construye la fraternidad de los discípulos de Cristo, en el servicio a la misma Iglesia y a la sociedad.

    En el servicio hay que invitar a todos, aún aquellos, que por diversas circunstancias están distantes de la Iglesia, sean católicos o no, e incluso a quienes han optado por alguna otra confesión de fe o rechazado creer en Dios. Nosotros, como discípulos de Cristo, tenemos que seguir el ejemplo del Maestro. Acercarnos a todos para manifestar con palabras y hechos la misericordia de Dios Padre, que nos ha creado con la finalidad de que lleguemos a la casa que nos tiene preparada.

    Con estos elementos de la Palabra de Dios, preparémonos para el siguiente domingo, la fiesta de Cristo Rey, que nos impulsará, alentará y motivará para construir el Reino de Dios en medio de nosotros, y hoy que celebramos la VI Jornada Mundial del Pobre en comunión con el Papa Francisco y con toda la Iglesia, se convierta en una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.

    Acudamos con plena confianza a nuestra Madre, María de Guadalupe para que fortalezca nuestro espíritu fraterno y solidario en nuestras comunidades parroquiales.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en esta VI Jornada Mundial del Pobre a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan para superar la gran desigualdad social que vivimos.

    Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

    Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Cómo es el consuelo que nos da Dios? Homilía 06/11/22

    ¿Cómo es el consuelo que nos da Dios? Homilía 06/11/22

    “Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”.

    ¿Cuál es el consuelo eterno, que Dios nos proporciona en Cristo Jesús?

    Estos últimos domingos del año litúrgico, la liturgia presenta textos que recuerdan el destino del hombre, que muestran ese horizonte final, y ayudan a contemplar para qué ha llamado Dios a cada persona; y así orientados por esta luz, podamos mantener el rumbo y fortalecer siempre la esperanza, no obstante las circunstancias en las que se pueda vivir.

    La razón de esta vida terrestre, no termina con la muerte, sino al contrario, con la muerte se afianza y se llega al destino final. De ahí la relación indispensable entre lo que se vive y el futuro que se espera.

    Por esta razón la mirada del hombre no debe clavarse de manera miope ante las adversidades; tiene que contemplar el más allá, evitando quedarse en el momento presente en que se viven. Es en esos momentos cuando el horizonte de la resurrección de los muertos se vuelve indispensable.

    Indudablemente la promesa garantizada, mediante la Resurrección de Jesucristo, de un destino eterno, de una vida que no tendrá fin, que será participar de la vida divina, que es el amor pleno, que relaciona, une y, mantiene el entendimiento y la comunión entre todos los participantes en la Casa de Dios Padre en una eterna alegría, es la roca firme que nos sostendrá con gran entereza y paz interior.

    La resurrección de Jesucristo de la injusta y escandalosa muerte en cruz, es la luz que da sentido a la muerte, sea cual sea la manera en que acontezca. La Fe generada al aceptar el testimonio de Jesucristo, mediante los Apóstoles y sus sucesores, proporciona la fortaleza necesaria para afrontar la enfermedad, las adversidades, el sufrimiento, la injusticia y toda clase de males, que hallamos afrontado en esta peregrinación terrestre.

    En el Evangelio, Jesús responde a los Saduceos, que no creían en la resurrección y que solamente pensaban que Dios concedía la vida, pero que terminaba con la muerte. Por tanto, consideraban que la relación con Dios era para obtener con su favor, la abundancia de bienes terrenales.

    Los Saduceos eran la clase más rica y poderosa en la época de Jesús. Consideraban que cumpliendo con las tradiciones religiosas obtendrían: dinero, riquezas, y poder. Su gran preocupación era satisfacer el presente: sus necesidades, sueños y proyectos, aún más allá de lo ordinario, y por eso justificaban poder extralimitarse con su poder económico, político o social para lograr todos sus deseos, negociando con cualquier tipo de autoridad en la tierra. Se concentraban en el hoy, menospreciando a quienes aceptaban la trascendencia.

    El Evangelio de hoy relata cómo los Saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, cuestionan a Jesús con un problema ridículo, ¿cómo va a ser la vida de siete hermanos que sucesivamente se casaron con la misma mujer sin tener descendencia, qué pasará con ellos en la vida futura? Jesús les responde a fondo: la vida futura, no tiene los condicionantes de la vida terrena.

    Mientras que aquí la sexualidad y otras categorías de la materia y del cuerpo tienen sentido, en la dimensión de la vida eterna pasarán a una dimensión espiritual como la de los ángeles. Es decir, así como nuestro cuerpo mortal se transformará, también las condiciones de la vida eterna se transformarán para poder entrar en plena relación e intimidad con la vida divina, con la vida de Dios.
    Cada persona que está en el mundo es un reflejo, una imagen de Dios, especialmente al ejercer la libertad y desarrollar la capacidad de amar. Estos son los elementos que son primicia de la vida, que se tendrá en el más allá.

    De ahí la importancia de centrar la vida en la generosidad, en el compartir, en la solidaridad con los demás, especialmente con los más necesitados; ya que éste es el ejercicio que permitirá aprender a amar. El amor es la naturaleza de Dios, por tanto el hombre debe prepararse para la vida eterna, ejercitándose en aprender a amar.

    Jesús también afirma que para Dios todos están vivos. De ahí surge la pregunta, ¿aquellos que hicieron tanto daño a los demás, que pasará con ellos? La Iglesia tradicionalmente ha contemplado tres fases, en el desarrollo de un ser humano para que alcance la vida eterna.

    La primera fase es esta vida, la vida terrena. Se le da el nombre de Iglesia peregrinante, la iglesia que camina a su destino. La segunda fase es la etapa intermedia, purificatoria, se le llama Iglesia purgante; es decir, aquellos que no desarrollaron el amor, que no aprendieron a entregarse generosamente en el amor, tendrán una etapa de purificación, para obtener ese aprendizaje indispensable y poder compartir la vida eterna con Dios. La fase final, la definitiva, es la vida eterna. La llamada Iglesia triunfante, la que llega al destino final

    Esta consideración ayuda a entender los consejos que da San Pablo, y que recomienda a la comunidad de Tesalónica: Sean unos con otros amables, dense un consuelo fraterno, conforten sus corazones, dispónganse a toda clase de obras buenas, y oren por nosotros, para que Dios nos libre de la maldad. Dios es fiel y les otorga la fortaleza.

    Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ha venido para acompañarnos en el aprendizaje de amar, manifestándonos su ternura y su comprensión. Aprendamos de ella, y confiemos con plena confianza en su amor.

    «Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común. Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía- ¿Cuántos serán los que se salven? – 21/08/22

    “Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y enviaré como mensajeros a algunos de los supervivientes hasta los países más lejanos y las islas más remotas, que no han oído hablar de mí, ni han visto mi gloria, y ellos darán a conocer mi nombre a las naciones”.

    Dios desea que toda la humanidad conozca al verdadero Dios Creador, y la naturaleza divina, que ha revelado mediante la Encarnación y Redención del Hijo de Dios hecho hombre: Jesucristo. Sin embargo ha querido realizar esta misión de manera que no sea por la omnipotencia divina que apabulla y espanta, sino a través de la misma condición humana para respetar plenamente la libertad de todo ser humano.

    Lo ha decidido de esta manera porque es el camino para responder al amor de Dios, de la misma manera que él nos ama; es decir consciente y voluntariamente, no impuesto por la fuerza, sino aprendiendo a descubrir que el verdadero amor debe ser desinteresado y logrado, mediante la superación del egoísmo, que innato al hombre, lamentablemente con frecuencia, lo lleva a buscar lo que desea, sin importarle el bien del prójimo.

    Teniendo en cuenta esta modalidad de revelarse Dios, mediante la misma condición humana, entendemos hasta qué punto es indispensable asumir nuestra respuesta libre, y obtenida con plena convicción.

    La escena del Evangelio de hoy presenta la pregunta de un oyente de la predicación y de las enseñanzas de Jesucristo: “Uno le preguntó: –Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: –Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”.

    La respuesta de Jesús plantea la necesidad de realizar una gran esfuerzo porque habrá que aprender a usar la libertad y la capacidad de decisión para obtener la entrada al Reino de los cielos, y queda claro que el objetivo a lograr es la relación de conocimiento, amistad y obediencia a Dios, cumpliendo su voluntad: “Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos! Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes”.

    Podemos ahora entender, que no basta simplemente cumplir los mandamientos de Dios y las normas establecidas por la Iglesia, sino que debemos mediante ese cumplimiento desarrollar la amistad con Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    Para este propósito se ha encarnado el Hijo de Dios, asumiendo plenamente la condición humana. Así tenemos un modelo a seguir, y la claridad del modo cómo seguir sus huellas, mediante la puesta en práctica de sus enseñanzas. En esto consiste ser discípulos de Cristo.

    El autor de la Carta a los Hebreos, recuerda una reflexión sobre la necesidad de ayudarnos mediante la corrección fraterna, sea de Padres a Hijos, sea de miembros de la comunidad eclesial entre sí: “Hermanos: Ya han olvidado ustedes la exhortación que Dios les dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama, y castiga a sus hijos predilectos”.

    La exhortación paternal es la que hace la Iglesia, sus ministros, los padres de familia, los miembros de la comunidad entre sí, o simplemente un amigo que advierte oportunamente el peligro a su prójimo. El castigo del Señor se refiere a las consecuencias, que recibimos cuando equivocamos nuestra conducta, y actuamos mirando solamente nuestro bien individual.

    Por eso, continua el pasaje de la carta exhortando: “Soporten, pues, la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos? Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad”.

    Finalmente a todos invita el Autor de la Carta para que no dejemos pasar la ocasión cuando sabemos, que nuestro prójimo o prójimos, están siendo seducidos y se encuentran en peligro de obrar una mal proceder: “fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, y caminen por una senda plana: para que el cojo ya no tropiece, sino más bien se alivie”.

    La pregunta a Jesús de si son pocos los que se salvan queda por tanto, abierta: serán muchos o pocos, dependerá de nosotros, de cada generación, y por ello es necesario mantener los servicios eclesiales para la evangelización.

    Así pues, tanto la Parroquia, como la Diócesis debemos ofrecer siempre, de manera oportuna y adecuada, la ayuda para orientar a todos los bautizados, dando a conocer la vida y las enseñanzas de Jesucristo, a través de los Evangelios, y de todos los libros de la Biblia, y a través de la Tradición, fruto de la experiencia de las generaciones anteriores a la nuestra, que han logrado ir actualizando dichas enseñanzas, ante los contextos sociales y culturales por los que va atravesando la humanidad.

    Hoy, como en tiempos de Jesús, como lo narran los Evangelios, y como se desarrolló la Iglesia en los primeros siglos, debemos ser también una Iglesia en Salida, que vaya al encuentro de los hermanos en sus ambientes cotidianos, para ofrecerles la manera de encontrarnos con Jesucristo, y valorar la vida litúrgica, que es fuente indispensable para alimentar y desarrollar la fe.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe es una expresión de Iglesia en salida, y especialmente de Iglesia misionera, que propicia no sólo el anuncio de la Buena Nueva, sino que expresa una Evangelización plenamente inculturada.

    Pidámosle que nos ayude a ser capaces de anunciar a su Hijo Jesús, en un lenguaje acorde a la desafiante realidad de nuestro tiempo.

    ORACIÓN

    A ti Madre nuestra nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda, especialmente te pedimos hoy, por quienes han sufrido alguna forma de extorsión.

    Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, haciendo nuestras las enseñanzas de tu Hijo Jesucristo. Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y así llegar a la Casa del Padre. Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la
    resurrección. Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • Homilía- Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón- 7/08/22

    Homilía- Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón- 7/08/22

    La Fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven.”

    Este Domingo un eje transversal que ofrece la Palabra de Dios es el tema de la Fe, y en el Evangelio, Jesús instruye a sus discípulos sobre el verdadero tesoro, que debemos desarrollar en nuestro corazón.

    La Fe es el faro de luz que orienta nuestro caminar en esta peregrinación terrenal, la fe es la que anuncia nuestro destino y expresa las realidades celestiales, que están preparadas para toda la familia humana, y que conociéndolas animan e iluminan esta vida terrena.

    Desde el principio es fundamental la confianza en nuestros padres, nuestra familia, y nuestros amigos, que ya han ido experimentando el caminar a la luz de la Fe; su testimonio, sus consejos y exhortaciones son una ayuda, que al tiempo se valora y agradece por el resto de la vida.

    También para el crecimiento y desarrollo de la fe es indispensable aprender a confiar en los conceptos doctrinales, asumiéndolos cotidianamente en la experiencia personal. Pero además es necesario examinar con frecuencia la repercusión de nuestras acciones en nuestro interior, descubriendo las inquietudes, las satisfacciones, las tristezas y las alegrías, que voy viviendo, y constatar el estado de ánimo, que me produce vivir acorde a las verdades propuestas por la Fe en las enseñanzas de Jesucristo.

    De esta manera, la Fe se convierte en nuestra lámpara, que ilumina las realidades actuales a la luz de las venideras. Y un fruto que expresa la fortaleza de nuestra Fe es la confianza necesaria para afrontar sin temor las sombras y tinieblas ante nuestras incertidumbres.

    Cuando hemos asumido esas orientaciones y las evaluamos a lo largo de las distintas experiencias entonces nace, crece y se desarrolla la Fe.

    De ordinario, en nuestro país, la familia ha sido la principal transmisora de la fe cristiana, y de acuerdo a la confianza y el amor, que hayamos recibido de nuestros padres, hermanos y demás familiares se desarrolla la fe, aunque al inicio sea débil y muy dependiente del testimonio de nuestra familia, en la vivencia cotidiana de la fe.

    Por su Fe, Abraham, cuando Dios le puso una prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia.» Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro y se convirtió así en un signo profético”. Así la Fe de Abraham trascendió a Isaac, y a su vez a Jacob y a sus hijos.

    La Fe además de ser la Luz para conocer la Voluntad de Dios, Nuestro Padre, es la que genera la confianza y fortalece nuestra convicción, de que Dios nos ama entrañablemente. Revisemos nosotros, cómo hemos recibido la Fe, y agradezcamos a Dios y a quienes nos la han transmitido.

    Hoy también la Palabra de Dios presenta el surgimiento de la liturgia de la Pascua como una tradición en el pueblo de Israel, a partir de la fuerte experiencia de la liberación del yugo egipcio, que manifestó la intervención salvífica de Dios en el cumplimiento de las promesas, que en la Fe recibieron Abraham, Isaac y Jacob.

    La celebración litúrgica de la Pascua para el Pueblo de Israel, fue la confirmación de que Dios cumple sus promesas: “La noche de la liberación pascual los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.”

    Es oportuno recordar también, que nosotros los cristianos, a partir de la Encarnación del Hijo de Dios, y de la Vida, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo hemos alcanzado la Redención; es decir, hemos adquirido por el bautismo la condición de hijos adoptivos de Dios, y la capacidad de participar de la vida divina. Lo cual se realiza ya desde esta vida, como primicia de la vida eterna, en la Celebración de la Eucaristía.

    Para nosotros los cristianos la fe nos permite descubrir, que la Eucaristía es un regalo invaluable, cuyo beneficio es encontrarnos con Cristo mediante su Palabra y en el Pan Eucarístico, presencia misteriosa, pero real de Jesucristo. Con este doble alimento de la Palabra y del Pan Eucarístico podremos siempre vivir alertas y bien preparados para el día en que Dios, Nuestro Padre nos recoja para recibirnos en la Mansión celestial, donde viviremos por toda la eternidad.

    Finalmente, Jesús nos advierte, cual es la verdadera riqueza que debemos procurar: la constante vigilancia de nuestro corazón para que en él anide la voluntad de Dios Padre, por encima de cualquier atracción o seducción de la riqueza, y mantener la alerta constante del buen administrador de los bienes tanto terrenales como espirituales para que sirvan adecuadamente a cumplir la voluntad de Dios Padre, que quiere que todos los hombres, sus hijos se salven.

    Así Jesús nos previene para comprender a fondo la importancia de no apegarnos a los bienes terrenales, que siendo indispensables para mantener la vida, son simplemente herramientas para el camino y no objeto de ambición y poder: “No temas rebañito mío porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes, y den limosna; consigan bolsas que no se destruyan, y acumulen en el cielo un tesoro inagotable, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”.

    Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que obedeciendo en plenitud de su fe, aprendió a obtener un gran tesoro, la compañía eterna con su hijo Jesús:

    Oración

    A ti nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda.

    Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y llegar a la Casa del Padre.

    Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, en tu Hijo Jesucristo.

    Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la resurrección.

    Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  • El servicio a Cristo y a los demás- homilía – 17/07/22

    El servicio a Cristo y a los demás- homilía – 17/07/22

    Abraham estaba sentado en la entrada de su tienda, a la hora del calor más fuerte. Levantando la vista, vio de pronto a tres hombres, que estaban de pie ante él”.

    ¿A quiénes encontramos también nosotros en nuestra cotidianidad, que van de viaje, que no los conocemos, y que de repente están ante nuestros ojos? ¿No es acaso a tantos migrantes, que peregrinan en busca de mejores condiciones de vida? Y, ¿cuál es nuestra actitud: indiferencia, lástima, o como Abraham: ¿Haré que traigan un poco de agua para que se laven los pies y descansen a la sombra de estos árboles; traeré pan para que recobren las fuerzas y después continuarán su camino, pues sin duda para eso han pasado junto a su siervo”.

    Somos muy conscientes que no podemos responder a los anhelos, deseos, y necesidades de cada migrante; ciertamente si estuviera en nuestras posibilidades ofrecer algún servicio como lo hizo Abraham, practicando una hospitalidad pasajera, sería de gran ayuda para quien va de paso y no conoce a nadie.

    Particularmente en nuestros tiempos, y especialmente en una gran ciudad como la nuestra, no es nada fácil ser hospitalarios de forma personal, por los riesgos que conlleva abrir las puertas de nuestra casa. Por ello es tan importante colaborar con las instituciones de servicio socio-caritativas: sean públicas, privadas o eclesiales, y al menos tener información de ellas para ofrecerlas a quien las necesite.

    Recordemos que atendiendo a las necesidades de nuestros prójimos encontramos a Jesús como le sucedió a Abraham: el Señor se le apareció a Abraham en el encinar de Mambré”. Además, descubriendo a Jesús en el prójimo necesitado lo hacemos presente a los demás, fortaleciendo en la esperanza a los peregrinos, y atrayendo a quienes sean testigos de nuestra acción, Jesús tocará de alguna manera sus corazones.

    Así podremos dar testimonio como San Pablo: “Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia.”

    Con nuestra respuesta, de generosa hospitalidad y ayuda a los demás, entrará Jesús como lo hizo en casa de sus amigos: “Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude. El Señor le respondió: Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará«.

    Esta escena del evangelio de hoy, en las personas de Marta y María, expresa las dos dimensiones del servicio a Cristo y a los demás: Dar servicio de recibir y dar de comer como lo hizo Marta, y ofreciendo y escuchando la Palabra de Dios, como lo hace María, que es la mejor parte, porque en ella se fundamenta y se sustenta toda nuestra actividad humana en favor de los demás.

    Debemos aprender que no todos podemos hacerlo todo, y conociendo los carismas presentes en nuestra Iglesia podremos complementarnos para que haya quienes oren más y quienes trabajen más según sus carismas, sus capacidades y sus posibilidades.

    En nuestra Arquidiócesis de México, por ejemplo contamos con varias comunidades eclesiales, de vida religiosa como “los Padres fundados por San Carlos Scalabrini”,  que nos ayudan, coordinando y sumando fuerzas con fieles laicos para promover y sostener los servicios establecidos para los migrantes; así también las asociaciones eclesiales de la “Comunidad de San Egidio”, y del “movimiento de los Focolares”, las instituciones de los “Padres Jesuitas”, etc. Todos ellos están en comunión con las estructuras diocesanas para la dimensión socio-caritativa.

    De la misma manera muchas otras obras de caridad, en diferentes campos (Reclusorios, Asilos para adultos, o para huérfanos, comedores para indigentes, son atendidas con esmero por varias Órdenes de religiosos y religiosas, en diferentes ámbitos de nuestra Arquidiócesis, siempre en comunión eclesial.

    Los invito a conocer dichas obras de caridad, particularmente a ustedes los jóvenes, y así se alegre su corazón de colaborar con la Iglesia. Especialmente no dejen de orar por todos estos obreros del Reino de Dios, que están en los frentes más necesitados,  y muchas veces pasan desapercibidos para la mayoría de los fieles católicos.

    Acercándonos así a dichas realidades comprenderemos las palabras que expresaba San Pablo a los Colosenses: “Por disposición de Dios, yo he sido constituido ministro de esta Iglesia para predicarles por entero su mensaje”. Ministerio semejante es el que hemos recibido los Obispos y los Presbíteros, y que ejercemos con la ayuda de los Diáconos y los Agentes de Pastoral. Por ello, es indispensable ofrecer a las nuevas generaciones experiencias que toquen su corazón, y lo disponga a preguntarse, cuál es su vocación y la misión a la que Dios Padre los llama.

    De esta manera haremos realidad para nuestro tiempo, lo que continúa diciendo San Pablo: “Dios ha querido dar a conocer a los suyos la gloria y riqueza que este designio encierra para los paganos, es decir, que Cristo vive en ustedes y es la esperanza de la gloria. Ese mismo Cristo es el que nosotros predicamos cuando corregimos a los hombres y los instruimos con todos los recursos de la sabiduría, a fin de que todos sean cristianos perfectos”.

    Por eso, el objetivo y lema de nuestra Visita Pastoral a las Parroquias es “revitalicemos nuestra fe”, y la exclamación exhortativa propuesta es “Cristo Vive, en medio de nosotros”.

    Esa misma tarea es la que ha traído a nuestro País, a Nuestra Madre, María de Guadalupe. Ella ha venido a mostrarnos “al verdadero Dios por quien se vive”, a su hijo Jesucristo, quien vive en medio de nosotros y a través de nosotros. Pidámosle a Ella que nos ayude a ser fieles a nuestra misión, como Ella lo realizó.

    Oración

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, ante la dramática situación de los migrantes, que deciden peregrinar para buscar mejores condiciones de vida para ellos  y sus familias, acudimos a ti, con plena confianza, para que muevas nuestro corazón a colaborar y promover la necesidad de ofrecer la hospitalidad pasajera, pero indispensable a los migrantes que cruzan nuestro país y atraviesan por nuestra Ciudad de México.

    Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión de corazón. Especialmente auxílianos en la responsabilidad de acompañar a los adolescentes y jóvenes, para que descubran su vocación, y puedan fortalecer su condición de discípulos de tu Hijo Jesucristo, y afrontar, con valentía y esperanza, los desafíos de nuestro tiempo.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo  de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Homilía en mi 25 aniversario episcopal- 29/06/22

    Homilía en mi 25 aniversario episcopal- 29/06/22

    «Y según ustedes, ¿quién soy yo?. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos!”.

    Hoy celebramos la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia. San Pedro por la confesión sobre la identidad de Jesús y por el seguimiento fiel y constante a su Maestro, y no obstante sus humanas fragilidades, recibió del mismo Jesús la plena autoridad sobre la comunidad de discípulos de Jesucristo, es decir sobre la Iglesia, con estas palabras: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

    Por su parte, San Pablo fue llamado por el mismo Jesucristo, a quien Pablo (Saulo) perseguía arrestando a sus discípulos, y al convertirse en su seguidor lo hizo de una manera tan ejemplar y decidida, entregando su vida a la causa de la evangelización, que se ha ganado el nombre del Apóstol de los gentiles, es decir de los no creyentes. Por eso escuchamos en la segunda lectura su afirmación, con franca sinceridad y autenticidad: “Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento”.

    Hoy hace 25 años, recibí la Ordenación Episcopal de manos del Cardenal Adolfo Suárez Rivera, entonces Arzobispo de Monterrey, quien por mandato del Papa San Juan Pablo II me nombró Obispo de Texcoco, convirtiéndome así en miembro del Colegio Apostólico, que integramos los Obispos. En estos años la obediencia al Sumo Pontífice, Sucesor de San Pedro, como Obispo de Roma, en las personas del Papa Juan Pablo II, Benedicto XVI, y actualmente el Papa Francisco ha sido para mí muy importante, descubrir las cualidades de San Pedro y de San Pablo, y asumirlas en mi responsabilidad como Obispo de Texcoco, como Arzobispo de Tlalnepantla, y ahora como Arzobispo de México.

    De San Pedro me ha fortalecido aprender, que a pesar de la frágil condición humana, el saber reconocer nuestras faltas y acudir a la misericordia divina, nos permite siempre avanzar en los objetivos propuestos; y descubrir que de las decisiones asumidas, buscando el bien de la Iglesia y de las personas, siempre se hace presente la intervención del Espíritu Santo; muchas veces con frutos inesperados que evidencian la fecundidad pastoral en bien de las comunidades parroquiales y de los presbíteros, indispensables colaboradores del Obispo.

    Así lo reconoce San Pedro una vez liberado de la cárcel: “Entonces, Pedro se dio cuenta de lo que pasaba y dijo: Ahora sí estoy seguro de que el Señor envió a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de todo cuanto el pueblo judío esperaba que me hicieran”.

    De San Pablo he aprendido su entrega generosa e incansable, recorriendo el mundo conocido de su tiempo, y dando un ejemplo de apertura al diálogo con todo tipo de personas, judíos y no judíos, y con todo tipo de ambientes y contextos socio- culturales. Predicó en las periferias de las ciudades y en la Sinagogas, en la Ciudad de Atenas, que se distinguía por su cultura y el arte; y en la misma Roma, a pesar de estar condicionado y en vigilancia, por haber apelado a la justicia del Emperador Romano ante las acusaciones injustas, que habían denunciado en su contra.

    Su fortaleza no provenía de los éxitos logrados, sino en la espiritualidad desarrollada bajo la asistencia del Espíritu Santo: “Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará sano y salvo a su Reino celestial”.

    San Pablo es un testimonio vivo de la Iglesia en salida, la Iglesia misionera que no se queda quieta y satisfecha con un grupo de creyentes, sino con la convicción, que la Salvación Redentora de Jesucristo debe ser ofrecida a toda la humanidad, pues el Hijo de Dios se encarnó para transmitir la buena nueva: Dios Creador camina con nosotros para acompañarnos siempre, y fortalecernos ante toda adversidad, conflicto, sufrimiento y muerte.

    San Pedro y San Pablo entregaron su vida hasta el martirio, y son por ello figuras ejemplares, especialmente para nosotros los Obispos, siguiendo sus huellas garantizaremos la buena marcha de la Iglesia en cumplimiento de su misión: Hacer presente el Reino de Dios en el mundo.

    Al cumplir 25 años de ministerio episcopal le agradezco a Dios Padre haberme traído a la Arquidiócesis de México, y poder celebrar habitualmente los domingos la Eucaristía a los pies de nuestra Madre, Maria de Guadalupe, de quien he experimentado su protección y ayuda. Con estos sentimientos los invito unirse desde su corazón a mi oración de acción de gracias con el Salmo, que hemos escuchado hoy:

    Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo.

    Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo. Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores.

    Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias.

    Junto a aquellos que temen al Señor, el ángel del Señor acampa y los protege. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

    Dichoso el hombre que se refugia en él.

    Amén

  • Homilía- Las exigencias del Espíritu Santo- 26/06/22

    “Los exhorto…., a que vivan de acuerdo con las exigencias del Espíritu; así no se dejarán arrastrar por el desorden egoísta del hombre. Este desorden está en contra del Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de ese desorden”.

    Cualquier institución plantea sus exigencias o requisitos para participar en ellas, sea para colaborar sea para recibir sus beneficios. El espíritu que integra nuestro ser y le da vida a nuestro cuerpo también tiene sus exigencias, asumiéndolas obtendremos el orden interno que nos proporcionará la paz interior. Con ella podremos afrontar las adversidades y sufrimientos, pero especialmente el desorden que procede del egoísmo.

    ¿Cómo podremos obtener la capacidad para vivir de acuerdo con las exigencias del Espíritu, y superar el desorden?

    Hoy tanto la primera lectura como el Evangelio narran relatos vocacionales: el Profeta Elías llama a Eliseo para que sea su sucesor y continúe la labor profética en favor del pueblo de Israel y le transmite su espiritualidad, que dará a Eliseo la sabiduría y la fortaleza para continuar la obra del Profeta Elías, a quien se le reconoce como Padre del Profetismo en Israel:

    “El Señor le dijo a Elías: Unge a Eliseo, el hijo de Safat, originario de Abel-Mejolá, para que sea profeta en lugar tuyo. Elías partió luego y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante de él trabajaban doce yuntas de bueyes y él trabajaba con la última. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto. Entonces Eliseo abandonó sus bueyes, corrió detrás de Elías”.

    Y Jesús de camino a Jerusalén encuentra a dos que quieren seguirlo y otro a quien en el camino lo invita como discípulo. Ninguno de los tres logran seguirlo dos ponen condiciones previas, y otro no se decide al escuchar la advertencia de Jesús: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.

    Vocación, respuesta, y seguimiento o discipulado son tres dimensiones fundamentales que desarrolladas, garantizan la capacidad para vivir de acuerdo con las exigencias del Espíritu.

    La Vocación o llamada de Dios consiste en descubrir mis potencialidades, habilidades, y capacidades; en una palabra es el conocimiento de sí mismo. A partir del conocerme y aceptar lo que soy y no simplemente soñar en lo que quisiera ser, garantizaré alcanzar la plenitud del desarrollo adecuado de mi persona, y percibiré la creciente satisfacción de realizar mis responsabilidades a pesar de los esfuerzos y renuncias que deba asumir.

    Decidiendo responder positivamente a la vocación que descubra y siendo fiel a ella, constataré con gratitud el don de la vida, y descubriré el amor de Dios Padre, quien me la regaló, y también de quienes fueron mis progenitores.

    Llevando a cabo este proceso de respuesta y siguiendo a Jesucristo, conociendo y meditando los Evangelios, y preguntándome con frecuencia, qué se mueve en mi interior a la luz de esos relatos, y confrontándolos con los acontecimientos, que me cuestionan o que me dan satisfacción interior y alegría, descubriré el acompañamiento de Dios y el fortalecimiento de mi voluntad para ordenar mis pasiones e instintos y sean acordes a las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia.

    Si además comparto mi proceso personal en la propia familia, en los círculos de amistad, en alguna asociación o movimiento apostólico de la Iglesia, evitaré caer en radicalismos y posicionamientos, que frenan la apertura y flexibilidad para el diálogo y me capacitaré para la relación positiva con todo tipo de personas.

    Entonces asumiré con plena convicción, lo afirmado por San Pablo: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Su vocación, hermanos, es la libertad. Pero cuiden de no tomarla como pretexto para satisfacer su egoísmo; antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque toda la ley se resume en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pues si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse”.

    Por tanto, siguiendo el testimonio de vida de Jesús y de sus enseñanzas aprenderemos a respetar a los demás, independientemente si sus respuestas son satisfactorias o contrarias a lo que esperábamos. Por eso en el Evangelio de hoy escuchamos cómo Jesús reprende a sus discípulos:

    “Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: «Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?» Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió”.

    Preguntémonos si he descubierto mi vocación y si he vivido acorde a ella, y qué experiencia considero he adquirido en mi manera de relacionarme con los demás. Para ser fiel a mi vocación y tener una experiencia positiva es indispensable la oración. Hoy el Salmo, después de la primera lectura expresaba esa necesidad al decir: “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré”.

    De manera ejemplar éste fue el camino que siguió, Nuestra Madre, María de Guadalupe, acudamos a ella con plena confianza, para que nos sostenga en nuestra respuesta vocacional con su amor y cariño, porque esa es la causa por la que desde hace 5 siglos ha venido al Tepeyac para acompañarnos en la misión de hacer presente a su Hijo Jesucristo en el mundo.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para colaborar y promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.

    Ayúdanos a fortalecer las familias para que compartiendo las características de la mujer y del varón, expresen la importancia de la complementariedad de los papás, y faciliten en los hijos la educación para adquirir los valores de la fraternidad y de la solidaridad, y sean faros de luz en nuestra sociedad.

    Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

    Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
    Guadalupe! Amén.

  • Homilía en la ordenación de diáconos en Basílica de Guadalupe- 24/06/22

    Homilía en la ordenación de diáconos en Basílica de Guadalupe- 24/06/22

    «Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas.  Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y de oscuridad”.

    Nosotros los bautizados en el nombre de Jesucristo somos las ovejas a las que se refiere el Profeta Ezequiel, y nuestro Pastor es el mismo Jesús, quien ha cumplido esa misión en favor nuestro, y lo seguirá haciendo sin interrupción hasta el fin de los siglos.

    San Pablo a su vez explicita el gran amor misericordioso, que Jesús ha manifestado mostrando su plena y generosa entrega de su vida por nosotros: “Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores”.

    El mismo Jesús en el Evangelio expresa que será una gran alegría cumplir su misión de Pastor, cuando le presente a Dios Padre, el fruto de su pastoreo con la conversión de los pecadores: “Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse«.

    Es hermoso escuchar esta reflexión y sabernos protegidos y cuidados en el caminar de nuestra peregrinación por la tierra. Pero, ¿cómo será desarrollada esta constante vigilancia de la humanidad de parte de Jesucristo? ¿Quién hará y cómo será la búsqueda de la oveja perdida?

    Precisamente para esta gran responsabilidad, Jesús ha llamado a algunos de entre las ovejas del rebaño, que es la Iglesia, para ser pastores y llevar a cabo esta noble misión en favor de nuestros hermanos. Para esta responsabilidad, el Colegio de los Apóstoles desde los inicios de la Iglesia, respondiendo a las necesidades, que se presentaron ante el crecimiento de la comunidad eclesial, distinguió tres grados del Sacramento del Orden Sacerdotal: Diácono, Presbítero y Obispo.

    El Diaconado para el ejercicio de la Caridad y la administración de los recursos, auxiliando así al Obispo, sucesor de los Apóstoles. El Presbítero para colaborar al cuidado de una comunidad como Pastor en nombre de su Obispo. El Obispo como Cabeza de una comunidad de comunidades, siempre en comunión con el Obispo, Sucesor de San Pedro, hoy el Papa Francisco.

    Este día en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tenemos la alegría de conferir el Sacramento del Orden en el primer grado de Diáconos, a seis candidatos que serán integrados al Servicio de esta Iglesia de la Arquidiócesis de México; así sin dejar de ser ovejas, se convertirán en pastores de ovejas. Escuchemos con atención en qué consiste la responsabilidad como Pastores, que reciben mediante el Diaconado. Y oremos para que sean fieles y tengan un fecundo ministerio.