Categoría: Homiliías 2020

  • Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    Mirar el futuro a la luz de la fe-Homilía-27/12/20- Fiesta de la Sagrada Familia

    “El Señor dijo a Abram: Ese no será tu heredero, sino uno que saldrá de tus entrañas. Y haciéndolo salir de la casa, le dijo: Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Luego añadió: Así será tu descendencia. Abram creyó lo que el Señor le decía, y por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”.

    Abraham ha sido llamado Padre de la fe, porque creyó en la voz y promesa de Dios, de hacerlo padre de una gran descendencia, sin tener alguna evidencia que le mostrara la viabilidad de la promesa divina. Creer sin ver, confiar ante la imposibilidad presente, mantenerse en todo momento fiel a la Palabra de Dios, son las características de nuestro Padre en la fe.

    Este Domingo, posterior a la Navidad, celebramos la festividad de la Sagrada Familia, miramos a José y María caminar como Abraham, en la oscuridad de la promesa, pero creyendo en la Palabra de Dios. José para aceptar a su esposa embarazada de un hijo que no sabía su procedencia, María para aceptar el misterio de ser madre en la virginidad, y sin saber la misión que su hijo debía cumplir. Sorprendente misterio, que vivieron en la plenitud de la obediencia a la fe.

    Como cristianos, discípulos de Jesús, estamos llamados a mirar el futuro a la luz de la fe, creyendo en la Palabra de Dios como lo hizo Abraham: “Por su fe, Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la tierra que habría de recibir como herencia”.

    Y de la misma manera como lo hicieron María y José, que no obstante las palabras proféticas de Simeón, no tuvieron miedo y afrontaron la misión para la que Dios los había elegido. Así lo hemos escuchado hoy en el Evangelio: “Simeón, varón justo y temeroso de Dios,…Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús,…Simeón lo tomó en brazos y …los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

    Hoy vivimos una gravísima crisis de la familia, generada por varios factores: fractura cultural sobre el consenso de los valores cristianos, originando la dificultad de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones; confusión y rechazo al proyecto de familia instituido por Dios mediante las leyes de la naturaleza; violencia intrafamiliar en lugar de ser cuna del amor; temor y evasión al compromiso de procrear hijos, debido, entre otras causas, a la distorsión de la sexualidad humana considerada más para el mero placer, que para la intimidad y plenitud del amor.

    Lamentablemente la discusión para clarificar estos aspectos se ha vuelto ideológica, y se deja de lado la posibilidad de un diálogo sereno y de recíproca escucha para plantear la actual situación social y redescubrir la indispensable misión de la familia, como la célula básica de una sociedad que prepara y educa la niñez y la adolescencia para lograr nuevas generaciones, que valoren la fraternidad, la solidaridad y la subsidiaridad, superando las diferencias de clases económicas y sociales.

    Dios, nuestro Padre, conocedor de las resistencias a su proyecto creador, que siempre se han dado a lo largo de la historia; se dirige a nosotros los discípulos de Jesús, y nos invita a prolongar la misión de su Hijo Jesús, afrontando las contradicciones y asumiendo los sufrimientos que conlleva ser fieles a la Palabra de Dios.

    Pero debemos advertir que Dios nos pide siempre buscar el diálogo constructivo, dejando en libertad, con la tolerancia necesaria, a quienes no aceptan el mensaje de Jesucristo; ya que nosotros no debemos ser jueces de los demás, sino promotores de la verdad con el respeto de la libre elección con la que cada persona debe decidir.

    La Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesucristo, debe como Abraham, como María y José, dar testimonio de la belleza del proyecto divino de la familia, y transmitir la inmensa alegría, de quienes viven fieles al compromiso propio de esposo y de esposa, de padres y de hijos, de nietos y de miembros de una familia. Recordemos siempre que el testimonio es más elocuente y convincente que el discurso conceptual.

    Mirando hacia el futuro incierto, y bajo las sombras actuales de la grave crisis actual de la familia, los cristianos debemos caminar en la obediencia, guiados por la luz de la fe, recordando la promesa del Señor dirigida a Abraham: “No temas, Abram. Yo soy tu protector y tu recompensa será muy grande”. Y como María podremos experimentar las maravillas que hace Dios en la familia que es fiel y mantiene en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en los triunfos y en los fracasos, su fidelidad a la promesa de nuestro Padre Dios.

    Seguramente Ustedes como yo, hemos escuchado en distintas ocasiones los conmovedores testimonios de muchos, que han vivido los padecimientos del COVID, y de quienes por la misma contingencia han perdido a uno o a más seres queridos, cómo han crecido en la fe; ellos afirman cómo han aprendido a descubrir la intervención divina, cuando se vive un drama y una tribulación inesperada.

    Por eso los invito a dirigir nuestra súplica confiada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que conociendo en carne propia el sufrimiento, decidió presentarse y quedarse con nosotros, dejándonos su bendita imagen para animar, consolar y manifestar su ternura maternal a todos sus hijos, y mostrándonos el camino a seguir para afrontar la grave crisis de la familia, que se va extendiendo no solo en nuestra Patria, sino también intensamente en los países de tradición cristiana.

    Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos llene de esperanza y nos ayude en dar, como ella lo hizo con su esposo José y con su hijo Jesús, el testimonio de vida familiar que necesitamos seguir, para resolver la grave crisis, que atraviesan las familias de nuestro tiempo:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

     

  • La causa de nuestra alegría en Navidad- Homilía- 25/12/20- Misa de Navidad

    La causa de nuestra alegría en Navidad- Homilía- 25/12/20- Misa de Navidad

    “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, al mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: “Tu Dios es rey!”

    Durante el Adviento hemos reflexionado sobre la figura de Juan Bautista, de quien dijo Jesús que no había una persona más grande que él. La alegría del Profeta Isaías exclamando: “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: “Tu Dios es rey!”, transmite una enorme esperanza: saber que la Buena Nueva está llegando. Ahora nosotros identificamos que dicho anuncio del Profeta, se concretó en Juan Bautista, quien señaló la llegada del Mesías, y lo manifestó solemnemente en el bautismo de Jesús, portador de la presencia de Dios en medio de nosotros.

    Tanto el profeta Isaías como el mismo Juan Bautista, se quedaron cortos en sus proclamaciones, porque jamás imaginaron que el Mesías, mensajero del Padre, fuera a ser el mismísimo Hijo de Dios, asumiendo la carne mortal del ser humano para manifestar el inmenso amor, que Dios tiene por su criatura predilecta el hombre.

    La Buena Nueva, que en griego se dice Evangelio, fue preparada durante siglos como lo afirma la segunda lectura de hoy: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo”.

    La misma obra creadora, que no deja de sorprender al hombre, descubriendo lentamente la compleja relación del Universo para generar la Tierra, nuestra Casa Común, creada para desarrollarse, sostenerse y mantenerse así misma, sin ninguna intervención de la creatura, fue la primera manera de hacerse presente Dios con la humanidad, por espacio de muchos siglos.

    Solamente hacia el siglo V antes de Cristo, el ser humano entre tumbos y hierros, entre reflexiones compartidas y consideraciones de las relaciones humanas, inició el proceso de reconocer que la Creación en sí misma es la primera mensajera que manifiesta la existencia de un solo Dios. De esto da cuenta el Libro del Génesis en los primeros capítulos, fruto de la reflexión de los hombres creyentes y humildes, investigadores y estudiosos de esos siglos previos al nacimiento de Cristo.

    La obra creadora debería haber sido y ser siempre el camino universal para descubrir a Dios. Como bien lo confiesa San Agustín en su búsqueda de Dios: “Pregunté a la tierra y me dijo: ‘No soy yo’; y todas las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: ‘No somos tu Dios; búscale sobre nosotros’. Interrogué a los vientos que soplan y el aire todo, con sus moradores, me dijo: ‘Se engaña Anaxímenes: yo no soy tu Dios’. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. ‘Tampoco somos nosotros el Dios que buscas’, me respondieron. Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él’. Y exclamaron todas con grande voz: Él nos ha hecho”.

    La Creación y todas sus creaturas con su armónica función es el más contundente testimonio del Dios Creador, ellas son la luz que refleja su existencia. Sin embargo como afirma San Juan hoy en el Evangelio: “Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció”.

    Aquí tenemos el motivo del por qué Dios Padre decidió la Encarnación de su Hijo, mostrar, hasta el extremo de la muerte en cruz, el infinito amor misericordioso, que tiene por su creatura predilecta, el ser humano. Por eso, el eje de todas las celebraciones litúrgicas se centra en la Navidad y la Semana Santa; expresando así que la Encarnación del Hijo tiene la finalidad de la Redención del hombre.

    Una y otra vez, durante todo el año, la Iglesia recuerda estos dos misterios que están estrechamente unidos: la Encarnación y la Redención con la esperanza de atraer a todos y cada uno para conducirnos a la vida eterna, donde participaremos de la misma naturaleza de Dios Trinidad.

    Por eso a pesar de la necia resistencia del ser humano para aceptar el inconcebible y maravilloso destino para el que fuimos creados, Dios Padre envió a su Hijo como afirma el apóstol San Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios. Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”.

    En Cristo hemos ido conociendo y develando el misterio del verdadero Dios, por quien se vive, que perdona y levanta, que reconcilia y da vida. Por eso afirma la carta a los Hebreos: “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa. Él mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios”; lo que de manera contundente expresa San Juan en el Evangelio: “la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado”.

    Ésta es la inmensa causa de nuestra alegría, que se enciende y alimenta con la Navidad; no es simplemente una memoria del pasado que recordamos, es una realidad que vivimos, quienes, como discípulos de Jesucristo, hemos puesto nuestra voluntad al servicio de la Evangelización. Por eso los cristianos cantamos con gran emoción: ¡Gloria Dios en el Cielo y Paz en la Tierra a los hombres de Buena Voluntad!

    Agradezcamos a San José y a su esposa María, Nuestra Madre, quienes, con su colaboración sincera y obediente al plan de Dios, hicieron realidad la gracia más grande que ha recibido la humanidad: conocer el misterio del verdadero y único Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuya naturaleza es el Amor en plenitud.

    Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos aliente y nos conforte en las situaciones y dificultades que hemos afrontado a través de este año 2020, y pidámosle interceda con su Hijo Jesucristo para que tengamos un buen año 2021:

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • La libertad y la obediencia van de la mano- Homilía- 20/12/20- Domingo IV de Adviento

    La libertad y la obediencia van de la mano- Homilía- 20/12/20- Domingo IV de Adviento

    “¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella? Yo te saqué de los apriscos y de andar tras las ovejas, para que fueras el jefe de mi pueblo, Israel”.

    Esta advertencia del Profeta al Rey David descubre la gran tentación, que se presenta a todo aquel, que ha procedido conforme a la voluntad de Dios y le ha ido muy bien. ¿Cuál es la tentación? Generar la conciencia de considerar, que tiene el poder en sus manos para realizar todos sus sueños, y que basta que él lo quiera para cumplirlos; aun cuando dichos proyectos sean buenos, conduce sutilmente a su conciencia pensar que todo lo puede, y se desarrolla así la conciencia del hombre poderoso que se considera capaz de lograr todo lo que quiera. Al caer en esta tentación iniciaría su ruina, pues se abre la puerta a la soberbia, que ciega la capacidad de escucha y de atender y sopesar las opiniones de los demás.

    David ha procedido bien al consultar al Profeta para que le diera su parecer, que en un principio le responde afirmativamente, pero que el mismo Profeta en oración descubre la voz de Dios, y comunica lo que realmente quiere Dios del Rey David, quien a su vez la escucha y obedece; dejando a su Hijo Salomón la construcción del templo que anhelaba ver.

    En consecuencia, Dios cumple su promesa y engrandece el final del reinado de David y el de su dinastía: “Yo estaré contigo en todo lo que emprendas…y te haré tan famoso como los hombres más famosos de la tierra. Le asignaré un lugar a mi pueblo, Israel; … … Y a ti, David, te haré descansar de todos tus enemigos. … te daré una dinastía; y cuando tus días se hayan cumplido,… engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”.

    Así, el Rey David superó la tentación y Dios cumplió su promesa, fortaleciendo el Reino de Salomón, quien edificó la construcción del Templo de Jerusalén. El Rey David cometió graves pecados, como el adulterio y el posterior homicidio de Urías para desposar a Betsabé; sin embargo, siempre humildemente aceptó su culpabilidad. Qué grande lección dejó en herencia a su Pueblo, eso le valió que de su dinastía naciera el Hijo de María, y quedará como un personaje central de la Historia de Israel y de la Historia de la Salvación.

    En este cuarto y último Domingo de Adviento, la Palabra de Dios, al recordar la figura del Rey David, nos invita a no tener miedo por nuestras fallas y pecados cometidos, siempre el Señor, como buen Padre de sus Hijos, misericordiosamente nos concederá el perdón y nos otorgará la gracia para fortalecer nuestro espíritu. Este es el primer paso para prepararnos a la Navidad, y el segundo es descubrir la voluntad de Dios en mi vida, interrogarme sobre lo que Dios espera de mí, ante el cumplimiento de mis responsabilidades.

    Si en esta tarea descubrimos que la propuesta supera mis fuerzas, debo preguntarme como María: ¿Cómo podrá ser esto?, debo compartir mis alternativas con mi familia, con mi grupo de apostolado, con mis amigos fieles, que también quieren responder a la voluntad de Dios, y discernir mis decisiones para presentarlas con fe y esperanza a Dios mi Padre, y mejor aún, traerlas a la Eucaristía para unirlas al Sacrificio de Cristo, y recibir el Pan de la Vida, y con él, la fortaleza del Espíritu Santo, que me acompañará a realizar mis decisiones.

    Nuestra Madre María, respondió positivamente al mensaje del ángel Gabriel, sin saber todo lo que le esperaba vivir: alegrías y tristezas, gozos y sufrimientos, llegando al extremo de ver morir crucificado a su Hijo, condenado injustamente, y además penalizado como si fuera un impostor, seductor, y blasfemo. Estas fueron las acusaciones presentadas a las autoridades romanas con falsos testigos y componendas políticas. Sin embargo, María se mantuvo firme hasta el final, viviendo bajo el misterio, conducida por la fe, pues desconocía como sería el desarrollo del Plan de Salvación para la humanidad, que Dios Padre, tenía reservado para que su Hijo Encarnado lo cumpliera.

    Conocemos ya la finalidad del Plan divino: Manifestar hasta el extremo, el amor misericordioso por sus creaturas, para que, descubriendo ese amor, se descubrieran todos como hijos muy amados. Si María aceptó sin saber el plan ni su finalidad, y aprendió a vivir su generosa entrega bajo la conducción misteriosa del Espíritu Santo, nosotros deberíamos aceptar, sin temor alguno con plena confianza, las propuestas de Dios: ¡No tengamos miedo a ser obedientes de la fe, aprendemos como ella lo fue!

    En nuestros tiempos proclamamos la libertad como el máximo don y derecho del hombre, lo cual es verdad, Dios mismo la concedió y la respeta. Pero debemos entender que la libertad y la obediencia no están contrapuestas, sino que son complementarias y van de la mano. Dios nos ha creado para el amor, lo cual exige el ejercicio pleno de la libertad, pero cualquier decisión tomada, sea buena o mala, impone un determinado camino con ciertas exigencias para alcanzar el objetivo; por tanto, debemos cumplir esas condiciones. En esto consiste la obediencia.

    En cuanto a la relación con Dios, debemos con plena libertad decidir si aceptamos o no su Voluntad, y habiéndola aceptado debemos como lo hizo María expresar nuestra obediencia a la voluntad del Padre: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. De esta manera recibiremos el Espíritu del Señor, y aprenderemos a ser obedientes de la fe, con la plena confianza en el amor de Dios, Nuestro Padre.

    Este proceso nos conducirá a exclamar, como San Pablo, llenos de alegría: “Hermanos: A aquel que puede darles fuerzas para cumplir el Evangelio que yo he proclamado, predicando a Cristo, conforme a la revelación del misterio, que…en cumplimiento del designio eterno de Dios, ha quedado manifestado por las Sagradas Escrituras, para atraer a todas las naciones a la obediencia de la fe, al Dios único, infinitamente sabio, démosle gloria, por Jesucristo, para siempre”.

    Invoquemos pues a Nuestra Madre, María de Guadalupe, para que seamos obedientes de la fe, y así, lleguemos también a proclamar como ella, las maravillas que hace Dios a través de nosotros.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Es hora de ser como Juan Bautista- Homilía- 13/12/20- Domingo III de Adviento

    Es hora de ser como Juan Bautista- Homilía- 13/12/20- Domingo III de Adviento

    “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”.

    En este tiempo del Adviento, la Liturgia propone la figura de Juan Bautista, como maestro para señalar lo que debemos hacer, en vista de capacitarnos para reconocer la presencia de Dios en el mundo, y aprender a descubrir la luz, que oriente nuestra vida, para lograr el destino al que hemos sido llamados.

    Los textos de hoy presentan varios aspectos fundamentales de la enseñanza de Juan Bautista; el primero que debemos imitar es la claridad de su identidad y la humildad de reconocerse servidor, su misión es preparar la llegada del Mesías. Por eso afirma contundentemente: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor, como anunció el profeta Isaías”.

    Pero, ¿cómo vamos a enderezar el camino del Señor? Este es el segundo aspecto de la enseñanza de Juan señalar la manera de prepararse a la inminente llegada del Mesías para lo cual indica el indispensable arrepentimiento de los pecados cometidos; y quienes aceptan adecuar su conducta a los mandamientos de la ley de Dios, los bautiza con agua. En la época de Jesús se mantenía la tradición de considerar que los pecados los perdonaba solo Dios, y ningún hombre podía absolverlos en su nombre. Por ello, los emisarios de los fariseos lo interpelan diciendo: Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?

    La pregunta le permite a Juan expresar el tercer aspecto de su enseñanza y cumplir su misión, de anunciar la llegada del Mesías al afirmar: Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. El anuncio de la inminente llegada del Mesías excedió las expectativas del pueblo, y se incrementó el número de quienes abrieron su corazón y pidieron ser bautizados por Juan.

    Cuántos en este Adviento escucharán la voz de la Iglesia que clama en el desierto actual del aislamiento, ahora que se ha incrementado la soledad, la angustia, la incertidumbre, el sufrimiento, y la muerte en el mundo. El Papa Francisco ha declarado que de esta pandemia no saldremos igual que antes, saldremos mejores o peores, y tiene mucha razón porque la experiencia humana manifiesta que de la vivencia de una situación dramática, trágica o de grave injusticia, nunca se sale igual, afecta profundamente el interior del hombre.

    Es necesario un acompañamiento adecuado, sea durante la misma experiencia o inmediatamente después, para salir transformado en un ser que descubre la razón de su vida y de la importancia de vivir de manera fraterna y solidaria. De lo contrario, en el aislamiento durante y después de la trágica situación vivida, esa persona sale traumada, desconsolada y con relativa facilidad abre su corazón al odio y la venganza contra quien resultare responsable y contra quien por cualquier motivo lo cuestionara.

    Así, una familia, una comunidad, un pueblo o una nación padece esta misma experiencia dramática de forma generalizada queda profundamente afectada y debe ser atendida para sanar su corazón, sus sentimientos, su interior. Con mayor razón está aconteciendo con la actual pandemia mundial. ¿Saldremos mejores o saldremos peores? De nosotros depende.

    ¿En cuántos cristianos y no cristianos se moverá el corazón, buscando y esperando un consuelo y una esperanza de vida? Es la hora sin duda de ser como Juan Bautista, testigos de la luz, orientadores del camino que lleva a la vida. Es la hora de dar a conocer, que Dios no nos ha abandonado, sino que ha estado a nuestro lado. Esta experiencia queda en nuestras manos promoverla, extendiendo nuestra mano solidaria en favor de los afectados.

    Hoy, no solo podemos enderezar nuestra vida para preparar la Navidad, sino que está en nuestras manos recibir, también y sobretodo, el beneficio de la venida de Jesucristo al mundo. ¿Qué hace falta en el mundo de hoy para que el Espíritu Santo nos conduzca, nos acompañe y nos fortalezca como Iglesia, para acompañar a nuestra sociedad, con la serenidad propia de los discípulos de Jesucristo?

    La primera lectura recuerda el contenido del mensaje de Isaías, que Jesucristo al iniciar su ministerio pronunciara en la Sinagoga de Nazaret, afirmando que en él se ha cumplido la profecía de Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”. Después de 21 siglos contamos con la experiencia vivida con tantos cristianos que han creído en Jesucristo y han recibido el Espíritu Santo y sus siete dones, asumiendo así el mismo acompañante que tuvo Jesús en su vida terrestre.

    Vivimos de manera sorprendente cuando dejamos que nos conduzca el Espíritu Santo en nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre. Por tanto la mejor preparación es dejarnos conducir por el Espíritu Santo, y anunciar su presencia en medio de nosotros, con un estilo de vida solidario, fraterno, y dispuesto siempre a la caridad con el prójimo, que encontramos en el camino de la vida.

    Así viviremos la misma experiencia que describe el Apóstol Pablo a los tesalonicences: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús. No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía; pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal”.

    De esta manera construiremos la casita sagrada, que desea Nuestra Madre, María de Guadalupe para todos sus hijos. Comprometámonos con ella, y asumamos nuestro mejor esfuerzo para salir de esta Pandemia mejores personas, y logremos ser una mejor sociedad. Pidámoslo de corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Solemnidad de la Virgen de Guadalupe-Homilía-12/12/20

    Solemnidad de la Virgen de Guadalupe-Homilía-12/12/20

    “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

    María expresa a Isabel, lo que le ha sucedido, Dios puso sus ojos en ella. En efecto, María recibió la noticia, de parte de Dios, que sería la Madre del Salvador, del Hijo del Altísimo. Ante este mensaje María, primero preguntó cómo sería, y habiendo recibido la explicación del Ángel, respondió afirmativamente diciendo: “Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”.

    Desde el momento de su respuesta María se dejó conducir por el Espíritu Santo en todo momento. La experiencia en el corazón de María fue intensa y necesitaba compartirla con alguien, quién mejor que su prima Isabel, en quien también la mano de Dios se había manifestado, al pasar de la esterilidad a la gestación de un hijo anhelado.

    La visita a Isabel, no solo permite compartir lo acontecido en ambas, sino también es ocasión de una fuerte presencia del Espíritu Santo en Isabel. Esta escena anuncia lo que será la Iglesia, lo que desea Dios Padre a todas sus creaturas: concederles el acompañamiento del Espíritu Santo para que cada uno realice la vocación y misión que El ha sembrado en su corazón, compartiéndola con los que le rodean, con sus contemporáneos, y de esta manera, hagan presente a Dios Padre, en medio del mundo. En otras palabras para continuar la labor de Jesucristo en cada generación de la humanidad.

    Así lo recuerda San Pablo hoy en la segunda lectura: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos. Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abbá!”, esdecir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”.

    Esta filiación y pertenencia a la familia de Dios, debe desarrollarse mediante la espiritualidad de la comunión, de sabernos, sentirnos, y acompañarnos como buenos hermanos. Para esto es indispensable aprender a ser conducido por el Espíritu Santo, como lo hizo María, Isabel y tantas personas a lo largo de la Historia.

    Debido a nuestra fragilidad humana nadie puede vivir su vocación aisladamente, necesitamos compartir la experiencia de lo que se mueve en mi interior cuando escucho la Palabra de Dios, cuando veo la necesidad de mi prójimo, cuando percibo el dolor y sufrimiento en los enfermos, en lo que sufren injusticia, o en quienes son víctimas de un drama o de una tragedia. Hay que darle cauce a lo que surge como iniciativa en favor del necesitado, y descubrir a quienes comparten conmigo esos mismos sentimientos para unirnos en la solidaridad y practicar la caridad.

    Ahora podemos recordar, con inmensa gratitud, a qué ha venido María de Guadalupe a nuestras tierras de México y América. Ella quiere manifestar su amor, ternura, consuelo y auxilio a quienes desean conocer a su Hijo, a quienes quieren ser fieles discípulos de su Hijo Jesucristo y corresponder a su vocación, también a quienes se encuentran agobiados, atribulados, desamparados, sin esperanza.

    En ella se cumplen cabalmente las palabras de la primera lectura, del libro del Eclesiástico: “Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud. Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos”.

    No se trata de un consuelo o una motivación transitoria, Ella quiere alimentarnos de la Palabra de Dios que es su Hijo Jesucristo, y conducirnos a la Eucaristía para nutrirnos del Pan de la vida, para que seamos fuertes y valientes ante las asechanzas del mal, y demos siempre fiel testimonio del amor de Dios por sus creaturas, y obtengamos finalmente la vida eterna, como hemos escuchado en la primera lectura: “Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí; los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna”.

    Por eso, no podemos quedarnos de brazos cruzados, siendo meros espectadores en el mundo de hoy, estamos llamados a ser constructores de la sociedad que desea Nuestro Padre común, debemos superar los odios y violencias de todo tipo, y manifestar con claridad, que reconocemos la común dignidad de todo ser humano, buscando por ello el bien común por encima del bien personal, familiar, sectorial e incluso nacional, bienes legítimos que ciertamente disfrutaremos, si mantenemos como prioridad, edificar la civilización del amor.

    Podemos sí, afirmar con temor, que tal empresa supera nuestras fuerzas, pero si asumimos las palabras de Isabel ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? También María, como buena Madre, que desea lo mejor a sus hijos, nos compartirá su experiencia, nos ayudará para que vivamos, siguiendo su ejemplo de aceptar ser conducidos por el Espíritu Santo, y lleguemos a exclamar con ella: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

    En este inesperado y terrible año, debido a la Pandemia, sabiendo que no hemos podido venir a visitarla, sin duda alguna ella se encaminará presurosa, y entrará a nuestras casas para que nosotros, como Isabel, quedemos llenos del Espíritu Santo, y convirtamos nuestro hogar en una casita sagrada, con la Presencia de nuestra querida madre, María de Guadalupe.

    Ahora, ante su Imagen, expresémosle la invitación para que nos visite, entre a nuestros hogares, y recibamos el consuelo de su amor.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Animar nuestra conversión pastoral- Homilía- 6/12/2020-Domingo II de Adviento

    Animar nuestra conversión pastoral- Homilía- 6/12/2020-Domingo II de Adviento

    “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista, predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados….Proclamaba: Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.

    Este segundo Domingo del Adviento la liturgia presenta a Juan Bautista, cumpliendo su misión, la cual tiene dos aspectos: invitar al arrepentimiento de los pecados, de las equivocaciones, de las negligencias, de los atropellos y del incumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios; el arrepentimiento de corazón obtiene el perdón de los pecados y su consecuencia es el cambio de conducta, adecuando la vida personal a la observancia de los Mandamientos; esto es lo que llamamos: Conversión personal.

    El segundo aspecto de la misión de Juan Bautista es anunciar la inminencia de la llegada del Mesías y sus características. La misión del Mesías, es más grande e importante, por eso Juan ha dicho: “viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias”. Juan predica el arrepentimiento, anuncia la llegada del Mesías, y señala con claridad que el Mesías ofrecerá algo totalmente nuevo y sorprendente: “él los bautizará con el Espíritu Santo”.

    Para responder a la llamada de Juan Bautista basta reconocer nuestras faltas y pedir perdón. Para responder a la misión de Jesucristo, el Mesías anunciado, es indispensable recibir el bautismo con el Espíritu Santo y aprender a dejar conducirnos por él, con plena fidelidad y generosa entrega, creyendo en el anuncio y presencia del Reino de Dios entre nosotros; es decir, creer y proclamar que Dios camina con nosotros para edificar la civilización del amor. A este proceso la Iglesia lo ha llamado Conversión Pastoral.

    En efecto, la Conversión Pastoral es creer el anuncio de la Buena Nueva, Dios está en medio de nosotros, y esa presencia ha llegado con Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, y trae el encargo anunciado por el profeta Isaías en la primera lectura: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios. Hablen al corazón:… Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo… Como pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres”.

    En nuestros días, son muchos los que habitualmente reaccionan a este gozoso anuncio, afirmando que la venida de Jesús, el Hijo de Dios vivo, el mundo no ha cambiado nada en estos 21 Siglos, que sigue siendo vapuleado por la maldad, y la relación entre los pueblos y naciones continúa siendo belicosa, y que en general los criterios de la sociedad y de la gente, favorecen la actitud de someter y controlar al débil y desprotegido.

    Para explicar esta constante afirmación, san Pedro recuerda con gran claridad, que Dios Padre ama entrañablemente a todas las creaturas, al afirmar: “No olviden que, para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día. No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan”.

    En efecto, Dios vive en la eternidad, y para él, todo es presente, no hay pasado ni futuro, conoce a fondo nuestros pensamientos y nuestras acciones, sabe nuestro recorrido existencial, y propicia los caminos de salvación para el pecador, a través de quienes lo reconocemos como el verdadero Dios, de quien procede la vida y por quien se obtiene la vida eterna. En una palabra, Dios interviene en la Historia a través de quienes le corresponden aceptando y testimoniando las enseñanzas del Evangelio. Por eso san Pablo exhorta a los que creemos en Jesucristo, camino, verdad, y vida: “nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche”.

    El Adviento, al prepararnos para el recorrido hacia la Navidad, en que recordaremos el inicio de la Encarnación del Hijo de Dios, que asumió la condición de creatura, para hacer presente en el mundo el amor y la misericordia de Dios Padre, es la oportunidad para todos los cristianos, discípulos de Jesús de renovar nuestra convicción en la Buena Nueva: El reino de Dios ha llegado y está presente en semilla, en desarrollo, dependiendo su fuerza del dinamismo con que asumamos las enseñanzas de nuestro Maestro Jesús en nuestra propia vida.

    Pero, para eso nos necesitamos, nadie puede aisladamente hacer esa hermosa y siempre urgente misión evangelizadora. En esto consiste la Conversión pastoral, en asumir el compromiso de acción conjunta, en favor del prójimo necesitado. Cuando el Papa Francisco convoca a la comunión y a ser una Iglesia en salida y misionera, está llamando a la Conversión Pastoral. Es conveniente reconocer la diferencia y la complementariedad entre la Conversión personal y la Conversión pastoral. La primera es mi convicción de cuidar que mi conducta esté acorde a los mandamientos de Dios, la segunda es la expresión de mi conciencia para testimoniar, con mi participación eclesial en comunión, la presencia del Reino de Dios.

    Así edificaremos la única familia, la familia de Dios, y por ello, colaboraremos por la vida digna de todo ser humano y por la relación fraterna con todos, hombres y mujeres, independientemente de sus contextos culturales, sociales, y económicos, conjugando los esfuerzos necesarios para tener como objetivo de todas las actividades la previsión del bien común, por encima de intereses de grupo. Estos deben subordinarse, respetando lo que afecta a todos. Un claro ejemplo es el cuidado de nuestra casa común, la tierra.

    Pidámosle a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que anime nuestra Conversión Pastoral y acompañe nuestro caminar como testigos del Evangelio.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Qué significa permanecer alerta?-Homilía- 29/11/20- Domingo I de Adviento

    ¿Qué significa permanecer alerta?-Homilía- 29/11/20- Domingo I de Adviento

    “Tú, Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor; ése es tu nombre desde siempre… Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos”.

    Al iniciar un nuevo año litúrgico con el tiempo del Adviento, la Palabra de Dios recuerda la relación filial de Dios con nosotros los humanos, que siempre debe estar en nuestra mente y en nuestro corazón: “Tú, Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor”.

    Nuestro Creador, quien nos ha dado la vida, es alguien que nos ama entrañablemente como un buen Padre, que está atento al desarrollo y al comportamiento de sus hijos para redimirlos; es decir, para rescatarlos cuando se encuentran en peligro, cuando han extraviado el camino, cuando su conducta se ha desviado, y en lugar de corresponder al amor, se han entregado al odio y la violencia contra sus hermanos.

    Además, afirma el Profeta: “nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos”. Entonces, si estamos en sus manos y somos hechura de Dios, por qué no obramos el bien como Él lo hace, por qué permite que obremos mal y en contra de su voluntad y de sus proyectos. Incluso el Profeta va más allá al lanzar la pregunta con sabor a reclamación: “¿Por qué, Señor,  has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte?”.

    También nosotros, cuántas veces hemos considerado ante las injusticias y crímenes horrendos, que Dios parece impasible, indiferente, y que tarda en intervenir. Dichos acontecimientos cuestionan especialmente al hombre que los sufre y con frecuencia se pregunta: ¿Dónde está Dios? La impaciencia y desesperación humana en esos casos elevan ruegos como lo hace el profeta Isaías: “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia”. En una palabra, se desea en esas circunstancias que Dios actúe y resuelva favorablemente las injusticias provocadas por el mismo hombre. Pero no sucede así, Dios no parece intervenir para corregir y castigar al hombre criminal, ni a las organizaciones delincuenciales.

    La explicación es muy sencilla, Dios nos ha creado para el amor, pero para lograr el aprendizaje y alcanzar la experiencia de amar, es indispensable la libertad. Si Dios interviniera cada vez, penalizando una mala acción, entonces nuestra experiencia de Dios sería de temor, por el miedo actuaríamos conforme a la normatividad, así jamás alcanzaríamos la experiencia de amar; y seríamos incapaces de la eternidad, ya que ésta consiste en compartir la vida divina que es el amor.

    ¿Cuál es el camino para afrontar las tragedias, los dramas, y cualquier desastre? Seguir el ejemplo de Jesucristo, que precisamente vino al mundo para redimirnos, para rescatarnos de esas situaciones, para que no quedemos en la orfandad y la desesperanza. Él asumió la injusta sentencia de muerte en la cruz, con plena confianza en Dios, su Padre, quien envió al Espíritu Santo para fortalecerlo en el sufrimiento y muerte, y para devolverlo a la vida, resucitándolo de entre los muertos.

    Es evidente que en Cristo vemos el caso extremo del sufrimiento que lleva a la muerte, pero hay muchas formas menores de sufrimiento que padecemos en esta vida, y en ellas, quien sigue el ejemplo de Cristo, recibe la fortaleza y la sabiduría para superarlas y salir adelante, logrando más convicción y experiencia del amor de Dios, nuestro Padre.

    A este propósito entendemos la recomendación de Jesús que hemos escuchado en el Evangelio: “Velen y estén preparados, porque… no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada. No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta”.

    En estas palabras está una indicación final muy contundente: “permanezcan alerta”. ¿Qué significa esta recomendación? Permanecer alerta significa tomar conciencia de la naturaleza pasajera de la vida terrena. Nuestra vida es transitoria, y tiene la finalidad de prepararnos para la vida eterna. No debemos perder de vista nuestro destino, por ello Jesús advierte que recordemos siempre, que no sabemos a qué hora terminará nuestro viaje.

    ¿Qué debemos hacer? San Pablo ofrece su experiencia y recomienda la gratitud de los dones que vamos recibiendo de Jesucristo al escuchar su palabra, al conocerlo, y al seguirlo fielmente: “Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús, ya que por Él los ha enriquecido con abundancia en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento… Él los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Dios es, quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel”.

    En este tiempo del Adviento, para prepararnos a la Navidad, la Palabra de Dios ofrecerá con insistencia elementos para generar la esperanza. Hoy se ha centrado en el amor que Dios tiene por todas sus creaturas, en el destino final que nos ha preparado, y en la fidelidad absoluta para cumplir sus promesas. Pero especialmente en este tiempo de pandemia, que ha generalizado e intensificado las partidas inesperadas de tantos seres queridos, encontramos un gran consuelo en recordar que han partido a la casa del Padre, y que el dolor y el sufrimiento experimentados son transitorios y su final es la vida eterna.

    Nuestra Madre, María de Guadalupe así lo vivió, acompañando a su Hijo en la Cruz, y recibió ella primero, la gran noticia de su resurrección. Nuestro Pueblo de México hace 5 siglos sufría la gran desolación generada por la conquista, y entonces vino ella a visitarnos, como un faro de luz y de esperanza, y se ha quedado con nosotros para acompañarnos y consolarnos durante estos siglos, como una madre pendiente de sus hijos, y ahora en este tiempo de pandemia permanece alerta, para recordarnos que, con su Hijo Jesús, resucitaremos también nosotros a la vida eterna.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Cristo Rey, su reino está en nosotros- Homilía- 22/11/20- Fiesta de Cristo Rey

    Cristo Rey, su reino está en nosotros- Homilía- 22/11/20- Fiesta de Cristo Rey

    “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”.

    Esta página del Evangelio suele interpretarse como el momento del Juicio final sea el particular al fallecer o el universal al final de los tiempos. Sin embargo, también y sobre todo es una motivación muy fuerte y alentadora para mover nuestro corazón a la médula del mensaje y a la práctica de las enseñanzas de Jesús, para invitar de manera convincente a vivir el amor a los pobres, especialmente a los más necesitados, como camino para ejercitarnos en el amor, y encontrar experiencialmente en esta vida la comunión con el Espíritu de Jesús.

    Dios, nuestro Padre sabe perfectamente de la fragilidad y de la debilidad de nuestra condición humana ante las tendencias y pasiones originadas en la relación interpersonal. Por eso, la Parábola que hoy hemos escuchado del Profeta Ezequiel manifiesta el interés y la prontitud de Dios para auxiliar y proporcionar a la comunidad humana, en todas las expresiones culturales, su inmenso amor y misericordia: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas… e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad”.

    ¿Qué significa dispersarse en un día de niebla y oscuridad? Dispersarse consiste en separarse de la habitual relación establecida, donde la ayuda mutua fortalece la voluntad y proporciona la motivación necesaria para mantener las buenas y positivas relaciones con los demás.

    La dispersión sin embargo está latente cuando se pierde la luz y la claridad para seguir caminando ante la niebla, que no permite ver las cosas a distancia; es decir, cuando se pierde un proyecto que me ilusionaba, una amistad o una persona que me acompañaba favorablemente, cuando el futuro que confiaba alcanzar se ha diluido o perdido, cuando una situación y estado de vida se quiebra, se fractura y no se ve cómo recuperarla.

    En este tiempo de pandemia hemos entrado en una fuerte experiencia de dispersión, y sobretodo estamos caminando en un tiempo de niebla y oscuridad. En estas circunstancias es cuando mas necesitamos ayuda, aliento para generar de nuevo la esperanza, por eso dice Dios: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar, dice el Señor Dios. Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré”.

    El Señor está pendiente de nosotros, tanto para atender al que sufre como para robustecer a quien se encuentra en una condición de vida favorable y se disponga a ayudar. Ambas situaciones a la vez, explican la fuerte exhortación de Jesús, incluso expresando como condición necesaria e indispensable, que debemos ayudar, y acompañar, levantar y consolar al prójimo, porque ahí encontraremos a Cristo sufriente en la cruz. Y además, viviendo este proceso para desarrollar y descubrir que en el prójimo necesitado se hace presente Jesús, aprenderemos a amar sin condiciones, a la manera como Dios nos ama, preparándonos así para la vida eterna, que consiste en participar de la naturaleza de Dios Trinidad, que es el Amor.

    Por eso al final de nuestra vida escucharemos a Jesucristo que nos dirá: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme”.

    Este hermoso y consolador futuro que Jesús nos anuncia hoy, debemos asumirlo con el realismo indispensable de la presencia del mal en el mundo. San Pablo expresa con claridad que la victoria sobre el mal está garantizada, pero eso no significa que lo esté mientras seguimos peregrinando en esta vida terrestre: “Cristo… resucitó como la primicia de todos los muertos…En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo. Enseguida será la consumación… después de haber aniquilado todos los poderes del mal”.

    Ahora queda esclarecido que el Reino de Dios está ya presente a través de cada uno de nosotros, que hemos decidido seguir a Jesús, ser sus discípulos, y disponer nuestra voluntad y corazón para practicar la caridad, para ejercitarnos en el amor, atendiendo a nuestros prójimos necesitados.

    Hoy es la fiesta de Cristo Rey, hoy es la celebración del Reino de Dios en medio de nosotros, y hoy es el día del Laico; es decir, del bautizado en el nombre de Cristo, que hace presente el Reino de Dios en nuestros días. Hoy los Obispos, Presbíteros y miembros de la Vida consagrada, pedimos muy especialmente a Dios Padre por todos Ustedes los laicos, discípulos de Cristo, que en sus ambientes y contextos de vida hacen presente el amor de Dios, auxiliando al necesitado que encuentran en su diario caminar.

    Y, ¿quién es la primera laica, que nos ha da ejemplo constante de cómo vivir fielmente las enseñanzas de Jesucristo? Ya lo han recordado, claro, es Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien con ternura nos auxilia y nos fortalece para salir adelante en la lucha contra el mal, nos consuela y nos alienta a descubrirnos hermanos, miembros de la familia humana, y nos llena de esperanza ante cualquier adversidad.

    Pidámosle a ella por todos nuestros laicos, para que todos manifestemos en el mundo de hoy, que el Reino de Dios está en marcha, y con ella, proclamemos que su Hijo Jesucristo es nuestro Rey. ¡Viva Cristo Rey!

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • Cierre de la Megamisión 2020- Homilía- 15/11/20- Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

    Cierre de la Megamisión 2020- Homilía- 15/11/20- Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

    “El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno” (Mt. 25, 14-15).

    ¿A quién representa ese hombre, que sale de viaje a tierras lejanas, y que sirve de ejemplo para explicar en qué consiste el Reino de los Cielos? Sin duda es Jesucristo, que se ha encarnado para manifestar el Reino de los Cielos, y ha regresado a esas tierras lejanas; es decir, la casa de su Padre, dejando a sus discípulos, servidores de confianza, la tarea de anunciar, explicar y compartir los dones, que expresan el Reino de los Cielos.

    Pero este Señor volverá cuando menos lo esperemos, como afirma la parábola: Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores. Representa el transcurso de nuestra vida terrestre, del cual al final de nuestra vida daremos cuenta al Señor sobre la encomienda que ha dejado, a todos y cada uno de los discípulos suyos, de hacerlo presente en el mundo, y dar a conocer el inmenso amor que nos tiene.

    Quienes hayamos cumplido nuestra misión, conforme a nuestras capacidades y recursos, escucharemos con asombro: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”. En cambio, serán reprobados, quienes hayan tenido miedo y no hayan aprovechado sus pocas o muchas cualidades y dones, como el tercer servidor de la Parábola: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”.

    Casi siempre al escuchar esta Parábola consideramos el aspecto personal de poner a trabajar los recursos y habilidades, que hemos recibido o adquirido sin embargo la aplicación de esta enseñanza se extiende mas allá de las responsabilidades individuales, como lo ha desarrollado la enseñanza y doctrina social de la Iglesia. Tenemos una responsabilidad social fundamentada en la enseñanza de Jesús, al clarificar que el mandamiento más importante y fundamento de todos los demás, es amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a tí mismo.

    Bajo esta enseñanza entran realidades importantes que debemos atender, como el cuidado y la eficaz responsabilidad de todas las Instituciones para que presten servicios de calidad, de acuerdo a la finalidad para la que fueron establecidas. Aquí corresponden la honesta administración financiera, la profesionalidad del personal, la buena gestión de los servicios, y el respetuoso trato, a quienes acuden para ser atendidos. Buenas Instituciones y bien calificadas en su servicio expresan, como sociedad, que manifestamos el Reino de Dios en medio de nosotros.

    Por eso toda administración, incluidas las mismas Iglesias, no debe tener como primer objetivo enriquecerse, ya que la bonanza económica viene por añadidura, de acuerdo al dicho de Jesús: “Busquen primero el Reino de Dios y hacer su voluntad, todo lo demás les vendrá por añadidura” (Mt. 6, 33). Toda administración debe tener siempre la finalidad de producir de manera eficiente y honesta los recursos y productos que requiere la Institución; y destinarlos para servicio de la sociedad.

    Por tanto, la responsabilidad personal se extiende a todos los campos, y la primera instancia para formar, con esta mentalidad y actitud, es la familia. En este sentido es elocuente escuchar el elogio de la Mujer hacendosa, que complementa con su trabajo el esfuerzo de su marido para bien de su hogar, de sus hijos, y de los pobres: Adquiere lana y lino y los trabaja con sus hábiles manos. Sabe manejar la rueca y con sus dedos mueve el huso; abre sus manos  al pobre y las tiende al desvalido.

    De ahí la claridad del texto afirmando, que es mayor el valor del capital humano, que el valor del capital monetario: Dichoso el hombre que encuentra una mujer hacendosa: muy superior a las perlas es su valor. Su marido confía en ella y, con su ayuda, él se enriquecerá; todos los días de su vida le procurará bienes y no males.

    No dudemos en desarrollar nuestras capacidades, habilidades y recursos para ser bien administrados, y den el mayor fruto posible; ya que es ésta la manera para caminar en esta vida terrestre como Hijos de la Luz, como testigos del Reino de Dios, como mensajeros de la Paz y el Amor. Hagamos así nuestra la recomendación de San Pablo: “ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las tinieblas. Por tanto, no vivamos dormidos, como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”.

    Este Domingo, previo a la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, el Papa Francisco lo ha declarado día de la Jornada Mundial de los Pobres. En ella estamos concluyendo la Megamisión 2020, realizada en el contexto de la pandemia. Demos gracias a Dios por lo que se ha hecho, y pidamos que recompense a todos los que de una u otra forma han participado. ¡Pero la Misión de la Iglesia no termina, ésta debe estar siempre presente en todas las actividades de los bautizados!

    Unámonos a este gran esfuerzo, que requiere anunciar y testimoniar con nuestra vida que el Reino de Dios ya está presente entre nosotros. Cada quien en su campo, en sus contextos, mirando y apreciando siempre a los demás como hermanos, y auxiliando las necesidades más apremiantes de los pobres que encontremos en nuestro camino.

    Esta ha sido la razón, de la presencia en nuestra Patria, de nuestra Madre, María de Guadalupe, siempre atenta y dispuesta a mostrarnos el camino para encontrar a su Hijo Jesucristo, a través del servicio a los demás, especialmente a los necesitados. Pidámosle a ella nos anime y fortalezca en la misión de la Iglesia: anunciar y testimoniar que ¡Cristo vive y está en medio de nosotros!

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

  • ¿Qué es la sabiduría?- Homilía- 8/11/20- Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

    ¿Qué es la sabiduría?- Homilía- 8/11/20- Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

    “Radiante e incorruptible es la sabiduría; con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean” (Sab 6, 12-13).

    ¿A qué sabiduría se refiere este texto? Indudablemente a la sabiduría que procede de Dios. ¿Cómo podemos describir en general la sabiduría? Primero es conveniente diferenciar los conceptos entre la ciencia y la sabiduría humana. La ciencia es el conocimiento de las realidades del mundo, de las cosas existentes en esta vida, y de la relación entre ellas. Mientras que la sabiduría humana es el arte de aprender cómo proceder correctamente en las relaciones y situaciones de la existencia terrestre.

    Pero la sabiduría descrita en este texto, y en general, en los libros sapienciales, y entre ellos el libro de la Sabiduría, la describen con rasgos y actitudes de un ser vivo. Algunos la personificaron en el Rey Salomón; sin embargo, quien la personifica plenamente es Jesucristo, quien siendo el Hijo de Dios y Palabra de Dios Padre, revela en su persona todas las características de la sabiduría descritas en la Biblia.

    La Sabiduría que proviene de Dios, permite iniciar y recorrer el aprendizaje sobre la naturaleza de Dios, y obtener el conocimiento de lo que Dios ha proyectado para el desarrollo de la humanidad. Pero, ¿cómo se logra semejante propósito? A través de la propia revelación que Dios ha realizado mediante los profetas y su intervención divina, y llevada a término por la Sabiduría Divina, que es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

    En Cristo se hace realidad la descripción que hemos escuchado de la Sabiduría: con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que madruga por ella no se fatigará, porque la hallará sentada a su puerta. Darle la primacía en los pensamientos es prudencia consumada; quien por ella se desvela pronto se verá libre de preocupaciones. A los que son dignos de ella, ella misma sale a buscarlos por los caminos; se les aparece benévola y colabora con ellos en todos sus proyectos.

    Así podemos entender que al conocer y contemplar a Cristo, nos atrae y lo buscamos, y él se anticipa a quienes lo desean conocer y amar. Y en efecto, las dos cualidades descritas de la Sabiduría, radiante e incorruptible, las manifiesta Jesucristo en plenitud, porque El es la Luz del mundo que irradia y da sentido pleno a todas las circunstancias de la vida humana; El es la Verdad incorruptible e imperecedera que nada la mancha ni deteriora, El es la Vida verdadera y eterna porque es la revelación del verdadero Dios, que es amor.

    La afirmación de San Pablo en la segunda lectura queda clarificada, reconociendo que Jesucristo ofrece la Vida Eterna y la ha garantizado al vencer la muerte y resucitando de entre los muertos: “no queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con Él”. La resurrección es la raíz de toda esperanza. Es fundamental adquirir la convicción de la eternidad y de la vocación a esa eternidad. De aquí la razón de afirmar que si Cristo no resucitó vana es nuestra fe.

    También la parábola que hoy escuchamos de labios de Jesús, la interpretamos mejor a la luz de la reflexión sobre la Sabiduría: Las 10 jóvenes representan a la humanidad destinada a compartir la vida divina, que necesita estar preparada para el momento del encuentro con el esposo, que llegará a medianoche, de repente, y será necesario disponer de luz, proporcionada por suficiente aceite, para recorrer en medio de la oscuridad y de las tinieblas, que siempre se encuentran en el camino de la vida.

    El aceite para la luz, es la experiencia personal de conocer a Cristo, Luz imperecedera, para entrar al Reino de los cielos. Por eso no se trata de egoísmo, el no compartir el aceite cuando “las descuidadas dijeron a las previsoras: Dénnos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando”. Hay que vivir la experiencia de encender la luz con el aceite, que es la relación con Cristo. Por eso la clave de interpretación está al final de la Parábola: Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’.

    Naturalmente todos entendemos que las experiencias son imposibles de compartir, al igual que sus efectos; se puede sin embargo hablar de ellas y de su valor para invitar a otros a vivirlas. Se puede indicar dónde encontrar el aceite, que en este caso de la Parábola se está refiriendo a una experiencia personal, que no es posible vender ni traspasar.

    En esta vida hay la oportunidad y garantía de conocer a Jesús, para eso se encarnó y se hizo semejante a nosotros. En conclusión a todos se les ofrece la oportunidad de acceder y entrar en relación con Cristo, Sabiduría divina y Luz del mundo, y obtener el aceite necesario, que es la experiencia eclesial de conocerlo, amarlo, y servirlo.

    De ahí la necesidad de orar para pedir la Sabiduría, que es un don, un regalo del Espíritu Santo. A partir de la Palabra de Dios encarnada en Jesucristo, se ha abierto la puerta para el aprendizaje de la Sabiduría, la verdadera, la que salva. Quien la busca la encuentra y quien la practica adquiere la prudencia para ser de los previsores que al final de la vida, al tocar la puerta del cielo, nos abra Cristo y nos diga: yo te conozco entra a participar del banquete eterno del Reino de Dios.

    En el recorrido de la vida terrestre no se necesitan influencias para entrar en relación con Cristo. Basta con buscarlo, atendiendo al anuncio de la Iglesia y de sus miembros, que somos todos los bautizados.

    Por eso, la Iglesia debe siempre proclamar a Jesucristo, y darlo a conocer, por eso siempre debe ser misionera. Así ha sido Nuestra Madre, María de Guadalupe, discípula y misionera, pidámosle a ella, que nos fortalezca con su ejemplo y su cariño para que la Iglesia de nuestro tiempo sea intensamente misionera.

    Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

    Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

    Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

    Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.