Homilía- Superar el apego a las riquezas materiales- 10/10/21
“La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel, a quien debemos rendir cuentas”.
La Palabra de Dios es viva y está personalizada por Jesucristo, Él es la voz de Dios Padre, es la voz que necesitamos escuchar, si queremos reconocernos como discípulos de Jesucristo, caminar en la verdad y obtener la vida eterna. Hay dos instancias para escuchar la Voz de Dios, una es la Sagrada Escritura, es decir la Biblia, y especialmente los Evangelios, que son el faro de luz para interpretar el resto de los libros bíblicos, especialmente los del Antiguo Testamento. La segunda instancia son los Signos de los Tiempos, es decir, a partir de lo que sucede, interpretar los acontecimientos para descubrir, con la ayuda de los Evangelios, qué nos dice Dios a través de los hechos.
Una vez escuchada la voz de Dios y sus repercusiones en nuestro interior, hay que compartirlos con otros discípulos de Cristo, en la propia familia, en algún grupo parroquial o movimiento apostólico. Es un paso crucial para realizar un buen discernimiento, y llegar a decisiones y proyectos de vida en obediencia a la voz de Dios.
Este camino eclesial conduce ágilmente y con gran alegría, a la puesta en práctica de las decisiones. La persona se ve motivada y acompañada no solo con quienes ha compartido el discernimiento, sino especialmente por sentir la fuerza del Espíritu Santo en la puesta en práctica de sus decisiones y en los resultados de su experiencia de vida.
En realidad éste es el camino de la sinodalidad, que con gran insistencia ha señalado el Papa Francisco, para que lo promovamos en todos los niveles de la Iglesia. Sin ninguna duda este proceso sinodal renovará a la Iglesia para hacerla atractiva y convincente, mediante el testimonio de los fieles cristianos que desarrollarán un excelente camino espiritual.
¿Cuál puede ser el detonante para que nosotros nos veamos atraídos y de manera firme y constante llevemos a cabo este recorrido? El evangelio de hoy ofrece una respuesta en el diálogo entre el joven rico y Jesús. La misma narración presenta a un joven, que desde niño ha sido formado en el conocimiento de la Ley de Dios y sus mandamientos que ha cumplido cabalmente, y que ahora se ha sentido atraído por la persona de Jesús y por ello le expresa su inquietud.
Con esta información suponemos que el joven no se sentía del todo pleno en su vida y quería saber qué más hacer. Cuando Jesús le propone que deje todo y lo siga, el joven declinó la invitación, pues era muy rico y seguramente pensaba que esas riquezas le garantizaban su bienestar. Finalmente el joven se alejó y decidió no seguir a Jesús.
Jesús no oculta su tristeza ante la renuncia del joven rico, y expresa abiertamente la dificultad tan grande de superar el apego a las riquezas materiales: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!”.
El joven rico conocía desde niño los 10 mandamientos, y normaba su conducta para cumplir con ellos. A este proceso lo llamamos Conversión personal, que consiste en la adecuación de la conducta a los Mandamientos de la ley de Dios. Pero hoy la Iglesia señala con diáfana claridad que necesitamos además la Conversión pastoral; es decir, creer que Jesús es la presencia del Reino de Dios, y por esta razón aceptarlo como Maestro y decidir ser su discípulo, para tener en cuenta su modo de vivir y practicar su doctrina en comunión y unidad con la Iglesia, comunidad de discípulos y cuerpo de Cristo.
La Conversión pastoral nos conduce para descubrir la importancia y la manera de poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida. Por este sendero obtendremos la plenitud anhelada de encontrarnos con Dios, Nuestro Padre misericordioso, que nos creó y nos ama entrañablemente.
Es ésta la manera para obtener la sabiduría que hoy exalta la primera lectura como la riqueza mayor que puede adquirir el ser humano, como la piedra preciosa que sobrepasa con creces a todos los demás bienes:
“Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza. No se puede comparar con la piedra más preciosa, porque todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo en su presencia. La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables.”.
Esta mañana el Santo Padre ha celebrado la apertura de los procesos sinodales diocesanos hacia el Sínodo a celebrarse en octubre de 2023 en el Vaticano. El próximo domingo, 17 de octubre, cada Obispo celebrará en su Diócesis el inicio de dicho proceso sinodal.
La primera fase consiste en ponernos a la escucha de todo el Pueblo de Dios, sin excluir a nadie, y con particular atención para involucrar también a los más alejados y que son consultados con mayor dificultad. Pero que ciertamente hemos conocido sus críticas o sus objeciones sobre el proceder de la Iglesia y que debemos recoger esos pareceres para discernir a la luz de la Palabra de Dios, lo que tenemos que corregir en nuestras actitudes y manera de relacionarnos con los demás.
Confiemos en Dios y pidámosle que este proceso sinodal, en un sentido de renovada comunión, ayude a todas las Diócesis del mundo para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo. Pongamos en manos de nuestra Madre, María de Guadalupe esta súplica en beneficio de todos sus hijos que integramos la Iglesia.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser misioneros como tú lo has sido con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén